(De Diego Ruiz)
Andaba el cronista, durante su último
callejeo allá por los Portones de Palermo, evocando al viejo café “La Paloma ” que, como tantos,
ya es sólo parte de la memoria de Buenos Aires y, siguiendo su periplo,
prometió rumbear para el Centro, no sin hacer algunas escalas necesarias en su
gira por aquellos cafés y afines que fueron cuna y hogar del tango. Una parada
obligada es el antiguo barrio de Balvanera, que incluye los sub-barrios del
Abasto, Once y Congreso, aunque para el imaginario popular dichas
denominaciones tengan más fuerza identitaria que la fría letra de las ordenanzas
municipales. El cronista no puede dejar de comentar que Balvanera –hoy
delimitada por Independencia, Entre Ríos-Callao, Córdoba y Sánchez de
Bustamante-Sánchez de Loria– es, fuera de los fundacionales Monserrat y San
Nicolás, uno de los más antiguos barrios de la ciudad, pues su primer
antecedente es un oratorio público puesto bajo la advocación de “Nuestra Señora
de Valvanera”, creado en 1799 por fray Damián Pérez, procurador del Colegio de
Propaganda Fide. Asimismo supo ser hasta bien entrado el siglo XIX su parroquia
más extensa, pues abarcaba todo el territorio al oeste de la actual línea Entre
Ríos-Callao hasta toparse con su similar de San José de Flores. Sufrió una
primera partición en 1869 al crearse San Cristóbal, desgajándole el territorio
comprendido entre Independencia, Boedo-Sáenz y el Riachuelo, y el crecimiento
posterior de la ciudad hizo el resto hasta reducirla hasta sus actuales
límites.
Pero, en el tiempo imaginario en que el
cronista anda vagabundeando, Balvanera ya estaba totalmente urbanizada y en la
esquina de San Luis y Pueyrredón se alzaba el café “Garibotto”, donde en la
década de 1910 sentó sus reales Juan “Pacho” Maglio, que venía de actuar largo
tiempo en el ya mencionado “La
Paloma ”, acompañado por José “Pepino” Bonano en el violín,
Carlos “Hernani” Macchi en flauta y Luciano Ríos o Leopoldo Thompson en
guitarra de siete cuerdas. Acá el lector estaría en todo su derecho de increpar
al cronista: “–¿Pero en todos lados estaba Pacho, caray? —. Y sí... no en todos
lados, pero en esos primeros tiempos heroicos Maglio tocó casi en cuanto café,
peringundín o lugar de mala fama tuviera un palquito para la “orquesta”, palquito
que en más de una ocasión sólo constaba de unos cajones vacíos apilados. El
cronista piensa a veces que Maglio está un poco olvidado y que en la radio sólo
pasan, y de vez en cuando, su famoso tema “Sábado inglés”, pero la obra de
difusión que hizo este músico no tiene parangón. Piense nada más el lector que,
allá por la década de 1920, era habitual que cuando alguien iba a comprar un
disco dijera simplemente “déme un Pacho” para medir la popularidad que llegó a
alcanzar. Pero volviendo al “Garibotto”, si en “La Paloma ” Maglio se quejaba
por las ratas que pululaban entre las mesas, aquí también encontró la anécdota
joco-seria: según refieren los hermanos Bates –primeros historiadores del tango
que llegaron a entrevistar a muchos de sus primigenios protagonistas–, una
noche irrumpió en el local la policía debido a una denuncia por juego ilegal –o
sea timba de la pesada– y parroquianos, propietarios y músicos fueron a parar
en dulce montón a la comisaría. La cosa fue debidamente aclarada, por medios
forenses o “de los otros”, y a las pocas horas el local fue nuevamente
habilitado, pero quiere la leyenda que Pacho aprovechó esas horas de calabozo
para componer “¡Qué papelón!”, seguramente inspirado por el trago amargo que
acababa de sufrir.
A unas pocas cuadras, en Corrientes y
Pueyrredón, se erguía por la misma época un antiguo reducto de payadores, el “Almacén
Suizo”, o sea uno de esos establecimientos que a la “despensa” propiamente
dicha sumaban un despacho de bebidas, herederos de las antiguas pulperías y germen
de los posteriores cafés con orquesta. Allá por 1908 actuaba en dicho almacén
un trío formado por Ernesto “el pibe” Ponzio en el violín, el morocho y ciego
Eusebio Aspiazu en guitarra y Vicente “el tano” Pecci en flauta. Ponzio ya
acreditaba por entonces, pese a su juventud, una larga carrera tanguera: nacido
en 1885 en “la Tierra
del Fuego” –o sea entre la
Recoleta y la Penitenciaría Nacional –
de padre napolitano y arpista y madre uruguaya, la temprana muerte del
progenitor lo obligó a abandonar los estudios en el Conservatorio Williams y a
ganar el pan familiar tocando y pasando el platito en cafés y cantinas. Según
Juan Silbido (el periodista e historiador Emilio Juan Vattuone) habría
compuesto su primer éxito, “Don Juan”, en 1898, estrenándolo en 1900 en la casa
de bailes de Concepción “Mamita” Amaya, de Lavalle 2177. Ponzio logró después
renombre en los establecimientos de Palermo “El Tambito” y “Hansen”, haciendo
dupla con el clarinetista Juan Carlos Bazán, en “lo de Laura” y en lo de María
“la Vasca ”
Rangolla, de Carlos Calvo 2721, donde se codeó con Vicente Greco, Manuel
Campoamor (el de “La c...ara de la l...una”) y, posiblemente, con Rosendo
Mendizábal.
Parece que Ponzio tenía pocas pulgas, o
que era bastante compadrito, pues en 1902 fue procesado por lesiones en Coronel
Suárez y, en 1906, condenado a dos años por lesiones con arma de fuego. Lo
cierto es que en enero de 1924, en un prostíbulo del barrio Pichincha de
Rosario, mató de un balazo a otro concurrente y fue condenado a veinte años de cárcel
con la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado por registrar
antecedentes, pena que sólo cumplió hasta 1928 cuando fue indultado. A pesar de
todo esto, se había casado en 1906 con Adela Savino en Lanús Oeste, de donde
era la niña, instalando el almacén “El Pibe”, luego trasladado y rebautizado
“Los Paraísos”. En la década de 1930 formó la Orquesta Ponzio-Bazán ,
en la que participaban Vicente Pecci (flauta), “el Pardo” Alcorta (violín),
José María “el Yepi” Bianchi (bandoneón) y el cieguito Aspiazu en la guitarra,
orquesta que llegó a actuar en el Luna Park. También fue convocado por Pascual
Carcavallo para actual en el teatro “El Nacional”, en la Orquesta de la Guardia Vieja junto
a Bazán, Enrique Saborido, José Luis Padula, Luis Teisseire y otros viejos
próceres. En eso estaba cuando, en 1934, falleció del mismo mal que su padre,
de un aneurisma en el corazón. Curiosamente para un músico que trabajó tanto,
no han quedado grabaciones propias ni en otras agrupaciones, pero podemos ver
su estampa junto al “gordo” Bazán en la película “Tango”, donde aparecen
tocando, con una orquestita, “Don Juan”.
El otro reducto insoslayable de
Balvanera, más precisamente en el Abasto, fue el café “O’Rondeman” de los
hermanos Traverso, en Humahuaca 2202, donde dio sus primeros pasos artísticos
Carlos Gardel, pero este cronista ya ha hablado largo y tendido sobre este
lugar legendario, por lo que pide disculpas al lector por la omisión y prosigue
su camino hacia el Centro, deteniéndose quizá en algunos cafés de la Avenida de Mayo si es que
el tranvía lo deja cerca.
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Imagen: Parroquia Nuestra Señora de Balvanera.
Nota tomada del periódico “Desde Boedo”,
abril de 2014.