(De Marcelo Ohienart)
Recorrer los barrios de Buenos Aires nos depara la grata sorpresa de encontrar algunos cafés que todavía guardan la misma arquitectura de hace más de cuarenta años. En muchos de ellos, aún se exhibe en sus paredes la foto del Zorzal con Irineo Leguisamo, junto a Lunático el que ganaba “por varios”.
LA REPÚBLICA DE LA BOCA
Enrique Cadícamo en su poema a las calles Suárez y Necochea describe como nadie esa mítica esquina boquense y sus alrededores, por eso, más que oportuno resulta transcribir esos versos antes de adentrarnos al registro pormenorizado de los cafetines del barrio:
Nombre de dos soldados de nuestra Independencia
Suárez y Necochea, lleva esta esquina brava
que hace setenta años fue oscura residencia
de tangos, cafetines, malevos y garabas.
Bulliciosos, alegres cafés de camareras
animaban las noches del reducto boquense;
marineros, borrachos, matones y taqueras,
lámina colorida de un faubourg montmartrense.
Nombremos dos o tres, bien vale la reseña:
El Royal, La Marina o aquel otro famoso:
el café de Mecha la Popular ... Su dueña
era una bella joven de senos impetuosos.
En el Royal, Canaro había formado un trío
con Loduca y Castriota, y en el café de enfrente
los dos hermanos Greco en franco desafío
con el torneo de tangos caldeaban el ambiente.
A la vuelta, por Suárez, el café La Marina
tenía a Roberto Firpo, y volcando hacia el muelle
por la de Necochea: dos bares en la esquina
con el Tano Genaro y el alemán del fueye.
Puede decirse entonces que el imperio del tango
fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea,
ochava de arrabal de indiscutible rango,
nacida bajo el signo de la semicorchea.
Llegaban de otros barrios visitas importunas:
de Villa Crespo El Títere, guapo de corralones;
del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,
y desde La Ensenada caía El Tano Barone.
Aquella Réverie de taitas y pesados
también tenía turistas de fama indiscutida,
malevos temerarios que habían bautizado
Tierra del Fuego al barrio de Charcas y Laprida.
Venían atraídos por el tango y las locas
de los peringundines y a provocar, de paso,
pero estaba de guardia Cafieri el de la Boca,
que los desparramaba con un par de planazos.
Pero dejemos esto y volvamos,
que espera en el café del Griego Canaro con su trío;
ahí fue donde compuso su página primera:
La barra fuerte, un tango retozón y bravío.
Rebotaban las notas de El choclo y La metralla
en la atmósfera del café de camareras,
El Compinche y La Chola se pasaban de raya
y El Llorón lucía su estampa arrabalera.
Y cómo se agrandaba el trío cuando hacía
el tango El fogonazo con todo su canyengue,
La cara de la luna o La morocha, hervía
aquella concurrencia de Maxera y de lengue.
A ese ruidoso palco subió una noche Arolas
para hacerle escuchar a Canaro, su amigo,
su tango primigenio y tomando el bandola
de Loduca tocó y ellos fueron testigos.
Lo ejecutó impecable, con gracia y de memoria,
a pesar de orejero tenía buen manejo;
era una melodía inédita, sin gloria,
que el tiempo se encargó de proyectarla lejos.
Se llamaba Una noche de garufa y Canaro,
según supo contarnos, se la escribió al boleo;
muchos años después, aunque parezca raro
Arolas comenzó a estudiar el solfeo.
Para todos los tríos lejanos del pasado,
testimonio de ayer, este poema sea
una placa de bronce con sus nombres grabados
colocada en tu esquina: Suárez y Necochea.
Suárez y Necochea, lleva esta esquina brava
que hace setenta años fue oscura residencia
de tangos, cafetines, malevos y garabas.
Bulliciosos, alegres cafés de camareras
animaban las noches del reducto boquense;
marineros, borrachos, matones y taqueras,
lámina colorida de un faubourg montmartrense.
Nombremos dos o tres, bien vale la reseña:
El Royal, La Marina o aquel otro famoso:
el café de Mecha la Popular ... Su dueña
era una bella joven de senos impetuosos.
En el Royal, Canaro había formado un trío
con Loduca y Castriota, y en el café de enfrente
los dos hermanos Greco en franco desafío
con el torneo de tangos caldeaban el ambiente.
A la vuelta, por Suárez, el café La Marina
tenía a Roberto Firpo, y volcando hacia el muelle
por la de Necochea: dos bares en la esquina
con el Tano Genaro y el alemán del fueye.
Puede decirse entonces que el imperio del tango
fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea,
ochava de arrabal de indiscutible rango,
nacida bajo el signo de la semicorchea.
Llegaban de otros barrios visitas importunas:
de Villa Crespo El Títere, guapo de corralones;
del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,
y desde La Ensenada caía El Tano Barone.
Aquella Réverie de taitas y pesados
también tenía turistas de fama indiscutida,
malevos temerarios que habían bautizado
Tierra del Fuego al barrio de Charcas y Laprida.
Venían atraídos por el tango y las locas
de los peringundines y a provocar, de paso,
pero estaba de guardia Cafieri el de la Boca,
que los desparramaba con un par de planazos.
Pero dejemos esto y volvamos,
que espera en el café del Griego Canaro con su trío;
ahí fue donde compuso su página primera:
La barra fuerte, un tango retozón y bravío.
Rebotaban las notas de El choclo y La metralla
en la atmósfera del café de camareras,
El Compinche y La Chola se pasaban de raya
y El Llorón lucía su estampa arrabalera.
Y cómo se agrandaba el trío cuando hacía
el tango El fogonazo con todo su canyengue,
La cara de la luna o La morocha, hervía
aquella concurrencia de Maxera y de lengue.
A ese ruidoso palco subió una noche Arolas
para hacerle escuchar a Canaro, su amigo,
su tango primigenio y tomando el bandola
de Loduca tocó y ellos fueron testigos.
Lo ejecutó impecable, con gracia y de memoria,
a pesar de orejero tenía buen manejo;
era una melodía inédita, sin gloria,
que el tiempo se encargó de proyectarla lejos.
Se llamaba Una noche de garufa y Canaro,
según supo contarnos, se la escribió al boleo;
muchos años después, aunque parezca raro
Arolas comenzó a estudiar el solfeo.
Para todos los tríos lejanos del pasado,
testimonio de ayer, este poema sea
una placa de bronce con sus nombres grabados
colocada en tu esquina: Suárez y Necochea.
El barrio de La Boca, debe haber sido el que contó con más cafés que el resto de los barrios de la Capital Federal. Quinquela Martín, esa paleta que, a pesar de los exquisitos, dibujó a la Boca para la eternidad y, que en ese período conoció a Juan de Dios Filiberto, su gran amigo, hizo de ese barrio el eje de su obra, solía frecuentar el Café “La Perla”, de Pedro de Mendoza y Del Valle Iberlucea.
A Quinquela lo acompañaban otros tantos bohemios que hallaban en los conventillos de la Boca su musa inspiradora, aunque no eran los únicos que le daban impronta al barrio: los hombres de mar y el malevaje también lo caracterizaron.
Los trabajadores del frigorífico El Anglo junto a los marineros, procedentes de distintos lugares del mundo, frecuentaban “El Dante” de Almirante Brown entre Suárez y Olavarría.
Según cuentan, “El Dante” podría ser considerado el precursor de las famosas cantinas de la Boca, ya que en él, por las noches se reunían payadores y músicos ambulantes. Allí solían organizar sus fugaces actos de vodevil. A esto José Marrone lo bautizó para la posteridad “la rascada”. (Solían vivir de exiguos cachets recolectados con la gorra).
Otro muy particular fue el Café Bar “La Popular” de Suárez y Necochea, esa que fuera inmortalizada en el tango Tres Amigos y que estupendamente interpretó Alberto Marino, seudónimo de Vicente Marinaro, aquel que debutó en 1939 en la orquesta de Emilio Balcarce y que luego integró la formación de Aníbal Troilo, desde el ‘43 hasta 1947. También participó en las formaciones de Miguel Caló y Armando Pontier. “La Popular” solía ser frecuentado por marineros y prostitutas. Hay una leyenda que involucra a la propietaria con Eduardo Arolas, el que habría arrebatado el corazón de la muchacha con la magia de su bandoneón.
La esquina de Suárez y Brandsen era la elegida por los “hombres de color”, como se decía en aquellos años, de ahí que al café se lo denominara “De Los Negros”.
Y hablando de color, algunas notas mencionan en la calle Pedro de Mendoza, al Bar de la Negra Carolina, una morocha nacida en Nueva Orleans. Según Bossio en Los cafés de Buenos Aires, (editorial Plus Ultra), una noche la negra Carolina atendió a un ‘gringo’, que mataba el tiempo acodado en una mesa; El rubio era Jack London, el autor de Colmillo blanco.
Eduardo Moreno, poeta, cuenta en entrevista que le hiciera Néstor Pinzón, que la Negra Carolina era una antillana gorda, medio deforme, muy sabia y con mucho mundo recorrido que siempre hablaba de los bares que tuvo en diferentes ciudades. Dice Moreno que murió en el año 27, en el Hospital Argerich, sola, y que su nombre real era Carolina Maud.
El tango El morocho y el oriental, que popularizaran Ángel D’Agostino y Ángel Vargas, menciona “viejo café cincuentón / que por la Boca existía / allá por Olavarría / esquina Almirante Brown / Se estremeció de emoción / tu despacho de bebida / con las milongas sentidas / de Gabino y de Cazón / En tus mesas se escucharon / los reseros de Tablada / provocativas payadas / que en cien duelos terminaron / histórico bodegón / del priorato y del Trinchieri.”
Don Ángel D’Agostino formó en 1934 su primera orquesta de tango con Jorge Argentino Fernández y Aníbal Troilo, en bandoneones; Hugo Baralis, en violín, y el cantor Alberto Echagüe. Más tarde se incorporó a su orquesta como vocalista Ángel Vargas, con quien realizó sus dos primeras grabaciones: No aflojes y Muchacho.
Para los nostálgicos, aún perduran algunos cafés típicos en la Boca que se pueden visitar: el “Augusto” de Almirante Brown 861, el “Roma” de Brown y Olavarría, “La Buena Medida” de Caboto y Suárez, el “Café de la Ribera” en Pedro de Mendoza 1879 y por supuesto, el eterno “La Perla” en la misma cuadra que el anterior.
Por último, el Café “Royal” en un de los vértices de Suárez y Necochea, era el lugar preferido de los hermanos Newbery, que a pesar de su aristocracia, frecuentaban lo “orillero”. Fue en una de sus mesas donde Francisco Canaro firmó su primer contrato.
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Imagen: Suárez y Necochea, obra pictórica de Pedro Ricci.
El texto y la ilustración fueron tomados del blog http://cafebuenosaires.blogspot.com