16 mar 2011

Los barrios de Buenos Aires en la cartografía oficial


(De Ángel O. Prignano)

La primera división por barrios de la ciudad de Buenos Aires surgió de la necesidad que tenían los españoles de reprimir el contrabando. Una forma de hacerlo –pensó el gobernador Miguel de Salcedo en 1734- era poner un territorio bien delimitado a cargo de una persona de confianza para que entendiera “de celar el modo de vida de los vecinos”. Así creó ocho cuarteles o barrios y designó un comisario en cada uno de ellos. Además mandó que se pusiera nombre a cada calle y se las señalizara con tablillas de madera, condición imprescindible para confeccionar registros censales periódicos. Esos barrios fueron los Del Alto, Santa Lucía, San Juan, El Retiro, Barrio Recio, Del Hospital, La Merced y San Nicolás, para los cuales se designó comisarios a Luis Navarro, Pedro Zamudio, Bartolomé Montaner, Juan de Zamudio, Matías Solana, Juan de la Palma, Miguel de Esparza y Tomás de Monsalve.
Treinta y cinco años después, por Real Cédula del 8 de julio de 1769, quedó oficializada la primera división eclesiástica con la creación de seis parroquias: San Nicolás, El Socorro, La Concepción, Montserrat, La Piedad y La Catedral. La había propuesto el obispo Manuel Antonio de la Torre y, según Alfredo Taullard, fue la primera división parroquial efectiva de Buenos Aires. En 1778 corrían los días del virrey Vértiz y la ciudad fue organizada administrativamente en seis cuarteles, cuyos territorios coincidieron prácticamente con el de las parroquias antes mencionadas. Y en 1794, con el virrey Arredondo, se definió una nueva división en veinte barrios numerados correlativamente.
Después de otras segmentaciones, llegó el momento en que debió definirse las jurisdicciones del Registro Civil, creado en 1884. Así, con la incorporación de los partidos provinciales de San José de Flores y Belgrano a la ciudad recientemente federalizada, quedaron establecidas diez divisiones territoriales formadas por Catedral al Norte, Catedral al Sur y Montserrat (1ra.); San Miguel, San Nicolás y El Socorro (2da.); El Pilar y La Piedad (3ra.); Balvanera (4ta.); San Cristóbal (5ta.); La Concepción (6ta.), San Telmo (7ma.), San Juan Evangelista y Santa Lucía (8va.); San José de Flores (9na.) y Belgrano (10ma.).
Todas estas particiones territoriales en el casco fundacional de Buenos Aires y sus alrededores, las posteriores llevadas a cabo en Flores y Belgrano, más las que se pusieron en práctica a lo largo del tiempo, tuvieron como objetivo primordial ejercer el control de la población, ya sea por la autoridad civil, militar o eclesiástica.
La expansión de aquella primera ciudad hacia los suburbios conllevó la formación de pequeños grupos urbanos que James R. Scobie identificó como vecindarios, no como barrios ni parroquias. A mi modo de ver, estos vecindarios siguen vigentes para los vecinos de estos días; se restringen generalmente a la calle o la manzana donde viven y tal vez hasta no más de dos o tres cuadras a la redonda. Adrián Gorelik, por su parte, también se refiere a “vecindarios, núcleos tan próximos a veces como separados por barreras infranqueables, materiales y sociales.” El barrio, según este autor, es la “reconversión pública” de esos espacios “sobre la expansión cuantitativa de los sectores populares al suburbio, de un territorio identitario, un dispositivo cultural mucho más complejo en el que participa un cúmulo de actores y de instituciones públicas y privadas, articulando procesos económicos y sociales con representaciones políticas y culturales.”
Hacia fines del XIX la nomenclatura ya estaba bien definida en los barrios más tradicionales, como Palermo, Flores, Belgrano, La Boca, Barracas y otros que no han perdurado, pero el ministro del interior tuvo la peregrina idea de cambiarla dos días antes de la finalización de ese siglo. Para ello firmó un decreto que, además, dispuso su vigencia a partir del alumbramiento de la nueva centuria. Resulta interesante recordar qué decía el diario La Nación sobre este asunto en su edición del 4 de enero de 1901: “Hágase justicia: el ministro del interior no habría suscripto el decreto de la nueva división del municipio, á no haberle sido sugerido tal pensamiento por el ilustrado y elocuente director de la oficina demográfica de la capital. (...) De modo que, de acuerdo con la cuadrícula proyectada por los principales funcionarios de la ciudad de Buenos Aires, se decidió que (...) la vieja sede de los virreyes del Plata quedaría dividida en catorce barrios, cuyas denominaciones, calcadas de las londinenses, van á convertir el mapa del municipio en una parodia de la rosa náutica de los vientos. Porque cuidado que hay designaciones extravagantes! Recordamos habernos ocupado de ellas en otra ocasión, pero hoy que están consagradas oficialmente no podemos resistir el deseo de que nuestros convecinos sepan donde viven en el siglo XX: el barrio de Flores ha perdido su bello nombre para llamarse West-Centre, el aristocrático barrio del norte, se denomina North-East, mientras los habitantes de las villas Catalinas y Mazzini, pertenecerán al sonoro West-End...” Si bien esta nomenclatura no prosperó, el intento de imponerla se inscribe dentro de la idea de “modernidad” que manejaban los funcionarios de entonces.
A principios del siglo pasado comenzaron a diseñarse nuevos proyectos de división racional del municipio y la cartografía de la ciudad de Buenos Aires reflejó algunas de las denominaciones actuales y otras que se han perdido: Almagro, Barracas, Belgrano, Boca, Caballito, Coghlan, Constitución, Corrales, Chacarita, Flores, Floresta, Liniers, Nueva Pompeya, Núñez, Once, Palermo, Recoleta, Retiro, Saavedra, Vélez Sarsfield, Villa Alvear, Villa Centenario, Villa Crespo, Villa Chicago, Villa del Parque, Villa Devoto, Villa Gral. Lamadrid, Villa Gral. Urquiza, Villa Lugano, Villa Malcom, Villa Mazzini, Villa Mitre, Villa Modelo, Villa Ortúzar, Villa Pueyrredón, Villa Real, Villa Riachuelo, Villa Sáenz Peña, Villa Santa Rita y Villa Versalles. Un plano publicado en 1912 consignaba estas nomenclaturas e indicaba claramente la importancia de los barrios de Barracas, Boca, Belgrano, Palermo y Flores, que fueron señalizados con caracteres destacados.
El 26 de octubre de 1925, el ministro del Interior José P. Tamburini creó una comisión de representantes delegados para que preparara y propusiera “una división del Municipio que se acerque, en lo posible, al deseo de lograr una identidad de límites para todas las actividades administrativas.” El resultado fue publicado en 1928 y sugirió la demarcación de 15 divisiones y 77 secciones, estas últimas equiparables a muchos de los barrios actuales.
Con todo, tres décadas más tarde la entonces Municipalidad de Buenos Aires aún no podía identificar claramente la cantidad de barrios que existían en la ciudad porteña. El Plan Regulador de fines de los años cincuenta, cuyo propósito era proyectar racionalmente aquellas obras que la ciudad necesitaba para reformularse, reconocía la presencia de “44 barrios aproximadamente”. El hecho de que los propios funcionarios desconocieran el número exacto resulta, por de pronto, sumamente curioso, dado que la acción del plan recaería en grado sumo sobre esos sectores. Cabe preguntarse si había conciencia de la unidad “barrio” en los órganos políticos de la ciudad o se estaba gestando recién en esos años.
Lo concreto es que hacia fines de la década del ‘60 afloró la necesidad de registrar dichas jurisdicciones definiendo sus contornos en forma precisa y pretendidamente invariables. La decisión se encuadró dentro del proyecto –fallido- de descentralización imaginado durante el gobierno militar del general Onganía, que propició la sanción de las normas legales necesarias tomando como referencia a las sociedades de fomento. Así, el entonces Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires expidió, con fecha 11 de junio de 1968, la Ordenanza N° 23698 que señaló cuarenta y seis barrios porteños.
Posteriormente se conoció la Ordenanza N° 26607, promulgada el 21 de abril de 1972 por el mismo cuerpo legislativo, que dio límites estrictos a igual cantidad de barrios luego de modificar los deslindes de algunos de ellos. Más adelante, ese número fue elevado a cuarenta y ocho con la inclusión de Puerto Madero, anteriormente una zona portuaria, y la restitución de Parque Chas, que ya existía como barrio en la legislación de 1972 pero por Ordenanza N° 27161 de 1976 había quedado sumido caprichosamente en la Agronomía. Es la división que rige en estos días. Por último, la ley 2329 sancionada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires el 10 de mayo de 2007 modificó los límites de seis barrios: Retiro, La Boca, Barracas, Flores, La Recoleta y Nueva Pompeya. Los cuatro primeros agrandaron sus territorios a expensas de los dos últimos, ello con el único fin de adaptar los perímetros barriales a los de las comunas recientemente creadas.
No pasemos por alto el desatinado proyecto del intendente del último gobierno militar, Guillermo del Cioppo, que intentó una parcelación de la ciudad en 149 barrios. En diciembre de 1982 emitió una ordenanza que subdividía algunos de los barrios preexistentes e introducía nuevos nombres, pero no tuvo aplicación y la reforma quedó trunca por la resistencia de los porteños y la protesta de las entidades vecinales, cuyas acciones fueron ampliamente difundidas por los medios periodísticos de entonces. 

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En tren de hallar una clasificación de los barrios reconocidos oficialmente, se distinguen palmariamente tres generaciones o familias. La primera está conformada por los “barrios originarios”, cuyos territorios se aproximan a las jurisdicciones parroquiales que vimos antes, más las que se fueron creando posteriormente, ya sean nuevas o surgidas por subdivisión de las antiguas. Esas parroquias eran Catedral al Norte, Catedral al Sur, San Juan, La Concepción, El Socorro, San Telmo, Montserrat, Santa Lucía, San Juan Evangelista, La Merced, El Carmen, La Piedad, San Nicolás, Balvanera, San Cristóbal, Santa Cruz y La Recoleta. Parte de esta nomenclatura no subsistió en los barrios actuales, pues algunos tomaron nueva denominación y otros terminaron encerrados en jurisdicciones vecinas. Los que han mudado nombre fueron La Concepción, que cambió a Constitución, Santa Lucía a Barracas, San Juan Evangelista a La Boca y El Socorro a Retiro. Los que quedaron dentro de otro barrio fueron Catedral al Norte, La Merced y La Piedad en San Nicolás, Catedral al Sur y San Juan en Montserrat (o Monserrat), El Carmen en La Recoleta y Santa Cruz en San Cristóbal.
La segunda familia está formada por Flores y Belgrano, que llamo “barrios principales” porque nacieron como pueblos-cabecera de los partidos de campaña homónimos. El primero surgió espontáneamente con la división de la tierra, a principios del siglo XIX, y el segundo a mediados de la misma centuria por vía de expediente oficial tomando parte del territorio del anterior. Los dos fueron generadores de barrios.
La tercera descendencia agrupa a los “barrios periféricos”, que brotaron y crecieron al amparo de los transportes públicos, los loteos y las actividades industriales, mercantiles y religiosas en tierras de los ex partidos provinciales de San José de Flores y Belgrano. Los núcleos urbanos que venían desarrollándose en distintos puntos de aquellas comarcas se convirtieron posteriormente en los barrios de Agronomía, Almagro, Boedo, Caballito, Coghlan, Colegiales, Chacarita, Floresta, La Paternal, Liniers, Mataderos, Monte Castro, Nueva Pompeya, Núñez, Palermo, Parque Avellaneda, Parque Chacabuco, Parque de los Patricios, Saavedra, Vélez Sarsfield, Versalles, Villa Crespo, Villa del Parque, Villa Devoto, Villa Gral. Mitre, Villa Lugano, Villa Luro, Villa Ortúzar, Villa Pueyrredón, Villa Real, Villa Riachuelo, Villa Santa Rita, Villa Soldati y Villa Urquiza.
Los tres grupos configuran los 46 barrios homologados por la ordenanza de 1972, a los que después se sumaron Puerto Madero y Parque Chas, según ha quedado dicho. En cada uno de ellos se fue generando entre los vecinos un peculiar sentido de unión para fines específicos, mayormente relacionados con la ayuda solidaria, la vida en comunidad, la integración social y la búsqueda de soluciones a los problemas edilicios.
Ello quedó corporizado a partir de fines del siglo XIX en las agrupaciones de colectividades, las asociaciones de socorros mutuos, las cooperativas, los sindicatos obreros, las sociedades de fomento, los clubes atléticos y deportivos, los centros culturales, las bibliotecas populares, las hermandades religiosas y, años más tarde, las juntas de estudios históricos, los centros de jubilados, las asambleas populares y los comedores comunitarios. Estas sociedades barriales consiguieron que el Estado diera respuesta a múltiples requerimientos en materia de urbanismo, seguridad, asistencia social e higiene pública, como así también contribuyeron a la expansión de las actividades recreativas, deportivas y culturales en cada jurisdicción.
De este modo se distanciaron del casco histórico porteño y de las corrientes populares que allí se generaron: se vivía en el barrio y la excursión al Centro se convirtió en una aventura de fin de semana. En tal sentido, debo coincidir con Luis Alberto Romero: “En el barrio, en fin, se acuñó una cultura popular específica de los sectores populares, diferente de la de aquellos trabajadores heroicos de principio de siglo, y distinta también de la del ‘centro’, en relación con la cual a menudo se definía.” Fue así como las sociedades barriales confirieron a cada barrio un claro e indubitable perfil determinante.
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Ilustración:  Estatua de El Pensador de Rodin; al fondo el Congreso Nacional (Foto tomada del blog destinia.com). 
Este texto fue tomado del libro Barriología y Diversidad Cultural, Buenos Aires, CICCUS, 2008.