30 jun 2011

Evaristo Carriego: el alma del barrio


(De Esteban Moore)

En pleno barrio de Palermo, la calle Honduras al 3700 es ancha; allí los árboles de copa crecida riegan su sombra sobre una vieja casa chorizo, erigida hacia fines del siglo XIX. En la actualidad, en esta construcción, irremediablemente rodeada por edificios con menos historia y mucha más altura, funcionan una biblioteca municipal y un pequeño museo que llevan el nombre de uno de los integrantes de la familia que la ocupó durante varios años. Su frente, en el que se advierte el paso del tiempo, y la pared medianera en la que culmina el patio interior, ostentan una serie de placas conmemorativas en las que podrá leerse el nombre de Evaristo Carriego.
El autor de Misas Herejes, nacido en 1883 en la ciudad de Paraná, en la fluvial Entre Ríos, de padre criollo y madre hija de italianos, vivió allí hasta que la tuberculosis lo abatió en 1912. En esta casa sin demasiados lujos, ubicada en la que entonces era considerada por la alta burguesía una zona periférica, remota, alejada de las magnéticas luces del centro; un sector marginal demasiado cercano al arroyo Maldonado, donde en lugar de flores brotaban puñaladas, escribió sus poemas y sus primeras colaboraciones periodísticas para La Protesta.
Allí, en la casa familiar, rodeada por terrenos baldíos en los que los inmigrantes ya comenzaban a levantar sus casitas y sus sueños, escribió los poemas de El alma del suburbio y de La canción del barrio, que con el paso del tiempo, ya transformada la aldea en metrópoli cosmopolita, simbolizarían aspectos esenciales de Buenos Aires. Estableciendo la indudable porteñidad de algunos de los temas que en la década de los 20 retomará Jorge Luis Borges: el barrio como universo; el gringo y su organito ensayando una melodiosa habanera; el truco; los orilleros; el guapo; el almacén; el café; el tango. Asuntos que indudablemente constituyen aspectos cardinales de nuestra mitología ciudadana.
Borges, comienza Cuaderno San Martín (1929), con uno de sus textos más representativos, “Fundación Mítica de Buenos Aires”, que podría ser considerado, no sólo un tributo a la ciudad, sino también, un homenaje a quien en un ensayo posterior (Evaristo Carriego, 1930) definiría como: “el primer espectador de nuestros barrios pobres y que para la historia de nuestra poesía, eso importa. El primero, es decir el descubridor, el inventor.”
Evaristo Carriego, como dice Borges, importa y mucho. Nos ha legado algo mucho más vasto que la invención de un barrio. Nos deja un conjunto de textos que prefiguran una de las características distintivas de la lengua que hablamos los que vivimos en los territorios de la Reina del Plata: su tono. En él presentimos con verificable nitidez, la influencia de las lenguas maternas que los inmigrantes comenzaron a entreverar en los conventillos con el castellano adoptivo del Río de la Plata, que hoy, orgulloso, muestra las marcas de origen. Extraordinario proceso de fusión que trasladado al campo musical, daría a la ciudad un género propio: el tango.
De todo esto, algo de culpa tiene el autor de El alma del suburbio, que ahora debe traducirse como el alma del barrio, que no representa otra cosa que el perdurable espíritu de Buenos Aires.
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Imagen: Puerta y placa del frente de la casa de Evaristo Carriego en la actualidad.
Tomado del blog alpialdelapalabra.blogspot.com

27 jun 2011

Biblioteca Argentina para Ciegos: sus orígenes


(De Ángel O. Prignano)

Los primeros libros en sistema Braille que se conocieron en Buenos Aires fueron traídos en 1884. Se trató de un manual de geometría y otro de lecturas escolares enviados desde París por la señora Ana M. del Campillo de Perdriel, a la sazón presidenta de la Sociedad de Beneficencia. Fueron destinados a la Casa de Niños Expósitos para uso de los pupilos ciegos que allí se albergaban. Luego del traslado de esos niños al Asilo de Huérfanos situado en México 2650, a raíz de un brote de viruela, el director de esta institución, Pbro, Bernabé Ferreira, inauguró una sección especial para ellos. Este es el antecede más temprano de la actividad tiflológica en la República Argentina.
A principios de 1887 llegó al país el maestro ciego Juan Lorenzo y González, oriundo de España. Traía su título de pedagogo obtenido en Santiago de Compostela y un firme deseo de crear una escuela especial para disminuidos visuales en nuestro medio. Sus deseos tuvieron éxito el 28 de mayo de ese mismo año, cuando la Sociedad de Beneficencia lo designó “profesor de la primera escuela para ciegos” con asiento en el Asilo de Huérfanos. Inició su tarea tres meses después, exactamente el 13 de agosto de ese año, poniendo su atención en la enseñanza de la lectura y la escritura, a lo que agregó algunas nociones de aritmética y manualidades para completar la instrucción elemental de los menores. Su labor, que se prolongó hasta 1892, es considerada el primer intento de enseñanza sistematizada del ciego. En ese mismo año fue reemplazado por otro ciego memorable, Francisco Gatti, educador napolitano dotado de una extensa cultura y eximio concertista de piano que había arribado a Buenos Aires dos años antes.
Francisco Gatti propició la creación del “Instituto para Ciegos de ambos sexos”, que se inició en Independencia al 1800 en marzo de 1902 y luego paso a ocupar otras sedes. En 1906 se instaló en una casona que se levantaba en Provincias Unidas (hoy Juan B. Alberdi) 1356, donde funcionó por tres años. Allí se concretó su transformación en entidad pública nacional al crearse el “Instituto Nacional de Ciegos”, el 29 de septiembre de 1908. Al año siguiente se instaló en Rivadavia 6293, entre Donato Álvarez y Terrero, donde permaneció hasta 1939.
En sus claustros enseñaron artistas de la talla de Bruno Bandini (violín y viola), Galvani Viccinelli (mandolín), Jesús González y Pascual de Rogatis (ambos en teoría y solfeo), Vicente Scaramuzza (piano), Manuel Posadas (violín), Américo Debiasse (violonchelo) y el compositor y profesor Carlos Pedrell (piano), formado en la Schola Cantorum de París.
En 1911 hizo su aparición Julián Baquero, docente y violinista que no hacía mucho tiempo que había llegado al país. Baquero se acercó al Instituto y enseguida se dio cuenta de la necesidad de una biblioteca. Paralelamente, en agosto de 1913 se creaba la “Institución Argentina de Ciegos”, que en 1939 fue reemplazada por el “Patronato Nacional de Ciegos”.
Julián Baquero, entre tanto, alrededor de 1915 participó en la creación de la primera institución privada de ciegos, la Asociación Luis Braille, que pretendió crear una escuela especial como contraparte de la existente, aunque no tuvo éxito y duró poco tiempo en actividad. Al año siguiente inició, junto a un grupo de jóvenes, la “Sociedad de Ciegos La Fraternal” que, en un principio, denominaron “La Fraternal, Sociedad de Ciegos para Ciegos”. Su fundación tuvo lugar en el “Comité Socialista de Flores”, calle Cnel. Ramón L. Falcón al 2500, aunque enseguida fijó su sede muy cerca de allí, en Camacuá 56.

CREACIÓN DE LA BIBLIOTECA
Corrían los primeros años de la década de 1920 cuando el mencionado Baquero y el Dr. Agustín C. Rebuffo se propusieron crear una entidad que pudiera poner el libro Braille a disposición del ciego. El 18 de septiembre de 1924, ambos se reunieron con Alberto Larrán de Vere  y la señorita María C. Marchi -también ciega-, en la casa del Dr. Rebuffo, Rivadavia 1038, y fundaron la Biblioteca Argentina para Ciegos. La  comisión organizadora fue presidida por el anfitrión e integrada por Larrán de Vere (secretario), la señorita Marchi (tesorera) y Julián Baquero (bibliotecario). Ese mismo día fueron considerados y aprobados los estatutos, y los nombrados se dieron a la tarea de conseguir los primeros fondos para que la flamante entidad se pusiera en funciones. Distintos artistas plásticos donaron sus obras entre ellos Raquel Forner, Pío Collivadino e Ítalo Botti, y la poeta ciega Vicenta Castro Cambón regaló 10 ejemplares de su libro “Rumores de mi noche”. El señor Larrán de Vere, por su parte, donó 1.000 alfabetos Braille para ser vendidos a beneficio de la Biblioteca. Al poco tiempo fue acuñado el lema de la institución: “Ayuda a todo ciego en toda forma”.
Otras de las actividades iniciadas para promocionar las actividades de la nueva asociación fueron las conferencias emitidas a través de la onda de LOV Radio Brusa. Esto permitió suscribir numerosos socios protectores. La idea era difundir la obra de la Biblioteca y solicitar ayuda, sobre todo para la copia de libros en el sistema Braille. Dichas conferencias dieron sus frutos rápidamente con la inscripción de la primera copista voluntaria vidente, la señora María A. Álvarez de Ihlen, de la localidad bonaerense de Escobar, a la que luego se agregarían muchos colaboradores más.
Durante ese verano se recibieron algunos libros en escritura Braille, la mayor parte impresos en Barcelona, y se tomó la decisión de buscar un local apropiado donde instalar la sede y la sala de lectura para acogerse a los beneficios que acordaba la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares. La tarea fue encomendada al señor Baquero, quien la tomó con la seriedad y responsabilidad que caracterizó todo su proceder dentro y fuera del ámbito tiflológico.
De este modo, la institución se dispuso a iniciar su labor, que no sólo se restringió a la habilitación de un lugar para la lectura; con el correr de los meses fue ampliando su radio de acción para atender otras necesidades de los ciegos y sus familias. Una de sus mayores preocupaciones era la educación de los que perdían la vista después de la pubertad, que en esos años no estaba atendida por ningún organismo oficial. El Instituto Nacional de Ciegos sólo se ocupaba de los niños. Se pensó, entonces, que una buena solución sería habilitar una escuela de reeducación para adultos. Le cupo al doctor Rebuffo gestionar su instalación en uno de los pabellones del Patronato de la Infancia, cuyo cuerpo médico dirigía.
A todo esto, ya se apuraban los trámites para inaugurar el local de la biblioteca. Para ello se había alquilado una propiedad en el barrio de Flores. El señor Baquero fue autorizado para restaurarlo y ponerlo en condiciones. Adquirió seis sillas y el Dr. Rebuffo donó una alfombra, una pantalla de iluminación y dos placas, una de bronce con el nombre de la institución y otra esmaltada con el horario de atención para ser amuradas en el frente del edificio.
En noviembre de 1925 se recibió la notificación de que la Comisión Protectora de Biblioteca Populares se hacía cargo del 50% de los gastos de la nueva institución. La buena nueva no podía haber llegado más oportunamente para ese grupo de esforzados pioneros, que así veían cumplido sus sueños y renovaban la esperanza de que la Biblioteca comenzara a cumplir su cometido de inmediato a partir de su apertura en el barrio de Flores.

INAUGURACIÓN DEL LOCAL
El 13 de diciembre de 1925, la Biblioteca Argentina para Ciegos inauguró un modesto local en Pedernera 210. El frente del edificio no tenía ostentaciones: paredes despojadas de ornamentos, una sencilla puerta de entrada de madera de doble hoja con paneles de vidrio y las chapas donadas por el Dr. Rebuffo amuradas junto al número de la casa. En la ocasión fue organizado un acto de carácter popular. El día anterior había tenido lugar una gran fiesta en el Salón Príncipe George, de Sarmiento 1230. Tan modesto era el edificio de Flores que, a las 48 horas de inaugurado, el diario Crítica se manifestaba en los siguientes términos: “El local que actualmente ocupa es lamentable y requiere el apoyo oficial o particular que lo provea de una sede adecuada a sus altos propósitos”. Seis meses después se trasladó a un lugar más cómodo a escasas tres cuadras del que dejaba, en Pedernera 502. Quedó habilitado el 13 de junio de 1926.
La poeta Vicenta Castro Cambón se hizo cargo de una importante labor cuando comenzó a atender la reeducación de los ciegos que se acercaban a la institución. Su labor en la enseñanza de la lectura y escritura Braille se constituyó en una contribución de enorme importancia, sobre todo para los niños. Otra gran colaboradora fue la señora Gisberta S. de Kurt, quien en ese mismo mes fue nombrada presidenta de la Comisión Honoraria de Damas.
Al propio tiempo, los directivos entendieron que los concursos de copistas eran una buena forma de promocionar la tarea de trasladar los libros de la literatura universal al sistema Braille. Esta tarea resultaba de fundamental importancia para que pudieran ingresar nuevos volúmenes. Se previó premiar a los ganadores con medallas. En dicho sentido, merecen citarse los importantes aportes de varias instituciones, como la Ayuda Social del Consejo Nacional de Mujeres, el Club Argentino de Mujeres y las asociaciones de ex alumnas de las escuelas normales números 3, 8 y 9 de la Capital, que colaboraron intensamente en la copia de libros en Braille.
Aquellos mismos directivos también se propusieron irradiar periódicamente una audición por la onda de LOY Radio Nacional, emisora que había iniciado sus transmisiones en 1924 desde el mismo barrio de Flores (Boyacá 472) y que luego se denominó Radio Belgrano. La primera de esas audiciones tuvo lugar el 3 de febrero de 1926, a las 21, y consistió en un concierto de piano, violín, canto, guitarra y recitado a cargo de ejecutantes ciegos. En abril del mismo año se creó la Comisión Auxiliar de Damas presidida por la fundadora, señorita Marchi, y poco tiempo después se constituyeron otras similares en toda la república. También siguieron las conferencias por Radio Brusa y Radio Nacional, como así también las donaciones.
En 1926 llegaron de Alemania las primeras 100 pizarras para copia de libros. Además se hicieron otras adquisiciones: un piano Rönisch en la casa Breyer Hnos., por el que se pagaron 2.800 pesos, un mimeógrafo ($ 556) y una máquina de cortar cartón marca Krause ($ 560). La fábrica Fénix, de la ciudad de Campana, continuó sus importantísima donaciones de papel manila.
En 1927 dieron comienzo las clases de escritura en relieve a los ciegos hospitalizados en los establecimientos dependientes de la Asistencia Pública. La tarea fue iniciada por la señorita María C. Marchi en el hospital Alvear. Dos años después, la institución tenía a su cargo niños privados de la vista que se educaban en el Instituto Nacional de Ciegos.
Al poco tiempo, el señor Luis Andrés Rosa se hizo cargo de la secretaría y tuvo actuación preponderante en el desenvolvimiento de la Biblioteca. La gran actividad que desplegó durante su gestión, que finalizó el 31 de mayo de 1929 cuando se le aceptó su renuncia por razones familiares, otorgó nuevos bríos a la entidad.
Paralelamente se reconoció la intensa labor del fundador Julián Baquero, quien fue designado Jefe de Imprenta y Bibliotecario con un sueldo de $ 150 mensuales. Ocupó parte de la flamante sede con su familia, aunque poco tiempo después la dejó para mudarse a una casa más cómoda. Fue entonces que se le concedió el uso de una de las habitaciones altas a la señorita Delia Cáceres, empleada ciega que de esta forma se convirtió en casera.
Mientras todo esto ocurría, hubo tiempo para la creación de varios talleres. Uno de ellos era el de tejido manual, de donde salían bellas piezas que a menudo se rifaban a beneficio de la institución. Ello posibilitaba comprar juegos, relojes y metros para ciegos traídos desde Alemania.

LA IMPRENTA
Los primeros contactos dirigidos a la compra de una imprenta Braille fueron con la firma Curt Berger y se esperaba traerla de Alemania. Sin embargo, luego de varios intentos fallidos fue adquirida en los Estados Unidos e instalada en la sede de la calle Pedernera. Poco tiempo después se conformó un consejo editorial para atender la edición e impresión de los materiales de lectura necesarios a los socios. Allí se imprimió el primer número de la revista de la entidad, que fue puesta en manos de sus asociados unos días antes de la inauguración oficial de la imprenta.
Dicha ceremonia tuvo lugar el 28 de octubre de 1927, oportunidad en que hablaron el presidente, Dr. Rebuffo, y el bibliotecario, Sr. Baquero. A continuación fue servido un sencillo lunch entre la concurrencia. Fue la primera imprenta en relieve de propiedad particular de América Latina. De allí salieron infinidad de libros de texto y literatura en general, partituras musicales, folletos, etc. Su entrada en funcionamiento pleno permitió el préstamo de libros a ciegos residentes en Uruguay, Brasil, Colombia y Chile.

LAS REVISTAS
El primer acto del consejo editorial antes mencionado fue poner a consideración de la comisión directiva la publicación de una revista mensual en Braille, titulada “Hacia la luz”, con no menos de 60 páginas dedicadas a las artes, ciencias, literatura, tiflología, informaciones, etc. Todo ello fue aprobado, fijándose el precio de la suscripción y el mes de su aparición.
El primer número salió el 1° de octubre de 1927 e incluyó excelente material de lectura sobre los temas acordados. Enseguida se decidió editarla “en negro” para permitir su lectura a todos aquellos que se interesaran en su contenido. Como dato curiosos digamos que la expresión “en negro” ha sido olvidada con el correr del tiempo; hoy es corriente decir “en tinta” cuando debe diferenciarse a las publicaciones impresas de las ediciones en relieve. Más adelante se transformó en una publicación de aparición quincenal.
A esta primera publicación, luego se agregaron otras dos: “Burbujas”, dedicada a los lectores infantiles, y “Con fundamento”, especialmente escrita para los jóvenes. Otra más de características distintas fue la revista parlante “La rosa blanca”, editada en casetes magnetofónicos.

HACIA EL EDIFICIO PROPIO
Llegó un momento en que la sede de Flores resultaba pequeña para atender los requerimientos de los socios. El material de lectura era cada vez más voluminoso y no había espacio suficiente para acomodarlo. El trabajo de la imprenta se multiplicaba en las mismas proporciones. Otro tanto ocurría con los distintos talleres que funcionaban a pleno. También aumentaba el número de quienes tomaban clases de escritura Braille. Debió pensarse, entonces, en la posibilidad de mudarla a un local con mayores comodidades. Y si era posible, construir el edificio propio con el que todos soñaban. Así fue como el presidente Dr. Rebuffo dio los primeros pasos en dicho sentido.
En reunión de comisión directiva del 7 de noviembre de 1927, informó haber celebrado, junto al secretario Luis A. Rosa, un contrato para la adquisición de un lote de terreno situado en Medrano 46, esquina calle sin nombre (hoy Lezica), para destinarlo a la construcción del edificio. La comisión directiva aprobó la compra por unanimidad y convocó a Asamblea Extraordinaria para ratificar el convenio. Además resolvió que se hicieran las primeras averiguaciones sobre el probable costo de construcción del edificio.
El proyecto contó con el asentimiento de todos y fue apoyado materialmente desde un principio, tanto por los socios más humildes que aportaban lo que podían como por distinguidas familias que se hacían presentes con dinero en efectivo. Paralelamente continuaron organizándose festivales artísticos que aportaban buenos fondos a las arcas de la institución. Además llegaron $ 5.000 de un subsidio otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y se hicieron suscripciones de acciones.
Después de un intento fallido con otro profesional, se celebró un contrato con el señor Cayetano Profeta y el ingeniero César B. Pertierra para la construcción de un edificio que debía contar con garaje, planta baja, planta alta y seis pisos superiores, estos últimos para departamentos en alquiler. El plazo de entrega fue estipulado en doce meses; a partir de entonces el constructor se reservaba el derecho de explotación de los seis pisos superiores por 28 años. El resto quedaba para uso de la Biblioteca, que recién tomaría posesión efectiva de los departamentos después de dicho lapso. La Asamblea Extraordinaria celebrada el 13 de enero de 1929 aprobó el contrato y más adelante se obtuvo un préstamo del Banco Hipotecario Nacional por 165.000 pesos, aporte que la BAC debía realizar de acuerdo con las cláusulas del convenio. La necesidad de más fondos para aplicarlos a la obra, sin embargo, hizo que nuevamente se recurriera a las rifas y actos benéficos para recaudarlos.
Por fin se llegó al 11 de noviembre de 1929, día en que se colocó la piedra fundamental del edificio. Actuaron como padrinos de la ceremonia el presidente de la institución, Dr. Agustín Rebuffo, y el vicario general de la Armada, monseñor Dionisio R. Napal. Las madrinas fueron María C. Marchi y María Esther Huergo Capdevila.
No obstante el plazo estipulado por contrato, el edificio quedó concluido en Lezica 3923 (hoy 3909), después de tres años de trabajo. La mudanza desde Flores a Almagro dio comienzo en la primera semana de noviembre de 1932 y el 10 de ese mes quedó terminada, día en que se realizó la primera reunión de comisión directiva en el nuevo edificio.

INAUGURACIÓN OFICIO DE LA SEDE PROPIA
Los actos para dejarla inaugurada oficialmente se prolongaron por toda una semana y dieron comienzo el 24 de junio de 1933. Por la mañana, la comisión directiva en pleno y numerosos invitados especiales rindieron homenaje a Vicenta Castro Cambón en el cementerio de Morón. La ceremonia central tuvo como escenario el gran salón de actos del nuevo edificio y contó con la presencia del edecán del Presidente de la Nación, capitán de fragata Juan P. Rosas, y representantes de diversas instituciones gubernamentales y del ámbito privado. A las 15 de aquel día, el obispo de Temnos, monseñor Miguel de Andrea, bendijo las instalaciones y luego se refirió al acontecimiento “celebrando la obra realizada en favor de los ciegos”. A continuación, el Dr. Rebuffo, tuvo a su cargo reseñar la labor cumplida por los asociados y los esfuerzos que dieron como resultado la construcción de la sede propia. Luego fue escenificado un programa musical y de declamación especialmente preparado para la ocasión, en el que participaron socios y artistas ciegos. Después de concluidas estas ceremonias, quedó abierta una exposición y venta de trabajos de aguja y labores realizados por ciegas, muestra que se prolongó hasta el 30 de aquel mes. Gran cantidad de público acompañó la reunión y aplaudió cálidamente las sucesivas instancias de aquella jornada inaugural.
Los festejos continuaron hasta el 1° de julio siguiente, día en que se llevó a cabo una gran fiesta en el teatro Cervantes en honor de los socios, copistas y demás colaboradores de la institución. Para entonces, la entidad ya contaba con alrededor de 5.000 volúmenes de obras famosas que prestaba a sus socios en cualquier punto del país, época en que comenzó una etapa de grandes realizaciones. Cobraron importancia los talleres de distintas disciplinas y otras actividades artísticas, sociales y culturales. La imprenta incrementó sus publicaciones, se creó una caja de préstamos para ayuda de los asociados y se intensificaron las gestiones para que ciegos sin recursos pudieran obtener puestos de venta de cigarrillos y golosinas en reparticiones públicas, bancos estatales, estaciones de subte, etc. Los sucesivos lanzamientos del libro parlante y la revista parlante “La rosa blanca”, editados en casetes, se adscribieron a la idea de facilitar la lectura de las obras maestras universales a quienes, por distintas causas, les representa una dificultad acceder a las versiones Braille de dichos libros.
De este modo, la Biblioteca Argentina para Ciegos fue hilvanado su historia más reciente, siempre detrás del lema original de la institución: “Ayuda a todo ciego en toda forma”.
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Bibliografìa y fuentes de información:
BIBLIOTECA ARGENTINA PARA CIEGOS, Actas de la Comisión Directiva y Memorias Anuales.
LLANES, Ricardo M. – “El barrio de Flores”, Cuadernos de Buenos Aires XXI, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1964.
OCAMPO, Carlos – “Los ruiseñores ciegos”, en revista El Suplemento, Buenos Aires, septiembre de 1926.
PEGORARO, Antonio – “Introducción a una historia de la tiflología argentina”, Editora Nacional Braille, Buenos Aires, 1965.
PRIGNANO, Ángel O. - “Buenos Aires: el barrio de Flores y sus hechos”, Junta de Estudios Históricos de San José de Flores, Buenos Aires, 2002.
PRIGNANO, Ángel O. – “Una historia de relieve. Biblioteca Argentina para Ciegos (1924-2004)”, Biblioteca Argentina para Ciegos, Buenos Aires, 2004.
Imagen: Logotipo de la Biblioteca Argentina para Ciegos.

26 jun 2011

Cramer, un perro con calle


(De Javier Perpignan)

No se sabe cuándo nació, ni de dónde vino, ni quiénes fueron sus padres, lo cierto es que algún día de 1997 fue encontrado con su hermana en una caja de cartón en la intersección de la avenida que inspiró su  nombre con la calle Jaramillo. Desde ese momento, Cramer hizo que esa parte de Saavedra fuera un poco más feliz. Los vecinos Alejandra y Roque lo adoptaron como propio, pero este simpático perrito, ya crecido, no aguantó el encierro y destruyó rejas, puertas y paredes con tal de salir a la calle. Así ganó el barrio y, a fuerza de cariño y travesuras, se convirtió en la mascota de todos. Otra vecina de la cuadra lo describió como “la versión saavedrense de Fernando”, aquel perro vagabundo de Resistencia que vivió en la capital chaqueña en la década del 50 y que se había hecho conocido entre los habitantes de la ciudad por frecuentar bares y conciertos a los que concurrían músicos, artistas y políticos de la zona.
Recopilar el anecdotario de Cramer será una tarea ciclópea. Cualquier persona que haya vivido en los últimos años por la cuadra de Cramer y Jaramillo conocerá alguna aventura del perro de todos. Sobre todo si era usuario de la línea 151. En más de una oportunidad el pichicho acompañó a algún vecino en su viaje de ida, para emprender el regreso del mismo modo. Un día Judith, su veterinaria de cabecera, tenía que hacer un trámite en el Banco Nación de Paroissien y Cabildo. Cramer la acompañó e hizo la cola con ella. El problema se planteó cuando el personal de seguridad, al descubrirlo, lo echó de la  sucursal. Testigos de aquel día aseguran que el perro esperaba que alguna persona ingresara a la sucursal por la puerta giratoria para colarse nuevamente. Luego de ser echado en tres oportunidades, el personal de seguridad se rindió y lo dejó que acompañara a Judith. Una vez finalizado el trámite, ambos se retiraron como si no hubiese pasado nada. Desde allí Cramer fue hasta la casa de Graciela, otra vecina de la cuadra, y le “tocó” la puerta para entrar y descansar un rato.

GALÁN DE TELENOVELA
Desde luego, cada vez que el amor llegó a su corazón, Cramer no escatimó esfuerzos para llegar a su amante. Diversos testimonios aseguran que cada vez que una perrita mestiza llamada Lila entraba en celo, el fiel enamorado era capaz de estar sentado todo el día en la puerta de su prometida. Dicen los vecinos que presenciaron la escena que sólo le faltaba la caja de bombones y las flores. Pero a la hora de mostrar coraje, Cramer sacaba a relucir todo su temperamento. Un día se acercaron dos perros callejeros que no eran del barrio. Ante la amenazante presencia de los intrusos, la mascotas de Saavedra protegió a su novia Lila por si alguno quería sobrepasarse y no se separó de ella hasta que el peligro pasó por completo. Por supuesto, alguna vez un vecino se lo encontró merodeando por el quinto piso del edificio en donde aún vive Lila: esperaba a su novia para dar juntos una vuelta.
Menos mal que Lila no lo conoció cuando era más joven. Resulta que en sus años mozos era acosado por otro perro, más precisamente un mastín napolitano, y cuando se las veía complicada “se hacía el muerto” echándose al piso. Se reincorporaba recién cuando el rival se alejaba mansamente. Nuestro héroe abría los ojos y hacía lo mismo, pero para el otro lado. Cuando la salud flaqueaba y necesitaba atención médica, Cramer no dudaba: iba a visitar a Judith, su veterinaria de cabecera, y “se plantaba en la puerta” esperando el turno para su atención. En los últimos años de su vida se transformó en un habitué de la carnicería de Miguel, ubicada en Vidal y Jaramillo. Allí esperaba que el carnicero le diera las sobras del día. Increíblemente, a menos de un metro, los gatos de la cuadra también aguardaban por la ración diaria de carne picada, totalmente confiados. Cramer era muy respetuoso de sus amigos felinos.
Su espíritu indómito fue decayendo después de una operación en los testículos a causa de un cáncer. Murió apaciblemente el 12 de marzo de 2011 en la casa de Roque y Alejandra Carly, una vecina bichera de Saavedra; todavía le perdura la emoción cuando recuerda el inédito homenaje que se le hizo a Cramer el 2 de abril, en la esquina de la carnicería de Miguel. “Es muy interesante la movida que organizaron los vecinos. No tengo recuerdo de que se haya hecho algo así en la ciudad. Menos aún si tenemos en cuenta que en la puerta de la carnicería de Miguel de Vidal y Jaramillo Cramer ya tiene su placa recordatoria. Estuvimos casi todos los que alguna vez nos cruzamos con él. Hasta       Lila dio el presente”.
La primera estrofa de la eterna canción de Alberto Cortez, Callejero, resume a la perfección la vida de este perrito: “Era callejero por derecho propio/ su filosofía de la libertad/ fue ganar la suya, sin atar a otros,/ y sobre los otros no pasar jamás.”
Seguramente, cada vez que alguien recuerde a Cramer esa parte de Saavedra volverá a ser un poquito más feliz.
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Fotografía: Cramer.
El texto y la imagen fueron tomados del periódico El Barrio, Nº 146, mayo 2011.

24 jun 2011

Crimen pasional en el hotel “Watson” de Belgrano


(De Arnaldo J. Cunietti-Ferrando)

Thomas Watson era un inglés emprendedor que fundó en la segunda mitad del siglo XIX en la recova lindera con el Iglesia de la Inmaculada Concepción y frente a la plaza, el hotel más importante existente en el entonces pueblo veraniego de Belgrano, hoy barrio de la capital. Poco es lo que se conoce de su biografía; nosotros hemos descubierto que había nacido en Londres en 1837, radicándose en la Argentina en la década de 1860 como comerciante. Aquí casó el 3 de febrero de 1868 con una dama de familia inglesa, Isabel Trevenen Knight, nacida en Buenos Aires en 1844, con la que tuvo su primer hijo, Enrique en 1868. Su hotel se estableció años antes de erigirse a su flanco la iglesia de la Inmaculada Concepción y tenía un cocinero escocés llamado Diego Gossart y mozos de origen italiano. Algunos afirman que se desempeñó algún tiempo como funcionario del ferrocarril, pero no encontramos información que lo avale. Sabemos que era comerciante y que estableció una sucursal del hotel “Watson” en el pueblo de San José de Flores, que en 1887 ofrecía además de alojamiento, un restaurante con platos selectos.
Tan importante era el Watson’s Hotel de Belgrano que durante la revolución de 1880, cuando las autoridades nacionales se establecieron en esa población, fue elegido para alojamiento del presidente de la Nación Dr. Nicolás Avellaneda, de Domingo F. Sarmiento y de otros personajes. En 1885, según cuenta Enrique Mayochi, el hotel “Watson” sirvió también de sede al Club Unión, uno de los más prestigiosos del entonces pueblo de Belgrano y más tarde, cerrado el hotel, su planta baja se convirtió en locales comerciales y los altos en viviendas y consultorios.
Inútil es tratar de rescatar, durante su período de actividad, a todos los personajes importantes que durmieron en ese emblemático edificio. Pero sí, recordar que uno de ellos, era un médico español llamado Vicente Castañeda, que se alojó allí en mayo de 1878 y que fue involuntario espectador y protagonista de un hecho pasional, que conmovió al vecindario de entonces, al punto tal que lo recompensaron con una medalla de oro, gracias a la cual podemos hoy recordarlo para la historia del barrio.
Esta pieza que hace muchos años obra en nuestra colección, nos intrigó con su enigmática leyenda: “Los vecinos de Belgrano al médico Vicente Castañeda” y en el reverso “Gratitud a sus servicios. Mayo 1878”. ¿Por qué el vecindario le otorgó esta medalla? ¿Quien era Castañeda y qué servicios había prestado?
Finalmente pudimos resolver la incógnita. Para ello debimos remontarnos al 28 de abril de 1878, cuando atracó en nuestro puerto, un buque que hacía la travesía desde Hamburgo a Buenos Aires trayendo contingentes de inmigrantes alemanes. Entre ellos se encontraba el matrimonio formado por Teresa y Carlos Scheiber con sus tres hijos de corta edad. Los acompañaba el joven Julio Rohlfs, amigo de la familia. Tanto Teresa como Julio eran jóvenes de buena presencia, de unos 25 años de edad. Desembarcados en el puerto, el matrimonio se alojó en el Hotel de Inmigrantes; Julio prefirió dirigirse a la ciudad.
Pero he aquí que dos días después, abandonando a su esposo e hijos, Teresa desapareció del hotel. Don Carlos inició averiguaciones para dar con su paradero, recorriendo en compañía de un empleado del Hotel de Inmigrantes que le hacía de intérprete, todos los hoteles o alojamientos de Buenos Aires sin lograr una pista cierta. Finalmente consiguió averiguar que su esposa había huido en compañía de su amigo Julio, que resultó ser su amante.
Los dos jóvenes alemanes salieron de incógnito de Buenos Aires y se trasladaron al pueblo de Belgrano, alojándose en el hotel de Watson, donde pensaban pasar desapercibidos. Pero no lograron despistar al marido, quien cuatro días después, el 3 de mayo, obtuvo noticias del lugar donde se refugiaban y acompañado siempre de su intérprete, se dirigió resueltamente al hotel de Belgrano. Una vez allí...
Pero dejemos que un ignoto periodista de la época nos cuente cómo continúa la historia: “Carlos penetró resueltamente al interior de las piezas ocupadas por Teresa y Julio. Teresa estaba en una pequeña salita y al ver a su marido se sintió dominada por el terror. Carlos, con voz firme y serena, le pidió que lo acompañase, a lo que iba a acceder Teresa, penetrando a la otra pieza para recoger una gorra. Pero no bien hubo entrado se sintieron dos detonaciones, una en pos de la otra. Julio, el amante de Teresa acababa de descerrajarle un tiro en la sien, pegándose el otro en el mismo sitio.
“Al ruido producido por las detonaciones acudió el Señor Watson y penetraron todos al lugar donde se desarrollaba el sangriento drama. Los dos amantes yacían tendidos por el suelo, cubiertos de sangre y agitándose ya en los dolores de una cruel agonía. La infeliz esposa estaba embarazada de un niño de ocho meses, según los informes recogidos. Mientras la madre agonizaba, el inocente hijo se agitaba en sus entrañas.
“¿Por qué la muerte había de envolver también a aquella infeliz criatura? Los momentos eran supremos y angustiosos. Fue entonces cuando el médico doctor Castañeda decidió intervenir, acometiendo con fe la noble empresa de arrancar esa víctima pura e inofensiva de las garras inexorables de la muerte.
“La madre ha muerto: su hijo vive. Los espectadores volvían la vista de aquel cuadro conmovedor, apretándose el corazón. Inmediatamente el cura bautizó a aquel desgraciado, que a falta de regazo maternal al venir a la vida, había encontrado personas extrañas que con piedad cristiana lo estrecharon con caridad en sus brazos. El joven Julio expiró un cuarto de hora antes que su infortunada compañera. Para concluir diremos que Carlos y su intérprete fueron detenidos por la autoridad hasta el completo esclarecimiento de este trágico suceso”.
El diario La Nación del 4 de mayo, señala que fueron rectificados algunos detalles de la narración anterior y “parece que fue mal informado el colega de La Prensa al dar cuenta ayer de este suceso, en la parte que se refiere al autor de los asesinatos”.
El mismo periódico informa que el recién nacido por medio de una cesárea, murió ayer temprano, siendo piadosamente sepultados los tres cadáveres en el cementerio local. “El amante de Teresa dejó una carta, como asimismo deja otra Teresa. Aquel dispone el reparto de sus bienes y esta pide perdón al cielo por haber abandonado a su esposo, con quien se casó sin tenerle cariño. Se ve pues, que estos infelices tenían ya la idea de quitarse la vida y que Julio aprovechó la presencia de Carlos para poner fin a sus días y a la de su concubina.”
A continuación el diario reproducen las dos cartas de los amantes:
“TESTAMENTO. Obligado por las circunstancias y voluntariamente no hay nada que me pueda convencer de seguir sufriendo esta vida penosa, desde que lo mas querido en el mundo me lo quieren arrebatar. Al que lea estos renglones le ruego encarecidamente los entregue al Cónsul Alemán de aquí, para que éste dé noticias mías a mis parientes en Tismach y para que les comunique mis últimas disposiciones. Yo nada he hecho que se me pueda reprochar. No he hecho sino lo que hubiera hecho cualquier hombre honesto, quitando al tirano la víctima, a la que durante seis años la hizo una vida de penas, siendo la criatura más paciente. Encomiendo mi alma a Dios, a quien pido me perdone mis pecados.   Julio Rohlfs.”
La carta de la joven Teresa dice así:
“Señor Augusto Schafft Walterhansen.
“Estoy cansada de vivir por el tratamiento que me ha cabido por parte de mi marido. Mas vale morir, que seguir en esta vida. ¡Querido padre! Te ruego cuides a mis hijos que dejo de tan mala gana. No puedo de otro modo. A mas no tengo nada para mi marido y al que me amaba me lo quieren quitar! Por eso más vale que muramos juntos! Les mando todavía a todos mis parientes mis últimos recuerdos. ¡Adiós a todos! Teresa Echeiber.”
Y para finalizar, acotaremos que el doctor Vicente Castañeda se dedicó a la profesión radicándose en la ciudad de Córdoba; fue un destacado profesional de la medicina y en esa ciudad viven todavía sus descendientes. Ahora por fin, como se consigna apretadamente en la medalla, pudimos saber cuáles fueron los meritorios servicios prestados por este destacado médico, al vecindario de Belgrano.
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Fotografía: Medalla acuñada al doctor Vicente Castañeda.

Buenos Aires, los libros y las calles


(De Daniel Antoniotti)

La toponimia porteña es abundante en nombres de políticos y militares, seguida por un buen número de denominaciones geográficas y hasta hay cabida para el recordatorio de algunas fechas significativas como 9 de Julio, 11 de Septiembre o 20 de Febrero.
La historia, podría decirse, predomina sobre la geografía, pero ¿qué queda entonces para la literatura? Allí entran a tallar los escritores, y desde Homero (en Villa Luro) hasta Borges (en Palermo), pasando por Shakespeare (en Saavedra) y Marechal (en Villa Crespo), Alfonsina Storni (en Villa Urquiza) y Lord Byron (en Villa Luro) son muchos los hombres de letras (no tantas las mujeres) que se han incorporado a la nomenclatura de nuestras calles.
Algunos, a sus méritos con la pluma, sumaron su condición de luchadores en la actividad política y en la milicia, como Sarmiento, José Hernández o Lucio V. Mansilla. Hasta aquí nada nuevo  bajo el sol o sobre el pavimento (o el empedrado o aun los baches). Sin duda resultarán incontables las ciudades que honran de esta manera a sus artistas equiparándolos a los hombres de estado. Pero a veces, sobre el autor se levanta su obra y en un puñado de calles – la mayoría modestos pasajes– de Buenos Aires se honra a libros trascendentales para la literatura argentina y también para la universal.
En el poco reconocible barrio de Monte Castro (absorbido en su identidad por vecinos de más personalidad como Villa Luro, Floresta o Devoto) una callecita de cinco cuadras se llama Martín Fierro. No hay ranchos, ni fortines ni tolderías, sino casas bendecidas por una generosa arboleda en ambas veredas. En cuatro de sus cinco esquinas pareciera que la literatura occidental, desde sus mismas raíces, honrara al poema gaucho en los cruces con las calles Virgilio, Lope de Vega, Molière y Víctor Hugo.
La zona en que Villa del Parque se aproxima al límite con La Paternal resulta ser pródiga para la memoria de las letras. En dos cuadras quebradas y despojadas de vegetación como la meseta castellana, tiene su corto recorrido el pasaje El Quijote. Algunas construcciones de piedra refuerzan un escenario propicio para las asociaciones con la novela de Cervantes.
Ya en La Paternal, muy cerca de la cancha de Argentinos Juniors, con edificios de relativa altura en medio de una barriada chata, el pasaje El Método evoca la obra cumbre de Renato Descartes.
También en Villa del Parque, muy cerca de las vías del Ferrocarril San Martín, un bar de aquellos que resisten pese a todo, se encuentra en la esquina que hacen el pasaje que evoca al poema El Misionero y la calle que lleva el nombre de su autor, Ricardo Gutiérrez.
No muy lejos de allí, en la frontera de Santa Rita con Villa del Parque, se alza uno de los llamados “barrios de las mil casitas” con cuadras de diez metros y manzanas rectangulares en las que afloran ignotos pasajes. Uno de ellos recuerda un plañidero canto, entre épico y lírico, de José Mármol, El Peregrino. Construcciones de relativo lujo y arquitectura distinguida se alternan en un corto recorrido.
Otro de estos barrios de “casitas baratas” se encuentra del lado sur de Liniers, y es nuevamente Mármol el evocado con su mayor obra en prosa, Amalia. Aquí los pasajes parecen muy favorables para las obras canónicas de la literatura argentina ya que se ven honrados Alberdi, en la calle Las Bases, Echeverría en La Cautiva y Sarmiento en el pasaje Facundo. Pero el Sarmiento escritor no agota aquí sus reconocimientos callejeros, como si no le bastase haber dado su nombre a una calle y a una avenida. Muy cerca del parque Nicolás Avellaneda (ministro de Educación cuando el sanjuanino fue presidente) un pasaje semicircular se denomina Recuerdos de Provincia. Paralelo a éste, haciendo una curva de dos o tres cuadras está la calle El Profeta de la Pampa, una de las obras en las que Ricardo Rojas analiza a Sarmiento. En la primavera, floridos jacarandáes contrastan con el recuerdo del importador del eucaliptus.
Uno de los nombres más curiosos de la geografía porteña se encuentra en Villa Real. Se trata del pasaje El Nene. Y todavía no podemos alejarnos de la terrible evocación de la sombra sarmientina, como si la ciudad parafrasease las primeras líneas del “Facundo”, porque “El Nene” fue el título del primer libro de lectura argentino y lo escribió un pedagogo discípulo de Sarmiento, el maestro Andrés Ferreyra.
Con la blancura de una aldea mediterránea, el pasaje Santos Vega en las tardes luminosas parece emular a aquel sol que ilumina “sobre la pampa argentina/ …/ con luz brillante y serena/ del ancho campo la escena”, tal como lo cantó Rafael Obligado en la primera estrofa de la obra que trae a la memoria a aquel payador de la “larga fama”. Esa es la mansedumbre de los chalecitos blancos de esta minúscula arteria de Villa Pueyrredón, Santos Vega, personaje sobre el que, además de Obligado, también escribieron Bartolomé Mitre, Hilario Ascasubi y Eduardo Gutiérrez, entre otros muchos.
La desolación del joven Fabio cuando vio alejarse por última vez a Don Segundo Sombra pareciera ser la misma que se aprecia en el pasaje que recuerda la novela de Ricardo Güiraldes. En medio de los grises del Bajo Flores, esta callecita se desluce con un cementerio de automóviles que ofrece un paisaje oxidado desde una de sus esquinas y se le agregan, además, un rosario de casuchas ruinosas o venidas a menos a lo largo de las veredas.
En el Parque Chacabuco, más precisamente en lo que queda del barrio Cafferata, los vecinos del pasaje Caperucita toman mate en la vereda, confiados en que no aparecerá el lobo feroz, como si su existencia fuese una patraña legendaria o una disparatada invención de Perrault o los hermanos Grimm.
Hasta ahora nuestro periplo ha recorrido a los saltos pasajes y callejones de modestísima longitud, por lo que se destaca como honrosa excepción la calle Tabaré que recorre, jalonada de fábricas desiertas, depósitos sórdidos y talleres que languidecen, buena parte de Lugano y Soldati para prestigiarse cuando se arrima a Pompeya. Es que los otros nombres recordatorios de la literatura parecen estar olvidados en medio del damero ciudadano. Pero la calle identificada por este poema épico del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín tiene en  una esquina el reconocimiento de la Embajada del Uruguay y del Club Oriental. Y no es en cualquier esquina, por cierto, sino en la que Tabaré se cruza con Centenera. Esquina inmortalizada por la letra del tango “Manoblanca”, escrita por Homero Manzi y musicalizada por Arturo De Bassi. Allí está el Museo Manoblanca, y en un colorido paredón vemos escritos los célebres versos que entonaba un carrerito del barrio del Once: “¡Bueno!...¡Bueno!... ¡Ya salimos!/ Ahora sigan parejo otra vez,/ que esta noche me esperan sus ojos/ en la avenida Centenera/ y Tabaré”.
El nombre del indio charrúa fue poetizado por Zorrilla de San Martín y luego se le rindió homenaje al libro en una calle. Manzi tomó el nombre de la calle y volvió a hacerlo poesía. Como en un juego barroco frente al que algún lingüista presuntuoso hablaría de la resemantización de los significantes.
A esta largamente caminada reseña bibliográfica le estaría faltando una calle o un libro, como prefiera llamársele. La calle que trae al recuerdo un texto muy particular, Constitución. El socialista Ferdinand de Lassalle, en su concepto escéptico sobre la significación de lo jurídico en un estado burgués, sostenía que una constitución es sólo un trozo de papel. Por lo tanto, para este autor alemán del siglo XIX. la calle Constitución, esa que circula por varios barrios del sur porteño (de San Telmo a Boedo) y hasta lleva el nombre de uno de ellos, recordaría simplemente a un libro. Claro que la conciencia cívica adquirida en buena medida a los golpes (sin quererlo afloró el doble sentido) nos enseña que una constitución, nuestra Constitución en el caso, es mucho  más que eso.
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Imagen: Nomenclador urbano de la calle Evaristo Carriego (Foto tomada de mahspedia.es)
Texto tomado de la revista Historias de la ciudad, Nº 3, Bs. As., marzo, 2000.

23 jun 2011

Cuál es el mejor barrio de Buenos Aires para vivir


(De Martín Tetaz)

De acuerdo con la ultima medición de la consultora internacional Mercer, Viena es la ciudad del mundo con mejor calidad de vida, sumando 108 puntos en un ranking que tiene como base de comparación a Nueva York, ciudad que, con 100 puntos, se ubica en el puesto número 49.
Buenos Aires, con 88,8 puntos, alcanza el 78º escalón, en el mismo pelotón de San Juan de Puerto Rico, Montevideo y Santiago (92,8, 88,6 y 84,4, respectivamente). La buena noticia es que los porteños subimos un punto en comparación con 2007.
En contraste con la capital austríaca, el peor lugar del mundo para vivir es Bagdad, que, en el puesto número 221, sólo suma 14,7 puntos. Sólo ocho puestos más arriba se sitúa Puerto Príncipe, capital de Haití. Managua y Caracas, en los puestos 156 y 165, completan el triste podio de las peores ciudades latinoamericanas.
El ranking construido por Mercer se basa en un índice que pondera diez categorías y es una buena aproximación a la calidad de vida de una ciudad, pero deja fuera una variable central que define cuáles son los lugares más deseados para vivir: los vecinos.
De acuerdo con el relevamiento de
la Subsecretaría de Planeamiento de la Ciudad de Buenos Aires, comprar un departamento en Puerto Madero cuesta 3.842 dólares por metro cuadrado; el segundo barrio más caro es Retiro (2.324 dólares), seguido por Recoleta, Palermo y Belgrano (2.173, 2.120 y 1926 dólares por metro cuadrado, respectivamente).
Sin embargo, en el libro The Quality of Life in Latin American Cities, publicado el año pasado por el BID, se editó un artículo del CEDLAS (UNLP) que mide la calidad de vida en 48 barrios porteños y llega a la conclusión de que los mejores barrios
son Colegiales, San Nicolás y Villa Ortúzar. ¿Es que la gente es estúpida y no se da cuenta de que se vive mejor en barrios más baratos? ¿O será que lo que los investigadores creen que determina una buena calidad de vida no es lo que valoran los vecinos a la hora de comprar una propiedad?
Dirigido por Guillermo Cruces, el estudio de la Universidad Nacional de La Plata tiene dos partes. En la primera, se comparan todos los barrios a partir de un conjunto de indicadores objetivos que miden la distancia promedio de los vecinos a escuelas, hospitales, espacios verdes, centros comerciales, bocas de subte, estaciones de trenes, autopistas y avenidas.
Chacarita aparece ahí como el mejor lugar para vivir, aunque si se descuenta su cercanía al cementerio (que califica como espacio verde), entonces Colegiales toma la delantera, seguido por San Nicolás, Villa Ortúzar y Belgrano.
Villa Real, Villa Riachuelo y Versalles son los peores barrios del ranking, y otra vez aparece la curiosa diferencia cuando miramos los precios, porque los departamentos más baratos se consiguen en Villa Lugano y Parque Avellaneda (1.021 y 1.023 dólares por metro cuadrado, respectivamente).
Sin embargo, los barrios donde más distorsión parece haber no están en los extremos. Balvanera está sexto en calidad de vida, pero hay 27 barrios más caros. Paternal está 13º, pero en el ranking de precios ocupa el lugar número 33. Entre los barrios más sobrevalorados están Saavedra y Villa Devoto; el primero de ellos es el décimo más caro, pero está 34º en calidad de vida, mientras que el barrio que limita con San Martín está 38º en el ranking de calidad, pero 14º en el de precios. Puesto en castellano, Balvanera y Paternal son barrios que están muy baratos, mientras que en Saavedra y Villa Devoto parecen estar los precios inflados.
Para estudiar por qué existían estas diferencias, en una segunda parte del trabajo, los investigadores del CEDLAS decidieron hacer un relevamiento propio y preguntarles directamente a los vecinos de Palermo, San Cristóbal, Caballito y Avellaneda (este último, para tener una comparación con el GBA) cuan satisfechos estaban con la calidad de vida de sus barrios, pero también indagaron sobre un amplio conjunto de variables que, a priori, se suponía que podían influir en la calidad de vida, yendo desde el ejercicio de la prostitución y la venta de drogas en las calles hasta la presencia de hospitales y escuelas, pasando por la congestión del tráfico, la contaminación visual y auditiva, el estado de calles y veredas, la performance de la policía y los niveles percibidos de seguridad, entre otras.
Los datos, analizados con una sofisticada tecnología econométrica, mostraron resultados de lo más interesantes.
Caballito, y no Palermo, se alzó con el primer lugar en el ranking (dentro de los cuatro barrios analizados). San Cristóbal terminó último.
El estado de las veredas, la presencia de actividades culturales y de recreación, la calidad y disponibilidad de espacios verdes, la seguridad durante el día y la ausencia de polución, ruidos molestos y gente pidiendo por las calles son
todas variables que afectan significativamente la calidad de vida del barrio, según los propios vecinos. Contrariamente a lo que muchos pueden pensar, la presencia de animales sueltos, el ejercicio de la prostitución, la escasez de comercios, la forestación de las veredas, la recolección de residuos, el acceso al transporte público y la iluminación de las calles son variables que no afectan la percepción de los vecinos sobre la calidad de vida en su barrio.
Pero la sorpresa mayor estaba aún por venir: de todas las variables analizadas, la que impacta de manera más potente en la calidad de vida de un barrio es la calidad de los vecinos que te tocan en suerte. Esto explicaría por qué la gente no valora tanto la cercanía a escuelas, hospitales, comercios, espacios verdes, centros de salud y medios de transporte
Colegiales puede tener mejor calidad de vida, pero la gente prefiere pagar más por vivir en Palermo o Recoleta, porque esos barrios parecen garantizarle el acceso a mejores vecinos.
La distorsión entre el precio de los departamentos en algunos barrios y la calidad de los servicios obedece entonces a la presión de la gente por segregarse. Las personas de más altos ingresos demandan propiedades en barrios donde habitan vecinos de similares características, y de este modo hacen que suban fuertemente los precios de las propiedades, lo que garantiza que quienes no están en un mismo nivel no puedan ingresar en el barrio.
Este resultado puede ser una novedad empírica, pero no hace otra cosa que corroborar la hipótesis teórica que le valió a Thomas Schelling el Premio Nobel de Economía en 2005: la gente no sólo se autosegrega, sino que, incluso, está dispuesta a pagar para hacerlo, lo que muestra su gusto por la discriminación.

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Imagen: Buenos Aires a vista de pájaro. (Foto tomada de: sobreargentina.com
Nota tomada de conexionbrando.com

Buenos Aires


(De Cristina Vázquez)

Yo me quiero denunciar el alma
con esta casi partida de nacimiento.
Y que me tome el todo Buenos Aires,
esa cosa que me toca vivir por gran accidente.
Que me toca el alma con un tango
de transparente soledad.

Hay años de eternos hacedores de cultura,
libros y libracos.
Barcos y pintores.
Y hay un amigo, un río, un amor,
y una interminable vorágine de
ciudad-corto-circuito.
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Imagen:  Trasbordador y Puente Nicolás Avellaneda, La Boca (foto tomada de skyscrapercity.com )
Tomado del libro conjunto: Vocación de Buenos Aires, Ediciones Del Alto Sol, Bs. As., 1968.