(De Rodolfo Jorge Rossi)
Tiresias fue el más famoso
adivino de la Grecia
clásica, circa 800 años antes de Cristo.
Nació hombre.
Una tarde en que caminaba por
el monte Cilene, fue sorprendido
por el intenso coito de dos serpientes entrelazadas. Estas, molestas por su
presencia, lo atacaron.
Tiresias las golpeó con su
bastón, dando muerte a la hembra.
La reacción de Tiresias enojó
sobremanera a los dioses del Olimpo, que lo transformaron en mujer.
Años más tarde vio la misma
escena, otra vez fue sorprendido por el coito intenso de dos serpientes. Esta
vez mató, de un certero bastonazo, a la serpiente macho. Entonces, los dioses
le devolvieron la virilidad.
En una ocasión Zeus discutía
con Hera, su esposa. Ésta le reprochaba sus frecuentes infidelidades. Zeus
argumentaba que el hombre podía ser adúltero porque la mujer disfrutaba más el
sexo. Hera, fuera de sí, convocó a Tiresias, que como había tenido los dos
sexos podía dirimir la cuestión.
Tiresias sentenció: Si el
placer del amor en diez partes dividía,/ Tres por tres a las mujeres, una a los
hombres daría.
Enfurecida, Hera cegó a
Tiresias para siempre. El hecho conmovió a Zeus; lo compensó con la predicción
del futuro, además le concedió vida eterna.
Y echó a rodar por el mundo
hasta que fue convocado por Edipo, necesitaba consultarlo con urgencia.
Acompañado por su hija Dafne se estableció en Tebas. Se le preguntó acerca de
las causas de la feroz epidemia que asolaba a esa ciudad desde hacía muchos
años.
Luego de estudiar la
situación dijo Tiresias: Jefe, la peste la genera una persona que ha matado
a su padre y ha hecho vida con su madre. No sé si me explico.
Señala Sófocles que cuando trascendió
el episodio Yocasta se ahorcó y Edipo se arrancó los ojos.
Tiresias, asustado por las
trágicas consecuencias de sus predicciones, se refugió en el Hades, el mundo de
los muertos, lugar donde nadie lo iría a buscar.
Pasaron algunos siglos hasta
que Ulises, en su frustrada y sangrienta vuelta a casa luego de la guerra de
Troya, descendió al inframundo. Necesitaba consultarlo, saber cómo regresar a Ítaca.
Recorriendo el Hades, tuvo
una ingrata sorpresa; se encontró con su madre Anticlea que había muerto, y él
sin saberlo.
Los hombres sabios del café
sostienen que éste momento es de gran importancia en la historia del tango,
porque Ulises susurra en el oído de su madre palabras que podrían
traducirse de la siguiente manera: Vieja,/ una duda cruel me aqueja.
Ulises no puede controlar el llanto.
Anticlea lo tranquiliza, le comunica que debe despedirse, que confíe en
Tiresias, que éste le señalará el camino correcto para volver al hogar. Y
desaparece lentamente en la oscuridad.
En un pasaje conmovedor de La Odisea , Ulises,
con el rostro bañado en lágrimas, canta: Quiero madre que me diga si la
infame,/ abusando de mi viaje me ha engañado.
La cátedra del café cree que estos versos
fueron dichos bajo la influencia de Tiresias, o directamente dictados por él,
motivo por el cual el vidente se convierte en el primer tanguero de la historia
universal.
Deberán transcurrir muchos
años hasta su reaparición.
Dante Alighieri lo sitúa en
el Infierno, en el Canto XX, en el Octavo Círculo donde están fraudulentos y adivinos: Vedi Tiresias, che
mutó sembiante/ Quando di maschio fémmina divenne,/ Cangiandosi le membra tutte
quante.
El Infierno de la “Divina
Comedia” fue escrito entre 1306 y 1308. A partir de esa fecha el ciego vuelve a
desaparecer, hasta que asoma en estas tierras en los finales del siglo XIX.
En el café aseguran que se
conoce la presencia de Tiresias en el Río de la Plata desde 1870.
Señalan que en la revolución
mitrista de 1874, las tropas de José Miguel Arredondo entraron en la ciudad de
San Luis comandadas por un ciego. Cantaban “El Queco”, denominación popular del
quilombo. El capitanejo no sería otro que el finado Tiresias.
Cabe destacar que “El
Queco” es uno de los primeros tangos conocidos.
Además dan como prueba
irrefutable la cantidad de tangos cuyo tema es la ceguera: “Viejo ciego”,
“Charlemos”, “La cieguita”, “Gallo Ciego”, para citar solo a los más
conocidos.
Los profesores del café
afirman hasta la insolencia que el famoso ciego inconsolable del verso de
Carriego, el que fuma como un poseso sentado en el umbral, no es otro que el
desdichado Tiresias.
Como tenía antepasados
ilustres que se destacaron en la guerra de Troya, de los cuales dan cuenta
Chaucer y Shakespeare, se consultó al bandoneonista Aníbal Carmelo Troilo.
Le preguntaron si la cantidad
de ciegos que había en el tango podría tener alguna relación con la presencia
de Tiresias en mi Buenos Aires querido.
Troilo dijo que no existía
esa relación, que solamente era casualidad.
Agregó suspirando: Ésta es una ciudad de abombados, nunca falta
un otario que me pregunta por Crésida. Hablan de la madre de Ulises y se quejan
porque hay muchas madres en el tango. Díganme ustedes que son sabios, ¿dónde
quieren que estén las madres?
Pero sabihondos y suicidas
todavía dudaban.
Entonces se interrogó a Jorge
Luis Borges.
Muy sorprendido contestó que
no sabía, para entregarse de inmediato a la suspicacia.
Después, visiblemente
irritado balbuceó: ¡Yo no soy Tiresias!
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Ilustración: Tiresias matando la serpiente.