(De Oscar Conde)
A propósito de la famosa polémica surgida a partir de un artículo publicado por Guillermo de Torre en La Gaceta Literaria , en el que proponía que Madrid fuese el “meridiano intelectual de Hispanoamérica”, varios escritores argentinos, como Pablo Rojas Paz, Ricardo Molinari, Santiago Ganduglia, Nicolás Olivari, Raúl Scalabrini Ortiz, produjeron respuestas en todos los tonos en el número 42 de la revista Martín Fierro del 10 de junio de 1927. En una de ellas, burlesca y desenfadada, cuyo título era “A un meridiano encontrao en una fiambrera”, firmada por Ortelli y Gasset –escrita en realidad por Jorge Luis Borges y Carlos Mastronardi–, puede leerse:
“¡Minga de fratelanza entre la Javie Patria y la Villa Ortúzar ! Minga de las que saltan a los zogoibis del batimento tagai, que se quedamo estufo que se, con las tirifiladas de su parola senza criollismo. Que se den una panzada de cultura esos rafañosos, antes de sacudirnos la persiana. Pa de contubernio entre los que han patiao el fango de la Quinta Bollini y los apestosos que la yugan de manzanilla. Aquí le patiamo el nido a la hispanidá y le escupimo el asao a la donosura y le arruinamo la fachada a los garbanzelis.
Se tenemo una efe bárbara. No es de grupo que semos de la mafiosa laya de aquellos crudos que se basureaban las elecciones más trenzadas en Balvanera. Par’algo lo encendimos al tango entre las guitarras broncosas y salió de taco alto y pisando juerte. No es al pepe que entramos en el siglo a punta de faca y tiramos la bronca por San Cristóbal y fuimos la flor del Dios nos libre en Tierra del Fuego y despachamos bar as agalludas al portador.
¿Manyan que los sobramos, fandiños? No hay miga caso de meridiano a la valenciana, mientras la barra cadenera se surta en la perfumería del Riachuelo: vero meridiano senza Alfonsito y al uso nostro.
Espiracusen con plumero y todo, antes que los faje. Che meridiano, hacete a un lao, que voy a escupir.”
Es evidente que Borges no sólo conocía sino también manejaba cómodamente el léxico lunfardo. En un tono decididamente polémico, varias décadas después escribió en el prólogo de El informe de Brodie: “Recuerdo [?] que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y replicó: ‘Me he criado en Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas’. El lunfardo, de hecho, es una broma literaria inventada por saineteros y por compositores de tangos y los orilleros lo ignoran, salvo cuando los discos del fonógrafo los han adoctrinado.”
Esta cita consta de dos partes, la primera de las cuales es completamente falaz. Cualquiera que haya leído a Roberto Arlt puede dar testimonio de que conocía, y muy bien, el léxico lunfardo. Al comienzo de una de sus aguafuertes escribió: “El autor de estas crónicas, cuando inició sus estudios de filología ‘lunfarda’, fue víctima de varias acusaciones entre las que las más graves lo sindicaban como un solemne macaneador. Sobre todo en la que se refería al origen de la palabra berretín, que el infrascripto hacía derivar de la palabra italiana berreto y de la del squenún, que desdoblaba de la squena, o sea de la espada en dialecto lombardo.”
Como recuerda Di Tullio, para Arlt “nuestro caló es el producto del italiano aclimatado”. Además del citado, en otros escritos (“El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular”, del 24 de agosto de 1928; “Divertido origen de la palabra ‘squenún’”, del 7 de julio de 1928; “El Yetatore”, del 21 de julio de 1931), Arlt se ocupó del análisis de distintos italianismos, como furbo, squenún, fiacún y yetatore.
Pero en otras aguafuertes, como en La crónica N ° 231 iría todavía más lejos al defender no sólo la existencia sino también el uso literario de un léxico propio de Buenos Aires: “Escribo en un ‘idioma’ que no es propiamente el castellano, sino el porteño. Sigo una tradición: Fray Mocho, Félix Lima, Last Reason. Y es acaso por exaltar el habla del pueblo, ágil, pintoresca y variable, que interesa a todas las sensibilidades. Este léxico, que yo llamo idioma, primará en nuestra literatura a pesar de la indignación de los puristas, a quienes no leen ni leerá nadie. No olvidemos que las canciones en “argot” parisién [sic] por François Villon, un gran poeta que murió ahorcado por dar el clásico golpe de furca a sus semejantes, son eternas”.
El valor que Arlt atribuía al lunfardo se completa en este par de párrafos incluidos en el aguafuerte “¿Cómo quieren que les escriba?”, publicada el 3 de septiembre de 1929: “Y yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma en que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero. ¿Que yo hablando de cosas elevadas no debía emplear estos términos? ¿Y por qué no, compañero? Si yo no soy ningún académico. Yo soy un hombre de la calle, de barrio, como usted y como tantos que andan por ahí. Usted me escribe: ‘No rebaje más sus artículos hasta el cieno de la calle’. ¡Por favor! Yo he andado un poco por la calle, por estas calles de Buenos Aires, y las quiero mucho, y le juro que no creo que nadie pueda rebajarse ni rebajar el idioma usando el lenguaje de la calle, sino que me dirijo a los que andan por esas mismas calles y lo hago con agrado, con satisfacción. Créanme. Ningún escritor sincero puede deshonrarse ni se rebaja por tratar temas populares y con el léxico del pueblo. Lo que es hoy caló mañana se convierte en idioma oficializado. Además, hay algo más importante que el idioma, y son las cosas que se dicen”.
A quien estos testimonios les resultaran insuficientes, le bastaría con recorrer las páginas de Los siete locos y de Los lanzallamas. En su edición conjunta de ambas novelas, Adolfo Prieto agrega un vocabulario que cierra el libro y que recoge voces como atorranta ‘mujer de dudosa moralidad’, batidor ‘delator’, canfinflero ‘proxeneta’, chamuyo ‘conversación’, escolaso ‘juego por dinero’, grela ‘mujer’, lata ‘ficha metálica utilizada en los prostíbulos para llevar la cuenta del trabajo de las pupilas’, mula ‘engaño’, rajar ‘huir’, relojear ‘mirar’, tira ‘agente de investigaciones’, yiranta ‘prostituta’ y yugar ‘trabajar’. Por cuenta propia, me atrevo a sumar cafishio, esgunfiar, merza, otario, paco, ranero y turro. En un pasaje memorable de Los lanzallamas, Ergueta, un personaje embargado de delirio místico, imagina qué les diría a los “pecadores” que podría encontrar en cualquier cabaret: “¿Saben a qué vino Jesús a la tierra? A salvar a los turros, a las grelas, a los chorros, a los fiocas. Él vino porque tuvo lástima de toda esa merza que perdía su alma, entre copetín y copetín. ¿Saben ustedes quién era el profeta Pablo? Un tira, un perro, como son los del Orden Social. Si yo les hablo a ustedes en este idioma ranero es porque me gusta. Me gusta cómo chamuyan los pobres, los humildes, los que yugan. A Jesús también le daban lástima las reas. ¿Quién era Magdalena? Una yiranta. Nada más. ¿Qué importan las palabras? Lo que interesa es el contenido. El alma triste de las palabras, eso es lo que interesa, reos. (Día viernes, ‘Ergueta en Temperley’)”.
Me parece que estos testimonios prueban suficientemente que Arlt conocía y sabía cómo usar el lunfardo, más allá de las ironías del autor de El informe de Brodie. Sobre la segunda parte de los dichos de Borges, debo reconocer que el lunfardo encierra algo de broma literaria, y que tanto los saineteros como los letristas de tango han “instruido” a la gente del pueblo en esa materia, que efectivamente ha habido un ida y vuelta. El sainete y el tango obraron como difusores del lunfardo, especialmente el segundo, merced al fonógrafo y más tarde a la creación de la radio. No obstante, los casos de palabras “inventadas” por saineteros y letristas e incorporadas después al habla popular son verdaderamente muy pocos, como fueron pocos, después, los casos de términos creados por libretistas, conductores o actores de la radio y la televisión.
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Imagen: Borges y Mastronardi (Dibujo de César).
Tomado de la página Agenda de Reflexión.