(De Willy G. Boullion)
No posee la belleza de los céntricos De la Piedad o Rivarola, pero el
pasaje Butteler, enmarcado entre la avenida La Plata y las calles Cobo, Senillosa y Zelarrayán,
en el límite de Parque Chacabuco y Boedo, exhibe características únicas entre
las 40 configuraciones barriales de este tipo existentes en el radio
capitalino. Parece haber sido concebido por Kafka y Borges, por lo que tiene de
laberíntico y conjetural.
"Es un lugar tranquilo. Tal vez es
lo mejor que tenemos, ya que si hablamos de progreso, éste es casi nulo. Sólo
se remodeló la plaza, hace un par de años, y fueron recicladas algunas
viviendas. Haría falta una renovación del vecindario, gente joven. Los más
antiguos fallecen y van quedando sus hijos, que también ya son grandes",
dice Felipe Devitta. Con sus 91 años, es la persona de mayor edad del pasaje.
Hace 50 que vive allí. "Antes ocupaba una casa a unas cuadras de aquí;
siempre viví en la zona", señala.
El pasaje Butteler es en realidad una
manzana -de no más de 70 casas, la mayoría bajas y algunas que conservan la
fisonomía del pasado-, pero de sólo dos calles en diagonal que forman una
equis, de modo que aquéllas se convierten en cuatro callejuelas, todas con el
mismo nombre, Azucena Butteler, según una ordenanza que data de 1911, poco
después de su inauguración.
Explicar la numeración de las viviendas,
unas 70, es un verdadero desafío. Veamos: progresan linealmente, en sentido
contrario al de las agujas del reloj, desde la esquina de avenida La Plata y Zelarrayán, del 0 al
98, pero sólo se ven estos números en las casas situadas a la derecha.
Al llegar a Zelarrayán y Senillosa,
después de haber transitado por los dos primeros brazos de la equis, la
numeración recomienza en la vereda opuesta y en sentido inverso, con los
impares, por lo cual el 5 puede quedar enfrente del 88. El recorrido completo,
pues, termina dando la dislocante sensación de que el pasaje se inicia y
finaliza en el mismo lugar.
Es también el único pasaje con plazoleta.
El pequeño paseo de forma rectangular y con juegos infantiles se llamó
originalmente Butteler, pero fue rebautizado Enrique Santos Discépolo en 1972.
En su centro hay un busto del autor de "Cambalache", emplazado en
1982, obra del artista Domingo Páez Torres. Poco después de su inauguración, el
vandalismo hizo de las suyas, por lo que debió ser retirado para restaurarlo y
vuelto a colocar al año siguiente. Hoy muestra señales de nuevos ataques.
El presidente de la Junta de Estudios Históricos
de Parque Chacabuco, Mauro Fernández, responsable de la edición de un
cuadernillo en el que se cuentan el origen y la trayectoria de los
"minibarrios" Cafferata, Emilio Mitre y Butteler, explica que este
último se empezó a consolidar a partir de la aceptación por la municipalidad de
Buenos Aires, en 1907, de una extensa quinta donada por Azucena Butteler,
perteneciente a una familia de hacendados, para la construcción allí de casas
destinadas a obreros de la zona.
El 15 de diciembre de ese año se colocó
la piedra fundamental, en un acto apadrinado por el presidente José Figueroa
Alcorta y del que participaron, entre otros, Carlos Saavedra Lamas, Carlos
Thays, Ramón Falcón y Alfredo Palacios.
"Por sus características, callecitas
adoquinadas y veredas de 1,60
metros , a las que para estacionar debe subirse medio
auto, el pasaje ha sido utilizado muchas veces por el cine, y más recientemente
para telenovelas. En 1959 se filmó allí «Culpable», película protagonizada y
dirigida por Hugo del Carril", recuerda Fernández.
En los primeros años de la década del 30,
eran comunes en el pasaje los concursos de disfraces, y también se hicieron
famosas sus fogatas de San Pedro y San Pablo. Entre los visitantes asiduos de
aquellos años figuran Carlos Gardel, los actores Santiago Arrieta y Marisa
Zinni y, sobre todo, Discépolo, al que era común verlo mateando en la calle con
un residente amigo, razón por la cual fue propuesto y se aceptó denominar con
su nombre a la que Germinal Nogués llamaba "la placita escondida".
Fernández desestima la veracidad de una
versión que atribuye al pasaje haber sido "un reducto casi privado de la
barra brava de San Lorenzo". Conjetura que eso surgió porque en un tiempo
vivió allí un hincha fanático que pintó todo el frente de su casa con los
colores de los “cuervos”. Así todavía está la fachada; también luce un mensaje,
"¡Aguante Sanlo!", como una convocatoria a resistir todo hasta el fin
de los tiempos. "La hinchada se reunía en una pizzería llamada ‘Miguelito’,
que estaba en Viel y Cobo", aclara otro vecino, que sólo se identifica
como Pablo. "A veces iba también el ‘enemigo’, o sea, los de Huracán. Y
entonces había lío", agrega.
En realidad, resulta impensable el
ajetreo -menos el futbolero- en el Butteler. Da la impresión de que su
intimidad y su sosiego son invulnerables. Cuando pasamos de regreso por la
plaza, se ve una hamaca yendo y viniendo, sola, recién abandonada por un niño.
Eso parece todo lo que ocurre.
______
Imagen: Plazoleta en el centro del pasaje, primero sin nombre, luego llamada Butteler y actualmente Enrique Santos Discépolo. (Foto Archivo General de la Nación).
Nota tomada del diario “