(De Edgardo Lois)
Sábado 18 de abril de 2015. Mi viejo, emocionado, apenas dijo:
Fueron 50 años de mi vida.
Luego de las palabras pronunciadas por el secretario general
de la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos): Daniel Chiaravalle, no
hizo falta decir más. La emoción redondeaba la última pincelada en la obra: el
público asistente a la inauguración de la muestra comprendía que era parte de
un encuentro entre amigos, y parte de una memoria del arte argentino.
Toda exposición tiene un tiempo de macerado, de íntimo
diálogo entre el artista y sus almas. Entre esas almas bucea la duda, qué mejor
motor para el arte que esta damisela inquieta. El artista duda, debe hacerlo, y
debe saber cargar con sus dudas: la existencial, la artística, la que a veces
le patea el banquito a la construcción filosófica que lo fortalece. El arte es
para valientes, para hombres que saben de abismarse con los horrores y las
felicidades de los mundos vistos y los imaginados. El arte viene de adentro y
llega de afuera, y es el artista el médium que debe trabajar en la tormenta.
Todos atados al palo mayor de la nao, todos con la mirada desafiante ante los
confines de la propia naturaleza. Toda esta materia respira en órbita, el
hombre es el centro, y todavía lo es más cuando se trata de enseñar el fruto de
su trabajo, de su oficio. La muestra inaugurada en la SAAP tiene un componente
más que se agrega a lo enunciado: la presencia de un hacedor, un trabajador de
la memoria: Rolando Lois.
Soy hijo de artista plástico, de pintor; recuerdo que de
chico decía: mi papá es pintor. Mi viejo no era un papá simple como otros, el
mío pintaba cuadros y siempre fue motivo de orgullo. Hoy, cuando ya dejé de ser
el nene, confirmo que mi viejo, efectivamente, no es un tipo más. Es decir,
cumplía con los casilleros básicos de la sociedad, nunca faltó nada en nuestra
casa obrera, y tuve padre presente y atento, pero después, se sabía, Rolando
tenía otros mundos. Ahora que lo pienso, mi viejo inició en ese paisaje, ahí
nomás de mi nacimiento, el camino hacia la realización de esta exposición
inaugurada en la SAAP. En esta nota que escribo están presentes los 50 años de
su vida y de la mía: de su arte y su manera de ser, y de mi oficio y mi interés
por trabajar dentro de la maravilla de la memoria.
En la SAAP, en la sala Leopoldo Presas, el sábado 18 de
abril se inauguró Pinceles con historia. Pincel, mano, materia y herramienta.
Durante 50 años mi viejo fue un aplicado cultor de la memoria. Empezó pidiendo
un pincel al amigo que era artista, siempre que sinceramente valorara su
trabajo. Después extendió la recolección de la herramienta a aquellos pintores
que respetaba y que exhibían un mínimo de 30 años de humana travesía. Aquella
extensión se debió a que empezó a soñar con una especie de museo del pincel.
Fue así que Rolando Lois terminó con unos 160 pinceles en su taller de Martín
Coronado. No es novedad que hubiese querido tener su refugio en Boedo. Nacido
en 1930, fue pibe en Boedo, se hizo hombre en Boedo, así me dijo una vez, y fue
entonces muchacho de café en el Arco Iris.
Pinceles con historia presenta entonces la colección de
pinceles que Rolando reunió durante su vida, y que en este mes de abril cedió a
la SAAP. Para su exhibición permanente se acondicionó un mueble vidriado que
quedó ubicado en el centro de la sala. Sobre las paredes se exhibió, hasta el
30 de abril, una muestra de unas 60 obras pertenecientes a artistas que
aportaron su pincel.
Hay dos presencias fundamentales en la vida del pintor: el
pincel y la paleta: las herramientas de la magia. La SAAP ya hizo un homenaje a
una de ellas, la paleta, con la publicación del libro Paletas artísticas
(2013), y cumple ahora, a través de la colección de pinceles en su sala, con la
otra. Tuve la suerte de escribir un texto para dicho libro, a continuación un
fragmento: La paleta del pintor puede descansar sobre una mesita, o un banco
alto, y puede, alta en el cielo, habitar el aire del taller al compás de los
vientos. El alma del mago también debe saber del viento. La mano como vela de
mástil mayor, flameante, puro desafío ante el abismo de la luz o la de su
ausencia.
Pero el secreto mayor jugará sus cartas en la habilidad con
que la otra mano, caricia va, caricia viene, sepa del amor sobre la tierra
alumbrada. El pincel será el adelantado, el héroe en el sueño del pintor, será
quien comprenda, quien lleve en su memoria efímera el mensaje de lo imaginado,
lo visto por el mago, el alquimista. El dueño del pincel ha comprendido a
través de los años (porque la pintura, como todo arte, es un compromiso que
exige una vida de trabajo, nunca menos) que el mundo nace con cada día que
amanece, con cada pintura que aguarda sobre la paleta, con cada minuto de esa
vida en que un hombre intenta llamarse artista pintor. Cuando se ve, cuando se
sabe de la existencia de los mundos (los que andan por la sangre, y los que
callejean en veredas y esquinas), cuando se tiene registro de lluvias, garúas y
vientos, mejor se encontrarán los colores del mundo sobre la paleta.
Estas herramientas simbolizan el amor del artista por el
trabajo, es la presencia maravillosa del trabajo la única llave que abre la
puerta del arte, y la única llave que abre el costado mágico del arte: esos
momentos que pueden ser nombrados como “inspiración”.
En mi memoria veo, en el taller de mi padre, el ramo de
pinceles y la paleta sobre la mesita, a un lado del caballete. El pincel y la
paleta, herramientas dentro de la herramienta del oficio. Tal vez mi padre no
sepa que ver esta disposición en su taller, me llevó a valorar, a querer, las
herramientas de mi herramienta. A él le debo el basamento de mi escritura y mi
interés por la memoria.
En el tránsito de esta idea de composición artística, hasta
donde sé, una original manera de trabajar el arte y la memoria, descubro en mi
padre una huella que me llena de orgullo. En estos tiempos confusos de tanta
miseria globalizada, en tiempos donde en el mundo del arte tanto se nota la
presencia de pavos reales y dioses efímeros, donde muchos olvidan verdades
fundamentales para una mejor vida de relación entre los hombres, mi padre llevó
adelante una labor de amor hacia la obra del otro: lejos del egoísmo, y tan
cercano a la solidaridad y la justicia. Porque no hay que olvidar: muy bien por
los artistas reconocidos y con obra notable, pero muchos han quedado a la
sombra, olvidados. Lo dijo en las palabras de presentación de la muestra,
Daniel Chiaravalle: Muchos han dado su vida al arte, y han recibido un pago
injusto.
La vitrina guarda una historia de la pintura argentina. Otra
historia. Otra voz. Por ideales, la SAAP es el lugar indicado para su
exhibición y resguardo. Pinceles de hombres artistas como César López Claro,
Raúl Lozza, Enrique Policastro, Leopoldo Presas, Francisco Reyes, Lino E.
Spilimbergo, Demetrio Urruchúa, Vito Campanella, Juan José Cartasso, Ponciano
Cárdenas, Tomás Ditaranto, Demetrio Iramain, Carlos Cañás, Pedro Gaeta, Derlis
Maddonni, Rodolfo Medina. Todos, con más o menos reconocimiento, todos
hermanados en el arte.
La SAAP fue fundada el 5 de diciembre de 1925. Entre sus
fundadores y primeros adherentes figuraban: Benito Nazar Anchorena, el primer
presidente, Enrique Prins, primer secretario, Fray Guillermo Butler, Cesáreo
Bernaldo de Quirós, Italo Botti, Alfredo Gutero, Agustín Riganelli, Alfredo Bigatti,
Emilio Pettoruti, Raquel Forner, Horacio Butler, Luis Falcini, Valentín Tibón
de Libian, Augusto Martheau, Oliva Navarro, Mario Canale, Soto Avendano,
Alberto Rossi. En 85 años en el arte, libro publicado por la SAAP en 2010 se
consigna: “La aparición de la SAAP responde en una primera instancia a la
necesidad de los Artistas Plásticos de tener una voz para elevar contra el
academicismo y el pasatismo en los dictámenes de los salones oficiales”. Queda
claro, una sociedad que reunía artistas para enfrentar ciertas injusticias del
sistema, esas verdades de chamuyo instaladas por los que se autotitularon
dueños del arte de los argentinos. Ayer y hoy: la resistencia, como presencia
necesaria: no es posible que la valía artística la disponga el mercado. Lo dicho:
SAAP es el lugar indicado para guardar los pinceles de esta historia del arte.
La muestra es una reafirmación del trabajo, un llamado de
atención para la sociedad de la velocidad, donde muchas veces el aprendizaje de
las artes viene contaminado con la “ansiedad de llegar”: y nadie llega a ningún
lado si antes no llega hasta su propia esencia. El tema central es el arte
sincero, y no la cáscara, el cartón pintado del eterno recién llegado. El arte
pide a cambio la vida, una vida de trabajo y compromiso.
Pinceles con historia es además un compromiso con la
memoria, con el oficio, con los amigos que ya no están. Es un reconocimiento a
un puñado de hombres que tuvo la valentía de encarar el abordaje del arte, a
conciencia, tratando de ser fieles a su real sentir.
En la SAAP los buenos fantasmas de muchos pintores volvieron
a compartir herramienta y obra entre pares. Barridas las fronteras con el más
allá –es que tanto puede el arte–, los vivos y los muertos volvieron a
compartir sala. Regresaron nombres e historias, anécdotas, en un encuentro
emotivo.
Entre los tantos recuerdos que visitaron a mi viejo en estos
días, porque ceder los pinceles, exponerlos, sacudió de forma certera los ríos
de su sangre, aparecieron una vez más (mi viejo es de contar historias del
ayer) algunos momentos vividos en el bar Florida, que estuvo ubicado sobre
Viamonte, entre Florida y San Martín, donde ahora se levanta el Centro Cultural
Borges. En aquellos viernes de café, durante la década del ’70, estos hombres y
artistas alumbraron charlas y discusiones: Héctor Tessarolo, Raúl Stévano, Eolo
Pons, Hugo Griffoi, Pascual Suárez, Néstor Berllés, Osvaldo Argento, Ricardo
Rutkauskas, Arrigo Todesca, Hugo Irureta, Vicente Di Bennardo, Luis Lusnich,
Miguel Ángel Montalto, Julio Giustozzi, Roberto “Cachete” González. En el
“mientras tanto” de los detalles de la muestra, mi viejo recordó a los pintores
del Florida. Me dijo: Soy el único que queda vivo.
La muestra de pinturas ya dejó el lugar para las
exposiciones programadas en la SAAP, pero ahí está la colección de Pinceles con
historia: pinceles, herramientas nacidas desde la realidad y el sueño, pinceles
a los que se les nota el uso, pinceles de hombres con oficio, hombres de
trabajo, sucede siempre en el arte verdadero: el trabajo despunta la materia,
el trabajo amanece los días.
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Imagen: Logotipo de la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos).