(De Miguel Ruffo)
Plaza Francia, uno de
los espacios verdes y públicos más emblemáticos de la ciudad, juntamente con el
sistema de plazas y paseos a ella asociados constituye una isla de verdor en
una ciudad que presenta un marcado déficit de espacios verdes por área y por
habitantes.
Plaza Francia fue creada por Ordenanza Municipal el 19 de
octubre de 1909 en el barrio de La Recoleta, como parte de los cambios
introducidos en el paisaje urbano en ocasión del Centenario de la Revolución de
Mayo (1910). La Ordenanza decía, en su artículo 1°: “Denomínase Francia la
plaza destinada para la erección del monumento ofrecido al municipio por la
colectividad francesa con motivo del Centenario de la República, situada sobre
la Avenida Alvear [actual avenida del Libertador] y entre las calles Quintana
[actual Ricardo Levene], Anchorena [actual Luis Agote] y Pueyrredón”.
El centenario espacio público se encuentra frente al Museo
Nacional de Bellas Artes. Su trazado es articulado por el Monumento erigido en
homenaje a la República Argentina por Francia en ocasión del magno
acontecimiento. El monumento, obra del escultor galo Emile Edmond Peynot, tiene
una plataforma circular, con bajorelieves en bronce y figuras alegóricas en
mármol. Simboliza la unión de Francia y Argentina, que siembran a su paso
bienestar y abundancia, siendo en estos derroteros guiados por un genio: el de
la fama.
Plaza Francia fue diseñada por el arquitecto paisajista
francés Carlos Thays, radicado en la Argentina desde 1891, quien fue Director
General de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires e intervino en el diseño de gran
parte de los parques, paseos y plazas, no sólo de la Capital sino también de
algunas urbes del interior del país.
En su libro Plazas y
parques de Buenos Aires: la obra de los paisajistas franceses, Sonia
Berjman dice: “En general, como los parques y paseos más extensos fueron
ampliándose por sucesivas adiciones, muchas veces Thays proyectaba por sectores
cuyas superficies podemos considerarlas como de plazas, así como el concepto de
diseño particularizado, el que finalmente se integra a la totalidad por
similitudes estéticas y por la continuidad del espacio verde”. Es lo que
aconteció con el sistema de espacios verdes, en el que se inserta Plaza
Francia, que registran tres intervenciones de Thays. La más antigua, de 1895,
pertenece al sector del antiguo Asilo de Mendigos (actual Centro Cultural
Recoleta), la de 1903 corresponde al antiguo Parque Japonés, que se encontraba
en el predio que ocupó muchos años el Ital Park, y, finalmente, la tercera
intervención, la de 1910, fue la que tuvo por objeto Plaza Francia.
El objetivo de contar con jardinerías que acompañasen al
monumento central, que debía ser notablemente apreciado, lo llevó a nuestro
paisajista a los principios del clasicismo francés y a la preciosidad en el
detalle de los canteros, en lo que hace al diseño del espacio parquizado. Nos
encontramos frente al delicioso juego de los vegetales, con su diversidad de formas
y coloridos, con sus hermosos volúmenes y la rigurosa geometría de las
esculturas. Un jardín, diseñado y organizado por el hombre, para convocarlo a
la elevación espiritual. Es un rincón donde podemos recordar los principios de
armonía, equilibrio y proporción que habían llevado a los griegos de la época
clásica a hablar del cosmos como totalidad ordenadora.
Manrique Zago habla de “isla de verdor” para referirse a
este sector de la Recoleta. El verde y las esculturas se conjugan para crear y
organizar un particular laberinto de espacialidad física pero también de
sensaciones que parecerían indicarnos y significarnos que el tiempo se ha
detenido. Es un remanso verde que tranquiliza y sosiega y que por sobre todo
educa a los ciudadanos en el espíritu de la belleza y del movimiento ascendente
del alma para encontrarse con lo trascendente. Los verdes y las esculturas de
este sistema de parques son una apoyatura sensible para elevarse al plano de
las ideas, a la manera que la astronomía lo era para habituar al filósofo rey
de La República de Platón a la contemplación de las formas y de lo divino. Uno
puede caminar lentamente entre especies vegetales, mármoles y bronces, y
experimentar la sensación del reposo contemplativo y alejarse del bullicio de
las avenidas circundantes. Dice Manrique Zago en su libro Buenos Aires y sus esculturas: “Este archipiélago delicioso que
componen una serie de plazas extensas o pequeñas es la imagen de uno de los
bienes más preciados del ser humano: la Paz”.
Se nos objetará que este sistema de parques y plazas, por
sus formas de uso actual, está lejos de estimular la tranquilidad y la armonía.
En otro trabajo dedicado al Parque Centenario, hemos señalado, y lo reiteramos,
la contradicción entre los significados convencionales e intrínsecos de los
espacios y la apropiación concreta que en la actualidad se hace de ellos, que
dejan a los mensajes que transmiten como girando en el aire o en el vacío de la
significación. Pero estas contradicciones son producto de la crisis de la
sociedad burguesa contemporánea y bueno es reparar en que, para una ciudad, los
parques y plazas no son simplemente pulmones que oxigenan el aire sino jardines
destinados a la educación estética y placentera del ciudadano.
Plaza Francia se inscribe dentro de los principios del
paisajismo clásico y en este sentido contribuye a educar al ciudadano en la
concepción de la belleza como un equilibrio proporcionado. La mesura y la
tranquilidad que deben acompañar al ciudadano de un Estado cuyo norte sea la
justicia y su medio, la educación.
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Imagen: Monumento ofrecido por la colectividad francesa en 1910 con motivo del Centenario, erigido en Plaza Francia.