(De Silvestre Otazú)
El primer matadero de que se tenga memoria existió a comienzos del siglo XVII en la manzana comprendida por las actuales calles Rivadavia, Victoria (Hipólito Yrigoyen), Maipú-Chacabuco y Esmeralda-Piedras. Reunido el cabildo el 29 de octubre de 1607, se acordó por unanimidad “que se tome un pedaço de tierra para un corral de bacas para propios desta ciudad”. Esto de “propios” significaba que el terreno era de propiedad del ayuntamiento y que los frutos que diesen habrían de ser para beneficio de la ciudad.
Ya entonces aquel “corral de bacas” comenzó por tener unas características que habrían de conservarse en el tiempo. Y fue que del faenamiento de los animales no se encargaron como cabía esperar, los españoles, sino los indios. En efecto, consigna el acta citada que la tarea correría por cuenta de un tal Antonio de Moyano, “persona que tiene yndios para alquilar en esta ciudad, a quien se le darán cuatro yndios que la Justicia Mayor tiene presos por delinquentes etc” . Es decir que se acude al aborigen para la matanza de una hacienda que al proliferar monstruosamente en la pampa infinita, se había hecho cimarrona y ofrecían a los que lidiaban con ella peligros desconocidos en las dehesas del viejo mundo. Para dar caza a aquellos animales chúcaros, se requerían hombres hechos a la vida salvaje de la pampa. Y eso, sólo podían hacerlo los indios. Los indios y el gaucho. Pero el gaucho todavía no había nacido a la vida a principios del siglo XVII.
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Imagen: Reses en la ganchera.
Tomado de la nota Mataderos , el último rincón gaucho (Diario Clarín, año 1951).