(De Luis. C. Villamayor)
Con este nombre se designa entre todo el elemento siniestro a ciertos rematadores que se dedican especialmente a vender o liquidar al público, mercaderías, objetos de arte, alhajas y todo cuanto, si bien representa algún valor, no están “ni por las tapas”, en relación con lo que han cobrado por ella, a la gente ingenua, ignorante o confiada que atraída por sus gritos, gestos de reclame o “parada” de hombre bueno y honrado que representa el señor rematador, al pasar por donde dichos sujetos tienen sus negocios, entran con la santa intención de hacer una pichincha, puesto que podrán comprar por diez o treinta pesos, lo que en cualquier parte vale ciento cincuenta.
Casi todo lo que rematan estos caballeros del martillo, proviene de robos y de esas variadas y múltiples modalidades que tienen para operar, los profesionales del delito, quienes hacen entrega de todo aquello que con sus mañas consiguen quitarle al prójimo, estos auxiliares de sus fechorías, para que los mismo se encarguen de reducir a menguina (vender por dinero).
Algunos de los que forman esta categoría de malvivientes, (son rarísimos, conocemos unos quince o veinte), se encargan de comprar directamente a los chorizos (ladrones)
los que éstos tienen o les ofrecen en venta, para así poder ellos mismos liquidar por su cuenta, y por lo tanto les resulte un beneficio mucho mayor. En este caso, pues, dichos sujetos, pertenecen a la categoría de yutos-reducidores (rematadores-compradores), y son los que dan cara, vale decir, que son los que tratan directamente con los lunfardos (malviviente o ladrones). Como ciertos lampadores (prestamistas), no trepidan en facilitar dinero a los amigos de lo ajeno, principalmente cuando éstos son de de línea (profesionales “non plus ultra”), ya sea para sacarlos de un apuro, comprarles uniforme (traje), cuando al salir de una cana (prisión) son liberados con prendas mugrientas y rotosas, y por lo tanto, vistiendo con estas pilchas (ropas), presentan un aspecto rantifuso o mishio (atorrante y pobre). En ocasiones, no temen adelantarles dinero a cuenta de futuros robos, y cuando por algún delito, uno o varios lunfas están presos y no tienen para abonar los gastos que origina una defensa, ellos no sólo buscan el abogado, sino que también abonan los honorarios. En todos estos casos, es muy raro que el chorro (ladrón), no cumpla con quien lo ha protegido en la desgracia, y en consecuencia, cuando dispone de menega (dinero), no acuda presuroso a devolver con creces lo que ha recibido de su protector, pues él sabe muy bien que cuando tenga la mala suerte de estar en un presidio, en un hospital o por cualquier causa ande en la mala o esté en el extranjero, siempre tendrá quien de cuando en cuando le fajará (dará) con algún vento (dinero) para que compre unos fasos (cigarrillos) y tome unos cimarrones (mates).
Los yutos trabajan en combinación con tres, cinco o más individuos que tienen por misión, cuando estos tipos sinvergüenzas, con martillo en mano, de pie en una silla y con el mayor descaro, la van de grupo (charlatanean) para embaucar a los otarios o giles (futuras víctimas presentes), chamuyar (conversar) y hacer entrar por el aro (convencer) a los oyentes para que éstos se ensarten (engañen) y compren la alhaja que ofrece el yuto en pública subasta, como así, igualmente, valorizar la misma y hablar en pro de ella, a derecha e izquierda. A estos auxiliares de los ya mencionados martilleros, el público los conoce o llama generalmente gurupí, pero entre el elemento del bajo fondo se les dice carnada.
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Imagen: Carátula del larga duración Antología Lunfarda, de Julián Centeya, Producciones Matus, Bs. As.,
Material tomado de la Antología del lunfardo, recopilación de Soler Cañas; Cuadernos de Crisis, Bs. As., 1976.