(De Viviana Demaría y José Figueroa)
El café debe ser
negro como el demonio,
caliente como el infierno,
puro como un ángel,
dulce como el amor
Charles-Maurice de Talleyrand
Charles-Maurice de Talleyrand
(1754-1838)
En una recordada película dirigida por Jorge Coscia y
Guillermo Saura -estrenada en la primavera democrática de 1987- hay un diálogo
entre una pareja: “Me gusta tu gente, su sentido dramático y temperamental” le
dice el Turco a Mirta -mientras, como música de fondo, se desgrana un tango
sobre las aguas del Bósforo-. Le habla así de los argentinos, el pueblo de su
mujer. Mirta llegó a Estambul desde Liniers, huyendo del terrorismo de Estado
implantado en 1976.
En Estambul los gustos musicales -en especial el baile- no
están circunscriptos a la danza del vientre o a la de los siete velos. La
consolidación y popularidad del tango en Turquía tuvo su auge en la década del
'30 hasta llegar a ser, en la actualidad, una de las capitales de este género
musical argentino. Es más: la segunda mejor orquesta de tango del mundo se
encuentra en Estambul. Tanto es así, que existe el denominado “tango turco”,
donde sobresalieron cantantes como Ibrahim Ozgur o “La Gran Dama del Tango”:
Seyyan Oskay. Para toda la región, desde Rusia a Egipto y los Balcanes,
Estambul es el ombligo vibrante de la comunidad tanguera en aquellos arrabales
de oriente.
Café 1930, es el segundo movimiento de la “Histoire du
Tango” escrita por el “asesino del tango” Don Astor Pantaleón Piazzolla. Astor
(un renegado que ya no creía ni en el compadrito ni en el farolito), compuso
esta suite clásica para flauta y guitarra en 1985. “El tango es una música que
si no se cambia totalmente, quedará en Buenos Aires y poco a poco se irá
extinguiendo” le comenta a un amigo. Mientras era acusado de “antiargentino”,
de hacer una música sin un sentimiento nacional, Piazzolla se ubica en la
frontera musical del género como un alquimista dispuesto a hacer del carbón,
oro. Esto lo pudo lograr gracias a que su padre le negó la posibilidad de
acompañar al “Zorzal Criollo” en su gira por Medellín, donde -de haber ido-
habría encontrado la muerte junto a Carlos Gardel.
Medellín es la “Capital del tango” y el tango, “un tatuaje
en el alma” Desde el año 2000, a través de la Ordenanza 24, el tango es
declarado “patrimonio artístico, cultural y social de Antioquia”. En Colombia,
acercarse al tango, es llegar a un mundo sentimental lleno de símbolos,
rituales, herencias, amores. Se trata de generaciones enteras cuyas historias
se escriben en poesía tanguera: un mundo donde existen hijas con nombres como
Malena o Marion, un mundo donde hay bares y cafés con nombres extraños: “9 de Julio”,
“Adiós Muchachos”, “Bar D'Arienzo” o “Chanteclaire”. Donde la “Academia
Nacional del Tango” dicta conferencias de lunfardo o se realizan cotidianos
Festivales Juveniles como “Tango al Parque”; un mundo lleno de Academias de
baile con nombres típicos como “Che tango” o “El último Café”, …un lugar donde
el tiempo se ha detenido. Donde es posible escuchar en “El Málaga” la voz del
“Morocho del Abasto” grabada en un 78 rpm desde una rocola Wurlitzer de 1946.
Sting -en la hermosa
canción de jazz “Un inglés en Nueva
York”- dice en su letra I don't take
coffee I take tea my dear, mientras la banda toca dentro de una cafetería
en la Gran Manzana. Es obvio, que un inglés toma té y no café. Cabe aclarar,
sin embargo, que la canción está dedicada –e inspirada- en Quentin Crisp, un
escritor, crítico y exuberante actor inglés cuya manera insolente de vivir su homosexualidad
(en una época en que era ilegal) lo convirtieron en un ícono gay. Quentin, en
su exilio en Nueva York, frecuentaba la tertulia de los cafés, donde lucía su
característica blusa impecablemente blanca, el colorido pañuelo al cuello y el
elegante sombrero Fedora. A propósito de este enlace entre el té y el café,
recordamos unos curiosos hechos históricos.
Fue en un café, el “Green Dragon” de Boston, donde se urdió
la rebelión que culminó en el conocido “motín del té”, cuando los rebeldes norteamericanos
lanzaron al mar el té sobretasado por la corona británica. Este acontecimiento
dio lugar a la independencia de las colonias y a la Revolución Norteamericana y
el café ganó popularidad y obtuvo el rango de bebida nacional. Es más, allí fue
leída por primera vez la Declaración de Independencia. El café, ese lugar donde
se lo bebía, estuvo ligado a otra revolución liberal. Alrededor de 1650 comenzó
a ser importado y consumido en Inglaterra, y se comenzaron a abrir cafeterías
en Oxford y en Londres, las cuales se convirtieron en lugares donde germinaron
las ideas liberales que culminarían en la promulgación del “Bill Of Righs”. Por
su parte, la Revolución Francesa de 1789 se dice que tuvo su origen en el Café
Foy de París. También por estos rincones del mundo, Alzaga y otros patriotas
complotados, planificaron en el “Café de Marco” hacer volar el Fuerte con
explosivos y así aniquilar al Gobernador británico William Carr Beresford y su
milicia. Y si bien es famosa la “Jabonería de Vieytes” en los preparativos de
nuestra Revolución de Mayo, no lo es menos que el bullir revolucionario en los
cuarteles y los cafés del Buenos Aires colonial.
Volviendo al mítico Estambul, fue en esa ciudad donde en el
lejano año 1475 abrió por primera vez en el mundo un café legendario: el “Kiwa
Han”. Dicho antro urbano, provocó innumerables controversias en oriente y
occidente. No sólo por el brebaje que se servía, sino también por el espacio de
sociabilidad que se originó al interior de sus paredes.
Fue por los mercaderes venecianos, que manejaban el mercado
de las especias, que la nueva bebida llegó a Europa, hacia 1615. Su
introducción en Italia dio lugar a controversias sobre si era lícito a los
cristianos el uso de una bebida de los mahometanos. Se creía que como los árabes
tenían prohibido el vino por el Islam, Satanás les habría dado el café como
sustituto. El Papa Clemente VIII al probarlo dijo: “esta bebida satánica es tan
deliciosa que sería una lástima dejar que los infieles disfruten del uso
exclusivo de ella. Engañaremos a Satanás bautizándolo”. Dicho y hecho, el café
fue legitimado como bebida “auténticamente” cristiana. Pero luego, fue
particularmente reprobado en ciertos núcleos protestantes, sobre todo alemanes,
sin llegar al desquicio de Rusia, donde estuvo prohibido con penas incluso de
tortura y de mutilación a quienes lo saborearan. Y como una cosa iba con la
otra, los mismos castigos se empleaban contra los fumadores de tabaco. Mala
onda. En el año 1511, en La Meca, el emir Khair Bey empezó a estudiar sus características,
ayudado por científicos y juristas, para decidir si el café se ajustaba a las
normas del Corán. A raíz de esto, se prohibió su consumo pero su popularidad
era tan grande que las autoridades terminaron derogando el decreto de
prohibición, no sin antes sufrir masivas insurrecciones.
Retornando a Medellín, allí se dice que “se podrá discutir
que Gardel nació en Uruguay, Argentina o Francia. Lo que nadie discute es que
murió en Colombia. Y, para muchos, morir debe ser más determinante que nacer”.
Quizás ése es el motivo principal de que sea esa ciudad, la primera capital del
tango en las Américas -fuera del Río de la Plata-. Son los cafés y bares de
Guayaquil (barrio de Medellín) la clave para comprender la evolución del tango
en Colombia. Las formas como se daba la difusión de la música en las primeras
décadas del siglo XX, hicieron de su apropiación y consumo un asunto público,
que se vivía principalmente en escenarios como el café o el bar, único modo de
escuchar los discos que venían de Estados Unidos. Luego, el cine traerá la
imagen de Carlos Gardel. La influencia sustancial que el impecable aspecto del Zorzal
tuvo en la vida de los hombres que habitaban Medellín, se comenzó a ver cuando
empezaron a transformar sus hábitos higiénicos y de imagen: el pelo peinado a
la gomina, los zapatos de cuero combinado con tacón francés, el sombrero funyi
calzado a lo arrabalero, el traje espléndido.
El rito quedó así establecido: el lugar para flashear será el café, el bar de tango
y milonga de rompe y raje. Como si fuese una película al vesre de “Saturday
nigth Fever”. Y como esos varones compadritos, podrán acceder a la sociabilidad
pública las mujeres del tango, que en esos inverosímiles cafés, no serán ya
miradas como prostitutas. Sin embargo, será en los años 60, donde el café
dejará de ser el lugar privilegiado de los varones. La liberación femenina
arrasó con su exclusivo habitué cuando ésta dejó la coqueta confitería.
Revoluciones de toda especie: nacionales, de clase,
culturales, colectivas, genéricas, estructurales, el mundo entero cambió cuando
apareció el café y su territorio sagrado. Un lugar privilegiado para la
socialización de inmigrantes, de encuentro policlasista, de nuevos lazos
sociales. Un espacio abierto a la cultura urbana naciente, el club más popular,
un territorio de la bohemia, la política y la creatividad, que vino al mundo
para quedarse.
CAFÉ COLONIAL
Se bebe. Su aroma se desplaza por el aire y cuando es
invierno provoca envidia mirar a través del cristal y descubrir a otros humanos
acercar silenciosamente el pocillo blanco y tibio a los labios. En verano la
brisa vespertina lo esparce por las vereditas y el bullicio de los bebientes
inunda la ciudad.
Se está. De colores o de ladrillos; al ras del piso, en
terrazas o subsuelos; en las esquinas o a mitad de la vereda; tradicional o
temático; diurno o nocturno… El café es un lugar desde donde leer y pensar el
mundo. Y aquí, en esta porción del universo es inimaginable la vida sin ellos.
El derrotero de los
términos “pulpería – almacén – bar – café” no es otro que el de las
denominaciones de los espacios humanos donde tramitar la vida privada o pública
en los diferentes segmentos de la historia. Y si bien el 4 de junio de 1998 la
Legislatura porteña sancionó la Ley 35 de creación de la Comisión de Protección
y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad
de Buenos Aires que instituye el 26 de octubre como el Día de los Cafés –fecha
propuesta en conmemoración a la inauguración en 1894 de la entrada por Avenida
de Mayo 825 del histórico Café “ Tortoni”– ya en 1794 los documentos del
Cabildo daban noticias de la existencia del “Almacén del Rey” (génesis de lo
que fue posteriormente el café “La sonámbula”).
Cierto es que la primera mención que los documentos
coloniales registran no habla muy a favor de estos lugares. Las citas datan del
año 1779 a instancias del virrey Vértiz y Salcedo quien promulgó un auto por el
que ordenó a las autoridades que dentro del término de 24 horas debían
notificar a la Secretaría de la Cámara de Gobierno, la prisión de toda persona
mal entretenida o vagabunda cuya detención se hubiera producido en casa de
truco, cafetería u otro lugar donde se hallaran jugando a naipes u otra clase
de juegos prohibidos.
La “Casa de truco” contaba con una cafetería y –siguiendo
los pasos de la antigua Europa– los cafés se replicarían como espacios de
reunión en el viejo virreinato. Las tertulias y encuentros dejarían de estar
circunscriptas a los salones de las familias adineradas para darse paso entre
las calles de la ciudad, invitando al diálogo, el debate y las conspiraciones.
Será también albergue de sueños y soledades; una institución fundamental de la
cultura porteña, "el club menos oneroso al alcance de todos los bolsillos,
sin más reglamento, disciplina y obligaciones que la convivencia humana".
En sus mesas y mostradores se charla y monologa, pero también se calla. El café
es un continente de la vida, un recipiente de sus contradicciones: uno puede
ocultarse o exponerse, buscar la compañía o soportar la soledad. Allí nacen -y
en un vértigo final- se marchitan amores como estrictamente lo relata don
Cátulo Castillo.
CAFÉ, TANGO E INMIGRACIÓN
Buenos Aires, hacia la segunda mitad del siglo XIX, estaba
dejando de ser para siempre, una pequeña aldea donde todos se conocían.
Extranjeros y desconocidos, en su gran mayoría varones, deambulaban por sus
calles (en 1887, uno de cada dos habitantes de la ciudad había llegado de
afuera). La plaza, la esquina y el patio del conventillo dejaron de ser la
única alternativa de reunión social para tanta gente. Con el café, se
institucionalizó un territorio privilegiado para la socialización de los
inmigrantes: la escuela de todas las cosas y lo único que podía parecerse a la
vieja, según don Enrique Santos Discépolo.
Supo haber en la cruzada de Suárez y Brandsen (territorio
xeneixe) un “Café de los Negros” (bautizado así porque, obviamente, concurrían
muchos afroamericanos).
Fueron éstos los primeros en hacer música en los cafés de la
Boca. Guapos, compadritos y malevos se encontraban en el Café” Sabatino”, el
“Almacén de la Milonga” y el “Bailetín del Palomar”. En los boliches de la
calle Necochea de La Boca, empezaba a escucharse esta música alegre, juvenil y
pícara que, bajo el ritmo del dos por cuatro, ejecutaban autodidactas que
componían sin conocer las partituras. Dicen que el tango se registró en el
“Bailetín del Palomar” conocido también como el “Boliche de Tancredi”, en alusión
al tano José. Abrió sus puertas en 1878 en la famosa esquina de Suárez y
Necochea. Tancredi – en persona- le cobraba a los bailarines, cinco centavos la
pieza y para que ninguno bailara sin pagar, la cobranza la hacía con una mano
mientras en la otra empuñaba un trabuco naranjero.
En sus antípodas –social y cultural y geográficamente
hablando- en Santa Fe pasando Callao, existió el afamado “Petit Café”. Su
clientela se destacó por ser oligarca, pituca y racista. Como tal, despreciaban
a los actuales bosteros, dado que preferían el rugby al fútbol y el jazz al tango. Su indumentaria
correspondía a los colegios privados del Barrio Norte, Belgrano y San Isidro y
abusaban del “Glostora”. A esos los retrataron Canaro y Romero en “Tiempos
Viejos”, manifestando que eran más hombres los nuestros. Con un estilo art-déco, espejos, bronce, mármol,
sillas de cuero y una elegante peluquería al fondo, devino en los 50 en un
baluarte antiperonista y golpista. Su elegancia quedó reducida a cenizas la
noche del 15 de abril del 53.
Aunque Jorge Luis Borges lo desmiente enfáticamente, tanta
fue la fama (buena y mala) de los cafetines del sur, que si el tango no nació
en la Boca, pasó raspando. Viene al caso citar otra famosa esquina: Suárez y
Necochea, donde se erguía el Café” Royal” conocido mejor por el “café del
griego” de don Nicolás Bardaka, oriundo obviamente de Grecia. Allí, actuaba un
trío: Canaro, Castriota y el primer bandoneonista Loduca. Entre las nieblas del
Riachuelo, Castriota compuso “Mi Noche Triste” y también tocó allí Eduardo
Arolas. A metros del “Royal”, se encontraba el Café “La Marina”, donde otro
trío acrecentaba la música ciudadana: Genaro Expósito, Agustín Bardi y José
Camerano. El “papá” del Tango, don Angel Villoldo, Juan de Dios Filiberto y
Roberto Firpo, regenteaban otros cafés de la misma zona que amalgamaba por
igual, tango y trifulca.
Y como ya habrán notado, los apellidos y nacionalidades de
algunos dueños de aquellos históricos cafés eran mayoritariamente extranjeros:
por cada 20 dueños de cafés en la Ciudad de Buenos Aires, sólo uno era
argentino, los otros diez y nueve eran inmigrantes.
ÁNGELES DE BUENOS AIRES
El francés Jean Touan fue el que emplazó en 1858 el mítico
Café “Tortoni”. Hasta 1880, fue vecino del Hotel Francés y el Hospital de
Mujeres en Esmeralda y Rivadavia cuando fue trasladado a su ubicación actual,
la planta baja de la residencia de Saturnino Unzué en la calle Rivadavia. Los
lazos comerciales de Jean Touan y Curutchet estaban ligados por relaciones de
parentesco. Así, en sus orígenes, el paso del Café “ Tortoni” de un dueño a
otro quedaba en familia. Aquella “modesta casa del ramo” descripta por Manuel
Láinez -el director de “El Diario”- de la mano del matrimonio vasco de
Celestino Curutchet y Ana Artcanthurry terminaría por delinear su perfil
definitivo. La apertura de la Avenida de Mayo alentó a sus propietarios a
extenderse hacia la avenida y de la mano del arquitecto belga Alejandro
Christophersen se modificó el edificio que alberga a este ícono porteño. Y si
bien para realizar esta ampliación hubo que derribar la iglesia presbiteriana
de San Andrés, el claustro celeste no parece haberse ofendido en lo más mínimo.
El Café comenzó a ser frecuentado por la bohemia artística
porteña liderada por el pintor de La Boca, Quinquela Martín. Corría 1926 cuando
los artistas “convencen” a Celestino Curutchet que les permita usar la bodega
del subsuelo para sus tertulias. Los registros de la época señalan la
perspicacia de don Celestino: “los artistas gastan poco, pero le dan lustre y
fama al café”, habría dicho. Sólo un necio puede discutir su condición de
templo pagano. Y si bien el “Tortoni” es –con sus más de 150 años de
existencia– indiscutiblemente el café mítico de la ciudad, guarda en su
historia –como todos los demás cafés de Buenos Aires– innumerables anécdotas
dignas de ser contadas. Desde haber sido el primero que ostenta la singularidad
de haber dispuesto sillas en la vereda hasta ser sede sustituta de la primera Legislatura
porteña, las historias de amor no le fueron ajenas.
La pasión de Pirandello por su primera actriz y musa
inspiradora, Marta Abba, fue arrullada por la voz del Zorzal una fría noche de
junio de 1927. Percanta que me amuraste /
en lo mejor de mi vida, / dejándome el alma herida / y espina en el corazón…
Esas palabras fantasmales y la estampa de Gardel conmovieron el alma del
sexagenario escritor en el sótano del “ Tortoni”.
El final del siglo XX también verá surgir desde sus
entrañas, una voz que conmueve a todo el país: los hombres sensibles se darán
cita cada medianoche para escuchar “La Venganza Será Terrible”, antídoto
cotidiano contra los efectos de la Liga de los Refutadotes de Leyendas.
Mientras tanto en Billinghurst y Guardia Vieja, “El Banderín”,
resiste a fuerza de pura dignidad el paso del tiempo y el pulular de cadenas de
comida rápida. Nació en 1923 como “El Asturiano” almacén y bar, y finalmente lo
segundo quedó como marca indeleble en las calles de Almagro. Los más de 600
banderines – siempre regalados, nunca comprados; siempre obsequios, recuerdos
del paso de algún viajero o de un fiel concurrente que deja su huella de ese
modo singular: aportando el banderín del club de sus desvelos –que adornan sus
paredes hablan de la cadena de gratitudes que se establecieron allí. La valentía
y el esfuerzo de la familia Riesco, con los vaivenes que les ha provocado 90
años de vida, convierte a esa esquina en un libro de historia donde el espíritu
de Ángel Firpo, Adolfo Pedernera, Aníbal
Troilo, Pascualito Pérez, y Tato Bores (entre tantos otros conocidos y
anónimos) sobrevuelan como el humito del café manteniendo viva la memoria de la
ciudad.
PALABRAS FINALES
Buenos Aires, ahí donde la ven, fue escenario de una batalla
por la preponderancia del café, allá por los 60. Brasil desató una campaña para
destronar del mercado el reinado del café de Colombia que en aquellos tiempos
tenía como estereotipo un tipo vestido de blanco que venía acompañado por un
burro: Juan Valdez. La singularidad que ofrecía era ser el primer café que se
vendía envasado al vacío. Por su parte, el embajador elegido por Brasil para
esa tarea fue Vinicius de Moraes quien llegó a Buenos Aires donde luego viviera
por diez años. Juan Valdez pasó a la historia mientras que aquellos recitales
son recordados aun hoy por haber transformado a las callecitas de Buenos Aires
en un sambódromo.
Fuera de los cafés y bares notables –que según la Honorable
Legislatura Porteña ascienden a 53– cada esquina, cada rincón de los
indiscutibles cien barrios porteños atesoran muchos más, que le dan a la Reina
del Plata su singular aroma y color. Quizás la prueba más contundente sea el
tango “Cafetín de Buenos Aires” de Discépolo, que desde hace 65 años lo han
cantado diversas generaciones donde se encuentran entre otros desde Sara
Montiel, Virginia Luque, Susana Rinaldi, Hugo del Carril, Julio Sosa, Roberto
Yánez, Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero, hasta Andrés Calamaro y Juan Carlos
Baglietto. La letra de esta canción revela un lazo inquebrantable entre la
gente, la ciudad y los cafés que ya son parte de la subjetividad porteña.
Miguel Cantilo se pregunta “¿dónde va la gente cuando llueve?”. Seguramente a
buscar refugio en un café.
______
Notas:
Berruet, M. – “Bares y Cafés de Buenos Aires” – Buenos
Aires, Universidad de Palermo, 21 de Julio de 2010.
Bossio, J. – “Los Cafés en la época de la Revolución de
Mayo” – Buenos Aires, Cuaderno N·7 del Café “Tortoni”, Mayo de 2002.
http://buenosairescultural.googlepages.com/jorgebossio
Brosio, L. – “Un bar histórico que conserva la magia” –
Buenos Aires, Periódico Primera Página, Abril de 2010,
http://primerapagina93.blogspot.com.ar/ 2010/04/cafe-el-banderin.html
Jaramillo Mutis, M. – “El Banderín: 90 años de historia
porteña” – Colombia, Diario la Opinión, 09 de Junio de 2013.
http://www.laopinion.com.co/demo/
index.php?option=com_content&task=view&id=421722&Itemid=93
Moeller, P. – “El Café ‘Tortoni’ y el Imperio Británico” –
Buenos Aires, 5 de Marzo de 2013.
Ranzani, O. – “La ñata contra el siglo XXI” – Buenos Aires,
Diario Página/12, marzo de 2004. http://elbanderin.com.ar/category/notas/page/
2/#sthash.ufcX6bpM.dpuf
Riesco, S. – "El Banderín" Historia viva desde
1929 – Web Oficial de “El Banderín” http://elbanderin.com.ar/
Sabini, R. – “El Banderín” – Buenos Aires, Revista el Abasto
Nº 39, octubre de 2002. Revista El Abasto, n° 39, octubre 2002.
Szwarcer, C. –“La presencia de Carlos Gardel en el Café ‘Tortoni’”–
2006, http://www.argentinauniversal.info/ mar07/extras/literat/nota_07.pdf
Imagen: Interior del Café "Tortoni" (Foto tomada de roundwego.com )
Esta nota fue tomada
de la Revista del Abasto.