(De Haydée Breslav)
El pianista, director y
compositor Roberto Firpo, verdadero prócer del tango, fue iniciador de una
escuela evolucionista en el género, según lo definió Julio De Caro; dejó una
notable obra autoral que impresiona por su originalidad y riqueza musical.
Cuentan sus biógrafos que
nació en Las Flores, y que vivió su adolescencia entre esa localidad bonaerense
y la ciudad de Buenos Aires, desempeñando diversos oficios.
Su primer maestro fue el
gran pianista de la
Guardia Vieja Alfredo Bevilacqua, autor de los tangos Independencia y Emancipación, entre otros. Con el clarinetista Juan Carlos Bazán y
el violinista Francisco Postiglione integró un trío con el que debutó en el
Velódromo de Palermo, pasando luego a lo de Hansen. De esa época son sus
primeros tangos: La Chola , El compinche y La gaucha Manuela.
Formó después un dúo con
el legendario bandoneonista Juan Deambroggio, “Bachicha”, que tuvo efímera
duración, tras lo cual revistó en la orquesta de Genaro Sposito, “el tano
Genaro”.
En 1913 debutó en el lujoso
cabaret “Armenonville” con un cuarteto que integraban también Eduardo Arolas en
bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Leopoldo Thompson en contrabajo, y
que obtuvo gran éxito. Ese mismo año debutó también en el local el dúo
Gardel-Razzano, interpretando canciones criollas: el Zorzal todavía no había
creado el tango canción. Y en esa Nochebuena, Firpo compuso, junto con Arolas, Fuegos artificiales, así llamado por la
pirotecnia que ya entonces estaba en boga.
Cuentan que pronto nació
una amistad con los integrantes del dúo de cantores, con el que Firpo, al
frente de un conjunto, desarrolló entre septiembre y diciembre de 1918 una gira
por el interior de la provincia de Buenos Aires.
Julio De Caro refiere
que, después de pasar por otros sitios, Firpo viajó a Montevideo, donde estrenó
La cumparsita, de Gerardo Matos
Rodríguez, y dio a conocer su Alma de
bohemio, estrenado en Buenos Aires y
compuesto a pedido de Florencio Parravicini para una obra del mismo nombre,
escrita y protagonizada por el actor. La letra de Juan Andrés Caruso se le
adicionó una década después.
Previamente Firpo había
compuesto varios otros tangos, entre los que se destacan El amanecer (inspirado en esa hora en que se juntan los obreros que
van al trabajo y los calaveras que vuelven de la farra, en tiempos con árboles
y pájaros cantando en ellos) y Argañaraz,
que con el nombre de Aquellas farras
y letra de Cadícamo grabó Gardel en 1930. Siete años antes le había grabado La muchacha, con letra de José Ferreyra
y Leopoldo Torre Ríos.
Volviendo al relato de De
Caro, nuevamente en Buenos Aires Firpo se presentó en el “Palais de Glace” con
un conjunto que completaban Roccatagliata y Agesilao Ferrazzano en violines,
Deambroggio en bandoneón, Alejandro Michetti en flauta y Thompson en
contrabajo.
Así lo describe el autor
de Tierra querida: “Este conjunto
orquestal, que me cupo la suerte de escuchar en ese momento, era el más
completo. Su sonoridad, perfectamente amalgamada, expresaba las
interpretaciones con una modalidad desconocida, donde la brillantez de su afiattamento permitía netamente destacar
individualmente a cada instrumentista”.
De Caro puntualiza que el
conjunto “acrecienta aún más su nombradía grabando discos para la casa Max
Glücksmann, que los compradores arrebatan”.
García Jiménez explica
cómo se desarrolló el proceso de grabación (cabe pensar en la calidad de esos
músicos, que lograron hacerla prevalecer por sobre la extrema precariedad de la
técnica, y en no pocos contemporáneos que en vano tienen a su disposición los
más sofisticados recursos).
Los intérpretes que
intervinieron en las grabaciones fueron los ya mencionados, salvo
Roccatagliata, reemplazado por Cayetano Puglisi, y Thompson, que no participó.
“La principal dificultad
por resolver”, dice el poeta, “fue la concertación de las voces de bandoneón y
piano, que se turnan en la función de cantantes o acompañantes de la melodía,
debiendo encontrárseles planos apropiados. La habitación donde se ubicaban los
intérpretes se defendía de ruidos extraños con unos pesados cortinados sobre
las paredes, predecesores simplistas de los bloques aislantes que vendrían muy
luego. Tres bocinas receptoras, en abanico, llevaban los sonidos por sendos
huecos a la piecita anexa donde funcionaba la máquina que inscribía en la
cera”.
Prosigue García Jiménez:
“No hubo cambios de sistema con respecto a los violines y la flauta, tocados a
la altura de las bocinas y junto a ellas. El problema del bandoneón se había
resuelto colocando la silla de su intérprete sobre una pequeña tarima, a
mediana altura, para alcanzar a la tercera bocina, de mayor anchura que las
otras en toda su longitud”.
Y añade: “En cuanto al
piano –eje del intríngulis– para él se agotaron los discurrimientos de aquella
gente: se le construyó una corpórea tarima, en la cual fue colocado dominando
en altura a los demás instrumentos, pero alejado de las bocinas y dando a ellas
el reverso sonoro de la caja”.
Así, en un solo día de
1916, Firpo grabó sus tangos De pura cepa,
Sentimiento criollo, Indiecita y De madrugada. Le siguieron El
talento, Toda la vida, En la brecha,
El amanecer, El solitario, Vea vea, Didí,
Curda completa, El rápido, La murra, Alma de bohemio y otros.
Firpo desarrolló una
trayectoria tan activa como extensa. Por sus sucesivas orquestas y conjuntos
pasaron músicos de la talla de los violinistas Rafael Tuegols, Elvino Vardaro,
Enrique Cantore, Antonio Rossi y José Nisso, el bandoneonista Pedro Maffia y
los pianistas Osvaldo Pugliese, Armando Federico y Carlos García. A partir de
la década del 30 formó también cuartetos que tuvieron distintas etapas, y en la
siguiente integró con su hijo un dúo de pianos con el que realizó varias
grabaciones.
De entre sus cantores, se
destacó Roberto Díaz. Su orquesta también supo acompañar en grabaciones a don
Ignacio Corsini. Según Horacio Ferrer, Firpo actuó y grabó hasta 1960.
Su producción autoral es
vastísima, pero sólo unos pocos tangos, todos de su primera época, alcanzaron
difusión masiva: curiosamente, la mayor parte de la obra de este proficuo autor
es desconocida por el público –y también por muchos músicos–. La registrada consta
de doscientos títulos, entre los que sobresale el precioso tango Honda tristeza. Esa producción incluye
delicados valses como Ondas sonoras,
Pálida sombra, Noche calurosa y Horizonte
azul, entre otros.
Roberto Firpo murió en
Buenos Aires el 14 de junio de 1969.
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Imagen: Roberto Firpo, corrigiendo una de sus composiciones.
Texto y fotografía tomados
del periódico “Trascartón”.