Hace algunos años, con motivo de editar mi revista
humorística “Humorón”, recibí la siguiente salutación: Para Siulnas, humorista
/ (o humorón, según se usa). / Yo estaba en “La Hipotenusa” / ¿se
acuerda de esa revista?”
El remitente era Daniel Giribaldi, poeta y humorista –la
cuarteta transcripta sintetiza su doble vocación–, ex jefe de redacción de la
revista de humor mencionada en último término (“La Hipotenusa”), por cuyas
páginas obtuviéramos algunas precisiones poco formales –acordes con el
biografiado– sobre la personalidad de Giribaldi.
“Centenares de páginas humorísticas desperdigadas en toda
clase de publicaciones no obstan para que, en realidad, se llame Diógenes.
Aunque nació en Nueva Pompeya, es autor de una colección de sonetos en lunfardo
que circula en copias a máquina, y sobre la cual se publicará un libro impreso.
En “Cuatro Patas”, semanario satírico mensual aparecido y desaparecido hace
seis años, creó la hoy difundida expresión ¡Abéjate!, voz que suele emplearse
con cierto éxito para alejar a las abejas. De noche recorre los últimos
‘estaños’ del centro de Buenos Aires con el pretexto de beberse unas ginebras;
lo cierto es que reúne firmas para que la rigurosa y severa Academia Argentina del
Lunfardo le brinde el sillón vacante por la desaparición de Nicolás Olivari.
José Gobello, presidente de la
Academia, accedió finalmente a prestarle una sillita”.
La aparición de Giribaldi en “Cuatro Patas” –revista
dirigida por Carlos Del Peral– no había sido menos pintoresca que muchas de sus
actitudes; después de mencionar a quienes colaboraban en el primer número, se
agregaba en el staff:
…“involuntariamente, Giribaldi, a quien no conocemos y cuyo excelente cuento llegó a nuestras manos
por casualidad.”
El cuento en cuestión era “El transporte en Singasog” y
giraba alrededor del problema que afrontaba ese pequeño e imaginario país:
“…Se fue produciendo en Singasog un extraño fenómeno. Como
llegar al trabajo ocupaba todo el tiempo de los trabajadores, para que estos
pudieran seguir comiendo, durmiendo y yendo al cine de tanto en tanto, los
obreros exigieron que la jornada de trabajo disminuyera en proporción inversa a
lo que podríamos llamar el aumento de la jornada de viaje. Así, si antes se
viajaba diez minutos y se trabajaba ocho horas, ahora, que era necesario viajar
durante ocho horas desde las casas a las respectivas ocupaciones, se acordó
trabajar diez minutos para compensar el tiempo que se perdía…”
EL HUMORISTA Y EL POETA
¿Cómo se da la dualidad entre el poeta y el humorista? Acaso
ambas formas de expresión estén emparentadas por el tratamiento brindado por
Giribaldi, un poeta que no hizo “la carrera literaria”, no visitó a los
famosos, no felicitó a los mediocres y no reconoció a los que cuestionaba,
según él mismo lo admitiera en 1983, en ocasión de la reedición de sus “Sonetos
mugres”, que le valieron se lo encasillara como “poeta lunfardo”, a lo que
replicó fastidiado en un reportaje para la revista de “La Nación”:
“–…Yo soy un poeta castizo, con zeta. Escribí esto por hacer
un chiste y mirá la repercusión que tuvo. Entonces aparece el problema: los
lunfardistas se la agarraron en serio y fue todo una broma”.
Pero también surge la contrapartida en su definición del
humor recogida por Miguel Bravo Tedín en 1969:
“–El humorismo es la superación de la tragedia. Sin tragedia
no hay humor. Pero la vida carece de sentido, no dicho esto en sentido
tanguero, sino filosófico: la vida no se propone nada, no tiene finalidad,
carece de sentido. No sabemos para qué fue inventada ni para qué estamos en
ella. En otras palabras, se parece a la sirenita esa que había en Copenhague y
que unos patoteros dinamarqueses decapitaron: no tiene pie ni cabeza. De todo
esto surge el sentido del absurdo y de la vida. La convicción de que hay que
reírse para no reventar demasiado, ya que reventar se revienta igual…”
Y ese sentido del humor al que Giribaldi acude “para no
reventar demasiado”, fluye hasta cuando en la sección Libros de “La Hipotenusa” comenta la Guía Peuser: “Pocas
veces –la única, deberíamos decir, pero no nos atrevemos a ser tan
concluyentes– un libro argentino ha alcanzado el número de ediciones que cuenta
en su haber esta obra de Jacobo Peuser, cuya reedición Nº 752 acaba de aparecer
en este segundo bimestre de 1967. Con pluma ágil y amena, gran poder de
síntesis y aguda erudición, el autor
traza un panorama de Buenos Aires que debe calificarse de completo. Ningún
escritor localista, llámese Carriego, Fray Mocho, Fryda Schultz de Mantovani o
como a usted más le guste, reúne una mención más completa, más abundante en
datos sobre la gran ciudad, que el autor de este pequeño volumen. Nadie
menciona mayor número de lugares gratos al porteño (la esquina de Corrientes y
Esmeralda, la calle Ayacucho, célebre por su “bulín”; el Paseo Colón, con
viejos almacenes repletos de parroquianos que han perdido la fe; la cortada
Carabelas; el abasto de Carlitos… La
nómina sería interminable y abarcaría 188 páginas, vale decir el mismo espacio
que le lleva al señor Peuser describir en forma minuciosa esta Buenos Aires que
tan bien conoce y que tan admirablemente coloca ante los ojos del lector. Su
fervor humano, que se emparenta con la pasión que Faulkner sentía por su
condado de Yoknapatawpha, lo lleva a incluir en su Guía –al igual que a Faulkner
en ‘¡Absalón, Absalón!’– un plano del lugar que describe…”
Lo mismo una guía de calles que un clásico de la literatura
como Don Quijote sirven a Giribaldi para “superar la tragedia”, aunque en
“Milonga de Don Quijote” –que su amigo Edmundo Rivero ha cantado en
privilegiadas reuniones en su reducto– se produce una de las tantas simbiosis
entre el poeta y el humorista: “En La
Mancha, en un lugar/ de cuyo nombre no quiero/ acordarme, un
caballero/ cofla, lungo y singular,/ a fuerza de morfetear/ libros de
caballería,/ llegó a revirarse un día/ y, ya colifa, el cafaña/
salió a imitar las hazañas/ de los brolis que leía…”
EL TERCER GIRIBALDI
Hemos conocido al Giribaldi poeta y al Giribaldi humorista,
pero hay un tercer Giribaldi, el que abrazó el periodismo al no poder finalizar
sus estudios de agronomía, tras ejercer diversas tareas que lo llevarían a
autocalificarse como “hombre de siete oficios y catorce necesidades”.
Como periodista, pasó por numerosos medios, entre ellos la
agencia Télam –en cuyo archivo dejó preparada su propia nota necrológica para
evitar esa tarea a los colegas–, “El Mundo”, “Noticias Gráficas”, “Clarín” y
“Mayoría”, teniendo últimamente a su cargo “Croniquita”, el suplemento
dominical infantil de “Crónica”, de Buenos Aires, sobre el que recayera la
distinción asignada a ese género de publicaciones por Eudeba al celebrar su 25º
Aniversario. Y el mejor suplemento infantil del momento se planificaba en una
mesa de café en el barrio de San Telmo, “redacción” habitual en la que
Giribaldi recibía a sus colaboradores, a quienes, cuando no estaba con ánimo de
verlos, aconsejaba pasar el material por debajo de la puerta de su departamento
en un edificio cercano al bar de las mejores ocasiones. Es que a veces, no
tenía mucho que decir a sus colaboradores, o bien prefería no decirlo aunque él
estuviera convencido de que “la vida carece de sentido”; en esos momentos,
“para no reventar demasiado”, prefería anticiparse en algún soneto: “…Será un
velorio piola, tendrá gancho…/ Alguien dirá: ‘fue un punto divertido’./ Alguien,
también, me llorará a lo chancho./ Y Alguien, que llegará sin hacer ruido,/ Silenciará
a los Beatles, lo más pancho./ Y yo me iré con él. Con el Olvido.”
Tal vez en esto último se equivocaba; los encuentros de
Poesía Abierta que él promoviera a pesar de su convencimiento de que “ni la
poesía ni los poetas prestan utilidad alguna”, prosiguieron con el aditamento
de su nombre, y la fecha que “eligió” (según algunos como póstuma
exteriorización de su sentido del humor) para morirse –2 de noviembre, Día de
los Muertos–, coadyuvaron a que su imagen como poeta y humorista se siguiera
proyectando sobre quienes lo conocimos.
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Foto: Daniel Giribaldi.
Tomado del blog: SiulnasZapping.