(De Jorge
Luchetti)
Los cambios tecnológicos producidos por
efecto de las dos grandes guerras llevaron a transformaciones significativas en
la arquitectura del siglo XX; no sólo por la evolución en el diseño y en la
morfología del espacio arquitectónico, sino también en el uso masivo de nuevos
materiales y la automatización constructiva. Uno de los actores preponderantes
de esta historia es el hormigón armado. Si bien su origen data de mediados del
siglo XIX -usándose principalmente en puentes, túneles y obras ingenieriles- la
masificación y el uso en arquitectura apareció en forma determinante recién al
finalizar la Segunda
Guerra Mundial. El hormigón armado dio origen a una gran
multiplicidad de soluciones, como la construcción en altura en forma más
económica, manteniendo las grandes luces y la flexibilidad constructiva a
través de los sistemas prefabricados, ya sea in situ o en fábricas.
Sin dudas la falta de viviendas en la Europa de posguerra provocó
la necesidad de realizar construcciones en forma rápida y efectiva: así
apareció un nuevo tipo de arquitectura, llamada monoblock. Podríamos aseverar
que, a partir de esta premisa, la arquitectura contemporánea en sí misma se
transformó en una de tipo industrial, la cual llevó a estandarizar los sistemas
constructivos. Estos nuevos cambios tecnológicos permitieron una rapidez y
efectividad en el armado de los edificios, que se multiplicaron a una velocidad
nunca antes lograda. Asimismo, las nuevas formas de vida y la misma falta de
hábitat llevaron a un nuevo concepto sobre el espacio en la vivienda. La casa
unifamiliar y las nociones de vivienda individual no llegaban a satisfacer al
mercado habitacional. Surgen de esta forma los primeros monoblocks, una
síntesis del aprovechamiento -en algunos casos excesivo- del espacio.
Pero más allá de que en algunos casos los
diseños fracasaron, es innegable que supieron dar respuesta a los problemas de
hábitat urgentes. El cambio fue tan radical que no sólo explican el surgimiento
de una arquitectura totalmente social, sino también de una transformación en la
concepción de la forma de vida del hombre de ciudad. Es interesante además
analizar lo sucedido detrás de la
Cortina de Hierro, o sea en los países de Europa del Este.
Allí se desarrolló un sinnúmero de viviendas comunitarias que tenían una
concepción totalmente socialista y buscaban la masificación del hombre, pero a
su vez proponían no dejar en la calle infinidad de familias que después de la
guerra carecían de viviendas. De esta forma aparecieron las llamadas Jrushchovkas.
ORIGEN COMUNISTA
Las Jrushchovkas
o Khrushchovkas son un tipo de
vivienda comunitaria realizadas en forma prefabricada y que vinieron a paliar
el déficit habitacional después de la Segunda Guerra Mundial, en los territorios de la
ya desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El nombre
que adquirió este tipo de viviendas está relacionado con el líder ruso Nikita
Jrushchov, que en los años ‘50 era jefe del Partido Comunista en el país -poco
tiempo después ocuparía el lugar de Stalin- y es quien propuso la necesidad de
un plan habitacional, con un tipo de viviendas provisorias para toda la URSS. El mismo Jrushchov
supervisó el trabajo de los arquitectos, condicionándolos con tres premisas
fundamentales: costos mínimos, aprovechamiento del espacio y rapidez
constructiva, implementando nuevas tecnologías. La supervisión técnica y
planificación, que se realizaba en Moscú, estuvo a cargo del arquitecto e
ingeniero Vitaly Lagutenko.
Los primeros proyectos fueron pensados
para un período de duración de 25 años -la idea era salvar el momento de
crisis, luego demoler los edificios y hacer mejores construcciones- pero aún
hoy subsisten varios de estos modelos. La economía del espacio fue indispensable.
Se llegaron a instalar bañeras de 1,20 metros , donde la persona entraba sentada.
Los tabiques interiores se redujeron a ocho centímetros y eran de escasa
aislación, en una de las regiones más frías del planeta.
A pesar de las críticas que se le hicieron
a estas construcciones, las cuales fueron satirizadas en comedias, el plan de
las Jrushchovkas, con falta de
comodidades y todos los inconvenientes antes nombrados, han dado solución a más
de 50 millones de personas que tenían como destino las frías calles de la URSS. En 2009 se
prometieron reemplazar algunas Jrushchovkas,
pero lo provisorio siempre se hace eterno y mucha gente deberá seguir esperando
por un cambio. Así como Kazán es la ciudad rusa símbolo de las Jrushchovkas, en la ex Alemania del Este
la ciudad de Marzahn -durante la Segunda Guerra Mundial funcionó uno de los más
grandes campos de trabajo forzado para gitanos- es la ciudad de los llamados
monoblocks comunistas, que a pesar de la unificación de Alemania siguen en pie.
COMPLEJO “GRAFA”
Se podría agregar a todo lo antedicho que
la era de los monoblocks no fue privativa de los llamados países del este; en
América se extendieron de norte a sur, siendo México uno de los países latinos
en donde se desarrollaron los primeros grupos importantes. Pero la necesidad
también llegó a la Argentina
y el bello chalet californiano ya no era respuesta suficiente ante la gran
demanda que empezó a surgir durante la segunda etapa del gobierno peronista.
De esta forma se fueron gestando barrios
enteros con construcciones del tipo monoblock: el “Curapaligüe” (Simón
Bolívar), del año 1952, ubicado a un lado del Parque Chacabuco; el monoblock “General
Belgrano”, también de 1952, que se situó en el Bajo Belgrano; el barrio “Balbastro”,
de 1948, en Flores Sur, rodeado por una gran arboleda que hace especial al
lugar; el barrio “Los Perales”, en Mataderos, realizado en 1948 e inspirado en
las construcciones ejecutadas en Estados Unidos. En 1954 se inauguró uno de los
últimos barrios peronistas, el “Alvear III”. Allí también se incluye el llamado
popularmente barrio “GRAFA”, construido en 1950 por el arquitecto Carlos Coire,
el mismo que construyó la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA.
Con más de 7.000 personas, en 1926 se
inauguró la fábrica textil más grande del país: Grandes Fábricas Argentinas (“GRAFA”),
cuya sociedad pertenecía al grupo Bunge & Born, de origen belga, radicado
en el país desde fines del siglo XIX. Bunge & Born adquirió la fábrica
Textil Sudamericana, bautizada como “Sudamtex”, y a partir de ese momento comenzó
la historia de “GRAFA” junto a la necesidad de construir monoblocks, los que
fueron habitados mayormente por empleados de la textil.
El barrio fue llamado “17 de Octubre”,
pero después de la caída del general Juan Domingo Perón fue rebautizado por el
nombre de “General San Martín”. Hoy, en los vaivenes de la política, está en
proyecto restituir su nombre de origen, no sólo para reivindicar la fecha
símbolo del peronismo sino también por cuestiones de identidad.
Este conjunto edilicio se desarrolló en 11 hectáreas , rodeando
una plaza central y un importante centro comercial. Son más de mil
departamentos de tres y cuatro ambientes. Una vez cerrada la textil en los años
‘90, la construcción fue demolida y el barrio se desnaturalizó. Se instaló en
su lugar un gran hipermercado en reemplazo de la fábrica “GRAFA”, que desde
1930 venía elaborando ropa de trabajo. El cierre de esta empresa terminó por
desvirtuar el sentido que en sus orígenes tuvo el barrio, lamentablemente. Como
si fuera una paradoja para el peronismo, la causa de este mal fueron los
criterios aplicados por el gobierno de Carlos Menem.
Esta arquitectura, símbolo de una época,
quedaría claramente abolida según el crítico Charles Jenks, quien declara que
el día 15 de julio de 1972 a
las 3.32 de la tarde el fallecimiento de este modelo de monoblocks -incluido
dentro del movimiento moderno- habría ocurrido en Saint Louis, Missouri. En ese
instante el conjunto habitacional Pruitt-Igoe, símbolo de la aplicación de los
principios modernistas a la construcción en masa, se fue abajo.
Lo impersonal, como sucede con este tipo
de edificaciones, ha llevado a conclusiones burlescas, como la siguiente
extraída de un semanario femenino: “Visitando a una amiga, residente de uno de
esos nuevos complejos urbanos, vi niñitos solazándose en los espacios verdes.
Llevaban sobre su ropa una etiqueta donde constaba su nombre, apellido, número
del edificio y departamento donde residían. En esas torres todas idénticas, sin
identidad, donde los niños suelen perderse, tales datos son indispensables para
devolverlos a sus hogares...”.
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Imagen: Una vista del llamado barrio "GRAFA", en el barrio porteño de Villa Pueyrredón.
Nota tomada del periódico “Mi Barrio”.
(Diciembre de 2014).