22 nov 2014

"El Tropezón"

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(De Javier Perpignan)

Originalmente “El Tropezón” fue un bar y fiambrería, que entre 1902 y mediados de la década del 60 funcionó en la esquina de Monroe y Bauness.
                      
Villa Urquiza tenía apenas quince años de vida cuando en la esquina de Monroe y Bauness José Álvarez decidió abrir un bar y un almacén. Si bien no hay datos precisos, la memoria se remonta hasta 1902: ese año “El Tropezón” llegó al barrio para quedarse. Tiempo más tarde se sumó su primo, Celestino Ramos, y juntos manejaron el negocio durante décadas. Tanto Álvarez como Ramos eran oriundos de España y cada familiar que inmigraba trabajaba en “El Tropezón”, hasta que encaminaba la vida hacia otros negocios. A mediados de la década del 30 llegó Ángel Álvarez, sobrino de José, quien permaneció en el negocio durante seis décadas.
Hoy, con 87 años, Ángel recuerda sus épocas en el primer Tropezón: “Tenía quince años cuando llegué. Yo estaba en la fiambrería e iba a la escuela para cumplir con el sexto grado. Después fui a la Academia Ferro para practicar un poco”. Sobre la distribución de los espacios, el sobrino de Álvarez lo recuerda perfectamente: “La despensa daba hacia la esquina de Bauness y el bar hacia Monroe”. En aquel barrio de la década del 40 la vida era mucho más tranquila, aunque ya se presagiaba el ajetreo por venir: “Me acuerdo de la Academia Pitman, que estaba ubicada enfrente 
-rememora Ángel-. En los días de verano, cuando abrían los ventanales, se escuchaba el ruido de las máquinas de escribir. Era impresionante. Era una esquina bastante tranquila, salvo cuando jugaba Boca y en la pizzería de enfrente había lío”.

TROPEZÓN QUE NO FUE CAÍDA
A medida que pasaron los años, la esquina de Monroe y Bauness se transformó en uno de los puntos de encuentro del barrio. La fama del lugar se acrecentó por los exquisitos fiambres, sobre todo el jamón crudo, y el bar, parada elegida durante muchos años: “Allá hice de todo: café express, atendía la gente en las mesas, cortaba los fiambres. Como la mayoría de la clientela provenía del tren, abríamos a las seis de la mañana”, recuerda Ángel. Por la puerta del local pasaba el tranvía 35, que unía Villa Devoto con Plaza Italia. Siempre que llegaba a la esquina de “El Tropezón” uno de los conductores de la línea detenía la unidad para bajar y beber una copita de licor a escondidas, detrás de la máquina de café, para que los pasajeros no lo vieran.
A fines de la década del sesenta, la situación había cambiado. El edificio estaba muy deteriorado y los costos para un arreglo superaban ampliamente los beneficios que dejaba el negocio. Ante esta situación, el final fue inevitable. “Nos fuimos de allí porque el lugar ya estaba viejo, había problemas con los desagües y no podíamos combatir a las ratas”, relata Ángel.
Sin embargo, “El Tropezón” no dejó de existir. El 7 de octubre de 1968 reabrió las puertas en el nuevo local de Bucarelli 2154, en esta oportunidad como un pequeño supermercado. Con los años, bajo la administración de María Ramos, hija de Celestino y la única que está trabajando desde 1968 en forma ininterrumpida, junto a su esposo Carlos Sánchez, se afianzó entre los vecinos como centro de compras, por lo que el lugar quedó chico.
Con el progreso se anexaron unos 2.150 metros cuadrados, por lo que se pudo mejorar la atención a los clientes. Se agregaron nuevos sectores de carnicería, verdulería, fiambrería y panadería. Eso sí, siempre con Ángel detrás del mostrador. “Estuve 60 años en ‘El Tropezón’. Unos treinta años allá y otros treinta acá. A mí me gustaba la fiambrería por el trato con la gente, que siempre nos acompañó. Del viejo local lo único que quedó es un ventilador con astas de madera que sigue funcionando, nunca se descompuso”, concluye.
Una metáfora de los más de 110 años de vida que ya tiene este viejo almacén de barrio.
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Imagen: Interior de “El Tropezón” a mediados de la década del 30. (Foto propiedad de la familia).
Nota tomada del periódico barrial “El Barrio”.