20 nov 2014

Un prócer del tango



(De Haydée Breslav)

El pianista, director y compositor Roberto Firpo, verdadero prócer del tango, fue iniciador de una escuela evolucionista en el género, según lo definió Julio De Caro; dejó una notable obra autoral que impresiona por su originalidad y riqueza musical.
Cuentan sus biógrafos que nació en Las Flores, y que vivió su adolescencia entre esa localidad bonaerense y la ciudad de Buenos Aires, desempeñando diversos oficios.
Su primer maestro fue el gran pianista de la Guardia Vieja Alfredo Bevilacqua, autor de los tangos Independencia y Emancipación, entre otros. Con el clarinetista Juan Carlos Bazán y el violinista Francisco Postiglione integró un trío con el que debutó en el Velódromo de Palermo, pasando luego a lo de Hansen. De esa época son sus primeros tangos: La Chola, El compinche y La gaucha Manuela.
Formó después un dúo con el legendario bandoneonista Juan Deambroggio, “Bachicha”, que tuvo efímera duración, tras lo cual revistó en la orquesta de Genaro Sposito, “el tano Genaro”.
En 1913 debutó en el lujoso cabaret “Armenonville” con un cuarteto que integraban también Eduardo Arolas en bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Leopoldo Thompson en contrabajo, y que obtuvo gran éxito. Ese mismo año debutó también en el local el dúo Gardel-Razzano, interpretando canciones criollas: el Zorzal todavía no había creado el tango canción. Y en esa Nochebuena, Firpo compuso, junto con Arolas, Fuegos artificiales, así llamado por la pirotecnia que ya entonces estaba en boga.
Cuentan que pronto nació una amistad con los integrantes del dúo de cantores, con el que Firpo, al frente de un conjunto, desarrolló entre septiembre y diciembre de 1918 una gira por el interior de la provincia de Buenos Aires.                                                                    
Julio De Caro refiere que, después de pasar por otros sitios, Firpo viajó a Montevideo, donde estrenó La cumparsita, de Gerardo Matos Rodríguez, y dio a conocer su Alma de bohemio, estrenado en Buenos Aires y compuesto a pedido de Florencio Parravicini para una obra del mismo nombre, escrita y protagonizada por el actor. La letra de Juan Andrés Caruso se le adicionó una década después.
Previamente Firpo había compuesto varios otros tangos, entre los que se destacan El amanecer (inspirado en esa hora en que se juntan los obreros que van al trabajo y los calaveras que vuelven de la farra, en tiempos con árboles y pájaros cantando en ellos) y Argañaraz, que con el nombre de Aquellas farras y letra de Cadícamo grabó Gardel en 1930. Siete años antes le había grabado La muchacha, con letra de José Ferreyra y Leopoldo Torre Ríos.
Volviendo al relato de De Caro, nuevamente en Buenos Aires Firpo se presentó en el “Palais de Glace” con un conjunto que completaban Roccatagliata y Agesilao Ferrazzano en violines, Deambroggio en bandoneón, Alejandro Michetti en flauta y Thompson en contrabajo.
Así lo describe el autor de Tierra querida: “Este conjunto orquestal, que me cupo la suerte de escuchar en ese momento, era el más completo. Su sonoridad, perfectamente amalgamada, expresaba las interpretaciones con una modalidad desconocida, donde la brillantez de su afiattamento permitía netamente destacar individualmente a cada instrumentista”.
De Caro puntualiza que el conjunto “acrecienta aún más su nombradía grabando discos para la casa Max Glücksmann, que los compradores arrebatan”.
García Jiménez explica cómo se desarrolló el proceso de grabación (cabe pensar en la calidad de esos músicos, que lograron hacerla prevalecer por sobre la extrema precariedad de la técnica, y en no pocos contemporáneos que en vano tienen a su disposición los más sofisticados recursos).
Los intérpretes que intervinieron en las grabaciones fueron los ya mencionados, salvo Roccatagliata, reemplazado por Cayetano Puglisi, y Thompson, que no participó.
“La principal dificultad por resolver”, dice el poeta, “fue la concertación de las voces de bandoneón y piano, que se turnan en la función de cantantes o acompañantes de la melodía, debiendo encontrárseles planos apropiados. La habitación donde se ubicaban los intérpretes se defendía de ruidos extraños con unos pesados cortinados sobre las paredes, predecesores simplistas de los bloques aislantes que vendrían muy luego. Tres bocinas receptoras, en abanico, llevaban los sonidos por sendos huecos a la piecita anexa donde funcionaba la máquina que inscribía en la cera”.
Prosigue García Jiménez: “No hubo cambios de sistema con respecto a los violines y la flauta, tocados a la altura de las bocinas y junto a ellas. El problema del bandoneón se había resuelto colocando la silla de su intérprete sobre una pequeña tarima, a mediana altura, para alcanzar a la tercera bocina, de mayor anchura que las otras en toda su longitud”.
Y añade: “En cuanto al piano –eje del intríngulis– para él se agotaron los discurrimientos de aquella gente: se le construyó una corpórea tarima, en la cual fue colocado dominando en altura a los demás instrumentos, pero alejado de las bocinas y dando a ellas el reverso sonoro de la caja”.
Así, en un solo día de 1916, Firpo grabó sus tangos De pura cepa, Sentimiento criollo, Indiecita y De madrugada. Le siguieron El talento, Toda la vida, En la brecha, El amanecer, El solitario, Vea vea, Didí, Curda completa, El rápido, La murra, Alma de bohemio y otros.
Firpo desarrolló una trayectoria tan activa como extensa. Por sus sucesivas orquestas y conjuntos pasaron músicos de la talla de los violinistas Rafael Tuegols, Elvino Vardaro, Enrique Cantore, Antonio Rossi y José Nisso, el bandoneonista Pedro Maffia y los pianistas Osvaldo Pugliese, Armando Federico y Carlos García. A partir de la década del 30 formó también cuartetos que tuvieron distintas etapas, y en la siguiente integró con su hijo un dúo de pianos con el que realizó varias grabaciones.
De entre sus cantores, se destacó Roberto Díaz. Su orquesta también supo acompañar en grabaciones a don Ignacio Corsini. Según Horacio Ferrer, Firpo actuó y grabó hasta 1960.
Su producción autoral es vastísima, pero sólo unos pocos tangos, todos de su primera época, alcanzaron difusión masiva: curiosamente, la mayor parte de la obra de este proficuo autor es desconocida por el público –y también por muchos músicos–. La registrada consta de doscientos títulos, entre los que sobresale el precioso tango Honda tristeza. Esa producción incluye delicados valses como Ondas sonoras, Pálida sombra, Noche calurosa y Horizonte azul, entre otros.
Roberto Firpo murió en Buenos Aires el 14 de junio de 1969.
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Imagen: Roberto Firpo, corrigiendo una de sus composiciones.
Texto y fotografía tomados del periódico “Trascartón”.