(De Santó Efendi)
La
historia de los muestros (1) puede entenderse mejor si apreciamos
algunos factores que configuraron nuestra existencia desde la remota
antigüedad. El autor español José María Lacalle, en su libro titulado Los judíos españoles (Sayma, Barcelona,
1964), menciona en forma vaga que los judíos de España llegaron por primera vez
luego del exilio de Babilonia, navegando por el Mediterráneo hasta las Columnas de Hércules, o sea la zona del actual Peñón de Gibraltar. Si bien
éste no es un hecho histórico científicamente demostrado, lo cierto es que hubo
población judía en España desde los comienzos de la era común, es decir, desde
hace unos 2.000 años, hasta la expulsión
de 1492. El Yishuv Sefarad (2) duró
por lo menos 1.500 años; hace solamente 500 años que dejamos Iberia.
El
ladino, muestra lingua (3) luego de tantos siglos, está tan
arraigada a nuestra propia existencia, porque hemos volcado en ella
además de nuestra personalidad étnica, la experiencia ancestral de nuestra
gente y los textos sagrados, ya que poco a poco hemos perdido el hebreo como
lengua de uso común. A través de siglos de migraciones por la Europa del noroeste y por las
costas del Mediterráneo, hemos incorporado naturalmente al idioma expresiones y
conceptos de otros pueblos en los que hemos vivido.
Luego de los grandes pogroms sufridos en la
España de 1391, que se extendieron durante todo un siglo, los descendientes
de Shebet Yehuda (4), comprendieron
que habían alcanzado el final de una época histórica y en 1492, desesperados,
se lanzaron hacia los cuatro puntos cardinales en búsqueda de una salida
salvadora. Parte de los muestros que se desplazaron hacia el este,
lograron llegar luego de muchas penurias a las tierras de Bayazid II, el gran
Sultán del Imperio Otomano ( 481 - 1512) que tuvo la visión de permitir a los
inmigrantes sefardíes instalarse en sus tierras, pues traían oficios,
conocimiento de la tecnología de la época, vinculaciones internacionales, y
capacidad de convertirse en súbditos leales para beneficio del Imperio. Cecil Roth en su libro titulado Doña Gracia of the House of Nasi (The
Jewish Publication Society of America, Philadelphia,
1977), describe la gesta de "los muestros" desplazándose hacia
Levante, en busca de esas tierras que prometían un mañana mejor para ellos.
Cabe destacar que ya antes de la llegada
de los exiliados, existía una pequeña e influyente colonia judía en el Imperio
Otomano, que facilitó la absorción de los hermanos expulsados de Sefarad.
Así, desde Toledo y desde centenares de
otras localidades españolas, llegaron a Estambul (ex Constantinopla),
recientemente conquistada por el Imperio Otomano. En una carta dirigida a los judíos
de Alemania, hacia el año 1400, el Rab Don Isaac Zarfatí escribe:
"Hermanos, yo, Isaac Zarfatí os digo que Turquía es un país de abundancia,
donde si queréis, encontraréis paz. Aquí, cada hombre puede llevar una
existencia apacible a la sombra de su viña y su higuera" (Henri Nahum, Juifs de Smyrne, XIXe - XXe Siècle,
Capítulo II, pág 25, Aubier, Paris, 1997). La referencia a la viña y la higuera
es bíblica.
Las condiciones de vida en el Imperio Otomano
permitieron a los nuevos llegados crecer durante largos siglos y expandirse
por la costa mediterránea del Imperio, formando comunidades en muchas localidades
de lo que hoy es Turquía, Grecia, y otros países de la región balcánica. Es
importante mencionar que en el siglo XVIII, el Rab Don Jacobo Khuli comenzó a publicar
en Estambul el Meam Loez, un
comentario bíblico que se desarrolló durante largos años, y fue completado por
generaciones de estudiosos, hasta convertirse hoy en una obra de 20 volúmenes,
traducida a muchos idiomas. Helena Gutkowski, en su libro Érase una vez Sefarad (Lumen, Buenos Aires, 1999, pp 229-230),
menciona esta obra, que marca algo así como el renacimiento cultural sefaradí
luego de los largos años de reasentamiento que siguieron al trauma de la expulsión de España. La población
judía en lo que hoy es Turquía, llegó durante los años del Imperio a un máximo
de unas 80.000 personas; la actual es de unas 23.000, concentradas principalmente
en Estambul y Esmirna. Como es el caso de otras nacionalidades, hoy hay más djidios turcos fuera que dentro de
Turquía. En ondas migratorias sucesivas nuestros padres dejaron Turquía en
búsqueda de otros horizontes, fueron reestableciéndose en Europa, América,
llegando a Villa Crespo y más recientemente en Israel.
Como muchas otras familias, la de mis
padres se embarcó en Esmirna y llegó a la Argentina en 1923, luego de haber pasado por la
odisea de los incendios de Esmirna y otras ciudades turcas, provocados por la
guerra de liberación de la cual surgió la República Turca
actual, liderada por Mustafá Kemal, llamado luego el padre de los turcos,
"Ataturk". Patrik Balfour Kinross, Lord Kinross, estudioso británico
de la historia turca, describe en su libro A
Biography of Mustafa Kemal, Father of Modern Turkey (Quill, New York,
1964), los horrores de esa guerra, en la que los muestros perdieron
sus casas y haciendas devoradas por el fuego, pero felizmente pudieron salvar sus vidas. Todavía recuerdo los
años de mi infancia llenos de narraciones de mi madre y mi abuela sobre los ensendyios de Izmir (5). Esta
experiencia traumatizante, colectivamente compartida por muchos de los
muestros, contribuyó al sentido de unidad que el djidió de Buenos Aires siempre tuvo, buscando la proximidad de sus
hermanos ya establecidos en la zona del centro de la ciudad: en la calle 25 de
Mayo, o en los barrios de Once, Flores, o Villa Crespo. Hay que pensar que la ACIS puso la piedra fundamental de la Kehilá (6) de Camargo en 1916, en plena
Primera Guerra Mundial, antes del éxodo masivo de los djidiós de Esmirna hacia
Europa y Sudamérica.
Cuando muchos de los muestros llegaron a Villa Crespo pocos años después, y se encontraron con este núcleo de
paisanos con los cuales podían compartir sus sentimientos, su idioma, su mundo
material y espiritual, la calle Gurruchaga se convirtió en el centro de la
nueva Karatash, el barrio populoso de
los djidios del Esmirna de entonces.
Éste es pues nuestro origen. Como Shebet Yehuda pasamos por Babilonia, por
Sefarad, por Europa, por América en general y
también por el barrio de Villa Crespo. Siempre firme con nuestra cultura y
autoaprecio, conservamos las costumbres y el estilo de nuestros ancestros, en nuestras
casas, en nuestras kehilot (7), en
nuestras escuelas, clubes y en nuestros cementerios. El sefaradí típico se
enorgullece de pertenecer a tan alta estirpe y se identifica con quienes son originarios
de su ciudad o de su barriada en el viejo mundo. Así se formaron en Buenos
Aires las comunidades de Ismirlis, Estambulis, Selaniklis, Marroquinos,
Halabis, Damasquinos (8), etc., para sólo nombrar algunos grupos. Con el
renacimiento de la patria ancestral, Israel, hemos visto a algunos de los muestros cruzar
barreras y emparentarse con ashkenazim, cosa desusada durante el período del
viejo Imperio. No obstante, conservamos la sensibilidad por la música de
nuestros padres, los cuentos de Djohá (9),
nuestros boios (10), huevos haminados (11), rakí (12), baklabá (13), kadaif (14), etc., que dan a nuestra vida
un sabor muy particular y nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos. Los que
vivimos esparcidos por el ancho mundo, lejos del Villa Crespo en el que nacimos
y crecimos, tratamos en cuanto podemos de volver a Buenos Aires para visitar
parientes y amigos, ziarar (15) a nuestros ancestros y por supuesto, sumergirnos en la
calle Gurruchaga, los boios, la Kehilá
de Camargo y el barrio todo, para volver a vivir aquellas sensaciones y
emociones de la infancia y la juventud que siempre llevamos dentro. Solamente
persisten y triunfan los pueblos con buena memoria.
______
Notas:
(1) Del ladino: los nuestros.
(2) Del hebreo: el asentamiento judío en
Sefarad.
(3) Del ladino: nuestra lengua.
(4) Del hebreo: la Tribu de Yehuda.
(5) Del ladino: los incendios de Esmirna.
(6) Del hebreo: sinagoga.
(7) Del hebreo: plural de sinagoga.
(8) Así se los denomina a los
originarios, de Esmirna, Estambul, Salónica, Marruecos, Alepo, Damasco,
respectivamente.
(9) Personaje mítico de la tradición
turca adoptado por los sefaradíes del Imperio Otomano.
(10) Bollos rellenos con diferentes
ingredientes (queso, verdura, etc.) de la tradición culinaria, exclusividad judeo-española.
(11) Del ladino: huevos duros.
(12) Del turco: anís, bebida alcohólica.
(14) Del turco: postre oriental.
(15) Del turco: ziyaret, visita o peregrinaje (a un cementerio).
Ilustración: La sinagoga de la calle Camargo.
Material tomado de la página
sefaraires.com