Cuando Alois Senefelder inventó la litografía, en 1796, ocasionó una verdadera revolución en las artes gráficas. La baratura, simpleza y facilidad de aprendizaje del procedimiento, en comparación con las técnicas tradicionales del grabado, aseguraron su pronta y masiva popularización y, a partir de la segunda década del siglo XIX, en forma de propaganda política, de difusión periodística y de actualidad o, simplemente, en función estética, la litografía penetró en los hogares de todo nivel social. Su arribo a estas costas fue relativamente temprano, pues en 1827 Juan Bautista Douville, establecido con casa de comercio y librería en la calle Piedad (actual Bartolomé Mitre), asociado con el grabador Louis Laisney publica varios retratos de personajes tales como los generales Lucio N. Mansilla y Alvear y del almirante Brown.
Por esta época arribaron los Bacle a Buenos Aires, en el marco de la “inmigración ilustrada” fomentada por Rivadavia. Y decimos “los Bacle” por considerar que la tarea desarrollada por Andrea Bacle (nacida Adrienne Pauline Macaire en 1796, en el cantón suizo de Ginebra) al lado de su esposo es parte indisoluble de la obra de éste. El primer trabajo que circuló entre nosotros, no se sabe si impreso aquí o en Europa, es precisamente un retrato de Don Bernardino Rivadavia, President des Provinces Unies de Rio de la Plata dibujado por Andrea, sobre el grabado de Turner que se conserva en el Museo Histórico Nacional. Varios serán los artistas que colaborarán con Bacle, algunos de los cuales darían luego que hablar: Arthur Onslow, Charles Henri Pellegrini, Amadeo Gras, H. Moulin, Jules Daufresne, Alfonso Fermepin, J. F. Guerrin, etc.; pero fue el lápiz de Andrea –formada artísticamente con la miniaturista Jeanne Henriette Rath, discípula a su vez de Jean-Baptiste Isabey– el que más contribuyó a la producción bacleana. Su ingente obra para la empresa familiar es la que más se ha conservado, de la cual podemos destacar los retratos de Manuel Dorrego, Manuel Belgrano y Juan Facundo Quiroga, así como la Ejecución de Vicente y Guillermo Reinafé y de Santos Pérez, quedando de su labor como miniaturista tan sólo el retrato de su esposo, que éste obsequió al pintor Fernando García del Molino.
En esta primera época comenzó Bacle la publicación de los famosos álbumes Trages (sic) y Costumbres de la Provincia de Buenos Aires, cuya primera serie es de 1830, alcanzando a publicarse sólo tres láminas, “Un gaucho”, “Repartidor de pan” y “El lechero”, delineadas por Onslow, por lo que se le reconoce como introductor de la estética romántica en nuestro medio.
En 1832, tras haber tenido inconvenientes con el gobierno y su Decreto de Imprenta del 1º de febrero –que impedía regentear imprentas a los extranjeros–, Bacle debió abandonar su establecimiento de la calle 25 de Mayo, transfiriéndolo a José Alvarez como administrador y cesar el 13 de febrero la publicación del Boletín del Comercio, iniciada el 6 de septiembre de 1830. Solidariamente, Andrea cerró el Ateneo Argentino, institución educativa para señoritas que había abierto sus puertas el año anterior –tras innumerables trámites y solicitudes de permiso ante las autoridades– al lado del establecimiento litográfico. Desilusionados con las posibilidades del país, los Bacle parten con sus hijos, el 5 de marzo de 1832, a la isla de Santa Catalina para estudiar su historia natural. Allí, durante diez meses, trabajan en una Historia Natural de la Provincia de Santa Catalina, que según Alejo González Garaño –uno de nuestros mayores iconografistas– formaría una obra dividida en cuatro volúmenes, más uno de láminas, vistas del puerto, de la rada y de un gran número de plantas y flores, algunas no descritas hasta entonces, tomadas del natural por la señora de Bacle. Forman, además, colecciones considerables, compuestas de 2.000 pájaros embalsamados, así como de cuadrúpedos, insectos, de 12.000 preparaciones botánicas, etc..A principios de 1833, la pareja recibe noticias de Buenos Aires que les aseguran poder retomar el establecimiento litográfico, por lo cual emprenden el regreso con tan mala suerte que, el 18 de marzo y a la altura de la Isla de los Lobos, el buque naufragó, perdiendo Bacle treinta y dos cajones con el trabajo realizado y, lo peor, las piedras litográficas. A pesar del quebranto moral y económico, el suizo peticiona nuevamente al gobierno y obtiene el permiso para dirigir la Litografía del Estado. Retoma entonces la publicación de los Trages y Costumbres..., editados ahora en forma de cuadernos de seis láminas cada uno, que tuvieron gran popularidad y hoy son joyas iconográficas. Se realizaron dos ediciones, una en blanco y negro y la otra coloreada a mano, entre los años 1833 al '35, siendo el más famoso de estos cuadernos, en su época y hasta nuestros días, el llamado Estravagancias (sic) de 1834 –cuyo diseño y coloreado a mano se presume de Andrea– en el cual se caricaturizaba, con gracia y delicadeza, la moda de los enormes peinetones que usaban las damas de la época.
A mediados de 1836 Bacle viajó a Chile pensando emigrar, dados los múltiples inconvenientes y encontronazos que le deparaba la situación política local. A su regreso, Calixto Vera, un familiar político de Bernardino Rivadavia, urdió una celada –hoy diríamos una cama– que llevó a Bacle, acusado de espionaje y engrillado, a la cárcel el 4 de marzo de 1837. Hasta el cuartel del Retiro se acercó su esposa, pero ni su llanto ni las posteriores diligencias y súplicas de destacados miembros de las colectividades francesa e inglesa, así como de sus cónsules, lograron conmover a Rosas. Finalmente, al borde de la locura y con la salud deshecha, Bacle fue liberado, sin explicaciones, en los últimos días de 1837 para morir el 4 de enero de 1838. Pocos días después, el juez ordenó el embargo y venta de los pocos bienes que quedaban a la familia. Andrea Bacle, acompañada por sus dos hijos, embarcó para Europa el 2 de marzo de 1838, para morir en Ginebra el 22 de octubre de 1855. Diez años habían pasado desde su llegada, llena de ilusiones, a estas tierras.
Buenos Aires fue ingrata con Bacle hasta en el recuerdo, pues su nombre fue dado a una calle de tan sólo una cuadra que corre desde Mariano Acosta hasta Martínez Castro, entre Juan Bautista Alberdi y Rafaela, en el barrio Vélez Sarsfield. Pero la semilla que sembró en el arte argentino pronto comenzó a dar sus frutos, pues para la misma época de su desgracia personal Gregorio Ibarra instalaba su Litografía Argentina, en la cual recalaron muchos de los artistas que habían trabajado con Bacle, publicando láminas y álbumes de retratos y escenas populares. Entre ellos descollaba un jovencito que, junto al ya nombrado García del Molino, integraba la primera promoción de la Escuela de Dibujo y estaba llamado a convertirse en nuestro primer pintor nacional: Carlos Morel.
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Imagen: Facundo Quiroga, litografía de César Hipólito Bacle.
Nota tomada del periódico: Desde Boedo.