(De Miguel Ruffo)
La inmigración fue un instrumento del que se valió el estado
burgués terrateniente para proletarizar amplios contingentes de inmigrantes.
Esto es particularmente cierto cuando aquella dejó de estar vinculada a la
colonización y quedó librada al juego del movimiento internacional de la fuerza
de trabajo. En los Estados Unidos, que se integraron a ese flujo internacional,
mucho antes que la Argentina y que disponían de una frontera abierta (la
conquista del oeste), la formación de una economía de farmers (pequeños y
medianos granjeros) operaba como un factor de atracción del inmigrante hacia
las zonas rurales, por eso en las urbes esto impulsaba, en líneas generales, al
alza de salarios, para retener en las industrias fuerza de trabajo. La
Argentina también disponía de una frontera abierta (la conquista del desierto)
pero el dominio del latifundio como régimen de tenencia de la tierra no
favoreció el asentamiento de los inmigrantes en las áreas rurales, y debiendo
quedarse en las ciudades (Buenos Aires y Rosario fundamentalmente) fueron
conformando el proletariado moderno.
Cuando “La Nación” dice que al acto del 1º de mayo de 1890
acudieron “poquísimos argentinos”, esa interpretación no se puede entender como
si el acto hubiese sido extranjero, aunque ésta fuera la intención ideológica
del periódico. La crítica materialista, dando cuenta del movimiento objetivo de
la realidad, debió decir: fue un acto del proletariado argentino (porque aquí
es donde se constituyeron como obreros) integrado en su mayor parte por inmigrantes
porque la fuente de proletarización del capitalismo en la Argentina son algunos
países europeos.
No es el extranjero el protagonista de las huelgas sino el
inmigrante proletarizado, las protestas sociales, las huelgas, a las que el
estado burgués terrateniente tiene que hacer frente no son protestas de
“nacionalidades” sino de clase.
La burguesía terrateniente no ha encontrado mejor medio de
deshacerse de los obreros díscolos que el desarrollo capitalista lidera y
engendra, que la de agitar –ley de Residencia mediante– contra el conjunto de
la clase obrera, el fantasma de expulsarlos del país, arrojarlos al mercado
internacional de fuerza de trabajo o de enviarlos nuevamente a su país de
origen, que actúa como fuente de suministro de proletarios al capitalismo
argentino.
De esta manera la clase que modernizaba al país disimulaba y
ocultaba sus contradicciones adjudicando a los extranjeros actividades
conspirativas que, ciertamente, en su mayoría eran focalizadas e
intrascendentes. Esta concepción ideológica
se veía facilitada porque las comunidades o asociaciones agrupadas por
nacionalidades constituían el elemento organizativo y referencial de los
primeros inmigrantes.
Al desarrollarse el capitalismo latifundista exportador, al
pasar de su fase formativa (ciclos del cuero y del tasajo y de la lana) a su
fase inicial y madura (ciclo de la carne
y de los cereales), sin que por ello finalizara la primera, las “comunidades
extrajeras” estallan; su movilidad social, (que es un proceso de diferenciación
socio-clasista) conduce a la formación de proletarios y burgueses.
“La Prensa” decía que la Argentina redimía al proletariado de
los viejos pueblos de Europa, al “permitir al obrero transitar de la condición
de asalariado a la de propietario”, y si bien esto es cierto, no debemos
obnubilar nuestra comprensión de la relación entre la inmigración y la
proletarización, creyendo que esa “redención” era válida para el conjunto de
los inmigrantes.
Fuente:
Frydemberg, Julio y Ruffo, Miguel; “La Semana Roja de 1909”,
CEAL, Bs. As., 1992.
Ilustración: Afiche de época.