6 ago 2011

La "Botica del Águila" en Villa Crespo


(De Juan Chaneton)

El vidrio sobre la puerta de Corrientes 5000 todavía muestra la inscripción “Antigua Farmacia del Águila”, en oro a la hoja. Por su parte, sobre la entrada que da al 4996, el  biselado, como los de antes, nos dice: “Botica del Águila”.
Corrían los ’30. Uriburu, José Félix,  reichsführer de la wehrmacht argentina, instauraba la nueva patria, la del agua bendita, la espada y los uniformes. Ya la casona del “Peludo”, de  Don Hipólito, en Brasil al 1000, justo donde hoy está el respectivo tramo de la 9 de Julio, había sido destruida por las schutzstaffel locales, es decir, la versión criolla de las SS hitlerianas.
Severino, el anarquista, el ácrata expropiador, el perverso enamorado de una adolescente, de Josefina, de su Josefina Scarfo, ya se había tiroteado, en Callao y Sarmiento, a la salida de la imprenta, con las patrullas policíacas porteñas que le seguían los pasos de cerca, estaba con  captura, estaba perseguido, estaba condenado y así fue que lo fusilaron, en la “penitenciaría” de Las Heras, picadora de carne de enemigos del sistema, de los que no se adaptan, de los que no cumplen las normas, de aquellos a cuyo intelecto no ha adherido la idea del derecho como código de conducta.
Corrían los ’30 y los locos conspiraban. Los lideraba Erdosain, que quería acabar con el sistema pero le faltaba plata, porque la política se hace con plata y la conspiración es una política. Y si se trata de una revolución, también hace falta plata pero, además, las bombas. Y  los ingredientes para fabricarlas suelen encontrarse en las boticas.
En Villa Crespo hay una –se dijo Remo Erdosain–. Y para allá salió, para Villa Crespo. No es que esa farmacia, la “Botica del Águila”, fuese la única que  podía contar con los elementos para fabricar una bomba, no. Pero Erdosain conocía al boticario. Punto clave. Cuestión fundamental. Hay que contar con algún químico en el equipo y éste será Ergueta, el boticario del Águila.
Remo se sabía de memoria la historia de la farmacia a la que se dirigía en ese momento. El colectivo se zarandeaba sobre el torpe adoquinado como si fuera a romperse, hacía un ruido infernal y parecía que se destartalaba en cualquier esquina. Remo miraba por la ventana y pensaba.
La “Botica del Águila” –le había contado Ergueta una vez – fue instalada un 14 de junio allá por 1895. Ese tramo de Corrientes adonde iba ahora Erdosain se llamaba, antes, cuando fue fundada la farmacia, Triunvirato. La “Botica del Águila” nació en Triunvirato al 300, recordaba con su increíble memoria el conspirador, mientras viajaba en colectivo hacia Villa Crespo.
El nombre iniciático fue “Antigua del Águila” y su dueño y fundador, Pedro Triziano, muy bien habría podido ser de la partida en esta revolución que planeaba Erdosain. Triziano era de buena madera. No le hacía asco a la aventura y si esa aventura tenía algún parentesco con la justicia social, mejor. Qué lástima, pensó Erdosain. Qué lastima que Triziano ya no esté en el mundo de los vivos. O más bien, en el mundo de los humillados, que son los que van a hacer la revolución.
Pedro Triziano se hizo a la mar, cruzó el Atlántico y  llegó al Río de la Plata cuando el siglo diecinueve moría y sin saber que iba a fundar una botica. Una botica que, con el tiempo, se haría famosa. Vendió tisanas y ungüentos, Triziano; vendió untisal y vaporú para el dolor de huesos y para el pecho cuando el resfrío hacer doler el pecho. Vendió genioles a troche y moche y cremas de juvencia para las señoras, por supuesto. Hasta que un buen día se levantó con la noticia de la guerra. En Italia había guerra. Corría el año del Señor de 1914 y Triziano sintió que la sangre le hervía.
Don Juan Manuel Domínguez era un vecino de Villa Crespo y de  Triziano que también había inmigrado. Don Juan Manuel, digo. Don Juan Manuel también era inmigrante. Don Juan Manuel Domínguez le compró, en 1914, la farmacia a Triziano porque Triziano, hombre de honor y de ideales, se fue a la guerra. A la guerra del 14. A luchar a su Italia natal. Y desde 1914, entonces, la “Antigua del Águila” cambió de dueño. Ahora era de Don Juan Manuel Domínguez, gallego que habrá pasado por el Hotel de Inmigrantes antes de establecerse en Villa Crespo. Don Juan Manuel Domínguez, el nuevo dueño de la “Antigua Botica del Águila” había nacido en Villa García de Arouza. Venía gallego hasta el tuétano.
Se alegró Erdosain cuando vio que la que atendía, a esa hora, era la mujer de Ergueta. Tendría más tiempo para conversar con él, que seguro estaba en el fondo tomándose unos mates. Saludó y pasó detrás del mostrador. De ahí a la puerta con cortina que separaba el negocio de los aposentos familiares. Efectivamente, encontró a Ergueta mateando y leyendo el diario. Cuando le contó el motivo de su visita, Remo Erdosain se comió la siguiente frase-respuesta del boticario, rápido como un colibrí el gordo Ergueta: "¿Quiénes van a hacer la revolución social sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te creés que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?".
Erdosain había ido a pedirle plata y cuando se animó, Ergueta lo miró fijo y le dijo: ustedes son unos delirantes. Revolución las pelotas. Rajá, turrito, rajá…!
Los dos hombres se pusieron de pie. Erdosain, acostumbrado a las humillaciones de la vida y abandonado por la esperanza y hasta por su esposa Elsa, no notaba nada distinto en su vida aquella mañana.
Ergueta lo acompañó hasta la salida, por la puerta del negocio y, todavía detrás del mostrador y cuchicheando bajito como para que los pocos clientes de esa hora no notaran nada extraño, Remo aún encontró fuerzas para decirle: Tenemos al Astrólogo, en Temperley. En su quinta practicamos tiro. También está el Buscador de Oro, que encontró mucho en la Patagonia. Y con los prostíbulos de Haffner  contamos con un adicional financiero que hará imposible el fracaso de la revolución. Este país es propicio para las asonadas.
La conspiración siguió su curso bajo el signo de la utopía y la confusión. La organización de adelantados a su tiempo desapareció tan fugaz y loca como lo había sido su irrupción en los asuntos existenciales de aquella época.
Quedan huellas de aquello. Quedan algunos rastros materiales de la historia, que fue,  más que  cualquier otra cosa, una historia de Buenos Aires. En buena parte, esta historia se escribió en los lugares citados y en otros, que no citamos. De los primeros, de los sitios que nombramos acá, la “Antigua Botica del Águila”, con sus vidrios biselados y letras en dorado a la hoja, sobre la actual calle Corrientes al 5000, justo en la esquina de Corrientes y Julián Álvarez, se conserva tal cual hoy, casi tan idéntica a sí misma como lo era en aquel tiempo de militares y de curas que decían qué y cómo era y debía ser la patria.
Los hijos del dueño de 1914, los descendientes de Don Juan Manuel Domínguez, se hallan hoy al frente del emprendimiento, que tiene vida muy larga. No mueren así no más los lugares históricos. ¿Muere acaso el pampero? ¿Se mueren las espadas?
Arturo Domínguez y su afable disposición a narrar lo acontecido, junto a su esposa Haydée Ibarboure, de evidente ascendencia vasco francesa ella, están al frente del comercio.
Y todavía venden “valeriana”, unas gotas cada noche diluidas en un poco de agua para dormir bien. Es a base de alcohol la valeriana. Un sesenta por ciento de alcohol y el resto extracto puro de la hoja mágica que nos hace conciliar el sueño y huir de las pesadillas cotidianas para enfrentar, vencida la vigilia, otras pesadillas.
En el interior de la actual “Farmacia Antigua del Águila” vive su vida inquieta el primer libro recetario que se usaba entonces, en 1895, ahí está, resguardado en una vitrina, al abrigo del polvo y demás inclemencias, con sus anotaciones manuscritas en tinta negra que parece tinta china y cursivas que describen remedios, compras, fechas y precios. Y está el mobiliario, las vitrinas…
Testimonios de un tiempo que se fue. De una Argentina que fue. De una Argentina conservadora y brutal, y generosa con el inmigrante y nada benévola  con los excluidos, expurgados y expulsados. Todavía están ahí, a la vista de todos, en la actual “Farmacia Antigua del Águila”, los frascos del boticario, antiguos, de vidrio oscuro, marrón o azul e, incluso, los remedios que en aquella época se usaban.
Una joyita más que ofrece Villa Crespo, este Villa Crespo de hoy, el Villa Crespo de Juan Gelman y de Macri, que acaba de ganar en ese barrio con la fusta bajo el brazo y se quedó corto Ergueta con su escepticismo.
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Foto: "Antigua Farmacia del Águila".
Nota e imagen tomadas de la página www.buenosairessos.com.ar