(De Rodolfo Jorge Rossi)
Los años 60 dejaron una singular impronta en
la historia del mundo.
Se inician en 1961 con la invasión
norteamericana a Cuba y el fracaso en Bahía de los Cochinos. Es el año de Iuri
Gagarin en el espacio y sus declaraciones
al volver a la tierra: “no he visto a Dios”. En 1962 se construye el ominoso muro
de Berlín.
La década concluye el 25 de noviembre de 1970
con el suicidio ritual del escritor japonés Yukio Mishima, haciéndose el harakiri en público, desesperado por la decadencia
espiritual, cultural e irreversible del hombre.
En esos años los sabios del café asistían perplejos a la
presunta muerte del tango y al
surgimiento arrasador del psicoanálisis.
Cierto día de 1965 me encontraba rodeado de
sabihondos y suicidas cuando Ceferino Musante -el tanguero que volvió de
la muerte- dijo muy suelto de cuerpo: en mis épocas de finado emérito
frecuentaba la mesa que Carlos Gardel compartía a diario con Freud en el café “Otro Cielo”, en el mismísimo
Paraíso Terrenal. En una oportunidad la conversación
giraba acerca de nuestros tangos preferidos; el Morocho confesó que se
emocionaba hasta las lágrimas al entonar La
Gayola, compuesto por su gran amigo
Armando Tagini.
Interrumpió Segismundo: ese es, sin duda
alguna, un tango notable, superlativo, extraordinario, donde el autor pone de
manifiesto el famoso complejo de Edipo, que yo descubrí mientras caminaba silbando bajito por las calles de Viena. Si quieren expongo.
Continuó Musante: como siempre tengo a mano mi
viejo Geloso y grabé la disertación de Freud en el café. Acá está, dijo extrayendo el grabador.
¿Quieren escucharla? Preguntó.
Sin esperar respuesta apretó play; tuvimos la emoción de oír la voz del brujo de Viena. Arrancó así:
“La personalidad del malevo que expone sin
tapujos la sórdida historia de su vida en la letra del tango La Gayola, presenta síntomas y procesos
mentales característicos de un cuadro psicológico donde resalta el complejo de
Edipo y una fuerte fijación por su viejita. Podemos agregar, también, una feroz
neurosis de abandono.
“Comienza con un: No te asustes ni me huyas, no
he venido pa’vengarme. Ahí expresa una acusación implícita y si dice que no
se va a vengar es porque él cree que tiene, como todo cornudo que se precie, el
derecho de hacerlo. Después aclara: si
mañana justamente ya me voy pa’no volver. He venido a despedirme, continúa humilde; como dicen los criollos: con
el sombrero en la mano.
El personaje busca el afecto perdido: el gustazo quiero darme y en tus ojos campanearme: esta última es
una frase de gran efecto psicológico porque el protagonista no mira a su gran
amor como es: una mujer de la vida, muy putarraca ella; el otario se mira a si
mismo en los ojos de la turra.
Es Narciso contemplándose en las turbias aguas
del Riachuelo o en los ojos brillantes de la mujer-madre. Un claro intento de
volver al pasado, al que nunca se vuelve; el penoso malevo no ha podido
despegarse.
He
venido pa’que juntos recordemos el pasado, como dos buenos amigos que hace rato
no se ven.
El personaje quiere volver al pasado; revivir
momentos gratos cuando se sentía seguro y querido por su santa madrecita, mateando con
ella en el patio de su casa rodeado de malvones.
Y acordarme
de aquel tiempo cuando yo era un hombre honrado, y el cariño de mi madre era un
poncho que había echado sobre mi alma noble y buena contra el frío del desdén.
Acordarse del tiempo en que era un hombre
honrado es recordar el tiempo cuando era querido y venerado por su señora
madre. Regresa a la mujer amada a la que identifica con su madre. En un acto de
pensamiento tanguero cree que contemplándose
en los ojos de su amor puede volver al pasado. En definitiva, un dolobu atómico. Cabe destacar el gran
simbolismo en la imagen de poncho-madre.
Una
noche fue la muerte que vistió mi alma de duelo, mi querida madrecita se me fue
a vivir con Dios.
La madre vuelve a vivir en la única condición
posible de triunfo sobre la muerte: al lado de Dios.
Y en mis
sueños parecía que la pobre desde el cielo me batía que eras buena, que
confiara siempre en vos.
Estos versos demuestran sueños de poesía y
tango, no hay censura onírica. De esta manera el malandra resuelve su neurosis.
El conflicto edípico es realizado a través de
la ficticia encamada con su viejita a través de la otra mujer. Pero debido a su
patética neurosis siente de manera patológica la pérdida de su madre y eso le hace mucho daño. La primera
pérdida materna se da a través de la muerte, la segunda, la de la trola amada,
se da a través de los cuernos.
Y la pérdida de la mujer-madre con la que
tiene sexo es por otro hombre
Pero me
jugaste sucio y sediento de venganza mi cuchillo en una noche lo llevé hasta un
corazón. Desde
el punto de vista psicoanalítico no hay duda de la equiparación del cuchillo
como símbolo fálico. Se reactualiza el conflicto edípico de matar al rival que
es el padre para lograr hacer vida con la mujer-madre.
Y más
tarde ya sereno, muerta mi última esperanza, una lágrima rebelde la sequé en un
bodegón.
Son lágrimas rebeldes de niño frustrado que no
consigue afecto materno ni aún después de muerto el rival. A la frustración el
personaje lo sustituye por el acto oral de la bebida; el guacho se agarra un
pedo de camionero.
Las lágrimas cesan con la compensación
simbólica que otorga la bebida; el bodegón sustituye la vagina materna.
Viene ahora el momento del castigo, la
rebelión contra el padre la pagará cara. Recuerden que Edipo se arrancó los
ojos. El personaje del tango dice: Me
encerraron muchos años en la sórdida gayola. La gayola actúa en este
momento como un coño terrible donde no se recibe ningún tipo de compensación.
Y una
tarde me largaron pa’ mi bien o pa’ mi mal
Fui sin
rumbo por las calles y rodé como una bola
El compadre camina sucio y borracho; errante
como Edipo ciego. Ese deambular es muy doloroso, en curda, sin que nadie le
brinde afecto. Eso es peor que la
ceguera o la cárcel.
Pa’
tomar un plato e sopa cuantas veces hice cola,
Las
auroras me encontraron atorrando en un umbral
Pone de manifiesto la sensación, ya mencionada,
de desamparo total. El infame apoliya en un zaguán.
Hoy ya
no me queda nada, ni un refugio, estoy tan pobre,
Padece de la peor de las pobrezas que es la
falta de afecto. La pobreza afectiva es terrible.
Solamente
vine a verte pa’dejarte mi perdón
Esta estrofa debe interpretarse por el
contrario.
Pa’que
no me falten flores cuando esté dentro e’l cajón.
Este cajón sustituye al poncho anterior como
albergue materno; hablando en criollo, representa la reverendísima concha de su
madre, dicho sea esto con el mayor de los respetos. El cajón es un símbolo
mucho más apropiado que gayola y bodegón.
y flores; sexo y chumina materna, ser amado
después de muerto, así pues en un texto aparentemente sencillo como es La Gayola está la
clave de la personalidad de un hombre que es el reflejo de todos los hombres del
mundo.”
“Se escucharon aplausos de los parroquianos presentes en el café Otro Cielo. Después de unos
segundos resonó, única, la voz de Carlos Gardel: “Segis, ¿Lo que acabas de
contar es pulenta, pulenta?”
“Por supuesto.”
“Escupió Carlitos, rotundo: Tagini no era
ningún manú! ¡Escribió el tango La Gayola
y escrachó las miserias del hombre en veinte renglones!”
Quedamos con la boca abierta. Musante miraba a
su alrededor con la sorpresa de los que vuelven de la muerte. El Geloso nos reveló secretos del más allá;
sorprendentes e indiscutibles. Pagamos y nos fuimos en silencio, con la cabeza
baja. Sospeché desde siempre sobre la importancia superlativa de La
Gayola; un tango más profundo que La
Biblia.
Ahora no tengo la más mínima duda.
______
Ilustración:
Partitura del tango La Gayola.