(De Luis Alposta)
Los músicos que tocaban el arpa en el antiguo Egipto eran exclusivamente varones ciegos.
Entre nosotros, y lunfardo por medio, el acto de morir (y dejar chamuscada una silla) se traduce en: escatar, espichar, pinchar, sonar, finir, palmar, crepar, entregar el rosquete o irse por la rejilla. Lo que puede ocurrir en forma repentina o después de estar jugado, rifado o regalado durante algún tiempo. Hace muchos años, el actor Marcos Kaplan, hablándome de alguien que se encontraba en ese trance, me dijo lo siguiente: Dos afeitadas más y lo perdemos!
Entre las expresiones populares que aluden al acto de morir hay dos que le echan mano al arpa, y son las que dicen estar más cerca del arpa que de la guitarra y sonar como arpa vieja. Veamos el sentido de esta última.
Debido a su aspecto delicado, resulta difícil imaginar que la estructura de un arpa sea capaz de soportar varias toneladas de tensión, ya que cada una de sus 46 o 47 cuerdas ejerce una tracción de alrededor de 100 kilos. Eso explica que no se conserven ejemplares de arpas antiguas. La enorme tensión hace que después de algún tiempo la cubierta de la caja se curve y finalmente el instrumento se rompa. Por eso, la vida de un arpa no suele sobrepasar los cincuenta años. De ahí la expresión: ¡Sonó como arpa vieja!
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Imagen: La danza de la muerte de Michael Wolgemut (1493)