(De Andrea Cuarterolo)
A fines del año 1900, luego de un largo de viaje de estudio en Roma, la joven escultora tucumana Lola Mora regresó a la Argentina trayendo consigo los bocetos de las que serían sus principales obras: los bajorrelieves para la Casa de Tucumán y la Fuente de las Nereidas.
Cuando la artista ofreció esta fuente en donación a la Municipalidad de Buenos Aires, lejos estaba de imaginar el escándalo que se produciría en torno a su creación artística.
Las autoridades decidieron que el lugar de emplazamiento de este grupo escultórico, que inauguraba el desnudo en la estatuaria porteña, fuera la histórica Plaza de Mayo.
De inmediato se alzaron las voces de protesta de aquellos que consideraban inmoral la presencia de estas audaces figuras desnudas a pocos metros de la Catedral Metropolitana.
En una elocuente carta, Lola Mora asumió la defensa de su obra con estas palabras:
“Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo [...]. Lamento profundamente lo que está ocurriendo, pero no advierto en estas expresiones de repudio –llamémoslo de alguna manera– la voz pura y noble de este pueblo. Y ésa es la que me interesaría oír; de él espero el postrer fallo”.
Luego de acalorados debates, la fuente fue finalmente inaugurada en 1903 en el Paseo de Julio y, años más tarde, trasladada a su actual emplazamiento en la Costanera Sur.
(En la foto, tomada por un fotógrafo de la revista Caras y Caretas, vemos a la artista, ataviada con sus características bombachas de campo, dando los últimos toques a una de las esculturas de la fuente, poco antes de su inauguración).
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Imagen: Lola Mora trabajando en las Nereidas en un taller provisorio instalado en el Paseo de Julio, 1903. (Foto AGN)
Nota tomada de la revista Historias de la Ciudad, Nº 43, octubre de 2007.