(De Maxine Hanon)
PARAJE DEL FUERTE VIEJO
Buenos Aires, mediados del siglo XVIII. Desde la Fortaleza gobierna José
de Andonaegui. La gente principal vive en los alrededores de la Plaza Mayor o en los
de la Plaza Chica,
en Santo Domingo. Los barrios recios del Norte, del otro lado del arroyo
Matorras (1), se prolongan en arrabales de mala muerte. El Asiento del Retiro y
los terrenos de los ingleses represaliados a la Compañía del Mar del Sur
son tierra de nadie. Con precarios títulos o sin ninguno, se han ido cercando quintas,
ranchos, corrales y alguna pulpería con techo de paja. Caminos de barro para
llegar al pueblo, y senderos tortuosos entre rancho y rancho. La barranca se
baja a los saltos por donde se encuentre una huella. En el bajo las
toscas, los pescadores que de a caballo
se adentran en el río grande con sus enormes redes, mientras por las noches las
sombras desembarcan bultos de
contrabando que vienen de la
Colonia del Sacramento. Pululan los negros fugados y los
vagos que se alimentan de huerta ajena y duermen bajo los sauces.
El límite confuso del ejido solo existe en los papeles, como
los nombres oficiales de las calles, que
nadie recuerda. La gente vive en “la
calle de Cueli” (2), en “la de Pablo
Thompson” (3) o allá “en el barrio de
don Alejandro”, por aquel Alejandro del Valle que va poniendo los pesos y
el alma en una capillita que levanta bajo la advocación de Nuestra Señora del
Socorro.
Los vecinos que residen en la hoy Avenida 9 de Julio y hacia las Cinco Esquinas –todavía
no son esquinas ni cinco– dicen que su
barrio se llama “el paraje del Fuerte Viejo”. ¿Qué era y dónde estaba aquel
fuerte tan perdido en la historia que no ha dejado rastros?
Su origen debe buscarse en la Real Cédula del 26 de
febrero de 1680 que dio respuesta a los problemas de seguridad y defensa de
Buenos Aires; desechó la vieja idea de fortificar y circunvalar la ciudad con
una gran muralla, y ordenó construir un fuerte de mayor capacidad que el
existente en la Plaza Mayor
o, a criterio del gobernador, levantarlo en el extremo Sur o Norte de la ciudad
(4). El gobernador José de Garro, tras larga deliberación, decidió “hacer dicha fortaleza en el paraje de San
Sebastián, que cae en uno de los extremos de esta Ciudad a la parte del norte”
(5). Y en 1682 se inició su construcción con 400 hombres. En 1685 se
suspendieron los trabajos para pedir mejor opinión a los técnicos de Cádiz que
aconsejaron continuar con su fabricación, pero las obras eran caras y obligaban
a cobrar mayores impuestos por lo que finalmente se abandonó. En 1703, siendo
gobernador Alonso de Valdez e Inclán, éste quiso ver el sitio donde sus
antecesores habían iniciado la construcción pero se encontró con que las
lluvias habían borrado casi todos sus
rastros. Ya por entonces el lugar elegido se consideraba totalmente a trasmano
e inútil para la defensa de la ciudad.
Según Vicente Cutolo, el fuerte habría estado exactamente en
la manzana que hoy ocupa la plaza Libertad, con portada sobre Paraguay entre
Libertad y Cerrito (6). Se basa el historiador en el plano trazado por el
Cabildo Eclesiástico para las mensuras de las primeras parroquias linderas a la
ciudad, muy precario y muy posterior al fuerte, donde éste aparece en algún
lugar de la costa norte, entre las hoy Cerrito y Libertad.
Sin embargo, creemos que el sitio donde se inició la
construcción del fuerte no fue la hoy plaza Libertad sino sobre la barranca,
entre Arenales y Arroyo, 9 de Julio y las Cinco Esquinas.
Veamos. En el plano titulado “Plan de la Ville de Buenos Ayres” (sin
autor ni fecha), que dataría de 1745 y cuyo original se exhibe en el Museo del
Banco Nación, podemos ver delineado nuestro fuerte con forma pentagonal y
marcado como “Ruine de L'Ancien Fort”. Ahora bien, si estudiamos detenidamente
el plano encontraremos que el fuerte proyectado ocupaba tres manzanas desde
aproximadamente 9 de Julio y Arenales hacia Cinco Esquinas, es decir a unas
cuatro cuadras del sitio donde estuviera la Cruz de San Sebastián (7). Esta ubicación
coincide con varios documentos relacionados con terrenos de aquella zona. Así,
cuando en 1730 un humilde Thoribio (sic) Sánchez pidió se le hiciera merced de
la cuadra comprendida entre Carlos Pellegrini, Arenales, Juncal y Cerrito, dijo
que el terreno que solicitaba estaba pegado
al Fuerte Viejo. Andando los tiempos, en 1770, Tomás Alcaraz pidió al
gobernador Bucareli la cuadra ubicada entre Libertad, Cerrito, Arenales y
Juncal, y dijo que estaba en el paraje que llaman el Fuerte Viejo. De igual
manera, casi todos los terrenos aledaños a las Cinco Esquinas –y hasta
Talcahuano– hacen referencia al Fuerte
Viejo.
El sitio ya era un terreno poblado de ranchos y huertos en
1749 cuando el padre Fray Joaquín de la Soledad, Procurador del Real Hospital, pidió
infructuosamente al Cabildo que se le hiciera merced del “terreno que llaman del Fuerte Viejo, para en él hacer fábrica de
materiales y huertos” (8).
EL HUECO DE DOÑA ENGRACIA
Muy cerca de las ruinas del Fuerte Viejo nació hacia 1770 el
hueco que durante más de medio siglo se conoció como el “hueco de doña Engracia”
o “doña Gracia”.(9)
¿Quién fue doña Engracia o Gracia? Posiblemente una mendiga
parda que hacia 1770 apostó su rancho en un rincón de aquel hueco que no era de
nadie. Carlos Ibarguren (h) conjetura que “Allí,
entre una maraña de yuyos y tunales, cierta negra conocida por doña Engracia,
levantó un rancho miserable: acaso un boliche que hiciera a las veces de
sórdida mancebía. A partir de entonces, el nombre de esa negra se extendió al
agreste reducto de sus hazañas; y el 'Hueco de doña Engracia', espontáneamente
se incorporó a la nomenclatura ciudadana”. (10) Lo cierto es que para 1809
de doña Engracia ya no quedaba memoria, salvo su legendario nombre.
Y aquí empieza nuestra historia. Porque en julio de 1809 los
vecinos del Socorro, capitaneados por don Fermín de Tocornal, (11) se
presentaron ante el virrey para pedir que el hueco de doña Gracia fuera
transformado en plaza. Firmaban el petitorio Fermín de Tocornal, Pascual Diana,
Salvador Salces, Norberto Cabral, Juan Reynoso, Juan Ximénez, Antonio Lorenzo,
Esteban Fuentes, Pascuala Correas, Bernardo Gutiérrez, Anselmo Piñero, José
Rico, Fernando Otero, Pedro Martín Ibáñez, Petrona Vega, Francisco Romero, Juan
Bautista Morón, Antonio Castillo, Pedro Ponce de León, Lázaro López, Juan
Vázquez, José S. García, Anselmo Farías, Hilario González, Matías Juerz (?),
Francisco Giraldes, Miguel Carlin, Martín de Monasterio, Martín de Elordi, Juan
Ferreda,...Ilina. Algunos de estos vecinos serían futuros alcaldes de barrio,
otros eran tan humildes que debieron pedir prestada una firma a ruego.
Y el escrito decía: “que
desde tiempo inmemorial ha disfrutado el Publico de la citada Plaza colocándose
en ella muchas de las carretas que vienen de fuera hasta que de allí toman su
destino, y la situación en que se halla la hace desde luego muy precisa y
necesaria pues está respecto de la Plaza Nueva (12) en la distancia de siete
cuadras, y de la grande o de la
Victoria más de doce, pero como hasta el presente no se haya
autorizado para plaza formal es la causa de que no se haya poblado como
corresponde y establecido en ella un tráfico cuan exige su posición, y
conviniéndonos por lo tanto que se erija en Plaza para que con la seguridad de
serlo se trate de su fomento y colocaciones de tiendas para el abasto a
propósito de que pueda el vecindario surtirse del necesario con comodidad y sin
la precisión de venirlo a buscar a mayores distancias, suplicamos a V.E, se
digne oyendo previamente al Señor Síndico Procurador de la Ciudad expedir al efecto la
providencia oportuna precediendo en caso preciso la información correspondiente de no haberse conocido jamás
aquel sitio con población ni sujeto a dominio alguno particular, y fijándose
también carteles de convocatoria en los parajes públicos para que cualesquiera
que se estime con derecho a el comparezca a deducirlo dentro del término que se
le asignare bajo el apercibimiento de que pasado, sin haberlo hecho no será
oído en manera alguna, y con la calidad que si lo esclareciere se le satisfará
por su justo precio como a ello nos comprometemos, los ocurrentes, con el único
objeto que no se prive al público del alivio que disfruta en aquella Plaza y
las ventajas que resultan al vecindario del contorno, en que se habilite para
tal para que de este modo puedan proprorcionarse sin incomodidad de cuanto
suele expenderse en las de su clase...” Es decir que se pedía que instalara
allí una plaza en el concepto que se daba a las plazas en aquel entonces: un
sitio donde se vendían los comestibles y se realizaba el trato común de los
vecinos y forasteros.
El Escribano Mayor del Virreinato, José Ramón de
Basavilbaso, abrió expediente caratulado: “Expediente
promovido por los vecinos de la
Parroquia del Socorro, sobre que se erija en Plaza el sitio
conocido con el nombre de Doña Gracia”. (13) y convocó a los más antiguos
vecinos para que atestiguaran sobre la pertenencia del sitio. Así, Pablo
Márquez, nacido y criado en el barrio, atestiguó que “jamás la ha visto poblado ni ha sabido que tenga dueño”. Lo mismo
dijeron Pedro Rivera, Eugenio Lamaestra, Francisco Ramos y Francisco Xavier
Macera (14). El vecino Agustín Pérez de la Rosa agregó que “había oído decir que el hueco era del Convento de Nuestra Señora de la Merced”.
A su vez, el escribano del Cabildo, Justo José Núñez,
consultó los viejos papeles del repartimiento de Garay y a los distintos
arreglos y mensuras hasta 1612, para informar que de esos documentos no surgía
que “el hueco denominado hoy de doña
Engracia” hubiera sido repartido o dado en merced a vecino alguno de aquel
tiempo, ni tampoco que hubiera subsistido hasta entonces sin dueño. O sea que
no encontró nada, salvo que el hueco
estaba comprendido dentro de la traza de la ciudad “cuya línea divisoria forma el
costado del Oeste del mismo Hueco”.
Si bien los documentos consultados eran anteriores al Fuerte
Viejo, nótese que no lo mencionan ni los antiguos testigos ni el escribano
Núñez. Tampoco lo menciona el Síndico Procurador del Cabildo, Julián de Leiva,
que el 11 de mayo de 1810 dictaminó que aun cuando ningún documento anterior a
1612 le adjudicara propietario, él estaba persuadido que lo tenía porque todos
los de su alrededor estaban poblados, “de
lo que debe deducirse, y lo persuade la denominación de aquel hueco, que ha
tenido dueño y que acaso lo tiene hoy también, aunque ignorante de sus
derechos. Sin embargo como esta indolencia, que parece ser muy antigua, es
opuesta al fin de las poblaciones, y por otra parte el crecimiento de esta
Capital necesita que se multipliquen sus plazas para comodidad del vecindario,
le parece al Síndico que sería muy conveniente darle el destino que solicitan
los ocurrentes, bajo la calidad a que se avienen de satisfacer el importe que
resulte de su tasación, al dueño que acredite serlo dentro del término que se
señale”. Y agregó Leiva que recomendaba destinar una parte del hueco “para construir en ella un Pósito que hace
tanta falta, o cualquier otra obra pública” que el Cabildo también debía
pagar si aparecía dueño. El Cabildo aprobó la moción de su Síndico –incluyendo
el pósito o alhóndiga– (15) el día 18 de mayo de 1810 y lo pasó a Basavilbaso
que a su vez ordenó su traslado al Fiscal Manuel Villota el 21 de mayo.
Tanto Leiva como Villota y el Cabildo entero estaban
ocupados en aquellos días con cuestiones algo más importantes que el hueco de
doña Engracia. Durante los días siguientes nuestro expediente pudo haber sido
mudo testigo de los electrizantes discursos que se fueron sucediendo en la Sala Capitular, de
los gritos que venían de la
Plaza, de los conciliábulos secretos y finalmente de la
creación de la Primera Junta
patria.
Villota –gran jurisconsulto– había defendido las posiciones
del partido español y votado por la permanencia de Cisneros. Éste, nuestro
expediente, fue seguramente uno de los últimos que despachó. El 18 de junio
aprobó el informe de Leiva y el 22, sorpresivamente, fue desterrado junto con
el virrey Cisneros y embarcado en una fragata corsaria inglesa. El pobre Leiva
tampoco llegó a saber si la plaza se abrió o no, porque a él también lo desterraron
de Buenos Aires, aunque volvió años
después.
La cuestión es que el expediente siguió su curso y terminó
donde tenía que terminar, en las oficinas de la
Junta. En esos días en que se decidía la
suerte de la revolución, entre el destierro del ex virrey Cisneros y la
ejecución del héroe de la reconquista Santiago de Liniers, el 11 de julio de
1810, la Junta se hizo un ratito para aprobar la
solicitud de los vecinos del Socorro y
ordenar: “se proceda inmediatamente al
establecimiento de esta nueva Plaza, que se denominará Fernando VII…”. Al
pie estamparon sus firmas Saavedra, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti,
Matheu y Larrea.
Concluida la cuestión, en agosto los vecinos fueron suscribiendo sus respectivas fianzas obligándose con sus personas y bienes a pagar el terreno a cualquier eventual dueño que pudiera aparecer. Entre ellos destacamos a Antonio Álvarez de Jonte –futuro integrante del Segundo Triunvirato– que lo hizo en nombre de su señora madre. El 6 de noviembre Pedro Capdevila, Regidor Juez Diputado de Policía, ordenó que se delineara la plaza y la parte del terreno para pósito o alhóndiga por el Maestro Mayor Juan Bautista Seguismundo, el mismo que en 1803 construyera la recova de la Plaza de la Victoria.
Concluida la cuestión, en agosto los vecinos fueron suscribiendo sus respectivas fianzas obligándose con sus personas y bienes a pagar el terreno a cualquier eventual dueño que pudiera aparecer. Entre ellos destacamos a Antonio Álvarez de Jonte –futuro integrante del Segundo Triunvirato– que lo hizo en nombre de su señora madre. El 6 de noviembre Pedro Capdevila, Regidor Juez Diputado de Policía, ordenó que se delineara la plaza y la parte del terreno para pósito o alhóndiga por el Maestro Mayor Juan Bautista Seguismundo, el mismo que en 1803 construyera la recova de la Plaza de la Victoria.
Finalmente, el 18 de enero de 1811, Seguismundo midió la
plaza en 140 varas en cuadro y la tasó en $ 1.680. En su informe, el alarife se
refiere a ella como “La Plaza titulada en honor de Nuestro Soberano el
Señor Don Fernando 7º”.
Así fue como durante toda la guerra por la Independencia, Buenos
Aires tuvo una plaza en honor al soberano que combatía. Pero, ¿alguna vez los
vecinos la habrán llamado Fernando VII, o habrá ganado la pulseada el fantasma
de doña Engracia? Don Fernando estaba tan desprestigiado que sin duda ganó la
partida la humilde vasalla parda.
Sea como fuere, a partir de 1822 se le impuso el nombre que
por su fecha de nacimiento debió haber llevado siempre: Plaza Libertad.
________
Notas:
1) El arroyo de Matorras corría a la altura de Viamonte,
torcía por Suipacha y seguía por Paraguay hasta desembocar en el río por la hoy
Tres Sargentos.
2) Marcelo T. de Alvear, en Retiro.
3) Maipú, en Retiro.
4) Ver AGN IX 24-8-12, Reales Cédulas.
5) Citado por Rómulo
Zabala y Enrique Gandía en Historia de la Ciudad de Buenos Aires, Tomo I, MCBA, 1980, pág.
383.
6) Buenos Aires, Historia
de las calles y sus nombres, Edit. Elche, Bs. As., 1994, Tomo II.
7) La cruz y ermita de San Sebastián, desaparecida antes de
1682, estuvo en Arenales y Maipú.
8) Acta del Cabildo del 24-1-1749 (Actas del extinguido
Cabildo de Buenos Aires, años 1745-1750).
9) Plaza Libertad,
entre Cerrito, Marcelo T. de Alvear, Libertad y Paraguay.
10) La casa de
Ibarguren en la calle Charcas, Buenos Aires, 1967, pág. 12.
11) Fermín de Tocornal, hijo único de Manuel Joaquín de Tocornal
y Josefa Ville, fue destacado vecino del barrio y en 1800 primer Hermano Mayor
de la Cofradía Hermandad
de las Ánimas de la Iglesia
del Socorro.
12) La Plaza Nueva
o de “Amarita” estaba ubicada en la hoy Carlos Pellegrini, entre Sarmiento y
Tte. Gral. J. D. Perón, en el mismo sitio donde después estaría el Mercado Del
Plata.
13) AGN Tribunales Civiles S Nº 2, 1809.
14) Francisco Xavier Macera, sastre, fue marido de Margarita
del Valle, hija del fundador del Socorro.
15) El pósito es un local público destinado a mantener
acopio de granos, prestándolos en condiciones módicas, durante los meses de
escasez. La alhóndiga, en cambio, almacena también otros comestibles.
Imagen: Detalle del plano sin autor ni fecha de ejecución
titulado “Plan de la Ville
de Buenos Ayres”.
Material e ilustración tomados de la revista Historias de la Ciudad, septiembre
1999.