(De Miguel Ruffo)
13 de abril de 2002: la Argentina atraviesa por una profunda crisis económico
social y política, que desencadenada en diciembre de 2001, tras la caída del
presidente Fernando de la Rúa,
ha instalado la inestabilidad de las instituciones democrático burguesas,
cuestionadas por los movimientos piqueteros, las asambleas barriales, los
cacelorazos.
La burguesía emprende la recomposición de su
institucionalidad en una sociedad movilizada y que debe inmovilizar para poder
gobernar.
13 de abril de 2002: en la Plaza Naciones
Unidas, frente a la Facultad
de Derecho, se realiza el acto inaugural de la escultura gigante “Floralis
Genérica”, del arquitecto Eduardo Catalano. Esta “flor gigante” ha sido
concebida como una escultura móvil. En efecto, debía abrirse y cerrarse con las
salidas y puestas del sol; debía permanecer permanentemente abierta los días 25
de mayo, 21 de septiembre, 24 de diciembre. Para realizar estos complejos
mecanismos contaba con un sistema computarizado que regularía el movimiento de
la flor con los ciclos diarios y anuales del sol. Esta flor no remite a ninguna
especie vegetal en particular, sino a aquella en su aspecto general. No parecía
la apertura de la ciudad a la naturaleza, apertura que proponía la escultura,
haber sido inaugurada en el momento más oportuno. Precisamente una sociedad
preocupada por la desocupación, por los ahorros inmovilizados, por la
cuestionada representatividad de los funcionarios públicos, parecería estar
totalmente alejada del mensaje propuesto por la escultura. Las gestiones del
arquitecto Catalano para donar su obra a la ciudad comenzaron en 1999 cuando De
la Rúa era Jefe
de Gobierno de la Ciudad;
la construcción recién comenzó en enero de 2001 y finalizó en febrero de 2002.
Para entonces De la Rúa
ya había pasado por su fugaz y decepcionante presidencia. La Nación estaba convulsionada;
por eso declaró Catalano que su escultura “Es la esperanza de la eterna
primavera en un momento de crisis económica y social como el que está pasando
el país, me gustaría que la gente la viera como una esperanza”. Pero hasta las
esperanzas estaban empañadas, ya que las autoridades del Gobierno de la Ciudad mantuvieron en
secreto el instante de la inauguración por temor a que en el lugar de su
emplazamiento se produjeran cacelorazos. Dejemos que el propio autor nos hable
de su obra: “Cuando la concebí sentí por unos instantes, sólo por unos
instantes, que me había convertido en arquitecto de la Diosa Naturaleza,
creando una nueva flor sobre la
Tierra. Flor que por su carácter genérico es síntesis y
símbolo de todas las flores”; “Vengo de la cultura americana, que tiene sus
defectos y sus virtudes. Entre las últimas está la filantropía y por eso he
querido brindar a la ciudad de Buenos Aires esta Obra Ambiental y en
arquitectura me considero estructuralista. Quiero pureza, precisión, tecnología
y una representación del mundo” (1). Estos pensamientos nos hablan de la
intuición estético naturalista del artista y de su interés por regalarle a
Buenos Aires una obra de arte, que llegase a ser el símbolo móvil de la ciudad.
En efecto, las ciudades tienen símbolos estáticos; así Buenos Aires el
obelisco, pero Catalano quería que también tuviese un símbolo móvil. ¿Y qué
movimiento mayor hay que el de la propia naturaleza? Pero para apreciarlo es
necesario recuperar las relaciones entre el hombre y el mundo natural, entre el
hombre, el sol, la vegetación y con ello todos los ciclos naturales. Tal vez la
propuesta de Catalano llegó a Buenos Aires en un momento político poco propicio
para que el pueblo prestase la debida atención a su propuesta artística. Si
bien esto puede ser valedero, debemos señalar un componente estructural
constante de rispidez y oposición: la presencia de la megalópolis. Es por ello
que la recuperación del vínculo con lo natural exige superar la división del
trabajo entre la ciudad y el campo. Pero este es un problema que sólo podrá ser
resuelto a lo largo de toda una época histórica, con el desarrollo de un
sistema social que supere la oposición campo-ciudad. Por el momento valgan las
esculturas que nos recuerdan nuestros orígenes naturales.
Pero no todo son flores para la “flor gigante”: “Me dedico
al turismo y no puedo creer que todavía no arreglen la flor de Figueroa
Alcorta. Hace uno o dos años que no se abre ni cierra, ni se ilumina. Después
del Obelisco, la Plaza
de Mayo y el Colón, es uno de los ítems más fotografiado por los turistas. Sin
embargo, a nuestro viajado Jefe de Gobierno parece no importarle. [...]” (2).
Esperemos que nuevas administraciones y nuevas realidades nos permitan
redescubrir los fenómenos de la naturaleza en una ciudad tan grande como Buenos
Aires.
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Notas:
(1) Carini, Patricia; “Será inaugurada la escultura ‘la flor
gigante’ de la ciudad” en Clarín, 13
de abril de 2002, pp. 32-33.
(2) Carta de Coco, Marta, a la sección “Reclamos y
propuestas” de Clarín, 20 de mayo de
2012, p. 55.
Imagen: “Floralis generica” de Catalano que se levanta en la
plaza Naciones Unidas.
Nota y foto tomadas del periódico Desde Boedo (Nº 119, junio, 2012) (http://desdeboedo.blogspot.com)