(De Diego Ruiz)
Le toca a este cronista acercarse al “Variedades”, que ocupó
un solar de la calle Esmeralda hoy convertido en estacionamiento. ¡Y qué solar lleno
de historia, caramba! Estamos hablando de la esquina sureste de Corrientes y
Esmeralda, que allá por 1870 era propiedad de Emilio Castro, gobernador de la
provincia de Buenos Aires y que, según Alfredo Taullard (en Historia de nuestros viejos teatros),
fue adquirido con malas artes por José Gregorio Lezama que construyó el
teatrillo “Variedades”, inaugurado el 25 de mayo de 1872. Este señor Lezama
merece un párrafo aparte: es sabido que el Parque Lezama era su quinta y por él lleva su nombre, pero en general se desconoce
que poseía grandes extensiones de tierra en la Provincia, como el actual
partido de Lezama, e incluso un “terrenito” sobre el Riachuelo que abarcaba
gran parte del fondo de Barracas, Parque Patricios y Pompeya en el cual
funcionó la primera quema de basuras allá por 1870. Por otro lado, en la Gran Guía Kunz de 1886 es posible
detectar grandes cantidades de propiedades a nombre de este señor, con el rubro
de “inquilinatos”, o sea conventillos, por lo que al cronista le parece que la
vieja frase “más rico que los Anchorena” hubiese debido ser “más rico que
Lezama”, si no fuera porque este antiguo proveedor del Ejército (del ejército
argentino, uruguayo, paraguayo y del que se cruzase, aún durante la guerra que
envolvió a dichas naciones) cultivó tan bajo perfil que apenas aparece en los
libros de historia. Eso sí, aparece entre los primeros en la “suscripción
popular” que le compró la casa de la calle San Martín al general Bartolomé
Mitre cuando éste dejó la Presidencia, antigua sede del diario “La Nación” y
hoy Museo Mitre.
Pero, volviendo a nuestro tema, el “Variedades” contaba con
buffet y mesas desde las cuales se podía
disfrutar el espectáculo y beber cerveza y otros mejunjes. Actuaron allí
compañías francesas y españolas de zarzuela, opereta y danza, agregando
Taullard que en su sala se representó por primera vez Carmen cantada en castellano. La cuestión es que en 1890 Lezama le
vendió la propiedad al empresario Emilio Bieckert, que contrató al arquitecto
alemán Fernando Moog para construir un hotel y un teatro. Moog, que también
proyectó el Mercado de Frutos de Avellaneda y el Banco Alemán Transatlántico
(de la esquina noroeste de Rivadavia y Reconquista), levantó el hotel “Royal”
–luego hotel “Roi”– con entrada por Corrientes 782 y el teatro “Odeón” en Esmeralda
357, inaugurándose el conjunto en 1892. En la esquina del Hotel se alzaba el
bar “Royal Keller”, años más tarde confitería “Cabildo”, que contaba con un
subsuelo en el que Enrique Lepage hizo la primera proyección cinematográfica el
28 de julio de 1896, y dos décadas más tarde sirvió de lugar de reunión a los
jóvenes del grupo Martín Fierro. El cronista ya ha glosado, hace años, la
gloriosa trayectoria del “Odeón”, del que Celedonio decía que “se manda la Real
Academia”, y en el que dieron conferencias Antonio Posada, Georges Clemenceau,
Anatole France, Vicente Blasco Ibáñez, Jean Jaurès y tantos otros... Enorme
pedazo de la historia cultural porteña, todo el solar fue enajenado durante la
intendencia de Carlos Grosso, en una sesión del Concejo Deliberante desarrollada
con nocturnidad y alevosía, como dice el Código Penal..., que no fue aplicado a
ninguno de los involucrados, al menos que el cronista recuerde.
En la misma manzana y casi a espaldas del “Odeón”, se levantó otro teatro que tuvo una larga
vida bajo diferentes rubros. El solar de Maipú del 330 al 350 estaba ocupado
hacia 1870 por una fábrica de carruajes y pocos años después, en 1878, allí
nacía Francisco Ducasse, gran actor de la época fundacional de nuestro teatro
moderno, contemporáneo de Guillermo Battaglia (padre), Orfilia Rico, Florencio
Parravicini, Pablo Podestá y esposo de Angelina Pagano. En 1885 se construyó un
primer teatro totalmente dedicado al varieté, con espectáculos de ilusionistas,
malabaristas, acróbatas, etc., provenientes de Europa. Se hizo muy popular
hacia el 900 por ser sede de campeonatos de lucha grecorromana, entonces muy en
boga, donde actuaba como juez Milo Zavattaro, notable dibujante de la revista Caras y Caretas y luchador él mismo. A
fines de siglo cambió su nombre por “Folies Folais” y en 1905 se erigió un
segundo y mejor edificio y –desconocemos las razones, aunque las presumimos– un
tercero, con café en los altos, hacia 1918, cuando se convirtió en “Casino
Pigall”. Allí debutó Juan Canaro en 1922 con un sexteto que integraban el
propio Juan y Nicolás Primiani en bandoneones, Vicente Fiorentino y Hermes
Peressini en los violines, Fioravanti Di Cicco al piano y Rodolfo Duclós en el
contrabajo. Todavía, antes de terminar esa década, tendría un nuevo cambio de
nombre, pasando a denominarse “Maipú Pigall”, donde Miguel Buccino sitúa a su Bailarín compadrito: “Bailarín
compadrito/ que quisiste probar otra vida,/ y a lucir tu famosa corrida/ te
viniste al ‘Maipú’.” Años más tarde, en la década de 1960, el amplio salón fue
convertido en cine y convocó a muchedumbres con la novedad del sistema
Cinerama, en el que tres proyectores sincronizados proyectaban, sobre una
pantalla curva, vistas de una amplitud hasta entonces desconocida.
En la primera década del siglo XX fueron inaugurados otros
teatros y teatrillos de corta o larga vida, cuya reseña es posible seguir en la
notable obra Teatros: su construcción,
sus incendios y su seguridad (Análisis histórico del asunto) que escribió
el organizador del Cuerpo de Bomberos de la Capital, coronel José María Calaza.
El benemérito “gallego” Calaza –que no era apodo, era efectivamente un hijo de
Galicia del que ya se ha ocupado el cronista allá por 2005– consigna dos
interesantes locales: el “Cosmopolita”, en 25 de Mayo 444 y el “Concierto Roma”,
inaugurado el 28 de julio de 1905 en el edificio que antes ocupaba el diario El Correo Español y donde realizó varias
temporadas Pepita Avellaneda. Hacia 1920 cambió su nombre por “Ba-Ta-Clán”, con
el que perduró hasta pasada la década de 1950. Estos teatrillos dedicados al
varieté completaban la oferta de los “cafés de camareras” que se extendían por
25 de Mayo y el Bajo y a los que Enrique Cadícamo dedicó su libro homónimo.
Lugares de malandras y de jóvenes
debutantes, de marineros y “payucas” recién llegados a la gran ciudad, se
fueron extinguiendo desde la década de 1950 y recibieron su golpe mortal
durante la dictadura del 76, cuando toda la zona pasó a ser “área naval” por su
proximidad al puerto y las fuerzas de seguridad los barrieron del mapa: hoy
día, toda esa zona pertenece a la City.
Tras este recorrido por la prehistoria de este tipo de
establecimientos, le toca al cronista dirigir sus pasos hacia el viejo Palermo,
donde a partir de la inauguración del Parque 3 de Febrero en 1875 se abrieron
numerosos recreos y, ya pasado el Centenario, el primer cabaret propiamente
dicho, el “Armenonville”.
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Imagen: El “Ba-Ta-Clán”.