(De Bernardo González Arrili)
Todo era la calle, la cuadra del ochocientos, desde Esmeralda a Suipacha. Preferentemente por la vereda de los números pares, y entonces era, desde la "Confitería del Buen Gusto" hasta el "Almacén Suizo", pasando por puertas y zaguanes amigos y cruzando, a mitad de la cuadra, los escalones blancos de las cinco puertas de la "Opera".
La calle Corrientes, al ochocientos, vereda de los pares, era una prolongación de los tres patios de la casa, donde podían continuarse los juegos realizados con excesiva imaginación de jinetes o aurigas: carreras de caballos, carros de bomberos, rescate, mancha, figuritas, piedra libre.
La primera calle Corrientes entre Esmeralda y Suuipacha conservada en el recuerdo, se desdibuja en un pavimiento de granito gris y en las dos vías del Lacroze de "tracción a sangre". Está iluminada a gas. Después se transforma en calle pavimentada con tarugos de madera. De entonces es un fuerte perfume que sale de las zanjas de los bordes, ligeros escapes de gases, mezclados con un olor de alquitrán que emana la mezcla sobre la que se asientan los adoquines bermejos, entre regueros de arena rubia. Andando los días se cambia el sistema iluminatorio; se corren los primeros alambres de electricidad y en las esquinas y en la mitad de la cuadra cuelgan unos faroles negros cuya base es una gran bola de vidrio blanco con una pantalla que echa la luz hacia abajo.
El muchacho está una tarde sentado en el umbral de mármol de la puerta de su casa -con un rebenque en la mano, como siempre, pues sueña con caballos y coches-; está mirando en la acera de enfrente, en la casona de la imprenta, a un hombre trepado en el extremo superior de una escalera, que, añadida a otras dos, alcanza al borde de la cornisa. El hombre, con unas tenazas, corta y acomoda algo sobre las molduras saledizas. Cuando da vuelta la cara y pide una herramienta al muchacho que ha quedado al pie de la escalera se le reconoce: es el hijo mayor del gasista, es Ernesto. De pronto, súbitamente, el hijo del gasista se desprende de lo alto de la escalera, y apretándose como bola, cae a la calle. Gritos, gente que corre, la ambulancia de la Asistencia que llega campanilleando fuerte por la calle Esmeralda y se lleva al caído.
Luego hay, durante un largo rato que se diluye con las oscuridades de la primera noche, comentarios y exclamaciones. Sale la gente de las casas y forma corrillos. Los chicos se arraciman entre las mujeres. Ha venido un oficial de policía a caballo y se ha puesto a escribir en una libretita; el vigilante de la esquina cuida del caballo, le palmotea el pescuezo, pone una mano sobre la silla de cuero amarillo y se queda mirando la escalera.
Lo único que después recuerda el muchacho que vio caer a Ernesto, el hijo del gasista, desde su observatorio del umbral es: "-¡Tocó un hilo!... ¡Quedó fulminado!... ¡Qué barbaridá!...".
Costóle mucho comprender que tocando un hilo puede caer y morir un hombre. Luego le sirvió el accidente para señalar con alguna exactitud puramente personal la colocación de la luz eléctrica en la calle Corrientes a la altura del ochocientos.
Todo era la calle. Los días van como estirándose. Se corre, por el este, hasta Reconquista, donde estaba la Escuela, y por el oeste, hasta Artes, donde abría sus puertas una de las tres o cuatro panaderías cuyos "factureros" hacían las delicias de chicos y de grandes a la media tarde. Pero los estiramientos de la calle eran apenas evasiones. La vida toda estaba en los cien metros que distaba Esmeralda de Suipacha, espacio largo y abierto a la aventura chiquilina. Otros, como Unamuno, anotan una niñez en casa de vecindad, sobre una escalera de tres pisos, jugando en los rellanos. La vereda de los números pares de la calle Corrientes al ochocientos dejaba espacio para jugar hasta la rayuela con tejo de plomo y prolongación complicada en "cielo" e "infierno", sin que el paso de los transeúntes borrara los cuadros dibujados con tiza sobre las lajas.
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Imagen: Esquina de Corrientes (angosta) y Esmeralda, año 1926.
Tomado del libro "Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha" de B. G. A.; Editorial Guillermo Kraft Ltda., Bs. As., 1952.