(De Rubén Bianchi)
Fui a la cancha por décadas a ver al viejo Racing Club, Hoy,
lo miro por TV: ir me parece una odisea urbana. Sin embargo a veces recibo invitaciones para ver un partido
desde la platea (donde supuestamente se está más cómodo y seguro) pero
realmente allí no me siento muy a gusto. Estoy en un territorio ajeno y no en
aquel sector de la tribuna que frecuenté a través de los años, y que sí sentí
como propio.
Allí estaban casi siempre los mismos y en algunos casos se imponía
el saludo al llegar porque ya eran rostros conocidos, como el de Atilio
Stampone, un grande del tango. Se disfrutaba o se sufría el partido codo a
codo, en un clima de mucha comunicación. En cambio los hinchas de la platea
cercana parecían más aislados, más fríos…, ¡y para colmo, sentados!
Además, en la tribuna, había y sigue habiendo a pesar de
todo, un humor muy espontáneo. Un estilo propio, individualista, alejado de
gestos colectivos como “la ola”, que se
popularizó en todo el mundo, menos aquí. Sólo la silbatina o los epítetos de
todo calibre se practican en armonioso conjunto. Argentinos al fin.
Siempre recuerdo una lluviosa tarde de mayo en la que Racing
iba perdiendo uno a cero con Bánfield. Paró de llover y todos cerramos los paraguas, pero en el escalón
anterior un hincha hipnotizado por el trámite del partido, seguía con el
paraguas abierto tapando la visión de los que estábamos atrás. De pronto un
señor con vibrante voz de tenorino, le gritó: “¡Che, viejo…, cerrá el paraguas
que ya somos libres!”.
Al escuchar la antológica ocurrencia imaginé la lámina del “Billiken”,
impresa en nuestra memoria colectiva.
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Imagen: Dibujo de Casartelli tomado de la página cvclavoz.com
Crónicas tomada del libro de R. B.: Afectos especiales, Ediciones Papeles de Boedo, CABA, 2004.