(De Diego Ruiz)
Como venía amenazando, por fin el cronista dirige sus pasos al Centro para continuar con su
recorrido de cafés de tango, tras visitar algunos establecimientos de la Avenida de Mayo que
hicieron historia. Y por afán didáctico o simplemente de maniático que es,
prefiere hacerlo siguiendo el orden ascendente de la numeración, para
permitirle al sufrido lector ubicarse con más facilidad. No va a hacer parada
en los peringundines -de mayor o menor categoría- de 25 de Mayo, que prefiere
reservar para una futura serie de callejeos por boites, cabarets y otros
“antros del pecado” que supieron engalanar a nuestra ciudad. Tampoco se
detendrá en el Bar Reconquista, también conocido como “lo de Ronchetti”, donde
Saborido creó La morocha, así que su periplo debe iniciarse en la esquina porteña por antonomasia,
Corrientes y Esmeralda, donde algún cacatúa que seguramente está solo y espera,
sueña con la pinta de Carlos Gardel.
Refiere el historiador Ricardo Llanes en
Recuerdos de Buenos Aires que, a principios del siglo XX, esa intersección
marcaba el límite de la zona elegante que tenía por eje la calle Florida y en
la que se había establecido la gente “de posibles” cuando la epidemia de fiebre
amarilla de 1871 la forzó a emigrar de Catedral al Sur hacia el Norte. Las
familias de riqueza o apellido se afincaron en el perímetro que abarcan
Cangallo, Reconquista, Esmeralda y Córdoba y que fue nuestro primer “barrio
norte”, no el que actualmente recibe este tratamiento y que en realidad
pertenece a Retiro y Recoleta. Todavía pueden verse, en un edificio del primer
piso de la esquina suroeste de Florida y Corrientes, los frescos que
pertenecieron al palacio Elortondo Alvear, local que por muchos años ocupó la
casa de marroquinería Paco Mayorga y actualmente una hamburguesería que, por
suerte, no tuvo la peregrina idea de taparlos con pintura o demolerlos. Esta
esquina, pues, marcaba el inicio de “las luces” de Corrientes que se extendían
hacia Callao casi sin solución de continuidad, y las iniciaba a toda orquesta,
pues en pocos metros por Esmeralda se alzaban los teatros Odeón, en el número
367, y el Esmeralda en el 445, sala ésta que antes supo llamarse Scala y, desde
el 4 de mayo de 1928, Maipo; un poco más hacia el Sur, en el 257-65, estaba el
viejo San Martín y, por Corrientes, en el 699 -esquina que el ensanche demolió-
se alzaba el cine-teatro Empire, en el 835 el Royal Theatre -luego Royal
Pigall- y en el 860 el Ópera. En todas estas salas, tanto en obras teatrales
como en espectáculos musicales, se estrenaron infinidad de tangos hoy clásicos,
por lo que el almacén y bar El Guarany, ubicado en la esquina noroeste, era
punto de cita casi obligado de artistas, músicos y cantantes. El escritor
Bernardo González Arrili, criado en la “casa de fotografía y exposición de
cuadros” de su padre, en el 838 de Corrientes, evocó en su exquisito libro
Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha que allá por el Novecientos: “Hacia
la esquina de Esmeralda, por la vereda de los nones […] quedaba al fin un
almacén, 'El Guarany'; sobre Corrientes el despacho de comestibles, sobre
Esmeralda el despacho de bebidas; la puerta de la esquina, ochavada y reducida,
daba a los dos despachos, separados simbólicamente por una Caja tapiada por
tres vidrios. En los escaparates de Corrientes […] se mostraban, como en la mayoría
de las casas del ramo, artículos de manducar, por lo general españoles e
italianos […] La otra vidriera de la vuelta era una 'botillería', que a los
muchachos no nos interesaba gran cosa. Lo único que alguna ocasión detuvo
nuestros pasos, era el grifo de brillante metal, con tres o cuatro extremos,
por donde goteaba el agua sabiamente dosificada para la preparación lenta de
los ajenjos, los suisés opalinos que siempre tuvimos ganas de probar”. En este
café solían parar Gardel y Razzano que actuaban en el Esmeralda, donde “el
mudo” estrenó en 1917, acompañado por José Ricardo, Mi noche triste. En El Guarany debutó en 1927 el primer sexteto de Carlos Di Sarli, integrado por
César Ginzo y Tito Landó en bandoneones, José Pécora y David Abramsky en
violines, Alfredo Krauss en el contrabajo y el director al piano, formación que
sufrió diversos reemplazos y con la que grabó 48 temas, algunos de ellos con
las voces de Santiago Devin, Ernesto Famá y Antonio Rodríguez Lesende.
A menos de cien metros, sobre la vereda
de los pares y al lado del café Paulista que todos conocían como Los
Inmortales, se encontraba
el Germinal, cuyo nombre podríamos atribuir a algún dueño de origen galo, ya
fuera por dicho mes del calendario civil que impuso la Revolución Francesa
o por la famosa novela de Emilio Zola. Más allá de estas suposiciones, pasaron
por su palco en distintas épocas Pacho Maglio (¡cuándo no!), el prolífico
Anselmo Aieta y Ernesto De la
Cruz -los cuales hacían “doblete” con el Café El Nacional-,
Elvino Vardaro, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo.
Por la vereda de enfrente, sobre las
puertas impares y frente a El Nacional se encontraba, hasta el ensanche de
Corrientes, el café Los 36 billares que Ángel Pocho Gatti recordó en su tango
Corrientes angosta: “Corrientes de antes, Corrientes vieja/ de muchachito me
conocés,/ yo he compadreado por tus veredas/ paré en el feca Los 36” . Si bien muchos conjuntos
pasaron por su escenario, el hecho más remarcable fue el debut en 1934 del
sexteto de Pedro Láurenz, recién desvinculado de Julio De Caro, cuya formación
venía sufriendo problemas internos desde la ida de Pedro Maffia. Láurenz no se
fue solo, sino que llevó consigo al “cieguito” Armando Blasco en el segundo
bandoneón, a Vicente Sciarretta en contrabajo y a José Niesso en violín,
sumando a Sammy Friedenthal para secundar a Niesso y al joven pianista Osvaldo
Pugliese, que hacía doblete con Elvino Vardaro en El Nacional y que también se
ocupó de los arreglos. Parece que Láurenz se enamoró de esa cuadra porque
cuando Los Inmortales fue reemplazado por un edificio de departamentos, en el
número 922 de Corrientes, compró uno y allí vivió hasta su muerte.
El cronista ha nombrado repetidas veces
al Café El Nacional, que se encontraba pared por medio con el teatro epónimo y
que fuera llamado “la catedral del tango”. Según relata Jorge Bossio, hasta
1905 se llamaba Café Lloveras, cambiando seguramente el nombre al inaugurarse
en 1906 la tercera sala del teatro que había sufrido variadas vicisitudes. Allí
actuó en la década de 1920 el sexteto de Anselmo Aieta, con Juan D'Arienzo y
Juan Cuervo en los violines, Luis Visca al piano, Alfredo Corletto en
contrabajo y José Navarro en el segundo bandoneón y, en 1929, se formó el
sexteto Vardaro-Pugliese con Alfredo De Franco
y Eladio Blanco en bandoneones, Carlos Campanone como segundo violín y
Alfredo Corletto, nuevamente, en el contrabajo. El Nacional cerró sus puertas
en 1952, mientras el palco era ocupado por la orquesta de Juan Polito, pero su
semblanza sería incompleta si no se mencionara que en su salón fue concebido,
una noche de 1926, el tango El ciruja. Según Francisco García Jiménez, todo fue
fruto de una apuesta que le hiciera el cantor y actor Francisco Alfredo Marino
al bandoneonista Ernesto De la
Cruz en el sentido de que era capaz de escribir una letra
totalmente en lunfardo, lo cual por entonces no era muy aprobado. Aceptado el
envite, Marino aportó los versos, y con la música del morocho De la Cruz fue estrenado en El
Nacional el 12 de agosto por su propia orquesta, cantándolo Pablo Eduardo Gómez
que, por su parte, había sugerido el título.
El cronista encamina ahora sus pasos
hacia la siguiente cuadra, en la que si bien levanta sus torres la iglesia de
San Nicolás, también abren sus puertas cafés y otros establecimientos de
diversiones menos santas.
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Imagen: Tapa del libro de Vicente Martínez Cuitiño: El café de Los Inmortales, Bs. As., 1949.
Texto tomados del periódico Desde Boedo.