23 dic 2010

La quiniela y sus profesionales


(De Mario Tesler)                                                                                            

Los doctos en el manejo de las tablas de los sueños y los números, con grado de doctores obtenido en la escuela de la fija y de la timba por su maestría en toma y pase de apuestas, también tienen su historia. Esa historia está vinculada a nuestro quehacer marginal de otras épocas.
Sí, en otras épocas. Ser levantador y pasador de juego clandestino fue una actividad marginal en la Argentina, aunque nunca llegó a incorporarse al índex de las consideradas de extramuros. Hoy sigue siendo marginal ante la ley, pero su condición de tal está desgastada, pasa inadvertida; el tiempo y las comisiones puntualmente abonadas a algunos custodios corruptos de la ley le dieron un pátina atemperadora.
Además surgieron nuevas atracciones marginales que no le van en zaga, lo cual ayuda a ver este juego clandestino como algo socialmente inofensivo. Pero en épocas pasadas, de mayor represión, bastaba cruzar el charco para encontrar una actitud opuesta  frente a esta actividad: en la otra orilla del Río de la Plata, entre los uruguayos, el tomador y pasador de apuestas era desde siempre un "oficio respetable".
El juego de la quiniela, tal como hoy lo conocemos, apareció entrado el siglo XX en algunos países latinoamericanos. Daniel Granada, que se ocupó de reunir las voces usadas en la región rioplatense y no registradas entonces por la Real Academia Española, en la segunda edición de su Vocabulario rioplatense razonado, publicado en Montevideo en el año 1890, no incluye a la quiniela. En esta orilla tampoco lo hace Tobías Garzón, quien en 1910 edita en Buenos Aires el Diccionario argentino. Lo cual exime de necesitar mayor abundamiento de referencias para admitir que la no inclusión de la palabra quiniela entre los registros de estas dos compilaciones, era porque tal juego no existía o era pichón.
A ojo de buen cubero estimo que recién en la década del 20 comienza la difusión de la quiniela. En Los chiflados de Benjamín D. Martínez, publicado en 1924, aparece esta noticia: Últimamente en las ciudades de Buenos Aires y Rosario ha nacido otra variante de chifladura del mismo género, con la aparición y difusión del juego legítimamente prohibido y que lo denominan "quinielas".
En adelante y hasta nuestros días la historia de la quiniela tiene dos etapas: la de juego de azar prohibido hasta 1974, cuando las autoridades decidieron tomar la delantera y por iniciativa de Francisco Manrique, implementaron una oficial con su red de agencias, tomadores y pasadores autorizados a partir de lo cual se inicia la segunda etapa, en la que conviven la oficial y la clandestina, esta última con sus características de siempre, pero ofreciendo alguna ventaja para rivalizar con la oficial.
Los diarios almacenaron cantidad de noticias sobre la quiniela en su etapa de juego de azar prohibido, entre lo cual ella aparece en su accionar a contrapelo del marco legal tanto en cuanto a los capitalistas como a los tomadores y pasadores. Pero los aspectos más sabrosos aún son propiedad de ellos mismos. En esto los tomadores y pasadores, doctos intérpretes de la relación entre sueños y números, recuerdan ardides inéditos practicados en su momento por  sus antecesores inmediatos. Algunos de estos personajes muestran en el relato observación aguda unida al privilegio de su buena memoria, condición indispensable para sobrellevar los momentos en los cuales tener encima anotaciones de apuestas era una aventura que podría deparar serias desventuras.
 De las relaciones de estos doctos y la consulta del Primer diccionario de sinónimos del lunfardo de Tino Rodríguez, pude conocer algunos de los apodos que recibieron del medio según fueron modificando los pasadores detalles en sus gestos y algunos comportamientos comunes y reiterados por todos ellos.
En el juego de la quiniela el intermediario, al igual que el apostador  y el capitalista o banquero, fue apodado quinielero. Pero en virtud de su rol y para diferenciarlo de los extremos, el que apuesta y el que paga (o cobra), se le comenzó a llamar pasador. Pero en el vocabulario del hombre común, por lo menos en algunos lugares, pasar y levantar tiene una de sus acepciones en común, es la vinculada con la explotación del juego de azar ya que la apuesta pasada debe previamente ser levantada. De ahí apareció lo de levantador de quiniela y por metáfora en el vocabulario turfístico se agregó los nombres de guinchero, grúa y, también, el de valenciano (ya que estos son de la zona geográfica del levante español).
También los pasadores fueron llamados lápiz, por usarlo para su anotaciones  y al recurrir a otro elemento auxiliar, para el total aprovechamiento del lápiz, pasaron a ser lapiceros.
Durante décadas una marca fue sinónimo de lápiz, entonces los pasadores por usar los de ésta pasaron a ser el faber o el faberiano. Pero la aparición y auge del bolígrafo terminó con todos estos y se los rebautizó  biromistas.
Ahora todos los sobrenombres, motes, o apodos que no derivan del nombre del juego ya pueden ser arrojados en saco roto. En este juego de azar, el jugador, el capitalista y los tomadores de apuestas ya tienen nombre propio legalizado. La Real Academia Española confirió registro al juego que consiste en apostar a la última o a las últimas cifras del número premiado en la lotería como la tercera acepción de la palabra quiniela. También le determinaron la zona geográfica de Argentina, Paraguay, Santo Domingo y Uruguay, fuera de la cual supuestamente no se practica. Al jugador decidieron que se lo debe llamar quinielista. En tanto quinielero es el nombre que en adelante debe compartir el capitalista con el tomador y pasador de apuestas.
Al juego de la quiniela en la Argentina, en su etapa prohibida, se lo combinó de hecho con la lotería oficial (la nacional y las provinciales), de las cuales dependió para sus periódicos sorteos. Pero los pasadores también frecuentaron el hipódromo, donde se dedicaron a la toma clandestina de apuestas de carreras de caballos  en abierta rivalidad con las legalmente autorizadas. La presencia de estos levantadores en las cercanías o dentro del hipódromo, les valió que los llamaran arbolitos. Juan Carlos Altavista, el actor, hizo firmar a su personaje Minguito un  buscabulario en el que dice: Yo no manyo mucho este fato, pero se dice de ese punto que parado como arbolito le hace la competencia al hipódromo, bancando el juego de afuera.
Años después lo de arbolito se hizo extensivo a quienes en las veredas de zonas con afluencia comercial y turística ofrecían compra y venta de divisas extranjeras.
El apodo de redoblonero, también impuesto a estos intermediadores se originó en el medio turfístico por las características particulares que ofrece una variante de apuestas. A los tomadores, el jugador le indica la redoblona, o como se debe reinvertir la ganancia jugando a otro animal lo obtenido con el anterior.
El término redoblonero fue hecho extensivo a todo tipo de pasador de juego. Luego se lo vinculó con la tarea de toma clandestina de líneas telefónicas, cuando el servicio pasó a ser medido. Pero éstos no sólo actúan a la distancia, en algunos bares aún se los ve convenientemente ubicados para recibir discretamente a sus clientes. A la toma de apuestas comunes los  jugadores le indican la redoblona, cuando  el pálpito o la fija lo dan como muy seguro.
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Imagen: Cartelera de una jugada de quiniela (Foto tomada del sitio cooploter.com.ar).