(De Roberto Selles)
Le decían “Finito”. A veces, “Fino”. Pero, según sus
documentos, que nada saben de firuletes trazados en la pista, se llamaba Ramón
Rivera, y había nacido en La
Paternal el 24 de marzo de 1929.
A Ramón Rivera “Finito” lo admiraron algunos maestros del
corte y la quebrada, como Virulazo, Lampazo, Petróleo u Oscar Coria, para no
continuar con la lista. Lo cual no es poco tratándose de un milonguero.
Carlos Estévez “Petróleo” definió su arte con estas
palabras: “Su baile era una conjunción de formas en busca de la belleza, hecha
con un accionar de recursos naturales. Ora se deslizaba sin tocar el piso;
otras veces, lo acariciaba, […] fue un grande sin proponérselo, porque dominaba
los espacios, sin desplantes aparatosos”. Y concluía señalando que fue “un
monumento de ideas hecho movimiento”.
Coria nos señaló durante una charla de 2003: “El estilo de ‘Finito’
se perdió; ahora no hay nadie que baile como él. Solía hacer un giro tan
particular que, al reproducirlo, a los demás les era imposible mantener el
equilibrio”. Petróleo coincidía: “Un mago del equilibrio”.
Y es así, no más; volvemos a verlo en un video que de él
conservamos y no podemos sino coincidir con ambos milongueros y agregar que era
la elegancia bailando. Y puesto que mencionamos ese video, agreguemos que el
arte de aquel grande del tango bailado que fue conocido con el nombre de ‘Finito’
quedó en algunas filmaciones -muy pocas, lamentablemente- y en el recuerdo de
quienes lo vieron milonguear, como Horacio Ferrer, que supo recordárnoslo con
inocultable admiración.
También lo evocó, con igual admiración y con la nostalgia
por el esposo perdido para siempre, María Teresa, su compañera en la vida y en
las pistas: ‘“Fino’, bailando, era una
delicadeza... esos pies apenas si acariciaban la pista... ¡de no creer! Parecía
que iba en el aire”.
Y como para resumir, viene a cuento su propia frase: “El
tango te tiene que poner la piel de gallina, hermano; si no, no va”. ¡Cuántos
bailarines actuales, dueños de una técnica mecánica pero sin que el corazón les
baje a los pies, deberían aprender! O no. Esas cosas no se aprenden; se llevan
adentro.
‘Finito’ nació en La Paternal y aquí se inició; con mayor precisión,
fue en el Club Floreal, donde comenzó a ser un bailarín semi-profesional, cosa
que siguió siendo durante toda su vida.
Porque ‘Finito’ era un milonguero de patio, ni más ni menos
que un milonguero de patio. Esto significa que nunca vivió del baile sino de su
oficio de mecánico. A propósito de los milongueros de patio, nos decía Luis
Alposta que el mejor bailarín de tango es el milonguero anónimo. Es decir el
que era sólo conocido en su barrio y quizá, poco más allá, y con el tiempo, su
nombre quedaba en el olvido.
De ‘Finito’ podría decirse que fue eso. Si no fuera porque,
en sus últimos años, lo de anónimo le quedó chico, y su nombre comenzó a
trascender y a abandonar el destino que amenazaba con llevarlo al territorio
del olvido. Para bien del tango.
Se le han adjudicado, como lugar de origen, los barrios de
Villa Pueyrredón y de Villa Urquiza. Según la información que poseemos, era de La Paternal, y así lo
confirmó otro de los grandes del corte y la quebrada, José Vázquez “Lampazo”,
cuando Gabriel Angió le preguntó: “¿‘Finito’ era de Urquiza?”, y él respondió sin dudar: “No. ‘Finito’ era de
Boyacá y Juan B. Justo. Tirando más a La Paternal”.
Suponemos que la confusión proviene de la circunstancia que
haber sido uno de los originadores del denominado “estilo Villa Urquiza”, que
no eran, precisamente, milongueros de ese barrio sino los que acudían a bailar
a las muy populares milongas del lugar: Sin Rumbo, Pinocho, Sunderland y
Akarense, entre otras.
Al promediar la década de 1950, con la invasión del rock and roll, el tango comenzó a
alejarse de la juventud. En el decenio siguiente, Los Beatles le aplicarían el
golpe de gracia. En consecuencia, ‘Finito’, acuciado por el menosprecio en que
había caído nuestra música, decidió abandonar el baile.
Pero supo, finalmente, retornar a las pistas; “siempre se
vuelve al primer amor”, nos recuerda Le Pera, garganta de Gardel mediante. Lo
hizo recién en 1980, cuando la situación comenzaba a cambiar tímidamente,
gracias a la difusión internacional del espectáculo Tango Argentino y a un cambio
de la mentalidad local; por ejemplo, el matutino Clarín andaba publicando, todos los jueves, dos hoy inolvidables
páginas íntegras sobre la música porteña, con la insólita y beneficiosa
inclusión de tangos nuevos.
El retorno tuvo lugar en la pista del club Vélez Sársfield
junto, por supuesto, a María Teresa, que comentaba acerca de aquel regreso: “Él
creía que, con tantos años sin bailar, se habrían inventado nuevas cosas o
habría algo diferente. Pero era igual. Me miró, se sonrió, y me dijo: “Pero si
todavía estamos como el primer día”. Salimos a la pista y estaba inspirado. Le
salían todas. Y eso que en 26 años no habíamos ensayado. Hizo de todo. Cómo
será que estaba Virulazo y empezó a preguntar por ‘ese flaco que la rompe’. Era
por el ‘Fino’. Desde ahí no paramos más”.
Vinieron, entonces, las tanguerías, los teatros, la
televisión, el cine, algún reemplazo cuando Juan Carlos Copes se iba de gira...
Pero eso era de vez en cuando; ‘Finito’ seguía siendo el milonguero de club.
Siempre con María Teresa, mostró su arte, que, afortunadamente, quedó en un par
de películas, “Tango, bayle nuestro” y “Tango Bar”, y en algunos videos no
comerciales, como ya comentamos.
“Finito” y María Teresa se habían casado en 1954 y tuvieron
tres hijos, Diana, Alicia (hoy, abogadas) y Ramón (actualmente, comerciante).
Su compañera en las pistas y en la vida lo sobrevivió hasta el 19 de setiembre
de 1999, cuando transitaba por los sesenta y nueve años.
El actor Robert Duvall, entusiasta cultor del tango bailado,
se maravilló al verlo lucir su arte (¿¡quién no!?) y le propuso participar en
su próxima película. Tiempo después, al llamar desde los Estados Unidos, para
confirmar la propuesta, se enteró de que “Finito” ya se había marchado a
milonguear a otro Barrio...
Fue el 11 de mayo de 1987. “Terminamos de bailar un tango y
le agarró un mareo. Nos retiramos a un costado y allí se quedó. Le falló el
corazón. Murió como él quería, bailando”, recordaba María Teresa, ya con los
pies solitarios y el corazón deshabitado.
Un ataque cardíaco lo había derrumbado en la milonga
Akarense, en Donado 1355, Villa Urquiza. Murió en su ley.
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Imagen: Tema de tango, pintura de Sigfredo Pastor.