(De Francisco López Merino)
Me acuerdo, amigo Borges, de la tarde en que fuimos
a pasear por el barrio donde vivió Evaristo
Carriego, aquel muchacho "casi genial y tísico".
Nuestro andar se cansaba por esa calle Honduras
que estaba silenciosa bajo un cielo de lluvia
y tenía los muros húmedos y ninguna
muchacha sonriente. También me impresionaron
las gastadas banderas de la calle Serrano
que flameaban apenas sobre los techos bajos.
Evoco nuestra charla de esa "tarde cualquiera".
Macedonio Fernández habló con voz de ausencia
y era el recién venido de su novela inédita.
Digo los tangos viejos que duermen en sus discos
y escucho a usted que lee "Mis primas los domingos".
(Sabe bien que no tengo jardín, pero es lo mismo).
Pienso en su hermana Norah: me regaló una flor
dorada y menudita que le envió Juan Ramón
en una carta clara como un agua con sol.
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Imagen: Calle Honduras desde Gascón hacia el este, en el año 2012 (Foto rubderoliv).