Desde épocas antiguas, la navegación por mar tuvo serios problemas; muchos buques salían de los puertos y no llegaban a destino por el problema de la provisión de alimentos en las grandes travesías, siendo frecuente la aparición del escorbuto, enfermedad padecida por la ingestión de alimentos secos y almacenados. Pues bien, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se inventaron unas pastillas de gran eficacia, confeccionadas con carne salada que podían durar unos tres o cuatros años sin alterarse y que habían sido utilizadas con éxito en la célebre expedición del capitán Malaspina.
En 1790, dos hermanos franceses solicitaron al rey Carlos IV autorización para instalar en Buenos Aires una fábrica de estas grageas, aprovechando la abundancia de ganado de la campaña bonaerense. Estas famosas pastillas de caldo podían ser destinadas a diversos usos, especialmente en los hospitales de Europa, no sólo por su calidad, sino también por su bajo costo.
Uno de ellos era el conde Liniers y Bremond, entonces coronel al servicio de Su Majestad Católica, quien recibió autorización por Real Orden el 24 de junio de 1790. Acompañaba al audaz coronel francés su aristocrático hermano don Santiago, socio en la nueva industria que estaban empeñados en establecer. Además, el conde de Liniers, decidido a mejorar a toda costa su situación económica, se inició inmediatamente de su arribo a Buenos Aires en el negocio de la compra y venta de esclavos negros. En 1790 tuvo permiso real para importarlos directamente de África. Lo que hoy se dice en forma despectiva “negrero” era una actividad que en nuestra ciudad desempeñaban muchos miembros de las familias denominadas patricias… Pero sigamos con los emprendimientos de Liniers y su vinculación con el barrio de Almagro.
Al poco tiempo de su arribo a nuestro país, ambos hermanos se establecieron en una casa que arrendaron a don Benito González Rivadavia, en el barrio de Santo Domingo, pensando en instalar su fábrica en la quinta que Martín José de Altolaguirre poseía en la zona de Recoleta. Pero luego se decidieron por otra más cercana a los corrales del Sur, para aprovechar con mayor eficiencia la provisión de carnes.
Para ello, en el año de 1795, alquilaron la quinta que había sido de don Isidro Lorea. ¿Dónde estaba ubicada esta finca? Lo dice el propio Liniers en su pleito con Benito González Rivadavia al expresar que “tanto yo como mi hermano tenemos en la quinta donde se fabrican las expresadas pastillas de sustancia, sita en las inmediaciones de la que fue del difunto don Carlos de los Santos Valenti…” (1).
Pero las cosas no iban bien para los hermanos Liniers. A pesar de que la fábrica estaba en plena producción, los grandes gastos y sus numerosos acreedores no pudieron esperar, y entre ellos el impaciente don Benito Rivadavia, quien les inició juicio por el pago de algunos alquileres atrasados de su casa. Un cierto deshago provino de una gran partida de pastillas que vendieron a don Diego de Alvear, quien por orden del rey español estaba dedicado a la demarcación de límites entre España y Portugal. Así, con altibajos económicos, los hermanos continuaban con su fábrica de pastillas de carne en el barrio de Almagro.
Pero en 1793 ocurrió un hecho inesperado que cambiaría totalmente el curso normal del emprendimiento. A raíz del estado de guerra entre Francia y España, se prohibió comerciar a los numerosos franceses de Buenos Aires. Cuando en algunos muros aparecieron algunas leyendas de "Viva la Libertad”, en toda la ciudad se habló de que los galos, en connivencia con negros esclavos intentaban asaltar las viviendas de los principales vecinos y realizar una masacre.
La “conspiración de los franceses”, como se la llamaba, se agrandaba día a día en la imaginación de los temerosos porteños, sobre todo ante la inactividad de las autoridades. Finalmente, éstas decidieron hacer algunos allanamientos y por infidencias de varios esclavos se sindicó como centro de la conspiración la quinta de Liniers, la que fue revisada a altas horas de la noche, encabezando estas diligencias el alcalde de Primer Voto, don Martín de Álzaga.
Allí en la antigua propiedad de Lorea, detuvieron al maestro mayor de la fábrica, el francés Carlos Bloud y a otras personas a quienes se les encontraron algunos papeles que, a juicio de los funcionarios reales, eran muy comprometedores. Luego de un largo proceso en que se declararon culpable a varios reos, el maestro Bloud fue desterrado, lo que determinó el fin de la famosa empresa.
Así, la primera fábrica de conservas que se estableció en nuestro país, cuyos pedidos venían desde España y otras regiones de América, funcionó en medio de grandes dificultades, deudas, pedidos de dinero y embargos de los acreedores de los hermanos Liniers, en pleno corazón del hoy barrio de Almagro. Las casas principales o “poblaciones” se encontraban en las inmediaciones de Rivadavia con la actual calle Liniers y no tienen nada que ver con unos edificios antiguos que hace unos años se demolieron sobre esta última calle y la avenida Hipólito Yrigoyen.
En esta misma quinta acamparon los ingleses durante la segunda invasión luego del cruce del Riachuelo por el paso de Burgos. Con los años, la propiedad fue adquirida por don Jaime Darquier, pero hasta muy avanzada la época de Rosas, todavía se la conocía con el nombre de “Quinta de Liniers”.
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(1) La historia completa del asunto fue publicada en el excelente trabajo de José Luis Molinari, “La Real Fábrica de Pastillas de los hermanos Liniers” (Boletín Nº 7 del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades de Buenos Aires (1959), de donde tomamos la mayoría de los datos. Posteriormente, sobre el mismo tema, puede leerse el erudito artículo de Carlos A. Rezzónico, “La llamada quinta de Liniers”, en el número 7 de la revista Historias de la ciudad. Una revista de Buenos Aires, donde sigue la evolución de la propiedad hasta su loteo final.
Imagen: Óleo de don Santiago de Liniers y Bremond. (Ilustración tomada de: ejercitonacional.blogspot.com).
Texto tomado de la nota “Apuntes históricos sobre el barrio de Almagro”, Revista Historias de la ciudad, Nº 39, diciembre 2006.