27 oct 2015

Una nueva adicción



(De Rubén Derlis)

¿Cuántos libros dejaron de abrirse  camino de ida y vuelta al trabajo en subte, o en ómnibus, en estos, digamos, tres o cuatro años, sin ir más lejos en el tiempo, debido al  auge de los celulares? Resultaría imposible realizar una estadística, y si lo fuera, sólo serviría para decepcionarnos al ver la cantidad de lectores que perdió el libro –al menos circunstanciales, pero lectores al fin de cuenta– que por uno u otro motivo sólo daba vuelta la página de una novela únicamente en los viajes. Pero para el libro, algo era algo.
Cuando el viajero fijaba los ojos en una página era para comenzar o continuar una lectura; no cabía otra posibilidad. En cambio, cuando un usuario de telefonía móvil fija su mirada en el pequeño rectángulo mágico –panacea de todas las maravillas–, es imposible saber para qué lo hace, pues es tanta la gama de posibilidades que va de lo imprescindible –el llamado que realmente no puede esperar–  hasta lo francamente anodino  –los estúpidos jueguitos–.
Sin que demande mucho esfuerzo, es posible hacer un amplio paneo en cualquier vagón subterráneo o en el ómnibus, y ver el estrago que está haciendo el Smartphone entre jóvenes y no tanto, pues  últimamente muchos adultos han sucumbido a la mantisa embrujada, acaso para escapar a una realidad aburrida y frustrante que no pudieron o no supieron cambiar, y como acaso consideren que ya eso les resultará imposible, adhieren a esta nueva forma de vacío existencial del siglo XXI.
Lo extraño es que para la mayoría de las personas esto es normal, nadie parece asociarlo con la enfermedad, y en realidad lo es, pues todo indica que camina a pasos acelerados hacia la adicción. Sólo tendrían que preguntarse si les sería posible pasar un solo día sin mandar mensajitos  sin ton ni son, o esperar llegar a sus casas para saber qué almorzarán o cenarán, tal como sucedía cuando eran seres normales y la comida era  una sorpresa que esperaba en familia.  Pero no. Y tengo para mí que un gran porcentaje de congéneres ya no podrán vivir sin el celular; el sólo pensar que les faltaría les haría la vida imposible. Los ganó el Smartphone, los hizo adictos, y esta adición –ya lo veremos con el tiempo–
resultará tan peligrosa como el alcoholismo, el tabaquismo o cualquier otra.  Sólo que en este caso la mayoría de los adictos lo ignora; para estos enfermos indoloros, el mínimo artefacto ejerce la misma fascinación que la lámpara sobre el incauto insecto. Y si no hay cómo zafar, con seguridad que se estará abriendo una nueva faceta de trabajo para psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas.
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Imagen: Celulares y más celulares.