(De Héctor Negro)
El poeta José Portogalo la trajo un día “de vuelta del
misterio” y ella regresó convocada por el poema. Acuciados por él, nos enterábamos
que unas cuantas décadas atrás, una veinteañera muchacha de Villa Crespo había
hecho detener el tránsito en aquella Corrientes y Paraná, sencillamente con un
bandoneón sobre sus rodillas y al frente de una orquesta típica, la primera
dirigida por una mujer. Decían los versos del poeta:
“Yo, Paquita Bernardo, regreso del misterio/ bien tupido de
olvido, entre cenizas/ y yuyo con el polen de mariposas muertas…” (del libro “Letra
para Juan Tango”). ¿Acaso eran muchos los que sabían o recordaban aquello? Mil
novecientos veintiuno. Café “Domínguez”,
Corrientes y Paraná, detrás del bandoneón de Francisca Bernardo, su hermano
Arturo en batería, Miguel Loduca en flauta; en los violines Alcides Palavecino
y un adolescente llamado a dar mucho que hablar por sus condiciones: Elvino
Vardaro.
Y en el piano, otro “pibe” que iba a entrar en la historia
del tango, que alcanzamos a disfrutar muchos de nuestra generación: Osvaldo
Pugliese. “Orquesta Paquita”, ¡gran revuelo en la Corrientes angosta! ¿Qué
historia había detrás de esta muchacha tan singular? Convoquémosla nuevamente
con el prodigio del verso que luego nos brotó por ella: “Hoy te busqué Paquita,
en el recuerdo/ de un Villa Crespo ausente que te lloró hace tiempo. / Y
regresó tu sombra desvelada,/ doblada sobre el fuelle./ Y se quedó en mi verso./
Hoy pregunté Paquita, qué misterio/ te puso entre las manos/ la sonora tibieza/
del bandoneón que respiró en tu pecho/ y que vos perfumaste/ como una rosa
enferma”.
Había nacido en Villa Crespo el 1º de mayo de 1900, cerca
del más tarde famoso “Conventillo de la Paloma”. Sus padres la enviaron –casi
niña– a estudiar piano, pero un día encontró un bandoneón al alcance de sus
manos; desde que lo puso en sus rodillas no pudo dejarlo y lo estudió con el
maestro José Servidio (a quien pertenecía). Más tarde perfeccionó su técnica
con Pedro Maffia y con don Enrique García. Se largó a tocar en los patios del
barrio, en fiestas familiares; después lo hizo en Sindicatos obreros y hospitales,
en funciones de beneficencia. Esas primeras incursiones la foguearon como para
que se animara a ese ruidoso debut del Café “Domínguez”. “Y volviste, Paquita,
igual que cuando estabas,/ a encender un milagro con fuego de leyenda. /A
mirarnos con esos, tus ojos de muchacha, / donde aleteaba el sueño que quisiste
que fuera./ Y volviste, Paquita Bernardo, con el tiempo/ que nunca conocimos,
pero que igual nos llega./ Y trajiste
aquel aire de malvones y cercos/ que los últimos patios de tu barrio
respetan…” En el mismo Café “Domínguez”
estrenó su tango “Floreal”, que luego grabara Juan Carlos Cobián. Alternaba por
entonces sus actuaciones allí, con presentaciones en el famoso Café “La Paloma”.
Después llegó a “La Glorieta” de Villa Crespo y a “La Terraza” del Balneario
Municipal. En esos escenarios dio a conocer su vals “Villa Crespo” y sus tangos
“Cachito” (grabado luego por Roberto Firpo) y el que más tarde se titularía “La
enmascarada”, con versos de Francisco García Jiménez y que grabaría
posteriormente Carlos Gardel. En 1923 viajó a Montevideo, donde actuó en la
Confitería “18 de Julio” especialmente contratada. Allí estrenó su vals “Cerro
divino”, dedicado al Cerro de Montevideo. Más tarde –siempre al frente de su orquesta– se presentó
en el teatro “Smart”, en los últimos días de 1924. En un concurso de tangos
realizado por entonces en el teatro “Gran Splendid”, fue distinguido su tango “Soñando”,
al que grabaron luego Carlos Gardel y la orquesta de Roberto Firpo.
“Y volviste en el verso febril de Portogalo./ Niebla de tu
memoria que soltó el Maldonado./ Y en la luna dispersa que reparten los
charcos/ del mismo Villa Crespo que regresa en los tangos…”
Hasta su palco del Café “Domínguez”, llegaron para compartir
un lugar en su orquesta Francisco De Caro, José Martínez, Carlos M. Flores y
muchos otros autores prestigiosos que le hacían llegar sus obras. En un
homenaje tributado por Blanca Podestá al maestro Amadeo Vives en el teatro “Smart”,
fue acompañada en el piano por Enrique Delfino. Su bandoneón desplegaba tal vez
desde allí sus últimos acordes. Y 1925 se la llevó para siempre, un 14 de
abril, toda muchacha, con la edad del siglo.
Su salud y sus energías pagaban de ese modo tan cruel el
tributo de una pasión inclaudicable. Sus restos se incorporaron al polvo
silencioso que su barrio prolongó más allá del también hoy sepulto Maldonado,
en una tumba de la Chacarita a la que aún siguen llegando flores. Nosotros la
seguimos convocando en la inapelable plegaria de los versos, al igual que
aquellos de Portogalo. Y a veces, en el milagro de los versos, logramos
regresarla, mitad muchacha, mitad leyenda, como queriendo repetirle: “Podemos
ya reírnos del dolor y la ausencia/ Y soltar estas ganas de trampear a la
suerte, / para ser inmortales y cantar por tu vuelta […]/ Subamos por
Corrientes/ Juguémosle a la vida/ otra vez, tu moneda…"
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Imagen. La bandoneonista y compositora Paquita Bernardo.
Texto y foto tomados del blog del poeta Héctor Negro.