2 ago 2015

"La Gayola", explicada por Segismundo



 (De Rodolfo Jorge Rossi)

Los años 60 dejaron una singular impronta en la historia del mundo. 
Se inician en 1961 con la invasión norteamericana a Cuba y el fracaso en Bahía de los Cochinos. Es el año de Iuri Gagarin en el espacio y  sus declaraciones al volver a la tierra: “no he visto a Dios”. En 1962 se construye el ominoso muro de Berlín.
La década concluye el 25 de noviembre de 1970 con el suicidio ritual del escritor japonés Yukio Mishima, haciéndose el  harakiri en público, desesperado por la decadencia espiritual, cultural e irreversible del hombre.
En esos años los  sabios del café asistían perplejos a la presunta  muerte del tango y al surgimiento arrasador del psicoanálisis.
Cierto día  de 1965  me encontraba  rodeado de  sabihondos y suicidas cuando Ceferino Musante -el tanguero que volvió de la muerte- dijo muy suelto de cuerpo: en mis épocas de finado emérito frecuentaba la mesa que Carlos Gardel compartía a diario con  Freud en el café “Otro Cielo”, en el mismísimo Paraíso Terrenal. En una oportunidad  la conversación giraba acerca de nuestros tangos preferidos; el Morocho confesó que se emocionaba hasta las lágrimas al entonar La Gayola, compuesto por  su gran amigo Armando Tagini.
Interrumpió Segismundo: ese es, sin duda alguna, un tango notable, superlativo, extraordinario, donde el autor pone de manifiesto el famoso complejo de Edipo, que yo  descubrí mientras caminaba silbando bajito  por las calles de Viena. Si quieren expongo.
Continuó Musante: como siempre tengo a mano mi viejo Geloso y grabé la disertación de Freud en el café. Acá está, dijo  extrayendo el grabador.
¿Quieren escucharla? Preguntó.
Sin esperar respuesta apretó play; tuvimos la emoción de oír  la voz del brujo de Viena. Arrancó así:
“La personalidad del malevo que expone sin tapujos la sórdida historia de su vida en la letra del tango La Gayola, presenta síntomas y procesos mentales característicos de un cuadro psicológico donde resalta el complejo de Edipo y una fuerte fijación por su viejita. Podemos agregar, también, una feroz neurosis de abandono.
“Comienza con un: No te asustes ni me huyas, no he venido pa’vengarme. Ahí expresa una acusación implícita y si dice que no se va a vengar es porque él cree que tiene, como todo cornudo que se precie, el derecho de hacerlo. Después aclara: si mañana justamente ya me voy pa’no volver. He venido a despedirme, continúa humilde; como dicen los criollos: con el sombrero en la mano.
El personaje busca el afecto perdido: el gustazo quiero darme y en tus ojos campanearme: esta última es una frase de gran efecto psicológico porque el protagonista no mira a su gran amor como es: una mujer de la vida, muy putarraca ella; el otario se mira a si mismo en los ojos de la turra.
Es Narciso contemplándose en las turbias aguas del Riachuelo o en los ojos brillantes de la mujer-madre. Un claro intento de volver al pasado, al que nunca se vuelve; el penoso malevo no ha podido despegarse.
He venido pa’que juntos recordemos el pasado, como dos buenos amigos que hace rato no se ven.
El personaje quiere volver al pasado; revivir momentos gratos cuando se sentía seguro  y querido por su santa madrecita, mateando con ella en el patio de su casa rodeado de malvones.
Y acordarme de aquel tiempo cuando yo era un hombre honrado, y el cariño de mi madre era un poncho que había echado sobre mi alma noble y buena contra el frío del desdén.
Acordarse del tiempo en que era un hombre honrado es recordar el tiempo cuando era querido y venerado por su señora madre. Regresa a la mujer amada a la que identifica con su madre. En un acto de pensamiento  tanguero cree que contemplándose en los ojos de su amor puede volver al pasado. En definitiva, un dolobu atómico. Cabe destacar el gran simbolismo en la imagen de poncho-madre.
Una noche fue la muerte que vistió mi alma de duelo, mi querida madrecita se me fue a vivir con Dios.
La madre vuelve a vivir en la única condición posible de triunfo sobre la muerte: al lado de Dios.
Y en mis sueños parecía que la pobre desde el cielo me batía que eras buena, que confiara siempre en vos.
Estos versos demuestran sueños de poesía y tango, no hay censura onírica. De esta manera el malandra resuelve su neurosis.
El conflicto edípico es realizado a través de la ficticia encamada con su viejita a través de la otra mujer. Pero debido a su patética neurosis siente de manera patológica la pérdida de su  madre y eso le hace mucho daño. La primera pérdida materna se da a través de la muerte, la segunda, la de la trola amada, se da a través de los cuernos.
Y la pérdida de la mujer-madre con la que tiene sexo es por otro hombre
Pero me jugaste sucio y sediento de venganza mi cuchillo en una noche lo llevé hasta un corazón.  Desde el punto de vista psicoanalítico no hay duda de la equiparación del cuchillo como símbolo fálico. Se reactualiza el conflicto edípico de matar al rival que es el padre para lograr hacer vida con la mujer-madre.
Y más tarde ya sereno, muerta mi última esperanza, una lágrima rebelde la sequé en un bodegón.
Son lágrimas rebeldes de niño frustrado que no consigue afecto materno ni aún después de muerto el rival. A la frustración el personaje lo sustituye por el acto oral de la bebida; el guacho se agarra un pedo de camionero.
Las lágrimas cesan con la compensación simbólica que otorga la bebida; el bodegón sustituye la vagina  materna.
Viene ahora el momento del castigo, la rebelión contra el padre la pagará cara. Recuerden que Edipo se arrancó los ojos. El personaje del tango dice: Me encerraron muchos años en la sórdida gayola. La gayola actúa en este momento como un coño terrible donde no se recibe ningún tipo de compensación.
Y una tarde me largaron pa’ mi bien o pa’ mi mal
Fui sin rumbo por las calles y rodé como una bola
El compadre camina sucio y borracho; errante como Edipo ciego. Ese deambular es muy doloroso, en curda, sin que nadie le brinde afecto.  Eso es peor que la ceguera o la cárcel.
Pa’ tomar un plato e sopa cuantas veces hice cola,
Las auroras me encontraron atorrando en un umbral
Pone de manifiesto la sensación, ya mencionada, de desamparo total. El infame apoliya en un zaguán.
Hoy ya no me queda nada, ni un refugio, estoy tan pobre,
Padece de la peor de las pobrezas que es la falta de afecto. La pobreza afectiva es terrible.
Solamente vine a verte pa’dejarte mi perdón
Esta estrofa debe interpretarse por el contrario.
Pa’que no me falten flores cuando esté dentro e’l cajón.
Este cajón sustituye al poncho anterior como albergue materno; hablando en criollo, representa la reverendísima concha de su madre, dicho sea esto con el mayor de los respetos. El cajón es un símbolo mucho más apropiado que gayola y bodegón.
y flores; sexo y chumina materna, ser amado después de muerto, así pues en un texto aparentemente sencillo como es  La Gayola está la clave de la personalidad de un hombre  que es el reflejo de todos los hombres del mundo.”
“Se escucharon aplausos de los parroquianos  presentes en el café Otro Cielo.  Después de unos segundos resonó, única, la voz de Carlos Gardel: “Segis, ¿Lo que acabas de contar es  pulenta, pulenta?”
“Por supuesto.”
“Escupió Carlitos, rotundo: Tagini no era ningún manú! ¡Escribió el tango La Gayola y escrachó las miserias del hombre en veinte renglones!”
Quedamos con la boca abierta. Musante miraba a su alrededor con la sorpresa de los que vuelven de la muerte. El Geloso  nos reveló secretos del más allá; sorprendentes e indiscutibles. Pagamos y nos fuimos en silencio, con la cabeza baja. Sospeché desde siempre sobre la importancia superlativa de  La Gayola; un tango más profundo que La  Biblia. Ahora no tengo la más mínima duda.
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Ilustración: Partitura del tango La Gayola.