(De Enrique Espina Rawson)
Francisco Canaro e Ivo Pelay estrenan su comedia musical
“Rascacielos”, en la calle Corrientes. El título sintetizaba el afán de
modernidad que caracterizaba a nuestra ciudad en esos años. Muchas cosas habían
cambiado, se construían subterráneos, se ensanchaban avenidas (se decía que la
9 de Julio y Rivadavia eran, respectivamente la más ancha, y la más larga del
mundo), ya circulaban colectivos carrozados como tales, la radio se había
impuesto en todos los hogares, los teatros y las confiterías rebosaban de
público, y, por sobre todo, Buenos Aires se transformaba ediliciamente. Surgían
los rascacielos.
Existían ya, desde luego, famosos edificios altos como el
Barolo, el Pasaje Güemes, las torres Bencich, y tantos otros, pero los de las
décadas del 30 eran de la segunda generación. Otra cosa. Nombramos tres
emblemáticos: el Kavanagh, el Safico y el Comega, y nos ocuparemos hoy de este
último.
Los diferenciaba de sus antepasados no tanto la altura
final, sino el diseño y los materiales. Aquellos se creían obligados a respetar
los estilos clásicos, y cuando no lo hacían apelaban a una arquitectura
fantasiosa, como de fábula de hadas (torres Bencich de Esmeralda y Córdoba) o a
la extravagancia, como el Barolo.
Ubicado en la esquina sureste de Leandro Alem y Corrientes,
el Comega, construido en 1933, es una expresión inobjetable del modernismo que
se imponía en el mundo. No más adornos, no más ornamentaciones; líneas puras,
claridad y limpieza, era la consigna. Los arquitectos Enrique Douillet y
Alfredo Joselevich fueron los responsables de esta obra de hormigón armado de 88 m, 21 pisos y tres
subsuelos. El mármol travertino en su exterior y el acero inoxidable como
revestimiento interno, marcaban la línea de sobriedad impuesta desde su diseño.
Tenía grandes novedades, como el bar ubicado en el mirador
del piso 19 (el mítico Comega Club), donde tomando una copa se podía ver la
vecina Colonia en la otra orilla, o quizás asombrarse con la majestuosa pasada
del “Graff Zeppelín” sobre Buenos Aires; o los ascensores de alta velocidad, de
donde todos bajaban algo mareados, pero contentos de tener ocasión de comentar
la experiencia.
Afortunadamente, el bar que había cerrado sus puertas en
l969 para transformarse en oficinas, volvió a abrirlas el 2000 también como
restaurante, y, actualmente, a partir de las 8 de la mañana, permanecen
abiertas hasta la hora de cierre, que se prolonga en las charlas de sobremesa.
Si aún impresiona por su monumentalidad, cuesta imaginar que
sensación habrá producido en ese 1933, con los paseantes con sombrero de paja,
los taxis con capota y los carritos ambulantes que ofrecían sus mercancías.
Lo cierto es que se ha convertido en edificio emblemático de
la ciudad, y ya es histórico. Como dijimos, vio pasar el “Graff Zeppelín” en
junio del 34, el imponente sepelio de Gardel y la multitud que subía por la
calle Corrientes en febrero del 36, y también el ensanche definitivo de la
mítica arteria porteña, al ganar su ascenso a avenida.
Bueno… ¿y qué significa Comega? Muchos piensan que es el
nombre de alguna constelación celeste o quizás de algún personaje de la
mitología. Para nada. Son las tres primeras sílabas de la empresa que la
construyó: Compañía Mercantil Ganadera SA.
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Imagen: El edificio Comega.
Material y fotografía tomados de: http://www.fervorxbuenosaires.com