(De Facundo Flores)
El Negro R. murió en el Brasil. Dicen que quedó duro, estrolado de doping. O que el gas fugitivo lo chapó de furca, reventándole los pulmones. Pero la versión más reciente, quince años después, asegura que lo asesinaron los cafishos por diferencia en el precio de una chabona.
No puedo aceptar esa historia trágica, de esencia repugnante, creer en la transfiguración monstruosa del pibe aventurero, aprendiz de hombre, que fue mi amigo del alma. Colábamos juntos a cines y bailongos y bardeábamos gruesos por los bolonquis de San Fernando y Mataderos. En nuestra ingenua apetencia de vida, creíamos en los personajes y heroínas de los tangos, todos ellos sombras duraderas de un infierno romántico ardiendo en la melodramática de las malas letras. Acaso toda esa inversión de la verdadera vida haya aventado a sus pobres sueños hacia la cloaca de la mala vida.
Fue un asaltante de la felicidad que murió en su ley. Su epitafio secreto, aquel que sólo junan los poetas, dice así: Vivió de salto y carta. Murió sin conocer el rostro de la vida.
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Imagen: Copas, amigas y besos de Adrián Omar Denegri,
Imagen: Copas, amigas y besos de Adrián Omar Denegri,
Narración tomada de: Antología lunfarda, Cuaderno de crisis, Bs. As., 1976.