(De Jorge Luchetti)
Si bien sabemos conceptualmente lo que
significa, hay veces que la ordenación de un vecindario y las circunstancias en
que se generó, como sucede en Coghlan, nos obligan a hacer un análisis más
profundo de su origen. ¿Simplemente se conformó de manera administrativa o
tiene una identidad y sentido de pertenencia que lo avalan como tal?
Cuando hablamos del urbanismo de Buenos
Aires, indefectiblemente nos debemos referir a sus barrios como ámbito
generador de la propia ciudad. La palabra barrio la usamos de forma habitual,
incluso forma parte del título de nuestro periódico con la finalidad de
identificar sus alcances, como nos dice su director Marcelo Benini. “Cuando
buscábamos un nombre para el periódico siempre pensé que debía ser concreto y
poco pretencioso. Así como los grandes diarios del mundo aluden a unidades
geográficas de diferentes medidas (El Universal, El Mundo, La República , El País, La Nación ), me pareció que El
Barrio representaba -mejor que cualquier otro título posible- el concepto
editorial que buscábamos definir. De alguna manera, nos impusimos un límite
temático y jurisdiccional, que le proporcionara a nuestros lectores un claro
sentido de pertenencia. Creo que, en ese sentido, nuestra marca fue una
pegada”, reflexiona Benini.
Ahora bien, más allá de saber qué
queremos decir cuando nos referimos a un barrio, debemos preguntarnos ¿de qué
hablamos cuando hablamos de barrio? Sepamos que no existe una definición
puntual y específica que comprenda el concepto total de barrio. George Galster,
analista urbano, hace una comparación interesante para entender lo difícil que
se hace definir el significado del barrio y nos dice: “Los científicos urbanos
han tratado al barrio como los jueces han venido tratando a la pornografía:
como un término difícil de precisar. Todos saben qué es eso cuando lo ven, pero
no pueden dar una definición precisa”.
Si vamos a una de las definiciones más
comunes de barrio, que generalmente aparece en alguna enciclopedia o algún
compendio de urbanismo, encontraremos que un barrio, es una subdivisión que se
fija dentro de una ciudad o pueblo, la cual tiene una identidad propia con
sentido de pertenencia. Pero el análisis de su función es mucho más extenso que
esta corta frase. Un barrio debe establecerse como un elemento trascendental de
políticas urbanas, el cual deberá actuar como ámbito de cobijo para esa
comunidad barrial. Además, su identificación como tal debe ir en beneficio de
la vida del ciudadano. Como dijimos, no hay una tesis estricta referente a qué
es o qué hace que un lugar se transforme en barrio.
Sabemos que un barrio se pudo haber
gestado por una decisión administrativa, por sus condiciones geográficas, por
el devenir histórico o por el impulso del desarrollo inmobiliario. El sentido
de pertenencia barrial, como así también la identidad que adquiere el vecino
con el lugar, forjan una diferencia con respecto a aquellos que pertenecen a
otro barrio. Basta ver la rivalidad que se va gestando entre los diferentes
clubes de barrio, que en ocasiones llega a provocar una enemistad desmedida.
En algunos países la idea de barrio se la
relaciona con poblaciones carenciadas, o sea se la compara con lo que aquí
conocemos como villas miserias. A diferencia de esto, en nuestro país se
incluye al barrio dentro de todos los escalafones sociales. La palabra barrio
está democratizada, ya que si bien a veces no se cumplen ciertas pautas los
derechos y obligaciones son iguales tanto para Recoleta, San Telmo o Villa
Riachuelo.
Otro tema trascendental es su
delimitación, a través de parámetros que permitan identificar a qué lugar
pertenecemos. La científica social Dooren Massey, hablando del lugar y del
espacio, hace una reseña para poder plantear irrefutables criterios de
delimitación que no impliquen una barrera, una frontera entre un “ellos” y un
“nosotros”, entre un “dentro” y un “afuera”. En definitiva, la idea de límites
marca su propia identidad, pero a la vez no debe estar desconectado con la
ciudad en su conjunto. O sea, no puede ser que un barrio viva aislado del
contexto de la ciudad, como pasa por ejemplo con Puerto Madero.
¿Dónde empieza y termina un barrio? El
problema de la delimitación a veces se torna conflictivo, ya que aparece en
ocasiones como un capricho. En este artículo analizaremos lo que sucedió en
Coghlan, donde se mezclan los límites reales con algunas fronteras virtuales
que producen confusión hasta en los propios vecinos.
COGHLAN Y LA IDENTIDAD BARRIAL
Sabemos que el 1 de febrero de 1891 se
fundó la Estación
Coghlan , pero debieron pasar varias décadas para que el lugar
adquiriera la categoría de barrio. Es que, como ya hemos mencionado en
distintas oportunidades, a partir de la propia estación se fue generando este
nuevo lugar, aunque necesitó un largo tiempo para saber hasta dónde llegaban
sus límites, para que de alguna forma pudiéramos afirmar que Coghlan era
realmente un barrio.
En 1968 comenzó el proceso de identificar
a este lugar como barrio y fue en 1972 cuando se dictó una ordenanza municipal
que le daba esa categoría, determinando a su vez sus límites. A saber, van
desde las vías del ex Ferrocarril Gral. Mitre del ramal Mitre, siguiendo por
Núñez, Zapiola, Franklin Roosevelt, Av. Dr. Ricardo Balbín, Av. Monroe, vías
del ex Ferrocarril Mitre, ramal Suárez, Estomba, Franklin Roosevelt, Tronador,
Av. Congreso, San Francisco de Asís y Quesada hasta su intersección nuevamente
con vías del ex Ferrocarril Gral. Mitre, del ramal homónimo.
Este pequeño paraíso urbano sigue dando batalla para crecer con
armonía y fortalecer su identidad barrial, la cual queda especificada a través
de sus hitos urbanos, arquitectónicos y culturales. En alguna oportunidad nos
hemos referido a esa identidad, que a menudo se ve avasallada por los cuatro
gigantes que rodean a Coghlan: Saavedra, Núñez, Villa Urquiza y Belgrano R;
este último es quien sigue influyendo en los valores identitarios del barrio.
Por ejemplo, en el rubro inmobiliario es común ver avisos que titulan “vendo o
alquilo casa en Belgrano-Coghlan”. Además, algunos emprendimientos parecen
olvidar su nombre. La zona donde se encuentra la vieja Villa Roccatagliata es
conocida comercialmente como Altos de Belgrano. Si bien sabemos que es una
cuestión de marketing, ya que el nombre de Belgrano vende, esto a su vez crea
un desconocimiento mayor: incluso ayuda a que los propios porteños desconozcan
dónde queda ese lugar llamado Coghlan.
Para que el nombre de Coghlan deje de ser
anónimo para muchos se necesita una promoción que estampe sus referentes
culturales más destacados y los beneficios que el lugar brinda al vecino. En
una de estas promociones inmobiliarias figuraba el siguiente eslogan: “Coghlan,
un nuevo lugar de moda en Buenos Aires”. Si bien hay una hermandad con Belgrano
-debemos tener en cuenta que, hasta no hace mucho tiempo, un sector de Coghlan
pertenecía jurisdiccionalmente a Belgrano- tanto en la parte arquitectónica
como cultural existen otros componentes que distinguen al barrio como un lugar
distinto. Entre ellos su forma de isla, que se generó a través de las vías, la
estación y el hospital, que lo encierran de tal forma que se hace difícil
desandarlo.
Si bien los límites son algo
absolutamente burocrático, a la vez representan la mejor forma de preservar la
identidad de un lugar y permiten saber cuál es el adentro y el afuera. O sea el
pertenecer aquí o allá, evitando cambios sustanciales que puedan hacer perder
el costumbrismo típico coghlense.
LUGARES Y EDIFICIOS IDENTITARIOS
Hablar de la identidad coghlense
significa sin dudas hablar del ferrocarril, de la estación de tren, del puente
peatonal construido en Glasgow (el símbolo barrial por antonomasia, de ahí que
figure en el escudo), de la Biblioteca Bartolomé Mitre dentro de la propia
estación, del edificio de la vieja usina (aún en ruinas y a la espera de una
nueva actividad), de la torre de ventilación de Quesada y Congreso (conocida
como el Obelisco de Coghlan), de la Escuela Félix de Azara y del Hospital Pirovano,
muchas veces confundido como hospital del barrio de Belgrano, sin dejar de lado
la Villa
Roccatagliata.
Pero Coghlan es más que eso: es también
el conjunto de casas amarillas de la calle Washington (una tipología distinta
del común de las viviendas del lugar) y el grupo de casas inglesas en derredor
a la estación, que son “estas cosas de ladrillo y tejas viejas”, como las
llaman quienes poco les importa conservar un pasado que vale la pena. Así
también es la ex Fábrica Nestlé, hoy transformada en modernos loft, un edificio
que guarda la estructura original de carácter fabril dada por sus chimeneas.
Coghlan hoy se abre a una joven generación de vecinos, que vienen a vivir en
una nueva arquitectura que responde a una tipología que funciona de forma
similar a la de los viejos PH.
Durante años Coghlan no tuvo plazas ni
parques, componentes urbanos que dan identidad a un lugar, pero en estas dos
décadas pasadas se crearon el parque de la estación y la pequeña plaza que
ocupa el frente del supermercado ubicado sobre la avenida Congreso. Tampoco
tuvo iglesia en sus comienzos, algo indispensable para identificar un barrio;
cuando era necesario se usaba la pequeña capilla del hospital para celebrar
misas o algún casamiento. Recién a mediados de los años 30 se inauguró la Parroquia Santa
María de los Angeles.
Hace poco tiempo se inauguró el primer
museo coghlense, hoy conocido como la “Casa de Ana Frank”, ubicado en Superí
2647, indispensable para la cultura de un lugar. También hacen a esa identidad
de la que tanto hablamos los vecinos destacados que pasaron por el barrio,
entre los que figuran el afamado pintor Lino Enea Spilimbergo (quien habitó su
casa-taller de Tamborini 3818), el poeta Julián Centeya, la artista plástica
Anikó Szabó, el músico y profesor Athos Palma y otros tantos personajes que
dejaron su huella en el lugar. Sin duda, esto es una muestra de cómo día a día
Coghlan sigue forjando su identidad, esa que lo hace indiscutible como barrio.
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Imagen: Antiguo bebedero en la estación Coghlan (Foto rubderoliv).
Nota tomada del periódico "El Barrio".