(De Miguel Eugenio Germino)
No siempre la historia revela espontáneamente sus
secretos. Aquella postal del 25 de Mayo de 1810 que recorrió por casi dos
siglos las aulas escolares, las facultades y cenáculos, y los torrentes de
palabras que nutrieron millones de páginas de libros, revistas y folletos,
ocultaron bajo un manto nebuloso errores, omisiones y hasta falacias del
pasado. Es deber del investigador honesto desmitificar y desentrañar la verdad
histórica de aquel momento de la América Profunda, despojándose de toda ventaja
sectorial, económica y política. Reflexionaba sabiamente el escritor uruguayo
Eduardo Galeano en su concisa y clarificadora alegoría El Elefante: “…estaban
los tres ciegos ante el elefante. Uno de ellos le palpó el rabo y dijo: —Es una
cuerda. Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó: —Es una columna. Y
el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo del elefante y adivinó: —Es una
pared. Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo. Desde que nacemos,
nos entrenan para no ver más que pedacitos. La cultura del desvínculo nos
prohíbe armar el rompecabezas.”
ANTECEDENTES
Desde el
inicio de las invasiones españolas en 1492 —el mal llamado descubrimiento—, los
pueblos originarios no dejaron de resistirse al invasor. Ya en 1493, en la isla
que Colón denominó La Española, la bella Anacaona (Flor de Oro) y su esposo el
cacique Caonabó encabezaron la primera rebelión, con los consabidos costos para
sí mismos y para los conquistadores. Siguieron otros muchos alzamientos con la
represalia de sangrientas matanzas; nunca los invasores respiraron tranquilos.
En 1723 se produce el gran levantamiento de Los Comuneros, que nace en Paraguay
y se extiende hacia Corrientes. En 1750 surge otro movimiento tendiente a
restaurar el destruido Imperio Inca, y 30 años más tarde, el 4 de noviembre de
1780, se registra la más intensa y prolongada rebelión producida en la Colonia,
protagonizada por José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru). Una nueva
sublevación de tobas y matacos sucede en Jujuy, y el 1º de enero de 1804
triunfa en Haití la primera revolución emancipadora de Latinoamérica. El 25 de
mayo de 1809 se reaviva la llama revolucionaria en Chuquisaca (actual Bolivia);
la sublevación estalla en la Ciudad Universitaria y en ella se destaca el joven
estudiante tucumano, de 19 años, Bernardo de Monteagudo (1789-1825), tal vez el
más radicalizado líder de la causa revolucionaria americana y quien proclamara:
“Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación y amanezca luminoso y
claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud
y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia.”
Hartos de los abusos de la autoridad colonial, los
pueblos originarios se rebelan nuevamente en La Paz, el 16 de junio de ese
mismo año de 1809. En ambos casos el virrey Cisneros reprimió el alzamiento con
inusitada saña. Conjuntamente llegaban de Europa al Río de la Plata las ideas
de la Revolución Francesa de 1789, traídas por viajeros, contrabandistas y
corsarios, todo lo que viene a completar el clima insurreccional.
LA CONCEPCIÓN HISTÓRICA DE MAYO
La
oportunidad de sacudir el yugo colonial se vislumbra con la noticia de la caída
a manos de Napoleón del último bastión del poder español en la península.
Depuesto Fernando VII, se formó un fantasmagórico Consejo de Regencia, al que
los patriotas de Buenos Aires no se sentían obligados a someterse. Es así que,
aunque prometiendo fidelidad a un monarca sin trono, un grupo de jóvenes
ilustrados, que venían conspirando desde las invasiones inglesas, encomiendan a
Juan José Castelli y Martín Rodríguez la exigencia a Cisneros de una urgente
convocatoria a cabildo abierto, el que se concretaría el 22 de mayo. Pero era
difícil conformar entonces un ser nacional aglutinante de toda la población, y
allí es donde se origina la primera cortina de inexactitudes que tiñeron el
relato de la emancipación. Para esos días la población de Buenos Aires, de
apenas unas 40.000 almas, era muy heterogénea: criollos, españoles, frailes,
mercaderes, peones, negros, mestizos, indios y gauchos. Algunos de ellos
estaban enrolados en los cuerpos militares que se habían creado durante las
invasiones inglesas, como los Patricios, Arribeños, Montañeses, y Peninsulares,
que llegaron a totalizar unos 8.000 efectivos. Pocos eran los privilegiados que
habían cursado estudios superiores en el extranjero o en la Universidad Jesuita
San Francisco Xavier de Chuquisaca, tales los casos de Moreno, Castelli y
Monteagudo. Esta diversidad social dificultó la conformación de un ser
nacional. Según el historiador Felipe Pigna, aquel 25 de Mayo constituyó un
espacio temporal plagado de errores forzados y falencias, del que surge una
pregunta: ¿Por qué se sostuvo durante tanto tiempo la tendencia a enseñar una
historia distorsionada y opaca? No cabe duda de que fue el propio investigador,
temeroso o atado a compromisos, el responsable de contar únicamente “la
historia oficial”. Fue el caso de los “grandes historiadores”, ubicados en una
posición privilegiada dentro de la escala social. Así explicó la Revolución de Mayo
la erudita Generación del 80, en una línea de análisis que fue conformando
desde entonces una versión liberal de la historia. Si bien el relato no
pretendía desmerecer de ningún modo la importancia de aquella gesta
emancipadora, sí anteponía intereses coyunturales de determinados grupos, en
colisión desde el primer momento de la conformación de la Primera Junta.
LOS HECHOS
La historia
oficial, la más erudita o la más simple, habla de un día lluvioso y
destemplado, de paraguas, de cintas celestes y blancas, y de una plaza colmada
por todo el pueblo que pretendía saber de lo que se trataba. Pero ¿quiénes
conformaban el pueblo entonces? ¿Dónde estaban los indios y los gauchos aquel
25 de mayo? ¿Dónde estaban los esclavos, los peones y los matarifes? ¿Y dónde
los negros y los mestizos? ¿Fue realmente masiva la concurrencia a la plaza?
Cisneros no convoca de buena gana al Cabildo, un año atrás había reprimido a
sangre y fuego las intentonas de Chuquisaca y La Paz, pero ahora Castelli y
Martín Rodríguez lo estaban intimando a hacerlo sin demora. El día 21 de mayo
fue ocupada la Plaza de la Victoria por más de 600 hombres armados con pistolas
y puñales, encabezados por Domingo French y Antonio Beruti, que entonces se
agrupaban en la Legión Infernal, algo similar a lo que en el siglo XX se
denominaría subversión. Apenas pudo calmarlos Saavedra, entonces jefe del
Regimiento de Patricios, cuando les prometió apoyo a sus reclamos. El día 22
amaneció caldeado: de los 450 invitados a la sesión del Cabildo sólo pudieron entrar
251, ya que los muchachos de la Infernal se encargaron de aplicar el “derecho
de admisión”, no mediante las míticas cintitas de color indefinido, sino
esgrimiendo convincentes cuchillos, fusiles y trabucos. A pesar de ello,
Cisneros y los suyos pudieron maniobrar. El obispo Lué y Riega, jefe de la
iglesia local, llevó la voz cantante: “Aunque hubiese quedado un solo vocal de
la Junta Central de Sevilla y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir
como al soberano.” A lo que Castelli replicó en irónica y encendida arenga: “Si
el derecho de conquista pertenece al país conquistado, justo sería que la
España comenzase por darle la razón al reverendo obispo abandonando la
resistencia que hace a los franceses. Los americanos sabemos lo que queremos y adonde
vamos”. Igualmente, la presidencia de la nueva junta recayó en el mismo
Cisneros, lo que no era más que una burla. Belgrano entonces juró que si a las
tres de la tarde del día siguiente el virrey no renunciaba, lo arrojaría por la
ventana de la fortaleza. Finalmente triunfó la cordura, una compacta delegación
se apersonó ante el Virrey y forzó su renuncia indeclinable. El 25 nace la
junta que todos conocen, con el resguardo formal de los derechos de Fernando
VII, un ardid patriótico para ganar tiempo, aunque nadie pensaba que Don
Fernando retornaría al trono. La revolución había triunfado. Y Belgrano por su
parte definía en cuatro palabras el proyecto: equidad, justicia, industria y
educación, aunque el tiempo marcaría otros rumbos.
CÓMO CONTINÚA LA HISTORIA
“Las grandes
fortunas en pocas manos —creía Mariano Moreno— son aguas estancadas que no
bañan la tierra”. Para no mudar de tiranos sin destruir la tiranía, había que
expropiar los capitales parasitarios amasados en el negocio colonial. ¿Por qué
buscar en Europa, al precio de desolladores intereses, el dinero que sobraba
adentro? Del extranjero había que traer maquinarias y semillas, en vez de
pianos Stoddart y jarrones chinos. El Estado, creía Moreno, debía convertirse
en el gran empresario de la nueva nación independiente. La revolución,
sostenía, debía ser “terrible y astuta, implacable con los enemigos y vigilante
con los espectadores”. “Gracias a Dios” —suspiran los mercaderes de Buenos
Aires—, Mariano Moreno, el demonio del infierno, ha muerto en alta mar. Sus
amigos French y Beruti marchan al destierro y se dicta orden de prisión contra
Castelli. Cornelio Saavedra mandaba a recoger los ejemplares de El Contrato Social, de Rousseau, que
Moreno había editado y difundido y advertía que “no hay lugar para ningún
Rebespiere (sic) en el Río de la Plata.” Moreno y Castelli, eran dos: una pluma
y una voz. Un Robespierre que escribía, Mariano Moreno, y otro que hablaba.
“Todos son perversos”, decía un comandante español, “…pero Castelli y Moreno
son perversísimos”. Mientras tanto, Juan José Castelli, el gran orador, estaba
preso en Buenos Aires. “La revolución, usurpada por los conservadores,
sacrifica a los revolucionarios. Se descargan las acusaciones: Castelli es
mujeriego, borracho, timbero y profanador de iglesias. Agitador de indios,
justiciero de pobres, vocero de la causa americana. Está prisionero, no puede
defenderse. Un cáncer le ha atacado la boca. Es preciso amputarle la lengua. La
revolución queda muda en Buenos Aires.” Así grafica Eduardo Galeano los
primeros momentos de la emancipación. Era necesario cambiar un sistema colonial
por otro que no afectara el orden social, para que quedara como letra muerta el
Plan Revolucionario de Operaciones diseñado por Moreno, muerto sospechosamente
en alta mar. Más tarde también son dejados a un lado San Martín y Artigas. El
gaucho continuará siendo gaucho en su desgracia, el indio perseguido y
confinado, tal como reflexiona Adolfo Pérez Esquivel: “En el 2010 el país va a
celebrar el Bicentenario de la Revolución de Mayo, ese grito de libertad…; el
interrogante es ¿para quién?: si para una elite de privilegiados o si ese grito
de libertad, de nacionalidad, es para todos. Evidentemente, si vemos esto a 200
años, no ha sido para todos, porque los indígenas fueron discriminados y les
están quitando las tierras hasta el día de hoy, los están reprimiendo, no les
permiten crecer como pueblo, los tienen sometidos y dominados. Lo mismo que
hicieron los conquistadores. Entonces uno se pregunta: ¿Qué ha pasado en estos
200 años de nacionalidad, de democracia, de
democraduras –como dice Eduardo Galeano-, que supimos conseguir? ¿Qué es lo
que pasa que hay ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y de cuarta? ¿De
qué democracia estamos hablando?”
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Fuentes:
-Galeano, Eduardo. Memoria del fuego II, Catálogos, 2004.
-http://educared.org.ar/infancianred/pescandoideas/archivos/2…
-http://vuelosdegaviota.escribirte.com.ar/9863/25-de-mayp-de1810
-http://wiki.taringa.net/post/info/4049418/el-lado-oculto-del-25-de…
-Periódico Primera Página, nº 107, mayo de 2003.
-Pigna, Felipe. Diario Clarín,
domingo 25 de mayo de 2008. -Puiggrós, Rodolfo, La época de Mariano Moreno, Partenón, 1949.
Imagen:
Nota tomada del periódico Primera Página.