(De Silvia Mónica Rossi)
¿Sabías que el peaje por el cual, en la actualidad, debemos pagar para
poder transitar por rutas y autopistas existe desde la época de la colonia?
Hagamos un poco de historia.
Los caminos eran pequeñas huellas, que se borraban cada vez que
llovía. Ante esta situación, los viajeros debían seguirlos guiados por
baqueanos que conocían de memoria los mismos, debiendo sufrir ataques de indios
o animales, inviernos y veranos intensos y sin reparos acondicionados a
estas circunstancias; entre otras adversidades.
A partir de 1771 se establece la primera posta para que los
viajeros pudieran descansar y proveerse de algún elemento y, principalmente,
poder cambiar los animales. Este lugar estaba a cargo del maestro de
posta, quien firmaba contrato por lapsos de dos a quince años y, finalizado el
mismo, dejaba el cargo a sus hijos.
En 1791 aparece el llamado “reglamento de postas”, en el cual se da
cuenta del estado de los caminos, la geografía de los lugares y las
características de cada uno de ellos. A los viajeros se les cobraba una
tarifa por legua recorrida a caballo, siendo un importe mayor si se trataba de
un terreno montañoso o desértico. Los carruajes también debían pagar un
real por caballo y por legua recorrida y se controlaba que no fueran excedidos
de peso. Durante los primeros tiempos los caballos eran propiedad de los
maestros de posta, pero cuando el país se fue organizando la caballada pasó a
ser propiedad del Estado. En el año 1817 se comenzó a marcar a los mismos con
una “P”, a fin de que no pagarán peaje al cruzar puentes o caminos.
El primer peaje del cual se tiene registro en nuestro país se cobró
en el paso del Puente Viejo por el Camino Real. El mismo se encuentra en San
Antonio de Areco, tendido sobre en Río Areco, paso obligado al Alto
Perú en aquella época. Se sabe que fue construido en el año 1857 y
que, por si alguno intentaba cruzarlo de noche sin pagar, era cerrado con
gruesas cadenas.
Durante la época colonial el arreglo y mantenimiento de caminos fue
objeto de atención. Trabajos como quitar piedras sueltas, troncos que impedían
el tránsito y el llenado de hoyos y pantanos se realizaban en algunos lugares,
con los ingresos que producían estos peajes. El “derecho del pisaje” era
la solución al problema, donde los recursos locales no fueran suficientes.
En 1860 se construyó otro puente sobre el Arroyo del Tala, el cual
fue inspeccionado por las autoridades del lugar para establecer el importe que
debía cobrarse en concepto de peaje. Se sabe que los cobros eran
irregulares y que el importe recaudado no se destinaba al fin propuesto, que
era la conservación del mismo. A modo de ejemplo cuentan que Fernando Bustillo
(en Veracruz) manejó, durante doce años, este impuesto sin haber
presentado nunca las cuentas de lo recaudado, debiéndolo hacer su viuda sin
poder responder por los siete mil pesos faltantes.
Por lo visto, no hay nada nuevo bajo el sol.
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Imagen: Tropilla guiada por un baqueano.
Nota e ilustración tomadas de “El Sol de San Telmo”.