(De Enrique Espina Rawson)
Si un residente del
interior viajara a Buenos Aires por unos días, e intentara alojarse, tal vez
por la recomendación de un amigo, en el acreditado Hotel Garay, de Rivadavia
esquina Jean Jaurés, seguramente no sabría por donde ingresar al
establecimiento. Sólo al rato, y tras prestar atención a un pequeño cartel
ubicado en el frente, a la altura del segundo piso, se encaminaría a la
entrada, situada -según el letrero aludido- en el 3113 de la Avenida Rivadavia ,
la otrora “más larga del mundo”.
Allí se sorprendería al
comprobar que dicha entrada corresponde a una playa de estacionamiento,
volvería sobre sus pasos, y tras corroborar que, efectivamente, ha ingresado al
3113, se animaría, un tanto perplejo, a preguntar al encargado del
estacionamiento, sentado tras el vidrio de su habitáculo, por donde se ingresa
al Hotel Garay, que se promociona con grandes -aunque cochambrosos- carteles en
el exterior. Recibiría, seguramente, la información que recibimos nosotros,
cuando, sorprendidos por la singularidad del edificio, recorrimos el periplo
que seguiría nuestro imaginario viajero.
En síntesis: Viajeros y
familias abstenerse: el Hotel Garay no funciona por el momento. Al igual que la
planta baja, actualmente garage por horas, está siendo sometido a una
reestructuración que contempla tanto los pisos superiores como la reinstalación
de los locales originales que dan a la calle.
El visitante, frustrado
huésped, al no encontrar vestigios de las obras en cuestión, escuchará con
cierto escepticismo las entusiastas explicaciones del amable empleado,
agradecerá la información, y marchará con sus maletas a algún destino más
acogedor, que es exactamente lo que hicimos nosotros, claro que sin las
maletas.
¿Y por qué toda esta
investigación? Porque nos llamó la atención el tamaño del edificio, que se
prolonga sobre Jean Jaurés (en los tiempos de su construcción esta calle se
llamaba Bermejo), y la relativa buena conservación del frente y la
ornamentación original, que en casas de este rango casi siempre está alterada o
suprimida.
Esta casa (seguramente
edificio de rentas en su origen) se asimila por su estilo a otras de la zona,
pero nos llama la atención no hallarla en ningún registro, ni haber escuchado
su mención como dato interesante.
Tiene una firma sobre el
frente que da a Rivadavia, de un ingeniero sobre el cual tampoco encontramos
datos: I. Chiccio, cerca de donde debería haber estado la entrada original,
luego suprimida para el extraño injerto de hotel-estacionamiento. El edificio,
de gran elegancia y armonía, corresponde al art-nouveau italiano, conocido
también como Liberty o Floreale, que tuvo su origen, en la Esposizione di Torino
de 1902. Desde luego, esto es una convención, las cosas no empiezan de un
momento para otro, como surgiendo de la nada.
Según hemos leído, este
estilo fue menos aplicado en Italia a edificios que a decoraciones y objetos, y
se presume que hubo más muestras de este estilo en Buenos Aires que en su país
de origen. Se atribuye este hecho al fuerte apego de ese país a las
tradiciones, sobre todo en la arquitectura. Así dicen…
Por cierto, tampoco en
Buenos Aires, este tipo de arquitectura fue patrimonio de la gran burguesía
nacional. Es casi imposible encontrar el art-nouveau en los palacetes porteños
del Barrio Norte y zonas aledañas. Su estilo tuvo preponderancia principalmente
en los petit hotel de Congreso, Balvanera y Caballito, donde estaban afincadas
las familias de la incipiente clase de comerciantes e industriales de origen
itálico.
Volvamos a nuestro
ex-hotel de incierto destino. Por lo que puede observarse desde la calle, la
carpintería de las ventanas y el dibujo de las rejas de los balcones responde a
diseños clásicos del modernismo. Por supuesto, no podemos informar sobre el
interior del Hotel Garay. Presumimos que, por las características previsibles
de estos establecimientos, cuya filosofía era sacar el mayor rédito posible al
menor espacio posible, debe ser de imposible restauración en las disposiciones
originales.
Vale la pena señalar los
rostros femeninos ubicados arriba de las ventanas. Una imperceptible sonrisa
casi irónica curva apenas sus labios, y sus ojos miran de frente. No han
envejecido. Vieron aparecer y desaparecer los carros y los tranvías, y también
vieron las jadeantes excavadoras que abrieron el túnel para el primer
subterráneo de Sudamérica, la hoy denominada prosaicamente Línea A.
Aunque ya no sorprende es
de lamentar el estado de degradación de la zona -fachadas, pavimentos,
luminarias, limpieza, presencia policial, todo en fin- considerando que a pocas
cuadras se encuentra el Congreso Nacional -tal vez una alegoría de nuestros tiempos-
algo inimaginable en cualquier importante capital del mundo.
Pero pasamos el dato a
curiosos y viandantes, vale la pena observar los detalles, que sabiamente no
tienen la cargazón y barroquismo de otros de similar origen, quizás de mayor
fama, pero de menor elegancia. Hay algo, además, que esta vieja casona
transmite. Y es tal vez simpatía, algo que nos habla de un pasado más amable,
más familiar, de cosas que hemos conocido y que, entre tantas cosas perdidas,
sin duda para siempre, no hemos olvidado del todo.
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Imagen: Edificio de la
esquina de avenida Rivadavia y Jean Jaurés.
Texto y fotografía tomados
de la página Fervor x Buenos Aires
(Foto de de Iuri Izrastzoff) (http://www.fervorxbuenosaires.com )