(De Horacio J. Spinetto)
Cuando estaba preparando los textos para el libro “Cafés de Buenos Aires” –que incluía a los primeros treinta y cuatro cafés porteños declarados “notables” por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires–, una mañana de enero de 1999, llegué a Independencia y Matheu, barrio de San Cristóbal. Allí estaba, y desde antes de 1930, el tradicional almacén y despacho de bebidas “Cao Hermanos ”. A esa altura, sólo lo atendía Pepe Cao, de 87 años. Hacía algún tiempo que su hermano Vicente, de 93, se había “jubilado”.
Entré por el despacho de bebidas, Matheu 812. Don Pepe, con chaqueta azul y boina, estaba por detrás del bello mostrador con tapa de estaño. Le comenté que su bar había sido declarado “notable” porque se lo consideraba como algo que era característico del barrio y que no debería desaparecer. Don Pepe me preguntó qué quería tomar. Un cortado, le dije. Pida otra cosa, me respondió. Pensando que quería ofrecerme algo especial, insistí con el cortado, señalando la veterana máquina que, como verdadero hito, presidía el salón. Esa máquina se descompuso por los años 50 –comentó don Pepe–, y nunca más volvió a usarse. ¿No quiere una ginebra?, insistió con gentileza.
En ese mismo momento, alguien golpeaba sus manos desde el almacén. Me pidió que lo acompañara. Atravesamos la puerta dejando atrás al despacho de bebidas. Una señora mayor le pidió a Cao aceite de oliva. Don Pepe desapareció un instante para volver con una lata bastante oxidada. No, ese no quiero –dijo la clienta. Este aceite está muy bien, replicó nuestro héroe. Quería Titarelli, manifestó la señora. Haber empezado por ahí. Enseguida volvió don Pepe con una lata de Titarelli, tan oxidada como la otra. ¿Cuánto le debo? –preguntó la vecina. Don Pepe se quitó la boina, se rascó la cabeza y le dijo una suma que me pareció exagerada. La señora le dio el dinero. Don Pepe lo miró, ya en su mano los billetes y dijo: llévelo, señora, que debe ser mucho menos. Tome la plata y me lo paga otro día.
Mientras la clienta iba dejando el almacén, entraron alegremente dos chicas de alrededor de diez años que preguntaron a nuestro entrañable almacenero si tenía la promoción de Pepsi. Debía de hacer varios años que Pepsi no operaba con este local. No obstante con gran inteligencia, conocimiento del oficio y señorío, contestó: Se me acaba de terminar.
Luego de un breve silencio don Pepe sentenció: Conformarse es lo más grande que hay.
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Imagen: Interior del "Bar de los Hermanos Cao", en la actualidad.
Nota tomada del periódico Desde Boedo.
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Imagen: Interior del "Bar de los Hermanos Cao", en la actualidad.
Nota tomada del periódico Desde Boedo.