(De Raúl González Tuñón)
A fines de 1954, cuando –desaparecido ya el poeta– vio la luz una tardía segunda edición de La
crencha engrasada, único libro de Carlos Raúl Muñoz (Carlos de la Púa, “el Malevo”, en el dialecto de la amistad),
puede decirse que su singular poemario era ya una curiosidad bibliográfica;
además, había adquirido con los años validez documental (de la jerga popular,
digamos del lunfardo, de nuestro caló, siempre cambiante, van quedando las
palabras más expresivas –como quedó la palabra atorrante– ; las demás se
pierden).
UN LIBRO IMPAR DE LA POÉTICA PORTEÑA
Al aparecer esa segunda edición, eran muchos los que
ignoraban hasta el nombre de Carlos de la Púa. Es claro que sus amigos y compañeros de la
vida periodística no lo habían olvidado. Para ellos, ese gran poeta era el
“malevo Muñoz”, que no tenía nada de malevo, pero que se conocía el “naipe” de
los llamados bajos fondos como nadie y a todos los tipos y cosas de todos los
barrios, desde los boliches de la cortada Carabelas por él cantados, hasta
puente Alsina, que también mereció un poema suyo.
Él incorporó una serie de palabras de la jerga popular a la
poética argentina. (A Unamuno, por ejemplo, le hubiera interesado más esto que
los elementos folklóricos de fácil comunicación musical y pintoresquista de la
poesía al estilo de Nicolás Guillén o Jijena Sánchez.). Algunas eran palabras
usadas por todos, prácticamente; muchas tienen que ver con la jerga callejera
infantil –cachusa, ainenti, billarda, gataparida–; la mayoría estaba en boca de
canillita, carreros y sobre todo “compadritos” sobrevivientes de los viejos
boliches suburbanos; y otras tenían resabios de vida “cadenera”, origen
carcelario.
Sabía de memoria los mejores poemas de Darío, el innovador
–no el de la princesita–. y mucho de la instrumentación de su poética tiene que
ver con el vuelo lírico rubeniano en la forma. Hay dos aspectos en este libro
impar que es La crencha engrasada:
señalan, el uno, poemas decididamente lunfardos, como “Línea 9”, o con elementos de
lunfardía, auténticos, no postizos; y el otro, una tónica de estirpe
carrieguista, y aun de más intenso contenido social, como “Los bueyes”,
vigorosa estampa que empieza así: “Vinieron de Italia, tenían veinte años,/ con
un bagayito por toda fortuna/ y sin aliviadas, entre desengaños,/ llegaron a viejos sin ventaja alguna./ Mas
nunca a sus labios los abrió un reproche./ Siempre consecuentes, siempre
laburando/ pasaron los días, pasaban las
noches,/ el viejo en la fragua, la vieja lavando.”
Y hay dentro de esas dos maneras poemas decididamente
antológicos, que configuraron una voz nueva en la poética porteña, como “Barrio
Once” (el barrio donde nació Carlos de la Púa), ese ya clásico “Hermano chorro”, “El vago
Amargura” (“Mandando a bodega su troli de vino/ junto con la mugre de un bar
mishiadura / está siempre escabio el vago Amargura/ que en tiempos pasados fue
un gran malandrino”), “Fabriquera”, “Puente Alsina”, la exaltación del tango
“El entrerriano”, y otros.
PEQUEÑA HISTORIA
“La crencha engrasada” apareció en 1928, con carátula
alusiva de Silva y expresivas ilustraciones de Raúl Mazza, Billiken Muñiz y Zamora, y esta dedicatoria: “El poeta
dedica este libro a todos los canillitas de Buenos Aires y con especial
devoción a la figura histórica de El Diente, don Eduardo Dughera”… Valga la
hipérbole; El Diente era el popular jefe de la reventa de la vieja “Crítica”,
cuyos redactores eran entonces casi todos poetas, y entre ellos figuraba el
querido e inolvidable “Malevo”. La segunda parte de libro, “Los laburantes”,
está dedicada a tres poetas de Buenos Aires: Nicolás Olivari, Raúl González
Tuñón y Jorge Luis Borges… Porque eso sí, nadie podrá negar el gran cariño que
tenían a su ciudad los poetas del movimiento martinfierrista, al cual
pertenecía el autor de “La crencha engrasada”. Y por cierto que fue El Diente
quien pagó la edición del libro, que vendió casi exclusivamente don Constantino
Caló, también hoy desaparecido, como había desaparecido su extraordinaria,
amontonada, polvorienta librería “La Incógnita”, de Sarmiento al 1400…
Los parroquianos de “El Puchero Misterioso”, inverosímil
fonda, trastienda de un viejo almacén que funcionaba en Cangallo y Talcahuano,
sabían de memoria muchos poemas de Carlos de la Púa: eran canillitas, cocheros, obreros en su
mayoría; había entre ellos un dibujante ambulante…
Entonces algunos poetas cultos subestimaban la poesía del
“Malevo”, que sin duda vencerá los tiempos y los mitos.
Ahora, quién sabe dónde, en algún lugar de allá arriba o de
la vereda de enfrente, Carlos Muñoz, Carlos de la Púa, estará recitando sus
versos a Carlitos Gardel, Celedonio Flores, Diógenes Taborda, Enrique González
Tuñón, Luis Cané, que fueron sus amigos.
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Foto: Carlos de la
Púa.
Tomado de La
literatura resplandeciente, de R. G. T., editorial Boedo-Silbalba, Bs. As,
1976.