26 feb 2011

César Hipólito Bacle, precursor del arte argentino


(De Diego Ruiz)

Cuando Alois Senefelder inventó la litografía, en 1796, ocasionó una verdadera revolución en las artes gráficas. La baratura, simpleza y facilidad de aprendizaje del procedimiento, en comparación con las técnicas tradicionales del grabado, aseguraron su pronta y masiva popularización y, a partir de la segunda década del siglo XIX, en forma de propaganda política, de difusión periodística y de actualidad o, simplemente, en función estética, la litografía penetró en los hogares de todo nivel social. Su arribo a estas costas fue relativamente temprano, pues en 1827 Juan Bautista Douville, establecido con casa de comercio y librería en la calle Piedad (actual Bartolomé Mitre), asociado con el grabador Louis Laisney publica varios retratos de personajes tales como los generales Lucio N. Mansilla y Alvear y del almirante Brown.
Por esta época arribaron los Bacle a Buenos Aires, en el marco de la “inmigración ilustrada” fomentada por Rivadavia. Y decimos “los Bacle” por considerar que la tarea desarrollada por Andrea Bacle (nacida Adrienne Pauline Macaire en 1796, en el cantón suizo de Ginebra) al lado de su esposo es parte indisoluble de la obra de éste. El primer trabajo que circuló entre nosotros, no se sabe si impreso aquí o en Europa, es precisamente un retrato de Don Bernardino Rivadavia, President des Provinces Unies de Rio de la Plata dibujado por Andrea, sobre el grabado de Turner que se conserva en el Museo Histórico Nacional. Varios serán los artistas que colaborarán con Bacle, algunos de los cuales darían luego que hablar: Arthur Onslow, Charles Henri Pellegrini, Amadeo Gras, H. Moulin, Jules Daufresne, Alfonso Fermepin, J. F. Guerrin, etc.; pero fue el lápiz de Andrea –formada artísticamente con la miniaturista Jeanne Henriette Rath, discípula a su vez de Jean-Baptiste Isabey– el que más contribuyó a la producción bacleana. Su ingente obra para la empresa familiar es la que más se ha conservado, de la cual podemos destacar los retratos de Manuel Dorrego, Manuel Belgrano y Juan Facundo Quiroga, así como la Ejecución de Vicente y Guillermo Reinafé y de Santos Pérez, quedando de su labor como miniaturista tan sólo el retrato de su esposo, que éste obsequió al pintor Fernando García del Molino.
En esta primera época comenzó Bacle la publicación de los famosos álbumes Trages (sic) y Costumbres de la Provincia de Buenos Aires, cuya primera serie es de 1830, alcanzando a publicarse sólo tres láminas, “Un gaucho”, “Repartidor de pan” y “El lechero”, delineadas por Onslow, por lo que se le reconoce como introductor de la estética romántica en nuestro medio.
En 1832, tras haber tenido inconvenientes con el gobierno y su Decreto de Imprenta del 1º de febrero –que impedía regentear imprentas a los extranjeros–, Bacle debió abandonar su establecimiento de la calle 25 de Mayo, transfiriéndolo a José Alvarez como administrador y cesar el 13 de febrero la publicación del Boletín del Comercio, iniciada el 6 de septiembre de 1830. Solidariamente, Andrea cerró el Ateneo Argentino, institución educativa para señoritas que había abierto sus puertas el año anterior –tras innumerables trámites y solicitudes de permiso ante las autoridades– al lado del establecimiento litográfico. Desilusionados con las posibilidades del país, los Bacle parten con sus hijos, el 5 de marzo de 1832, a la isla de Santa Catalina para estudiar su historia natural. Allí, durante diez meses, trabajan en una Historia Natural de la Provincia de Santa Catalina, que según Alejo González Garaño –uno de nuestros mayores iconografistas–
formaría una obra dividida en cuatro volúmenes, más uno de láminas, vistas del puerto, de la rada y de un gran número de plantas y flores, algunas no descritas hasta entonces, tomadas del natural por la señora de Bacle. Forman, además, colecciones considerables, compuestas de 2.000 pájaros embalsamados, así como de cuadrúpedos, insectos, de 12.000 preparaciones botánicas, etc..A principios de 1833, la pareja recibe noticias de Buenos Aires que les aseguran poder retomar el establecimiento litográfico, por lo cual emprenden el regreso con tan mala suerte que, el 18 de marzo y a la altura de la Isla de los Lobos, el buque naufragó, perdiendo Bacle treinta y dos cajones con el trabajo realizado y, lo peor, las piedras litográficas. A pesar del quebranto moral y económico, el suizo peticiona nuevamente al gobierno y obtiene el permiso para dirigir la Litografía del Estado. Retoma entonces la publicación de los Trages y Costumbres..., editados ahora en forma de cuadernos de seis láminas cada uno, que tuvieron gran popularidad y hoy son joyas iconográficas. Se realizaron dos ediciones, una en blanco y negro y la otra coloreada a mano, entre los años 1833 al '35, siendo el más famoso de estos cuadernos, en su época y hasta nuestros días, el llamado Estravagancias (sic) de 1834 –cuyo diseño y coloreado a mano se presume de Andrea– en el cual se caricaturizaba, con gracia y delicadeza, la moda de los enormes peinetones que usaban las damas de la época.
A mediados de 1836 Bacle viajó a Chile pensando emigrar, dados los múltiples inconvenientes y encontronazos que le deparaba la situación política local. A su regreso, Calixto Vera, un familiar político de Bernardino Rivadavia, urdió una celada –hoy diríamos una cama– que llevó a Bacle, acusado de espionaje y engrillado, a la cárcel el 4 de marzo de 1837. Hasta el cuartel del Retiro se acercó su esposa, pero ni su llanto ni las posteriores diligencias y súplicas de destacados miembros de las colectividades francesa e inglesa, así como de sus cónsules, lograron conmover a Rosas. Finalmente, al borde de la locura y con la salud deshecha, Bacle fue liberado, sin explicaciones, en los últimos días de 1837 para morir el 4 de enero de 1838. Pocos días después, el juez ordenó el embargo y venta de los pocos bienes que quedaban a la familia. Andrea Bacle, acompañada por sus dos hijos, embarcó para Europa el 2 de marzo de 1838, para morir en Ginebra el 22 de octubre de 1855. Diez años habían pasado desde su llegada, llena de ilusiones, a estas tierras.
Buenos Aires fue ingrata con Bacle hasta en el recuerdo, pues su nombre fue dado a una calle de tan sólo una cuadra que corre desde Mariano Acosta hasta Martínez Castro, entre Juan Bautista Alberdi y Rafaela, en el barrio Vélez Sarsfield. Pero la semilla que sembró en el arte argentino pronto comenzó a dar sus frutos, pues para la misma época de su desgracia personal Gregorio Ibarra instalaba su Litografía Argentina, en la cual recalaron muchos de los artistas que habían trabajado con Bacle, publicando láminas y álbumes de retratos y escenas populares. Entre ellos descollaba un jovencito que, junto al ya nombrado García del Molino, integraba la primera promoción de la Escuela de Dibujo y estaba llamado a convertirse en nuestro primer pintor nacional: Carlos Morel.

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Imagen: Facundo Quiroga, litografía de César Hipólito Bacle.
Nota tomada del periódico: Desde Boedo.

23 feb 2011

"Pedro Telmo"


(De Gabriela Sharpe)

Bodegón, paredes recién pintadas, ventilador de techo, largo mostrador, mesas de fórmica, otras de madera, la mayoría con movimiento propio, que el cliente, sabedor, coloca un papel bien doblado debajo de alguna de las patas, un televisor encima de una heladera, manteles de papel, es todo el decorado. Ubicado en Bolívar 962, pegadito al Mercado de San Telmo. La foto de un sonriente Carlitos Gardel nos da la bienvenida.
Bodegón, fonda, restaurante de barrio. Atendido por sus dueños, desde hace más de quince años. Abierto todo el día, sólo cierra el 24 y 31 de diciembre de cada año.
Las pizzas y pastas son su especialidad.
Como todo bodegón que se precie de tal, el cliente come lo que el mozo quiere.  En este punto vale la pena aclarar que la estrella del lugar es Horacio, que con su voz ronca, y sin bandeja a la vista, se presenta y ofrece el menú, verbalmente.
Uno escucha las alternativas culinarias, opta, pero él con una sonrisa pícara sugiere lo que en definitiva uno termina degustando.
Horacio, el mozo, va y viene, murmura con el cocinero, chamuya con aquella turista alemana de escote pronunciado, no para de hacer chistes,  lleva más mesas y sillas a la vereda, atiende rápido y convence  de prisa.
Entre los ventiladores de techo y los tres ventanales que dan a la calle corre una brisa especial, que no es producto del aire acondicionado, en este bodegón no se lo extraña,  la corriente de aire que se produce es tan fresca, tan juguetona, tan mimosa, que sólo precisa algunos segundos para levantar los manteles de papel de las mesas prolijamente colocados por Horacio y hacer de las suyas.
Al  parroquiano, que conoce las mañas del lugar, se lo distingue fácilmente del turista, porque es aquel que permanece sentado equilibrando, disimuladamente, con el codo, el tembleque de la mesa y sosteniendo con la punta de los dedos el papel que cumple la digna función de mantel y de factura. A la hora de pagar Horacio da vuelta el papel, es decir el mantel, y con dedos ágiles hace la cuenta una y dos veces, por temor a equivocarse o por costumbre
A este  bodegón, fonda o restaurante de barrio vale la pena visitarlo, uno sale pipón de tan buena onda que se respira.

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Imagen: Fondo de barra de “Pedro Telmo”. (Foto: Buenos Aires Sos). 
Tomado de la página: Buenos Aires Sos.

La doble vida de Villa Ortúzar


(De Jorge Luchetti)
Si bien Villa Ortúzar tiene límites bien definidos, los sectores linderos con Belgrano y Villa Urquiza muchas veces son incluidos “confusamente” dentro de estos barrios Por supuesto, no siempre es una mera casualidad. Suele ser un recurso de las propias inmobiliarias del lugar con el fin de revalorizar las propiedades en venta. Es ni más ni menos que una estrategia marquetinera de las empresas de bienes raíces flexibilizar los límites de nuestros barrios. Se busca la posibilidad de extender el mercado de mayor estatus utilizando la franja lindante, más económica, para poder darle los valores del metro cuadrado que se aplican en las zonas de mayor demanda.
Pero esta situación no sólo se da en Villa Ortúzar. En barrios como Coghlan o Villa Pueyrredón suceden situaciones similares; en varias ocasiones los avisos clasificados extienden los barrios de Belgrano y Núñez a límites cada vez más impensados. Otras publicaciones intentan aclarar en qué zona se encuentra la propiedad, publicando por ejemplo Belgrano-Coghlan, Belgrano-Ortúzar, etcétera. Un claro ejemplo de lo antes expuesto son las nuevas obras de la ex fábrica “Nestlé”, que está siendo promocionada como “Los Altos de Núñez” aunque los terrenos pertenecen a Coghlan. Esto que parece ser algo de poca importancia a su vez muestra una forma engañosa que termina por desorientar al comprador, quien cree haber adquirido una propiedad en un determinado barrio y en definitiva se encuentra viviendo en otro.
Pero no siempre es un problema inmobiliario. Por ejemplo, uno de los límites de Villa Ortúzar corre paralelo al borde del cementerio de Chacarita, lo que hace que el común de la gente que pasa por el lugar piensa que se encuentra en el barrio homónimo. No cabe duda de que estas situaciones tienen que ver con la forma arbitraria que se ha utilizado para demarcar los límites de cada barrio. A su vez, este pequeño rincón de la ciudad llamado Villa Ortúzar se encuentra dividido virtualmente por la avenida De los Incas en dos partes que viven en formas muy diferentes.
Hay una Villa Ortúzar que va desde Los Incas y llega hasta la calle La Pampa, con edificios deslumbrantes y viejas casonas rodeadas de verdes jardines, donde el valor de la propiedad es realmente alto. Del otro lado de la avenida, como lo describe Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres, “el viejo barrio de malevos  que ladran de melancolía frente a los incendiados crepúsculos” no ha cambiado mucho desde aquellos años. En esta parte las viviendas son a escala más modesta y aun no se ha perdido la costumbre de salir a tomar mate a la vereda.
En síntesis, la arquitectura de Villa Ortúzar es, como decía el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, el testigo menos sobornable de la historia del barrio.

TIERRAS DE COLEGIALES
Villa Ortúzar formó parte de las tierras que pertenecieron al Colegio Real de  San Carlos (hoy Nacional de Buenos Aires), conocidas como las “chacritas o chacaritas de los colegiales”. En 1827 se creó un pueblo llamado Chorroarín y allí fueron entregados terrenos a inmigrantes, que en su gran mayoría eran alemanes.
Se fueron sucediendo los diferentes dueños de estas tierras hasta que en 1862 veintiséis manzanas fueron compradas por don Santiago de Ortúzar. Las calles fueron trazadas siguiendo la geometría de la ciudad y se arbolaron sus veredas con una importante cantidad de eucaliptos. Don Santiago construyó su casa en el predio ubicado en las actuales calles Giribone, Heredia, 14 de Julio y Álvarez Thomas. Instaló también grandes palomares, de ahí que la zona fuera identificada como “El palomar de Ortúzar”. Los límites actuales del barrio son: Elcano, Forest, Triunvirato, Donato Álvarez, La Pampa y vías del Ferrocarril Urquiza.
En 1874 comenzaron los loteos, empezaron a verse por el lugar los primeros tranvías a caballo y en 1888 llegó a la zona el Ferrocarril Urquiza. En las décadas inaugurales del siglo pasado el incremento poblacional fue muy singular, lo mismo que las industrias. Las fábricas llenaron de humo los cielos del barrio y con el tiempo se fueron apagando. Una de las empresas más importantes que se instaló en el lugar fue Sudamtex, que en 1986, como tantas otras, lamentablemente cerró sus puertas.
Como sucede en la mayoría de los barrios de Buenos Aires, Villa Ortúzar carece de metros cuadrados de espacios verdes en proporción a su cantidad de habitantes. De todas formas nos encontramos con pocas pero singulares plazas, como el Paseo República de Filipinas, que recorre la avenida De los Incas desde Forest hasta Álvarez Thomas, con sus senderos  rojo ladrillo. Este característico bulevar se encuentra decorado por interesantes esculturas  y flanqueado por una lujosa arquitectura. En 1925 se construyó la plaza 25 de Agosto en el espacio que ocupaba el antiguo palomar. Debe su nombre a la comunidad uruguaya y a su prócer, Gervasio de Artigas. En 1940 se inauguró la plaza Antonio Malaver, ubicada a metros del cementerio de la Chacarita, entre las calles Montenegro, Girardot, Heredia y Estomba. Finalmente podemos citar a la plazoleta Dr. Roberto Koch, entre las calles Chorroarín y Donado.
Los antiguos vecinos suelen decir “en Villa Ortúzar tenemos todo”. Calles interiores que son tranquilas, que se unen a su vez a rápidas avenidas; un centro cultural bien moderno (avenida Del Campo 1340); la Parroquia San Roque (Plaza 1160), de estilo neorrománico,
construida en 1908 y símbolo del barrio; y el tradicional café “De los Incas”, frente al bulevar homónimo.
La memoria del barrio ha quedado inscripta en Marechal y Roberto Arlt, incluso en una de las más relevantes poesías escritas por Jorge Luis Borges, tal es el caso de “Último sol en Villa Ortúzar”: “Tarde como de juicio final./ La calle es como una herida abierta en el cielo./ Yo no sé si fue un ángel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura./ Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia./ Al horizonte un alambrado le duele./ El mundo está como inservible y tirado./ En el cielo es de día pero la noche es traicionera en las zanjas./ Toda la luz está en las tapias azules y en ese alboroto de chicas./ Ya no sé si es un árbol o un dios, ese que asoma por la verja herrumbrada./ Cuántos países a la vez, el campo, el cielo, las afueras./ Hoy he sido rico de calles y de ocaso filoso y de la tarde hecha estupor./ Lejos me devolveré a mi pobreza.”
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Imagen: "La Mezzetta", tradicional pizzería  del barrio de Villa Ortúzar. (Foto: taringa.net)
Material tomado del periódico El Barrio, diciembre de 2006.

10 feb 2011

Poema de la ciudad



(De Edgar Bayley)

en difícil amor y opuesta preferencia
en gesto y voz y calle sin cordura
y un adiós solamente
y un tango sin camino
hay un día que es tuyo al principio del mundo

y nombro contigo la vigilia y el viaje
y el muelle reinventado y el cielo sin las horas
y el largo error y la hierba del río
y un reflejo cualquiera y el favor de la sal

poeta en la presencia y el árbol sumergido
sueño secreto
ojos olvidados
mar sin culpa abierto
al cielo del estío

que giran en el frío o la lluvia del muro
tu tiempo de canales y deslices
cristal de noches entornadas
ternura y furia de tus años en pie.
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Imagen: Instantáneas de la ciudad de Buenos Aires.

9 feb 2011

Apareció el piano-pianola donde nació el tango “Adiós muchachos”

 

(De Ángel O. Prignano)
 
Si bien es cierto que Sanders fue un músico, pianista y compositor que no brilló demasiado en el ambiente musical de Buenos Aires, le cabe el gran mérito de ser el compositor de uno de los mayores éxitos de la canción ciudadana: el tango “Adiós muchachos”. El enorme Enrique Cadícamo lo recuerda en sus Memorias, concretamente en un párrafo referido a sus propios inicios en el estudio del piano. Allí revela su vecindad con Sanders: “Sabía que en 1709, B. Cristofori había inventado el piano y que muchos de mis amigos lo ejecutaban admirablemente sin conocer una nota: Julio Sanders, vecino mío, muchos años después autor del tango ‘Adiós muchachos’, tenía un estilo tan personal que encantaba escucharlo, lo mismo que Leclaire, Ferro o Rossi. Ejecutaban piano por la misma vocación que yo sentía”. Cadícamo tuvo varios domicilios en el barrio de Flores: Carabobo 451, Portela 106 y Camacuá 25.
El nombre completo del compositor del tango que nos ocupa es Julio César Alberto Sanders. De aquí que en algunas partituras apareciera como A. Sanders, Alberto Sanders o simplemente Sanders. Además utilizó René Sandor como seudónimo. Su padre se llamaba Alberto y su madre Paula del Valle. Alguna biografía que hemos consultado consigna su nacimiento en Quilmes, el 13 de febrero de 1897, y su deceso en la misma localidad bonaerense, el 10 de junio de 1942. Nada dice de su estancia en Flores, pero esto estaría avalado por el testimonio de Cadícamo que acabamos de anotar y el de tantos otros tangueros que, como él, concurrían asiduamente a la confitería “La Perla de Flores” y al café “Las Orquídeas”, lugar este último donde –como se ha dicho– con Vedani creó el famoso “Adiós muchachos” y, según nuestras últimas averiguaciones, también el tango “Pobre cieguita”.
En 1924 se conoció su primera pieza, el tango “Inglesita” que llevó letra de Horacio Zuviría Mansilla. Otros son “Calavera”, “Presumida”, “Viejo patio”, “Largalo”, “Gorrión de mi barrio”, “Canillita” y los dos citados en el párrafo anterior. Entre sus valses se encuentran “Luna de arrabal” y “Yo tan solo veinte años tenía”, con letra de Cadícamo y una versión discográfica de Agustín Magaldi. En 1936 compuso la música de la película Canillita, que protagonizó Amanda Ledesma.
En cuanto al Café, bar y billares “Las Orquídeas”, el diario La Razón consigna la extinción del comercio en su quinta edición del 14 de agosto de 1958. Esta noticia sirvió a Jorge A. Bossio para tomar de ella algunos datos que volcó en su libro dedicado a los cafés de Buenos Aires, y a Tito Livio Foppa para completar su Diccionario teatral del Río de la Plata. A nosotros nos parece oportuno transcribir íntegramente la nota, pues por sí sola refleja acabadamente la bohemia de los años veinte que se reunía en este rincón del barrio de Flores: “El café ‘Las Orquídeas’, donde se pergeñaron novelas, cuentos, obras de teatro y bromas que hicieron época, cierra definitivamente. Cuando la piqueta se ensañe con los viejos muros del café ‘Las Orquídeas’, de la calle Artigas y Yerbal, caerán entre los escombros no menos de medio siglo de recuerdos que aún anidan en la cabeza plateada de los sobrevivientes de la vieja muchachada de Flores. El viejo café tiene su origen alrededor de 1915, en el teatrito “Libertad”, que instalara Francisco Neira y donde consumiendo un ‘capuchino’ de 15 centavos, se podía presenciar el espectáculo en el que la tonadillera cantaba aquello de ‘Y ven, y ven, y ven... y ven chiquillo conmigo’..., o ‘Tápame, tápame, tápame; tápame que tengo frío’... En el fondo, sobre el techo de la mesa de pool, puede verse aún la estructura de escenario y restos de la ‘parrilla’, de aquella época. Luego cambiaron las cosas, compró Fontanals, efectuó reformas y se instaló con su cuñado Anacleto. El teatrito debió ceder el paso a los cines y quedó definitivamente transformado en café. Era la época de las barras y sus mesas empezaron a ser testigos de las confidencias de la más ecléctica y contradictoria muchachada que puede suponerse.
“Frente a un express de 0,15, Roberto Arlt pergeñó algunas páginas de El juguete rabioso, que en un principio se llamó Vida puerca, y Fernando Gilardi, algunas otras de su Silvano Corujo, ambas distinguidas con un premio municipal. Carlos Goicochea y Rogelio Cordone concibieron en las mismas algunas de las escenas de su vasta obra teatral, y Julio Sanders y Vedani se inspiraron en los motivos del celebrado tango ‘Adiós, muchachos’. También Alberto Fagella y Víctor Alberto Buzzio, que ostentaban sombreros bohemios, corbata voladora y patillas espectables, crearon los personajes de sus cuentos y novelas. En más de una oportunidad, Lorenzo Vico Torrá, aquel director artístico y speaker de Radio Nacional que marcó rumbos en la profesión, cambió ideas con Celedonio Flores sobre el motivo de un nuevo tango del autor de ‘Mano a mano’. En otras mesas, entre tutte, codillo, truco y monte criollo, se pergeñaban, asimismo, las grandes bromas de la época. José Saia, Ramón Costa Febre, Cavenago y tantos otros que escapan a la memoria del cronista, proclamaban la candidatura de Abelardo Colón para la presidencia de la República Unida de Sudamérica, que pensaban instituir, y organizaban actos que hicieron historia en la vieja plaza, en la época en que se conservaba su fuente medieval, donde hoy se eleva el mástil”.
Bossio insiste en destacar que: “Sin alcanzar la jerarquía de cenáculo literario, es evidente que este café recibió los espíritus pulcros de escritores que encontraron ambiente para meditar sus obras”, mientras que el recordado historiador Emilio J. Vattuone apuntaba la actuación, entre 1924 y 1927, del cuarteto de Adolfo “Pocholo” Pérez.
De acuerdo con lo señalado por el cronista de La Razón, el teatrito habría arrancado alrededor de 1915 y en un momento cedió el paso a los cines para convertirse en café. Pero, ¿cuándo ocurrió esa mutación? Ahora nos cabe a nosotros, entonces, aportar nuestras propias investigaciones. Por lo pronto, si bien es correcto situarlo en la esquina de Artigas y Yerbal, conviene dar su dirección exacta: Gral. José G. Artigas 92-100, esquina Yerbal 2502-28. El local fue alquilado en 1926 por José Fontanals, al mismo tiempo que Anacleto Salmoyraghi tomó el cargo de gerente. Fontanals estaba casado con Teresa Palmira Salmoyraghi, hermana de Anacleto. Enseguida se hicieron las reformas necesarias para hacerlo funcionar y se instalaron nueve mesas de billar de carambola y dos de snooker o pool. El techo corredizo heredado del pequeño teatro “Libertad” hacía posible ventilarlo adecuadamente durante los meses de verano.
Salmoyraghi era vecino de Flores. Tenía su hogar en Terrada 30 y allí vivió con su familia hasta fines de 1958, casualmente el mismo año en que el negocio –ya en manos de otros propietarios– cesó sus actividades. De su matrimonio con Haydee López Díaz nacieron seis hijos: Rosa Elisa, José Antonio, Carlos Alberto, Martín, Alberto y Teresa. El segundo de los nombrados fue quien nos trajo las noticias inéditas que aquí anotamos referidas a “Las Orquídeas”. Durante una visita que le hicimos en marzo de 2010 puso a nuestra disposición la documentación que avala tales novedades.
Pasado quince años al frente del establecimiento, es decir en 1941, los señores Fontanals y Salmoyraghi lo compraron en sociedad. Nada halagador para sus flamantes dueños fue una repentina tormenta que, por la inoportuna falla del mecanismo de cierre del aludido techo corredizo, provocó el anegamiento del local y el consiguiente deterioro de las mesas de billar y otras instalaciones.
El 29 de marzo de 1949, finalmente, se lo vendieron en $ 250.000 a la sociedad que formaban Jesús Maurín, Benigno García, Hilario Méndez y Francisco Arias, quienes tomaron posesión del inmueble el 2 de mayo de ese año. El boleto de compra-venta fue redactado por los martilleros Portilla y Cía. en sus oficinas de Avenida de Mayo 1161. Se estableció la estabilidad laboral de los mozos y otros empleados, cuyos apellidos y fecha de ingreso, copiados del documento que tuvimos a la vista, se indican a continuación: Montoya (8 de noviembre de 1926), González (2 de enero de 1931), Sánchez Castro (1° de febrero de 1932), Gascón (21 de junio de 1932), Gallo (25 de agosto de 1934) y Miño (20 de diciembre de 1943). Del mismo modo debía respetarse la continuidad de un mozo nocturno ingresado el 7 de noviembre de 1944, dos lavacopas, un cafetero, otro mozo de mostrador y un peón de limpieza, algunos de estos últimos con cama y comida. Además quedó convenido que al cajero se lo haría mozo, pues los nuevos dueños deseaban tener a su cargo esa función, relevándose a los compradores de pagar cualquier indemnización a tal empleado si no aceptaba el ofrecimiento.
El Café, bar y billares “Las Orquídeas” se mantuvo activo por casi una década más, hasta fines de 1958, atendiendo parroquianos en esa esquina florense. Poco tiempo después fue demolido para dar lugar a la modesta galería Plaza Flores, cuya construcción se inició el 29 de noviembre de 1960 y actualmente puede visitarse en ese lugar. En el subsuelo funcionó, a partir de 1983 (consecuencia del “destape” que trajo el regreso de la democracia) y hasta no hace mucho tiempo, una sala donde se exhibían películas condicionadas. Puede pensarse que, en un salto del tiempo, resultó la continuación del teatrito “Libertad” que precedió al café y donde antaño también era posible ver filmes subidos de tono, pero en blanco y negro.
Entrando ahora en el vínculo del célebre tango con “Las Orquídeas”, ya dijimos que está ampliamente difundido que Sanders y Vedani le dieron vida en este café. Pero nadie nunca se preguntó en qué instrumento compuso Sanders la música, porque a Vedani le habrá bastado una de las mesas para escribir la letra. Y aquí está, precisamente, nuestro aporte.
En “Las Orquídeas” había un piano-pianola, definido como un instrumento musical de cuerdas que puede ser tecleado manualmente por un pianista como también por medios mecánicos, en este caso utilizando pedales que hacen funcionar un grupo de fuelles alojado en el interior de la caja de resonancia. También los hay con mecanismo eléctrico. La presión neumática abastecida por tales fuelles hace girar un rollo de papel perforado con la música que, de este modo, se reproduce automáticamente. En aquellos tiempos no era raro que Sanders recorriera su teclado para hacer escuchar distintas piezas a los parroquianos.
Lo maravilloso del asunto fue descubrir que este instrumento se conserva en perfecto estado. Está en la casa de José Antonio Salmoyraghi, quien lo atesora como una preciosa herencia de su padre y nos permitió fotografiarlo en abril de 2010. Es de la marca Orpheola, tiene el número de serie 111.787 y fue fabricado en los EE.UU. con madera de roble americano. En los años veinte, sus únicos agentes en Buenos Aires eran Obiglio & Hijos.
Este es el instrumento de cuyo vientre nacieron en 1927 las notas de “Adiós muchachos” y donde se ejecutó por primera vez. José Antonio también guarda celosamente una partitura de la Editorial A. Perrotti con la dedicatoria manuscrita y las firmas de Sanders y Vedani: “Para el dueño del mejor café de B. Aires José Fontanals y su querido Gerente Anacleto Salmoyraghi, cariñosamente”. ¡Qué mejor colofón para esta historia!
Un dato más, y para nada casual. José Antonio y su esposa Guillermina son excelentes bailarines de tango y enseñan la danza porteña a muchos que desean internarse en sus secretos. Otra vez, el tango uniéndolo todo.
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Imagen: Pianola del Café, bar, billares "Las Orquídeas"; hoy propiedad de José Antonio Salmoyraghi (Foto: J.A.S.)
Una versión reducida de esta nota fue publicada en Todo es Historia, N° 522, de enero de 2011.

Noticias sobre el “Tigre” Millán


(De Otto Carlos Miller)

Entre la mitología nuestra, dentro del área de Buenos Aires ciudad y provincia, no falta en la memoria colectiva la leyenda, o realidad, relativa al “Tigre” Millán. Según versiones recogidas, siempre por relatos, anécdotas o comentarios aislados, el “Tigre” Millán habría sido un entrerriano que vivía en  Pompeya, o Valentín Alsina, o el Barrio Norte, o Adrogué y siguen los barrios...
Su segmento histórico abarcaría desde principios del siglo XX hasta la década del 30.
Varias personas dicen haberlo conocido y hasta tenido diálogos con él. Como en todos los relatos y testimonios se agregan o quitan datos y se hace crecer al personaje hasta convertirlo en mito.
Hay varias Rubias Mireya, Juan Mondiola, y por lo tanto también varios “Tigre” Millán.
De lo que estamos bien seguros y documentados es del que creó Francisco Canaro.
Ahora nuevamente se presenta la duda. ¿Francisco Canaro se inspiró en un personaje real o ficticio a quien luego le dio vida, o lo inverso: cuando Pirincho lanza su tango es atribuido erróneamente a un homónimo que nada tiene que ver con el que creó Canaro? No lo sabemos y quizá nunca lo sabremos.
Los “Tigre” Millán o El “Tigre” Millán en quien se habría inspirado Canaro, si existieron ya no están y Francisco Canaro murió hace 41 años y en sus memorias nada dice del tema.

NACE "EL 'TIGRE' MILLÁN” DE FRANCISCO CANARO
El 17 de marzo de 1934 se estrena en el desaparecido teatro "Sarmiento" –ubicado en la calle Cangallo (Tte. Gral Perón) entre Cerrito y Carlos Pellegrini–  espacio hoy ocupado por la avenida 9 de julio, la comedia musical La canción de los barrios. Francisco Canaro en su libro  Mis memorias. Mis bodas de oro con el tango, al referirse a esta comedia musical, creada junto a Ivo Pelay dice: Esta nueva producción de Pelay y mía fue estrenada el 17 de julio de 1934, en el teatro "Sarmiento". [...] En la nombrada comedia musical, estrené los siguientes números musicales: “La Canción de los Barrios”, marcha; “Los amores con la crisis”, ranchera; “Un jardín de ilusión””, vals; “Yo no sé por qué te quiero”, tango; “El tango de la mula”, tango humorístico; “El casamiento no me interesa”, fox trot; y “El ‘Tigre’ Millán”, que llevaba también letra mía.
No obstante la aclaración de Francisco Canaro, en algunas placas de grabaciones en discos de pasta y vinilo figura Caruso como autor de la letra.
También llama la atención la fecha de estreno que cita Francisco Canaro,  porque en el programa de La canción de los barrios, de mayo de 1934  existente en los archivos de Argentores,  se refiere al éxito y la cantidad de funciones llevadas a cabo desde su estreno el 17 de marzo de 1934. Mayo de 1934 o marzo del mismo año son anteriores al 17 de julio de 1934. Es posible que Canaro haya recurrido a su memoria y  confundido la fecha.
En ese mismo programa, que sintetiza a modo de guión el desarrollo de los 10 cuadros de La canción de los barrios, se marcan en letra destacada los temas estrenados por Canaro, pero en ninguno de los diez cuadros aparece el tema “El ‘Tigre’ Millán” ni tampoco como personaje teatral.
La primera grabación fue interpretada por el mismo Francisco Canaro, cantando Ernesto Famá el 30 de abril de 1934, o sea algo más de un mes posterior al estreno de la comedia musical.
En el año 1979 se volvió a representar esta comedia musical que sí incluye al tema, en su programa, y en un apartado que dice Show: Tango  “El ‘Tigre’Millán”.
Hasta aquí la única existencia real del personaje del tango con letra y música de Francisco Canaro. Esta misma comedia musical luego sería llevada al cine con la dirección de Luis César Amadori  y estrenada en 1941. El tema musical fue posteriormente muy difundido por grabaciones, entre ellas la muy difundida de Juan D’Arienzo cantando Alberto Echagüe.
Ahora volvamos a la génesis de la confusión de los hechos o bien al nacimiento de un mito.
Hay errores históricos originados en la transmisión oral, que se han mantenido años y hasta siglos por falta de documentos veraces.
Es posible que hayan existido personas anteriores o posteriores al estreno de La canción de los barrios con el apellido Millán y que nada tengan que ver con el personaje creado por Canaro.
Durante el siglo XIX y comienzos del XX era común el culto al coraje y moneda corriente el duelo por ofensas, a veces menores.
Citemos un caso que menciona al Tigre Millán.
En el libro Pompeya de ayer y de hoy, de Nicolás Martínez Brizuela, del año 1977 nos dice refiriéndose al barrio en 1905: El Pompeya de los tiempos viejos era así. En el boliche de la “Chancha Negra”, situado en la bajada del puente hacia la provincia , se efectuaban riñas de gallos, y a su abollado estaño iban a tomar copas “El Zurdo Ramos”, Millán “El Tigre” –a quien Canaro nombra en su tango–- y Francisco Riente “El Tuerto”. A este último tuve oportunidad de entrevistarlo en un conventillo de la calle Ferré al 1900.
[...] En el momento de la entrevista cuenta 83 años de edad. Su aspecto se muestra imponente y en cierto modo terrible. Mide 1,84 de estatura. No obstante los años y su elevado físico, se ve erecto y desconfiado. Me arroja una mirada penetrante al rostro y pregunta mi nombre. Se lo digo. Llena entonces una copa de aguardiente de la botella que tiene sobre la mesa y me convida. Acepto la invitación. Usa pañuelo blanco al cuello y su mirada se tiende de abajo hacia arriba. Una cicatriz le cruza la cara desde la oreja izquierda hasta el mentón. […] Después de una pausa dice: “Haga notar que yo no fui  jamás un asesino como me conceptuaron mis enemigos políticos. Nunca ataqué ni al caído ni al indefenso. Si logré mala fama en peleas fue porque el ambiente me puso en la alternativa de morir o defenderme. Lo mismo a mi amigo Eulogio Recarte ‘Manchota’, a quien tenían por matón. Lo provocaban a propósito y al fin el hombre tenía que pelear. Millán, ‘El Tigre’, fue mi amigo. Era un joven entrerriano muy bueno. No molestaba a nadie cuando tomaba sus copas. Solía frecuentar ‘La Blanqueada’ y ‘La Chancha Negra’. Hasta allí iban los pendencieros de siempre de aquellos tiempos a buscarle la boca. Pero Millán era corajudo de verdad y capaz. Al fin lo mataron de una puñalada por la espalda. […].
Lamentablemente en el relato no hay precisión de fechas y además surge la pregunta: ¿esta historia, que puede ser cierta, tiene relación con el tango de Canaro o a raíz del tango se le atribuyó a ese Millán el protagonismo de los hechos? O bien Canaro escuchó la historia, la elaboró y escribió el tango. No lo sabemos.

EL OTRO MILLÁN
En Valentín Alsina existió un Carlos Millán que fue asesinado cerca del puente y demostró una audacia y valor sin igual. De este Millán estamos seguro que no se trata, pese a que hubo quienes afirman lo contrario y hasta notas periodísticas y relatos orales que asimilan a Carlos Millán con el “Tigre” Millán. Pasemos a la historia auténtica de Carlos Millán.
Se trataba de un diariero con parada en la esquina de Valentín Alsina y Rivadavia y además  con reparto domiciliario. Su esquina era muy cotizada por la venta de diarios y como un punto ideal para levantar juego clandestino. Carlos Millán, de alrededor de veinticinco años, era un honesto trabajador y jamás pasador o levantador de juego. No estaba picao de viruela ni bastante morocho. Era rubio y nada tenía de pendenciero. Varias veces, dos hermanos matones, vinculados a políticos conservadores de esa época, quisieron quitarle la parada mediante amenazas. Carlos Millán se negó reiteradamente. Cierta vez lo apuraron entre los dos, Millán los enfrentó demostrando su valentía y coraje. Los hermanos prepotentes le juraron venganza y que se apropiarían de la esquina, agregando a la amenaza el hecho de contar con influencias políticas y arreglos con la policía. Lo cierto es que una noche se le tendió una trampa vinculándolo a una trifulca a la que Millán estaba ajeno.
Concretamente, fue asesinado.
Existen versiones, no confirmadas, que Millán se defendió y logró abatir estando herido, a sus cuatro agresores. Los hechos están perfectamente documentados en el periódico del domingo 6 de enero de 1935. Se trata del periódico La Defensa de Valentín Alsina, Castellino, Villas circunvecinas, todo el Partido de Avellaneda y Buenos Aires.
El título de la noticia publicada en La Defensa de esa fecha dice: “Hechos graves que conmueven a la población. En un recio tiroteo con la policía pereció el joven Carlos Millán y el cabo de la Subcomisaría local, Antonio Belis. Frente a la información de varios diarios, los vecinos y amigos de Carlos Millán, dieron a conocer esta declaración, adjunta: “Carlos Millán no era un delincuente como dice la policía”.
(Esta declaración vecinal tiene por fecha el 2 de enero de 1935).
El periódico La Defensa relata los hechos y luego publica la declaración firmada por una larga lista de vecinos.
Sin duda que Carlos Millán no era el “Tigre” Millán de Canaro porque el estreno de La canción de los barrios es anterior a estos hechos. Tampoco puede ser el mencionado en el libro de Nicolás Martínez Brizuela, dado que ese testimonio dice que fue asesinado con puñal y por la espalda.

En la época de oro del radioteatro, tiempos de Héctor Bates y Juan Carlos Chiappe, existió un radioteatro radiofónico titulado: El Rubio Millán. Aquí se presentaba al Millán como un hombre aguerrido y en el límite confuso entre el matón sentimental y romántico con el hombre utilizado por políticos deshonestos  donde siempre aparecía la figura femenina y traidora.
Posteriormente, ya en la década del 50, un programa cómico dominical llamado La revista dislocada creado por Delfor y con libretos de Aldo Camarota, presentaba a un personaje masculino pero feminoide y amanerado que en una comunicación telefónica equivocada siempre terminaba hablando con el “Rubio Millán”.
Tanto los radioteatros como La revista dislocada son posteriores a La canción de los barrios,  de manera que estos dos programas son derivados del personaje ya en boca de todos.
Como conclusión final podemos asegurar únicamente que hubo un Carlos Millán asesinado en diciembre de 1934, es decir anterior al estreno del tango y que nada tiene que ver en la historia. El resto puede ser visto de varias maneras: a) A raíz de la difusión del tango, a Carlos  Millán y quizá a otros del mismo apellido se los apodó “El Tigre”; b) Existió otro Millán anterior al tango que fue matado por la espalda como señala el  entrevistado señor Francisco Riente, y Canaro, en base a testimonios escribió la letra; c) El personaje de Canaro cobró vida arquetípica y hasta entró en la mitología.
Posiblemente jamás lo sabremos. O puede ser que sí.Los mitos tienen laberintos insospechados y caprichosos, y a veces, cuando creemos que la salida es imposible, caídos y aceptando la derrota, desde esa nueva posición vemos la luz que nos indica la salida que no veíamos porque estaba  junto a nosotros.
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 Bibliografía:
Canaro, Francisco: Mis Memorias. Mis bodas de oro con el tango. Corregidor 1999.
Martínez Brizuela, Nicolás: Pompeya de ayer y de hoy. Buenos Aires. 1977.
Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires: Barrios, calles y plazas de la ciudad de Buenos Aires, origen y razón de sus nombres. Buenos Aires. 1997.
Periódico La Defensa. Domingo 6 de enero de 1935.
Biblioteca de Argentores. Programas de teatro, mayo 1934.

Imagen: El "Tigre" Millán, pintura de Ricardo Carpani.

“Chuenga” y sus puñados de golosinas

 

(De Enrique Mario Mayochi)

Una rememoración hecha tiempo atrás por don José Luis Faletty nos llevó a los años del siglo XX en el que éste dejaba la juventud y entraba en la adultez. Conducidos por su mano volvimos a adentrarnos con la imaginación en los estadios de fútbol, de polo, de rugby o de béisbol, como también las pistas de atletismo. Lugares éstos donde era infalible la figura de quien era llamado por todos “Chuenga” y reconocible a la distancia –según hiciera frío o calor– por una gruesa tricota o por una camisa (¿una remera?) de rayas horizontales multicolores. Creo que lo vi por primera vez en 1946 montado en la tribuna de la sección Jorge Newbery del Club de Gimnasia y Esgrima cuando el corredor Ibarra trataba de superar la marca para los 10.000 metros llanos.
La expresión inglesa chewing-gun, identificatoria de la goma de mascar, fue transformada por el personaje que evocamos en chuenga, palabra que a la vez se hizo apelativo de José Eduardo Pastor, nombres y apellido propio y denominación de los caramelos masticables que vendía.
¿Quién le proveía la materia prima, quién la transformaba? En verdad, nunca trascendió.
 Lo cierto es que –como bien recuerda Faletty– precedido de su característico pregón de Chuenga, chuenga, chuenga-a-a-a, Pastor trepaba por las tribunas de los estadios “cargando sus bolsas con unos caramelos masticables que vendía por la muy conocida y nada reglamentaria unidad de volumen llamada puñado. La golosina estaba envuelta en un papel refruncido y con dos grandes orejas, que dejaba mucho sobrante de cada lado. Este viejo truco hacía que uno comprara mucho papel y poco caramelo”.
El precio del puñado fue cambiando a medida que el proceso inflacionario tomaba posesión del país. Los cinco o los diez centavos llegaron  a montar hasta el peso. Pero la que nunca varió fue la cantidad de la mercancía entregada casi al voleo por ese vendedor que no hablaba y se mostraba siempre urgido. Faletty reconstruyó el momento de la transacción: "¡Chuenga, un peso! Y Chuenga nos daba un puñado.¡Chuenga, dos pesos! Y él daba un puñado igual al anterior. Así, siempre, ante cualquier pedido, lo recibido era un puñado, hasta que uno decía: ¡Chuenga, Chuenga, siempre un puñado!, y por el arte de que el que no llora no mama, nos veíamos gratificado con dos puñados".
Dueño de una simpatía matemática particular en punto a compra y venta, “su presencia –como dijo el diario La Nación en la nota necrológica que le dedicó– era inevitable en todo acontecimiento deportivo sobresaliente. Encorvado, flaco, desgarbado, trepaba por las tribunas con una agilidad de equilibrista”. Pero falta señalar un detalle singular; dos hinchas de fútbol lo vieron el mismo día, con pocos minutos de diferencia, en los distintos estadios a que cada uno había asistido. Es que “Chuenga” no pasaba más de una vez por el mismo sector, lo cual, por ejemplo, le permitía dedicar el primer tiempo de un partido a las tribunas del estadio de San Lorenzo de Almagro, cuando éste estaba en Boedo, y el segundo, a las de la relativamente cercana cancha de Huracán, en Parque de los Patricios.
En las puertas de 1970, su paso veloz comenzó a detenerse al padecer una grave dolencia en una de sus piernas. Ya no se lo vio más transitar por entre la multitud y prácticamente se recluyó en su casa del barrio de Floresta. Había nacido en 1915 y falleció el 3 de diciembre de 1984.
A quienes lo conocimos –aunque él nunca supo quiénes éramos sus clientes– dejó el recuerdo de su pregón y su simpatía.
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Imagen: José Eduardo Pastor, “Chuenga”.
Texto tomado de la revista: Historias de la Ciudad, Nº 1, setiembre de 1999.

8 feb 2011

Un tramo histórico de la avenida Córdoba


(De Ricardo Llanes)
 
El tramo Callao-Pueyrredón guarda un historial de latifundios que fueron de Peña, de Torriente, de Cabrera, de Bustillo, de Salamona… Esas resultaron las trincheras naturales que no permitieron a las columnas del Norte, de la Segunda Invasión Inglesa, avanzar por la calle Córdoba hacia la plaza del Retiro (hoy San Martín); lo que lograron por las de Viamonte y la de Charcas. Las imágenes que conservamos de esta extensión de ocho cuadras, corresponden a unas pocas fincas residenciales; a un empedrado bastante desparejo y a la de los árboles laterales ricos de frondas y de gorriones. Las veredas anchas y tranquilas; y entre diez victorias, allá aparecía, como desorientado, un automóvil.
La vemos rodeada de silencio, pero de un silencio de seriedad conventual, a la Escuela Normal de Maestros Nº 1, actualmente llamada “Presidente Roque Sáenz Peña”, la que fuera inaugurada a fines de 1879. En esa escuela y por los días de 1885, impartía sus clases de Instrucción Cívica, Historia Argentina y Filosofía, el doctor Hipólito Yrigoyen, quien 31 años más tarde alcanzaría la primera magistratura de la Nación. Y aquí corresponde que hagamos una aclaración. Acabamos de escribir “el doctor Hipólito Yrigoyen” porque así, con tal título, lo distinguen altas personalidades a las que nosotros no podemos desmentir (1).
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(1) Lo han llamado “doctor” sus contemporáneos, entre ellos personas tan responsables como Aristóbulo del Valle, que ha tenido con él –y lo ha dicho públicamente– la mejor estima. Carlos Pellegrini, su adversario político y hombre franco hasta la rudeza, le da en una carta el título. (Tomado del libro de Manuel Gálvez Vida de Hipólito Yrigoyen, Editorial Tor, año 1945).

Imagen: Moderno planito de la Segunda Invasión Inglesa.
Tomado de Recuerdos de la ciudad porteña, Ediciones Corregidor, Bs. As., 2000.

La ciudad de los chochamus


 (De Germán Cáceres)

Se llamaba Oscar Conti,  nació en 1914 y murió en Buenos Aires en 1979. Estudió pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes y diseño escenográfico en la Academia  Superior de Buenos Aires. Colaboró en las revistas Cascabel, Rico Tipo, Vea y Lea, El Hogar, Doctor Merengue, La Hipotenusa, Satiricón, Mengano, Humor, Media Suela, Billiken, el diario Clarín, Ja, Ja (México), Últimas Noticias (Chile) y otros medios del país y del exterior. Antes de debutar en 1942 como dibujante en Cascabel con “Camouflage”, realizó láminas para maestros y confeccionó etiquetas de celofán. También fue letrista del diario Crítica.
Otro de los puntos destacados de su trayectoria es su colaboración durante más de veinte años con el humorista Carlos Warnes, que firmaba con el heterónimo de César Bruto, un periodista que escribía sobre los más diversos temas con faltas de ortografía porque era casi analfabeto. También formaron una dupla en Rico Tipo para la sección “Versos & Notisias” (sic), Gran Diario de todos los miércoles, y realizaron los Cuadernos de medicina, un encargo de una empresa farmacéutica, que dio lugar a El Medicinal Brutoski, que refiere antiguas y ridículas recetas. Más tarde Oski publica Comentarios a las Tablas médicas de Salerno.
Tuvo a su cargo una sola tira, Amarrotto, que, de acuerdo a Gociol-Rosemberg, “es un extraño personaje con forma de zanahoria humanizada”. Luciendo una síntesis gráfica extrema, en el último cuadrito una ocurrencia del personaje denotaba su extrema y delirante avaricia.
Más que a la historieta Oski se dedicó al cartoon, es decir al humor de cuadro único, y su propuesta posee un tinte lunático y absurdo. Por ejemplo: a un actor le disgusta su público y entonces le tira tomates.
En El ñopeque quésloqués de los chochamus, Oski ilustra varios términos del lunfardo. Como señala en el prólogo Juan Bautista Devoto, nuestro artista “expone una extensa galería del lenguaje porteño y se la da chanta, con el tejo de la buena, a este universo alienado que nos rodea”. Su dibujo hecho de pocos trazos privilegia la línea, que parece retorcerse y temblar buscando la expresión. Los personajes ostentan una enorme nariz, y la boca –cuando aparece– se la representa por un trazo; exhiben, además, piernas delgadísimas y ojos saltones, características que se manifiestan en toda su obra. Las habitaciones se ven desprolijas, sucias, destartaladas y en completo desorden, y en este registro hay una estética compositiva, un viaje por una pesadilla que no termina de asumirse como tal. Allí reside la epifanía de su arte: al ilustrar la palabra “troesma” (maestro) se ve a un ladrón que intenta abrir una caja fuerte, y define a “jotraba” como “esfuerzo humano generalmente dedicado a la producción de riqueza”, en tanto un delincuente golpea a su víctima.
En El humor más negro que hay, aparece un nota del diario Noticias que revela, entro otras, la injusticia del inmigrante polaco a quien, en la Argentina, después de quererlo estafar, lo amenazaron con meterlo preso.
En Vera historia de Indias, los notas son serias, pues corresponden a descripciones de cronistas de la época de la conquista de América. Pero un cuadro humorístico que representa a los pescadores del Río de la Plata produce desconcierto. El panorama es abigarrado y todos los personajes, hasta los más lejanos y pequeños, reflejan un universo tan autónomo e independiente como insólito (por ejemplo, hay gente que pesca parada sobre un caballo que nada en el río). Como en todas sus viñetas, abundan los detalles exóticos: soles infantiles, árboles, pajaritos, perros, flores, piedras, ornatos con filigranas.
En Maestroski, las “Predicciones Oski para cada signo del Zodíaco” se desarrollan en una serie de doce cuadritos que deslumbran por su inventiva. En “Los grandes inventos”, Oski comprueba su formación académica en pintura y escenografía. “Precursores de la aviación” prosigue con la misma tónica (hay un intento de nadar en el aire).
En Vera historia del deporte, la galería de boxeadores es desopilante y los cuadritos de esgrima son de una estilización tan irracional que bordean la exquisitez.
Oski también incursionó en el cine. El negoción (1959), de Simón Feldman, que lo cuenta como guionista junto a Juan José Barrenechea y el realizador.
Una lámina de Oski fue la base para que Fernando Birri filmara su célebre cortometraje La primera fundación de Buenos Aires (1959): en ella Oski plasmaba múltiples acciones, como si se tratara de una viñeta-página.
El genial grafismo de Oski ocupa un lugar solitario en la historia del arte, porque es único y privado, propio de un ser iluminado y poblado por los sueños. Como sus personajes, se sentía perplejo ante el mundo insano que contemplaba, y decía: “Ahí está el problema de la soledad, la angustia del que está solo”.
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Imagen: “Malevo”, dibujo de Oski.

7 feb 2011

Diego A. del Pino


(De Ángel O. Prignano)

 Nació en el barrio de Chacarita en 1921. Dedicó su vida a la docencia y a la investigación de la historia porteña. Formó parte de esa pléyade de personalidades que inició el camino de una nueva faceta dentro de los estudios históricos, la que está dedicada a los barrios de Buenos Aires. Sin ninguna duda, fue un verdadero Maestro para varias generaciones de historiadores porteños.
Se recibió de maestro y profesor de letras en la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”. En la década del 60 fue director de la Escuela N° 12 del Distrito Escolar IX "Gran Mariscal del Perú Ramón Castilla", donde se jubiló. Posteriormente se desempeñó como asesor docente en la Escuela Argentina Modelo.
Sus investigaciones sobre el pasado de los barrios de Buenos Aires son reconocidas por su rigurosidad histórica y por la sencillez en que están expresadas, lo que hace amena y dinámica su lectura. Pero no sólo abordó el campo de la historia; también dedicó sus esfuerzos a la didáctica de la lengua castellana, cuentos y relatos sobre el pasado argentino adaptados para niños y adolescentes, y otros temas.
A partir de marzo de 1986 publicó una serie de artículos en la revista “Aquende” sobre el pasado de Chacarita y Colegiales, que con el tiempo actualizó con nuevas investigaciones y anécdotas que le transmitían los propios vecinos. Así, esos primitivos artículos se convirtieron en valiosos libros. Su pasión por la historia y su amor por los lugares y personajes porteños quedaron plasmados en títulos tan conocidos como: “La Chacarita de los Colegiales” (1971), “Historia y leyenda del arroyo Maldonado” (1971), “El barrio de Villa Urquiza” (1974), “El barrio de Villa Crespo” (1974), “Historia del Jardín Zoológico Municipal” (1980), “Allá por la Capilla del Carmen… Las vecindades de la Plaza Rodríguez Peña” (1981), “Ayer y hoy de Boedo” (1986), "Villa Urquiza. Barrio centenario" (1987), "Historia de Villa Ortúzar" (1991), "Chacarita y Colegiales, dos barrios porteños" (1994), “Villa Crespo. Sencilla historia” (1997), “Antigua Chacarita de los Colegiales” (2004), “El barrio de Villa Crespo” y la colaboración “Los cafés de Villa Crespo” para la obra colectiva “Buenos Aires, los cafés. Sencilla historia” (2000).
Entre 2007 y 2008 publicó en Ediciones BP “Marechal y su barrio”, “José González Castillo y el mundo literario de Boedo”, “¡Aquí Boedo! Una significativa revista barrial”, “Guía histórica de la avenida Santa Fe: desde Pacífico hasta Fitz Roy”, “Guía antigua de la plaza Italia y sus alrededores” y “Paquita Bernardo: la primera mujer bandoneonista”. Asimismo fue colaborador de las revistas “Todo es Historia”, “La Gaceta de Palermo”, “Historias de la Ciudad” y muchas otras publicaciones especializadas.
Un sin fin de conferencias, seminarios, congresos y jornadas culturales lo tuvieron de protagonista, siempre promoviendo y apoyando acciones encaminadas a la investigación y la revalorización del patrimonio histórico de nuestra ciudad. Además prologó numerosos libros de colegas suyos. Fiel a su barrio y su historia, el 28 de agosto de 1989 fundó la Junta de Estudios Históricos de Chacarita-Colegiales, de la que fue presidente honorario hasta su deceso.
Otras entidades que integró fueron la Sociedad Argentina de Escritores, la Asociación de Amigos de la Casa de Evaristo Carriego, la Sociedad Argentina de Historiadores, la Asociación Amigos del Tranvía, la Academia Porteña del Lunfardo y la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires. Fue uno de los fundadores, en 2000, de la Academia de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, cuya primera comisión directiva provisoria presidió.
Recibió numerosas distinciones, entre ellas el Primer Premio Embajada del Perú, Premio Aeronáutica Nacional, Premio Caja Nacional de Ahorro Postal, Premio Asociación Patriótica Española y Premio Dante Alighieri, este último por su libro sobre Clemente Onelli. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires por Ley N° 1453 sancionada por la Legislatura porteña el 9 de septiembre de 2004.
Falleció en Buenos Aires, el 1º de agosto de 2008. Sus restos descansan en el Panteón de los Docentes del Cementerio de la Chacarita.
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Imagen: Diego Amado del Pino (Foto tomada del libro Barriología y diversidad cultural).

La fábrica de los hermanos Liniers


(De Arnaldo J. Cunietti-Ferrando)

Desde épocas antiguas, la navegación por mar tuvo serios problemas; muchos buques salían de los puertos y no llegaban a destino por el problema de la provisión de alimentos en las grandes travesías, siendo frecuente la aparición del escorbuto, enfermedad padecida por la ingestión de alimentos secos y almacenados. Pues bien, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se inventaron unas pastillas de gran eficacia, confeccionadas con carne salada que podían durar unos tres o cuatros años sin alterarse y que habían sido utilizadas con éxito en la célebre expedición del capitán Malaspina.
En 1790, dos hermanos franceses solicitaron al rey Carlos IV autorización para instalar en Buenos Aires una fábrica de estas grageas, aprovechando la abundancia de ganado de la campaña bonaerense. Estas famosas pastillas de caldo podían ser destinadas a diversos usos, especialmente en los hospitales de Europa, no sólo por su calidad, sino también por su bajo costo.
Uno de ellos era el conde Liniers y Bremond, entonces coronel al servicio de Su Majestad Católica, quien recibió autorización por Real Orden el 24 de junio de 1790. Acompañaba al audaz coronel francés su aristocrático hermano don Santiago, socio en la nueva industria que estaban empeñados en establecer. Además, el conde de Liniers, decidido a mejorar a toda costa su situación económica, se inició inmediatamente de su arribo a Buenos Aires en el negocio de la compra y venta de esclavos negros. En 1790 tuvo permiso real para importarlos directamente de África. Lo que hoy se dice en forma despectiva “negrero” era una actividad que en nuestra ciudad desempeñaban muchos miembros de las familias denominadas patricias… Pero sigamos con los emprendimientos de Liniers y su vinculación con el barrio de Almagro.
Al poco tiempo de su arribo a nuestro país, ambos hermanos se establecieron en una casa que arrendaron a don Benito González Rivadavia, en el barrio de Santo Domingo, pensando en instalar su fábrica en la quinta que Martín José de Altolaguirre poseía en la zona de Recoleta. Pero luego se decidieron por otra más cercana a los corrales del Sur, para aprovechar con mayor eficiencia la provisión de carnes.
Para ello, en el año de 1795, alquilaron la quinta que había sido de don Isidro Lorea. ¿Dónde estaba ubicada esta finca? Lo dice el propio Liniers en su pleito con Benito González Rivadavia al expresar que “tanto yo como mi hermano tenemos en la quinta donde se fabrican las expresadas pastillas de sustancia, sita en las inmediaciones de la que fue del difunto don Carlos de los Santos Valenti…” (1).
Pero las cosas no iban bien para los hermanos Liniers. A pesar de que la fábrica estaba en plena producción, los grandes gastos y sus numerosos acreedores no pudieron esperar, y entre ellos el impaciente don Benito Rivadavia, quien les inició juicio por el pago de algunos alquileres atrasados de su casa. Un cierto deshago provino de una gran partida de pastillas que vendieron a don Diego de Alvear, quien por orden del rey español estaba dedicado a la demarcación de límites entre España y Portugal. Así, con altibajos económicos, los hermanos continuaban con su fábrica de pastillas de carne en el barrio de Almagro.
Pero en 1793 ocurrió un hecho inesperado que cambiaría totalmente el curso normal del emprendimiento. A raíz del estado de guerra entre Francia y España, se prohibió comerciar a los numerosos franceses de Buenos Aires. Cuando en algunos muros aparecieron algunas leyendas de "Viva la Libertad”, en toda la ciudad se habló de que los galos, en connivencia con negros esclavos intentaban asaltar las viviendas de los principales vecinos y realizar una masacre.
La “conspiración de los franceses”, como se la llamaba, se agrandaba día a día en la imaginación de los temerosos porteños, sobre todo ante la inactividad de las autoridades. Finalmente, éstas decidieron hacer algunos allanamientos y por infidencias de varios esclavos se sindicó como centro de la conspiración la quinta de Liniers, la que fue revisada a altas horas de la noche, encabezando estas diligencias el alcalde de Primer Voto, don Martín de Álzaga.
Allí en la antigua propiedad de Lorea, detuvieron al maestro mayor de la fábrica, el francés Carlos Bloud y a otras personas a quienes se les encontraron algunos papeles que, a juicio de los funcionarios reales, eran muy comprometedores. Luego de un largo proceso en que se declararon culpable a varios reos, el maestro Bloud fue desterrado, lo que determinó el fin de la famosa empresa.
Así, la primera fábrica de conservas que se estableció en nuestro país, cuyos pedidos venían desde España y otras regiones de América, funcionó en medio de grandes dificultades, deudas, pedidos de dinero y embargos de los acreedores de los hermanos Liniers, en pleno corazón del hoy barrio de Almagro. Las casas principales o “poblaciones” se encontraban en las inmediaciones de Rivadavia con la actual calle Liniers y no tienen nada que ver con unos edificios antiguos que hace unos años se demolieron sobre esta última calle y la avenida Hipólito Yrigoyen.
En esta misma quinta acamparon los ingleses durante la segunda invasión luego del cruce del Riachuelo por el paso de Burgos. Con los años, la propiedad fue adquirida por don Jaime Darquier, pero hasta muy avanzada la época de Rosas, todavía se la conocía con el nombre de “Quinta de Liniers”.
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(1) La historia completa del asunto fue publicada en el excelente trabajo de José Luis Molinari, “La Real Fábrica de Pastillas de los hermanos Liniers” (Boletín Nº 7 del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades de Buenos Aires (1959), de donde tomamos la mayoría de los datos. Posteriormente, sobre el mismo tema, puede leerse el erudito artículo de Carlos A. Rezzónico, “La llamada quinta de Liniers”, en el número 7 de la revista Historias de la ciudad. Una revista de Buenos Aires, donde sigue la evolución de la propiedad hasta su loteo final.

Imagen: Óleo de don Santiago de Liniers y Bremond. (Ilustración tomada de: ejercitonacional.blogspot.com).
Texto tomado de la nota “Apuntes históricos sobre el barrio de Almagro”, Revista Historias de la ciudad, Nº 39, diciembre 2006.