Ya
sabemos, hoy por hoy, el Martín Fierro
no tiene, en el mundo, competencia alguna a la hora de definir la
representación de la literatura argentina. Pero un best-seller es otra cosa, es un fenómeno comercial que ubica a una
obra y a un escritor en la cima de un estrellato que puede, o no, ser fugaz.
1905
resulta ser, en este último sentido, una fecha clave para la historia literaria
argentina, pues es en ese año en el que ve la luz el primer best-seller
argentino, Stella, de César Duayen no
dará descanso a editores, traductores y lectores en un fenómeno comercial que
no volverá a repetirse con las siguientes obras escritas por la misma pluma.
Pero
más allá, o junto con esta curiosidad, hay otra de no menor envergadura: César
Duayen es, en realidad, una mujer, un personaje que se mantuvo enigmático
gracias al amparo de editores y libreros.
Emma de
la Barra
(1861-1947), rosarina de nacimiento, cordobesa por linaje, porteña por
actuación, esta escritora, por ser mujer, debía, a comienzos del siglo XX en la Argentina , echar mano
del encubrimiento de su condición sexual puesto que, para esas épocas, el que
una mujer escribiera y, por si fuera poco, una novela, era una audacia, un
atrevimiento imperdonable, y más, si el texto iba a ocuparse de mostrar al
desnudo los procederes y costumbres de nuestra aristocracia, con todos sus
dobleces, sus mezquindades, su hipocresía y con la típica pacatería de esa
moral siempre a medias con la que operaba el grupo al que ella misma
pertenecía.
Esta
mujer, criada junto a hombres todos periodistas, inmersa en su ocio
aristocrático y en su tristeza de viuda reciente, (su primer marido, su tío paterno, también De
la Barra , había
fallecido), se atreve a salir a la palestra literaria con el ánimo de ser veraz
y de hacerle una mueca casi despiadada a la gente de su propia clase y asume,
de manera incondicional, tanto cierta crítica elitista que la desdeña como la
aceptación de un público lector que la consagra, antinomia sobre la que poco y
nada se ha tratado y que no dejaba de ser sino un caso más de la tradicional
oposición entre viejos y nuevos paradigmas de calidad.
Pero la
cuestión del seudónimo encubridor de lo femenino no termina con esta
experiencia. Casada en segundas nupcias con un importante folletinista, Julio
Llanos, no tiene problemas a la hora de tener que sustituirlo escribiendo ella
misma las colaboraciones que, desde Paría, Llanos debía enviar al diario La Nación ,
de modo que Emma de la Barca
no fue sólo César Duayen sino, también, Julio Llanos.
Si bien
la literatura “femenina” supo tener, después de este suceso, plumas inmortales,
como la de Alfonsina Storni, y tiene hoy día una prolífica representatividad en
las voces de muchas escritoras de calibre, aquel acierto de 1905 no volvió a
repetirse en semejante magnitud. Agotada en tres días la edición de mil
ejemplares, dos meses después fueron suficientes como para que vendiera nueve
ediciones de mil ejemplares cada una y, para completar los éxitos, recibir un
anticipo de cinco mil pesos que le entregaría la Casa Maucci para la
edición de seis mil ejemplares de su siguiente novela, Mecha Iturbe, texto que no logró reiterar el éxito precedente.
Y por
si fueran pocas las curiosidades que envolvieron la vida de esta mujer, hubo
también otra: un “caballero inglés” publicó en La Prensa
un aviso ofreciendo “quinientas libras esterlinas por los originales de puño y
letra del libro Stella, famosa novela
de actualidad”. Oferta en verdad estrafalaria de la que no sabemos, ni sabremos
nunca, si era obra de un maniático y si provenía de autobombo.
Anticipó
una suerte de Eva Perón en Mecha Iturbe,
relato apasionado de preocupación por los trabajadores, por los humildes, por
los desposeídos, por los necesitados, a punto tal que,
tras esa novela, proyecta, utópicamente, un pueblo para esa gente, iniciativa
que, fuera de la ficción, emprende cerca de La Plata , una suerte de barrio “como de mil casas”
en el que invierte y pierde una fortuna.
Hasta
el fin de sus días, Emma de la
Barra va a insistir con su seudónimo cuando edita Eleonora y, por último, La dicha de Malena, insistente
seudonimia cuyas razones ella misma explica en un reportaje otorgado a la
revista El Hogar; expresa en él:
“¿Cómo iba a atreverme a firmar una novela? ¡Qué esperanza! Era exponerme al
ridículo y al comentario…”
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Imagen: Retrato de Emma de la Barra, que popularizó el seudónimo de César Duayen.