(De Edgardo Lois)
VERA Y EMOTIVA HISTORIA DE LOS DÍAS DEL ALMACÉN Y DESPACHO DE BEBIDAS "LA ARMONÍA" DE LOS HERMANOS CAO
El jueves 10 de noviembre de 2011 la Legislatura porteña
designó al “Bar de Cao” como Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Desde Boedo realizó la crónica del acto
en su número de diciembre del mismo año. Junto a las personas invitadas a
participar del mismo (1), hice mi aporte a la escena como escritor que utiliza,
disfruta, agradece, el ambiente del “Bar de Cao” para trabajar en su oficio de
contar historias. Ese día hablé de los buenos fantasmas que habitan el bar,
dije que en el lugar vive parte de la memoria de Buenos Aires: respira la de
ayer mientras los presentes construimos la nuestra; mientras, pienso ahora,
tratamos de ponerla en valor para sumarla a la erigida por aquellos que hoy son
los buenos fantasmas que, doy fe, habitan el Cao. Mientras hablaba no podía
evitar que mi mirada se sintiera atraída por la imagen de una mujer: muy atenta
a lo que decía, asintiendo emocionada a lo que afirmaba. Cuando terminé mi
corta alocución, y mientras Leonardo Busquet ensayaba las palabras necesarias
para la continuidad del acto, la mujer empezó a hablar. Agradeció a las personas
presentes, trató de atrapar su emoción para transmitirla. No estaba en la lista
de personalidades a anunciar, se presentó sola: Mi nombre es Alicia, soy hija
de Pepe Cao. Enseguida pidió disculpas por la intromisión, pero Busquet la
invitó a hablar. Alicia se adelantó unos metros y dijo algunas palabras más,
pero hubo un gesto, un movimiento, un acto reflejo de la memoria: extendió sus
manos hacia un lugar en el piso, casi en el mismo sitio donde estaba el
micrófono: Alicia dijo: Nosotras dormíamos acá.
En ese
momento supe que esa mujer era la que tendría que haber hablado en el acto y no
los convocados, sin duda, con justa razón, pero ninguna del peso de las que
podía exhibir Alicia. Terminada la ceremonia me acerqué y le propuse una charla
para que contara la historia del almacén y despacho de bebidas de los hermanos
Cao.
Llegó el
día del encuentro. Sabía que quien se sienta a una mesa en el Cao inicia un
juego de truco con el tiempo. Pero esta verdad supo acentuarse cuando no una,
sino tres mujeres, historia en mano, ocuparon sus lugares en mi mesa. Es sabido
que, si de tiempo se trata, aparece su amiga inseparable, la memoria. A mi mesa
se sentaron las tres hijas de José María “Pepe” Cao, uno de los hacedores de
este refugio en Buenos Aires. Alicia, Irma y Mirta (Graciela, la otra melliza,
estaba de vacaciones) pintaron a coro su relato enmarcado en aroma de bar
notable.
Ramón, el
mayor de los hermanos Cao, llegó a Buenos Aires cerca de 1920. Venía a abrir
camino para los hermanos. Cinco años después arribó Julio. Provenían del norte
de Asturias, España, del pueblo San Tirso de Abres: pura montaña y campo. Para
ganar el sustento realizaron trabajos varios e inciertos, hasta que cerca de
1925 alquilaron la esquina, construida en 1915, de Matheu e Independencia. Las
Cao no guardan certeza: ¿la esquina ya era almacén y despacho de bebidas?
¿Fueron ellos los iniciadores?, quizá, podría ser, porque a Vicente le gustaba
mucho la madera noble y estaba orgulloso del elemento madre de las entrañas del
boliche. Llevaban un par de años establecidos cuando llegó el citado Vicente,
nacido el 9 de mayo de 1907. Había partido hacia Buenos Aires desde el puerto
de La Coruña
el 15 de diciembre de 1927 en el barco “Mosella”. En un primer momento fue a
trabajar a otro lado: el objetivo de los hermanos era que el recién llegado
aprendiera todos los detalles del oficio para mejorar el rendimiento del
almacén y despacho de bebidas “La
Armonía”. Imaginate, ellos venían del campo, de las vacas,
escuché en mi mesa. Fue después que se sumó al negocio para convertirse
en primera voluntad.
En un
comienzo no había división entre los locales, en la época de Perón tuvieron que
separar el almacén del bar. La esquina tenía una planta alta donde vivía el
dueño, el doctor (posiblemente abogado) Torcuato Tracchia, que alquilaba la planta
baja a los Cao. El edificio tenía una entrada por Independencia y otra por
Matheu. En la ochava se abría la entrada al almacén, recostado sobre Matheu
seguía el bar (para hacer la separación se utilizó la pared de cajones, madera
y vidrio al frente, que guardaban la mercadería suelta; mueble-pared que luego
sería colocada como continuación de la barra, que es como se la puede apreciar
hoy). A continuación del bar había dos habitaciones con ventanas sobre Matheu y
cuyas entradas daban a un patio; en ese patio estaba el baño y la cocina, y
sobre ellos, en una especie de entrepiso, una habitación pequeña.
Tres hermanos llevaban al frente el negocio, el centro del
universo: Ramón, Julio y Vicente. Se turnaban con el descanso, que eran los
días jueves y domingos: dos trabajaban mientras el tercero se tomaba un
respiro. El almacén cerraba de 13
a 16 hs., el bar estaba siempre abierto. Trabajaron
como locos, dijo Mirta. En 1932 se sumó José María, “Pepe”, nacido el 23 de
mayo de 1912. También partió del puerto de La Coruña: el 28 de diciembre de 1932 en el
barco Monte Sarmiento. Entonces Ramón, el mayor de los hermanos, volvió a
la casa de los padres. Irma consigna: Con la herencia los españoles
procedían de la siguiente manera, el mayor de los hijos, que era el que se
encargaba de cuidar a los padres, se quedaba con la mayor parte, un setenta por
ciento y el resto a repartir entre los hermanos. Ramón vino a abrir camino y
después debía volver para cuidar a los padres cuando fueran mayores. Tenemos el
testamento de la abuela Genoveva Rodríguez, ella fue la figura fuerte de la
familia porque el abuelo José María había muerto joven, en el documento dice
que al hermano mayor le queda la mayor parte, pero que los demás hijos siempre
podían volver a la casa y que en ella iban a tener un plato de comida de
por vida.
Hubo tres hermanos más en Buenos Aires: Balbino y Jesús, que se dedicaron al negocio del reparto de leche: lecheros, y Basilio, también de oficio lechero, pero con la suerte esquiva: murió muy joven.
Hubo tres hermanos más en Buenos Aires: Balbino y Jesús, que se dedicaron al negocio del reparto de leche: lecheros, y Basilio, también de oficio lechero, pero con la suerte esquiva: murió muy joven.
Vicente,
Julio y Pepe trabajaron muchos años juntos. En 1950 Pepe se casó con Rogelia,
la conoció en Buenos Aires, en un baile, ella era de Galicia. Para
acontecimientos como este, también para Navidad y otras celebraciones, el bar
se cerraba y era sólo para la familia y los amigos. Se puede ver la foto que
testimonia el casamiento colgada de una de las paredes del Cao actual.
El bar
estaba a cargo de Julio. Vicente y Pepe se ocupaban del almacén. En algún
momento sirvieron comidas, hubo puchero, sopa de verdura, el caldo gallego.
Junto a la comida aparece un personaje entrañable para las hermanas: la tía
Segunda, una persona maravillosa, los ojos se les ilumina con el recuerdo. La
tía venía de España, en esos años muchas chicas recién llegadas eran tomadas en
casas bien como si fueran hijas, pero en realidad desarrollaban el rol del
servicio doméstico. Sucedió que Segunda se cruzó con Balbino durante un reparto
de leche. Se casaron, alquilaron en Rincón 1421, y ella pasó a ser la cocinera
de “La Armonía”.
Los
hermanos, mientras fueron solteros, vivieron en el lugar; siempre fueron muy
unidos.
Cuando Pepe
y Rogelia se casaron, primero alquilaron en otro lado, pero poco después
Vicente y Jesús se mudaron a la piecita de arriba y dejaron libre una
habitación, la del fondo. Julio viajó a España en 1952 para visitar a la madre.
En ese viaje conoció a Carmen y se casó. En 1953 llegó la pareja y ocupó la
habitación contigua al bar.
El negocio
se hizo muy conocido por la calidad de los fiambres que vendía. Vicente
deshuesaba el jamón, te hacía participar en todo, yo veía esos cuchillitos, lo
veía trabajar con tanto amor, era un personaje haciendo todas esas cosas,
recuerda Irma.
Alicia
agrega detalles: Todas trabajábamos acá, ayudábamos para Navidad, hacíamos
los paquetitos con el azúcar, con los moñitos. Se despachaba el kerosene
suelto, rallábamos queso, venía la barra de hielo para la heladera. Todo se
vendía suelto, y las clientas, muchas, tenían cuenta corriente. Ellas mismas
anotaban lo que llevaban en el libro grande del negocio, y lo repetían en sus
libretas, me acuerdo de las libretitas de Cinzano, las regalaban, mirá la
confianza que había en esos años, la cuenta era mensual. Ayudamos desde
chiquitas hasta que nos casamos, si hacía falta te llamaban y tenías que ir.
Irma hace
referencia a un momento feliz de su infancia: Yo era la chica más feliz del
mundo cuando volvía del colegio y entraba por el negocio, mi tío Vicente me
decía vení, vení, y me hacía sentar en el borde de un cajón, esos a los que se
les levanta la tapa, me decía, Sentate que vamos a charlar, y te preguntaba del
colegio, de tus cosas, así siempre. Después que nos casamos, igual, te llamaba
y te daba consejos, y te hablaba de España. Para nosotras fue una gran emoción
viajar y conocer el lugar donde ellos nacieron, y hacerlo con papá y mamá,
porque nosotros estuvimos siempre escuchando esas historias, eran como un
cuento, y de repente en ese pueblo nos cerraron muchas cosas sobre cómo eran,
cómo nos criaron, cómo eran los abuelos.
Mi papá
era el que hacía el reparto afuera –Alicia–, llevaba la canasta repleta y yo lo acompañaba
a muchas casas. Recuerdo que íbamos mucho a una casa en Saavedra y San Juan, a
mí me gustaba porque había chicos y porque de vuelta nos daban los diarios y
las revistas que compraban, Patoruzú, La pequeña Lulú, me las devoraba.
Las
comodidades de vivienda cambiaron cuando los hermanos Cao compraron en 1959 las
dos plantas de la esquina. Pepe, Rogelia y las cuatro nenas se mudaron a la
planta alta junto a Julio y Carmen. Vicente y Jesús ocuparon la habitación
dejada por Julio, y la que había sido de Pepe pasó a ser depósito. La tía
Segunda cocinaba abajo el infaltable caldo gallego para todos los varones,
incluidos los lecheros. Los Cao siempre comieron juntos. Rogelia almorzaba la
mayoría de las veces arriba con las hijas. La comida española era tradición,
los Cao repetían, hasta donde podían, la vida de España. Esa misma comida era
la que servían a la gente.
Mirta
recuerda: Se juntaban a hablar de España, del río, de las truchas, historias
de infancia, era todo muy diferente a la vida en la ciudad. Los trajo la
amenaza de la guerra, la primera guerra estaba cercana en el recuerdo, los
trajo el miedo y la existencia del servicio militar obligatorio, todos vinieron
cuando llegaban a la edad de entrar en el ejército. No los trajo la miseria, ellos
vinieron de traje. Si pasaron hambre fue acá, hasta que se establecieron, no en
España. Eran apolíticos. Vicente siempre me decía: En la calle, ver, oír y
callar. Ese cuidado lo traían de España.
Todos los
hermanos enviaron dinero a la madre para que hiciera una casa nueva. Nunca le
debieron nada a nadie. En el barrio se sabía, todo el que entraba a pedir
comida se llevaba un sánguche. Para los trabajadores preparaban unos sánguches
impresionantes: No sé qué podían ganar en el intercambio, porque ellos
pensaban que al que trabajaba había que darle bien de comer, la comida siempre
fue importante, cuentan las hermanas y consignan un dato: El dinero para
nuestro estudio salía del negocio. Éramos las hijas de todos. Brillaron los
ojos de Irma cuando definió una imagen: Hablaba con Vicente, antes de subir
comía un poco de jamón crudo y agarraba un pedacito del centro del queso de
rallar.
En abril de
1999 murió Vicente Cao, y sucedió que Pepe perdió la magia. Las Cao afirman: Vicente
vivió para nosotras. No formó familia. Era cinco años mayor que Pepe. Era
primitivo, noble y bueno. Vicente había sido para Pepe un guía, un padre,
el amigo, el protector, el segundo padre de sus hijas.
Pepe siguió
al frente del negocio un tiempo más: se sentaba en un banquito en la puerta que
comunicaba el almacén con el bar, desde ahí vigilaba las puertas. Mirta entrega
la primera fecha para un final: Tenemos la foto donde papá esta
cerrando por última vez la persiana del negocio, fue el 4 de octubre de 1999, o
sea, seis meses después del fallecimiento de Vicente.
Luego del
cierre Pepe y Rogelia hicieron un viaje a España. Siempre insistí para que
fueran al pueblo, pero a ellos les costaba mucho, tenían que cuidar el trabajo,
agrega Alicia. En España Pepe tuvo problemas de salud, por lo que dos de sus
hijas, Irma y Mirta, viajaron para acompañarlos en el regreso. Es ahí donde
ellas tuvieron la oportunidad de conocer el pueblo junto a ellos. Alicia había
conocido San Tirso de Abres en 1975 durante su viaje de bodas. Al regreso, el
matrimonio vivió en la planta alta, donde habían vivido mucho tiempo junto a
Vicente. En soledad, las hijas se habían casado, Pepe fue perdiendo fuerzas, se
fue apagando.
Pepe Cao
falleció 14 abril de 2002. A
su muerte el lugar ya era bar notable de la ciudad de Buenos Aires,
estuvo entre los primeros quince nombramientos.
Los Cao
compraron unos terrenos en Tortuguitas y allí tuvieron huerta, árboles, como en
España. Las hijas de la familia se iban los tres meses de las vacaciones a la
casa del campo; los jueves y los domingos, los días posibles para el franco,
iba el que le tocaba. La visita llevaba los fiambres del almacén. En un
campo vecino había vacas, viajábamos en tren, había bomba para el agua y farol
para la noche, nos encantaba, recuerda Alicia.
Las
hermanas Cao pintan el paisaje cercano al negocio, la voz, una sola: Recuerdo
el tranvía 48, la tintorería de Arturo, la señora de la zapatería y mercería, la Turca; el doctor de niños,
Puglisi; la casa de fotos, la carnicería de Mingo, la peluquería de don José,
la lechería de Matheu y Estados Unidos, vendían helados, y atendía Manuela, la
esposa del vasco.
En las
hermanas se formó un compromiso con la memoria, como lo tuvieron sus padres y
tíos con España (A Pepe le encantaba ir al puerto a ver los barcos, iba
conmigo, dijo Alicia), por eso siempre quisieron que la esquina se
conservara con la mayor fidelidad posible al original.
Luego de la
muerte de Pepe el boliche estuvo un tiempo cerrado. Después
apareció Néstor Rosales con dos socios, administró el negocio de 2001 a 2003. Era vecino,
conocía el lugar y a los Cao. Se hicieron algunas remodelaciones, pero siempre
respetando el original. Fue Rosales quien corrió las estanterías con los
cajones para la mercadería suelta que dividían el almacén del bar (hoy están
como continuación de la barra), y tiró abajo la pared que separaba las dos
habitaciones que ayer fueran vivienda de Pepe y Julio: en ese nuevo salón hizo
muestras fotográficas. Pero la sociedad tuvo problemas internos, y se alejaron
del negocio.
De 2003 a 2004 trabajó el lugar
Jorge Mehaudi, nacido en Mercedes, pero no le encontró la vuelta, estuvo más
cerrado que abierto.
Entre
finales de 2004 y principios de 2005 se hizo cargo del bar Pablo Durán, que con
experiencia en la cuestión, ya tenía la responsabilidad del funcionamiento de
bares notables como el “Margot” en Boedo y “El Federal” en San Telmo, no tuvo
problemas en enderezar el negocio. Pablo Durán tomó el Cao y fue quien derribó
la pared que separaba el bar del espacio que habían ocupado las habitaciones de
los dueños de casa que luego se habían transformado en la sala de
exposición de Rosales. De esta manera el Cao adquirió la profundidad que hoy
presenta.
Desde mis
primeras visitas vi en el lugar el dibujo de un barco. La nao dispone de tres
mástiles ubicados sobre la barra, mástiles que llegan hasta su cielo. Digo que
la nao está siempre en viaje, en tránsito, y habitada por fantasmas de buena
gente, gente de trabajo: una razón más, ahora que sé la historia, para caminar
unas cuadras hasta el café y encontrarme con mi mesa, sobre Matheu, cerca de la
ochava, para sencillamente sentarme a trabajar, tratando, ante todo, de
encontrar cada vez la felicidad por la tarea realizada.
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Nota:
(1) Del
acto participaron el diputado Julián D’Angelo –impulsor de la iniciativa–,
Leonardo Busquet –autor del proyecto y coordinador cultural del grupo “Los
Notables” –, Laura Carro y Pablo Durán –responsables del establecimiento–, Horacio Spinetto –en nombre de la Comisión de Cafés
Notables–, la cantante Marikena Monti –madrina del café “La Poesía”– el bandoneonista Mariano Dubiansky.
Imagen: Bar de Cao,
acrílico de Rolando Lois.
Nota e ilustración fueron tomadas del periódico Desde Boedo, junio de 2012.