12 jun 2012

"Bar de Cao"



 (De Edgardo Lois)

VERA Y EMOTIVA HISTORIA DE LOS DÍAS DEL ALMACÉN Y DESPACHO DE BEBIDAS "LA ARMONÍA" DE LOS HERMANOS CAO
El jueves 10 de noviembre de 2011 la Legislatura porteña designó al “Bar de Cao” como Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Desde Boedo realizó la crónica del acto en su número de diciembre del mismo año. Junto a las personas invitadas a participar del mismo (1), hice mi aporte a la escena como escritor que utiliza, disfruta, agradece, el ambiente del “Bar de Cao” para trabajar en su oficio de contar historias. Ese día hablé de los buenos fantasmas que habitan el bar, dije que en el lugar vive parte de la memoria de Buenos Aires: respira la de ayer mientras los presentes construimos la nuestra; mientras, pienso ahora, tratamos de ponerla en valor para sumarla a la erigida por aquellos que hoy son los buenos fantasmas que, doy fe, habitan el Cao. Mientras hablaba no podía evitar que mi mirada se sintiera atraída por la imagen de una mujer: muy atenta a lo que decía, asintiendo emocionada a lo que afirmaba. Cuando terminé mi corta alocución, y mientras Leonardo Busquet ensayaba las palabras necesarias para la continuidad del acto, la mujer empezó a hablar. Agradeció a las personas presentes, trató de atrapar su emoción para transmitirla. No estaba en la lista de personalidades a anunciar, se presentó sola: Mi nombre es Alicia, soy hija de Pepe Cao. Enseguida pidió disculpas por la intromisión, pero Busquet la invitó a hablar. Alicia se adelantó unos metros y dijo algunas palabras más, pero hubo un gesto, un movimiento, un acto reflejo de la memoria: extendió sus manos hacia un lugar en el piso, casi en el mismo sitio donde estaba el micrófono: Alicia dijo: Nosotras dormíamos acá.
En ese momento supe que esa mujer era la que tendría que haber hablado en el acto y no los convocados, sin duda, con justa razón, pero ninguna del peso de las que podía exhibir Alicia. Terminada la ceremonia me acerqué y le propuse una charla para que contara la historia del almacén y despacho de bebidas de los hermanos Cao.
Llegó el día del encuentro. Sabía que quien se sienta a una mesa en el Cao inicia un juego de truco con el tiempo. Pero esta verdad supo acentuarse cuando no una, sino tres mujeres, historia en mano, ocuparon sus lugares en mi mesa. Es sabido que, si de tiempo se trata, aparece su amiga inseparable, la memoria. A mi mesa se sentaron las tres hijas de José María “Pepe” Cao, uno de los hacedores de este refugio en Buenos Aires. Alicia, Irma y Mirta (Graciela, la otra melliza, estaba de vacaciones) pintaron a coro su relato enmarcado en aroma de bar notable.
Ramón, el mayor de los hermanos Cao, llegó a Buenos Aires cerca de 1920. Venía a abrir camino para los hermanos. Cinco años después arribó Julio. Provenían del norte de Asturias, España, del pueblo San Tirso de Abres: pura montaña y campo. Para ganar el sustento realizaron trabajos varios e inciertos, hasta que cerca de 1925 alquilaron la esquina, construida en 1915, de Matheu e Independencia. Las Cao no guardan certeza: ¿la esquina ya era almacén y despacho de bebidas? ¿Fueron ellos los iniciadores?, quizá, podría ser, porque a Vicente le gustaba mucho la madera noble y estaba orgulloso del elemento madre de las entrañas del boliche. Llevaban un par de años establecidos cuando llegó el citado Vicente, nacido el 9 de mayo de 1907. Había partido hacia Buenos Aires desde el puerto de La Coruña el 15 de diciembre de 1927 en el barco “Mosella”. En un primer momento fue a trabajar a otro lado: el objetivo de los hermanos era que el recién llegado aprendiera todos los detalles del oficio para mejorar el rendimiento del almacén y despacho de bebidas “La Armonía”. Imaginate, ellos venían del campo, de las vacas, escuché en mi mesa. Fue después que se sumó al negocio para convertirse en primera voluntad.
En un comienzo no había división entre los locales, en la época de Perón tuvieron que separar el almacén del bar. La esquina tenía una planta alta donde vivía el dueño, el doctor (posiblemente abogado) Torcuato Tracchia, que alquilaba la planta baja a los Cao. El edificio tenía una entrada por Independencia y otra por Matheu. En la ochava se abría la entrada al almacén, recostado sobre Matheu seguía el bar (para hacer la separación se utilizó la pared de cajones, madera y vidrio al frente, que guardaban la mercadería suelta; mueble-pared que luego sería colocada como continuación de la barra, que es como se la puede apreciar hoy). A continuación del bar había dos habitaciones con ventanas sobre Matheu y cuyas entradas daban a un patio; en ese patio estaba el baño y la cocina, y sobre ellos, en una especie de entrepiso, una habitación pequeña.
Tres hermanos llevaban al frente el negocio, el centro del universo: Ramón, Julio y Vicente. Se turnaban con el descanso, que eran los días jueves y domingos: dos trabajaban mientras el tercero se tomaba un respiro. El almacén cerraba de 13 a 16 hs., el bar estaba siempre abierto. Trabajaron como locos, dijo Mirta. En 1932 se sumó José María, “Pepe”, nacido el 23 de mayo de 1912. También partió del puerto de La Coruña: el 28 de diciembre de 1932 en el barco  Monte Sarmiento. Entonces Ramón, el mayor de los hermanos, volvió a la casa de los padres. Irma consigna: Con la herencia los españoles procedían de la siguiente manera, el mayor de los hijos, que era el que se encargaba de cuidar a los padres, se quedaba con la mayor parte, un setenta por ciento y el resto a repartir entre los hermanos. Ramón vino a abrir camino y después debía volver para cuidar a los padres cuando fueran mayores. Tenemos el testamento de la abuela Genoveva Rodríguez, ella fue la figura fuerte de la familia porque el abuelo José María había muerto joven, en el documento dice que al hermano mayor le queda la mayor parte, pero que los demás hijos siempre podían volver a la casa y que en ella  iban a tener un plato de comida de por vida.
Hubo tres hermanos más en Buenos Aires: Balbino y Jesús, que se dedicaron al negocio del reparto de leche: lecheros, y Basilio, también de oficio lechero, pero con la suerte esquiva: murió muy joven.
Vicente, Julio y Pepe trabajaron muchos años juntos. En 1950 Pepe se casó con Rogelia, la conoció en Buenos Aires, en un baile, ella era de Galicia. Para acontecimientos como este, también para Navidad y otras celebraciones, el bar se cerraba y era sólo para la familia y los amigos. Se puede ver la foto que testimonia el casamiento colgada de una de las paredes del Cao actual.
El bar estaba a cargo de Julio. Vicente y Pepe se ocupaban del almacén. En algún momento sirvieron comidas, hubo puchero, sopa de verdura, el caldo gallego. Junto a la comida aparece un personaje entrañable para las hermanas: la tía Segunda, una persona maravillosa, los ojos se les ilumina con el recuerdo. La tía venía de España, en esos años muchas chicas recién llegadas eran tomadas en casas bien como si fueran hijas, pero en realidad desarrollaban el rol del servicio doméstico. Sucedió que Segunda se cruzó con Balbino durante un reparto de leche. Se casaron, alquilaron en Rincón 1421, y ella pasó a ser la cocinera de “La Armonía”.
Los hermanos, mientras fueron solteros, vivieron en el lugar; siempre fueron muy unidos.
Cuando Pepe y Rogelia se casaron, primero alquilaron en otro lado, pero poco después Vicente y Jesús se mudaron a la piecita de arriba y dejaron libre una habitación, la del fondo. Julio viajó a España en 1952 para visitar a la madre. En ese viaje conoció a Carmen y se casó. En 1953 llegó la pareja y ocupó la habitación contigua al bar.
El negocio se hizo muy conocido por la calidad de los fiambres que vendía. Vicente deshuesaba el jamón, te hacía participar en todo, yo veía esos cuchillitos, lo veía trabajar con tanto amor, era un personaje haciendo todas esas cosas, recuerda Irma.
Alicia agrega detalles: Todas trabajábamos acá, ayudábamos para Navidad, hacíamos los paquetitos con el azúcar, con los moñitos. Se despachaba el kerosene suelto, rallábamos queso, venía la barra de hielo para la heladera. Todo se vendía suelto, y las clientas, muchas, tenían cuenta corriente. Ellas mismas anotaban lo que llevaban en el libro grande del negocio, y lo repetían en sus libretas, me acuerdo de las libretitas de Cinzano, las regalaban, mirá la confianza que había en esos años, la cuenta era mensual. Ayudamos desde chiquitas hasta que nos casamos, si hacía falta te llamaban y tenías que ir.
Irma hace referencia a un momento feliz de su infancia: Yo era la chica más feliz del mundo cuando volvía del colegio y entraba por el negocio, mi tío Vicente me decía vení, vení, y me hacía sentar en el borde de un cajón, esos a los que se les levanta la tapa, me decía, Sentate que vamos a charlar, y te preguntaba del colegio, de tus cosas, así siempre. Después que nos casamos, igual, te llamaba y te daba consejos, y te hablaba de España. Para nosotras fue una gran emoción viajar y conocer el lugar donde ellos nacieron, y hacerlo con papá y mamá, porque nosotros estuvimos siempre escuchando esas historias, eran como un cuento, y de repente en ese pueblo nos cerraron muchas cosas sobre cómo eran, cómo nos criaron, cómo eran los abuelos.
Mi papá era el que hacía el reparto afuera –Alicia–, llevaba la canasta repleta y yo lo acompañaba a muchas casas. Recuerdo que íbamos mucho a una casa en Saavedra y San Juan, a mí me gustaba porque había chicos y porque de vuelta nos daban los diarios y las revistas que compraban, Patoruzú, La pequeña Lulú, me las devoraba.
Las comodidades de vivienda cambiaron cuando los hermanos Cao compraron en 1959 las dos plantas de la esquina. Pepe, Rogelia y las cuatro nenas se mudaron a la planta alta junto a Julio y Carmen. Vicente y Jesús ocuparon la habitación dejada por Julio, y la que había sido de Pepe pasó a ser depósito. La tía Segunda cocinaba abajo el infaltable caldo gallego para todos los varones, incluidos los lecheros. Los Cao siempre comieron juntos. Rogelia almorzaba la mayoría de las veces arriba con las hijas. La comida española era tradición, los Cao repetían, hasta donde podían, la vida de España. Esa misma comida era la que servían a la gente.
Mirta recuerda: Se juntaban a hablar de España, del río, de las truchas, historias de infancia, era todo muy diferente a la vida en la ciudad. Los trajo la amenaza de la guerra, la primera guerra estaba cercana en el recuerdo, los trajo el miedo y la existencia del servicio militar obligatorio, todos vinieron cuando llegaban a la edad de entrar en el ejército. No los trajo la miseria, ellos vinieron de traje. Si pasaron hambre fue acá, hasta que se establecieron, no en España. Eran apolíticos. Vicente siempre me decía: En la calle, ver, oír y callar. Ese cuidado lo traían de España.
Todos los hermanos enviaron dinero a la madre para que hiciera una casa nueva. Nunca le debieron nada a nadie. En el barrio se sabía, todo el que entraba a pedir comida se llevaba un sánguche. Para los  trabajadores preparaban unos sánguches impresionantes: No sé qué podían ganar en el intercambio, porque ellos pensaban que al que trabajaba había que darle bien de comer, la comida siempre fue importante, cuentan las hermanas y consignan un dato: El dinero para nuestro estudio salía del negocio. Éramos las hijas de todos. Brillaron los ojos de Irma cuando definió una imagen: Hablaba con Vicente, antes de subir comía un poco de jamón crudo y agarraba un pedacito del centro del queso de rallar.
En abril de 1999 murió Vicente Cao, y sucedió que Pepe perdió la magia. Las Cao afirman: Vicente vivió para nosotras. No formó familia. Era cinco años mayor que Pepe. Era primitivo, noble y bueno. Vicente había sido para Pepe un guía, un padre, el amigo, el protector, el segundo padre de sus hijas.
Pepe siguió al frente del negocio un tiempo más: se sentaba en un banquito en la puerta que comunicaba el almacén con el bar, desde ahí vigilaba las puertas. Mirta entrega la primera fecha para un final: Tenemos la foto donde papá esta cerrando por última vez la persiana del negocio, fue el 4 de octubre de 1999, o sea, seis meses después del fallecimiento de Vicente.
Luego del cierre Pepe y Rogelia hicieron un viaje a España. Siempre insistí para que fueran al pueblo, pero a ellos les costaba mucho, tenían que cuidar el trabajo, agrega Alicia. En España Pepe tuvo problemas de salud, por lo que dos de sus hijas, Irma y Mirta, viajaron para acompañarlos en el regreso. Es ahí donde ellas tuvieron la oportunidad de conocer el pueblo junto a ellos. Alicia había conocido San Tirso de Abres en 1975 durante su viaje de bodas. Al regreso, el matrimonio vivió en la planta alta, donde habían vivido mucho tiempo junto a Vicente. En soledad, las hijas se habían casado, Pepe fue perdiendo fuerzas, se fue apagando.
Pepe Cao falleció 14 abril de 2002. A su muerte el lugar ya era bar notable de la ciudad de Buenos Aires, estuvo entre los primeros quince nombramientos.
Los Cao compraron unos terrenos en Tortuguitas y allí tuvieron huerta, árboles, como en España. Las hijas de la familia se iban los tres meses de las vacaciones a la casa del campo; los jueves y los domingos, los días posibles para el franco, iba el que le tocaba. La visita llevaba los fiambres del almacén. En un campo vecino había vacas, viajábamos en tren, había bomba para el agua y farol para la noche, nos encantaba, recuerda Alicia.
Las hermanas Cao pintan el paisaje cercano al negocio, la voz, una sola: Recuerdo el tranvía 48, la tintorería de Arturo, la señora de la zapatería y mercería, la Turca; el doctor de niños, Puglisi; la casa de fotos, la carnicería de Mingo, la peluquería de don José, la lechería de Matheu y Estados Unidos, vendían helados, y atendía Manuela, la esposa del vasco.
En las hermanas se formó un compromiso con la memoria, como lo tuvieron sus padres y tíos con España (A Pepe le encantaba ir al puerto a ver los barcos, iba conmigo, dijo Alicia), por eso siempre quisieron que la esquina se conservara con la mayor fidelidad posible al original. 
Luego de la muerte de Pepe el boliche estuvo un tiempo cerrado. Después apareció Néstor Rosales con dos socios, administró el negocio de 2001 a 2003. Era vecino, conocía el lugar y a los Cao. Se hicieron algunas remodelaciones, pero siempre respetando el original. Fue Rosales quien corrió las estanterías con los cajones para la mercadería suelta que dividían el almacén del bar (hoy están como continuación de la barra), y tiró abajo la pared que separaba las dos habitaciones que ayer fueran vivienda de Pepe y Julio: en ese nuevo salón hizo muestras fotográficas. Pero la sociedad tuvo problemas internos, y se alejaron del negocio.
De 2003 a 2004 trabajó el lugar Jorge Mehaudi, nacido en Mercedes, pero no le encontró la vuelta, estuvo más cerrado que abierto.
Entre finales de 2004 y principios de 2005 se hizo cargo del bar Pablo Durán, que con experiencia en la cuestión, ya tenía la responsabilidad del funcionamiento de bares notables como el “Margot” en Boedo y “El Federal” en San Telmo, no tuvo problemas en enderezar el negocio. Pablo Durán tomó el Cao y fue quien derribó la pared que separaba el bar del espacio que habían ocupado las habitaciones de los dueños de casa que luego se habían transformado en la sala de exposición de Rosales. De esta manera el Cao adquirió la profundidad que hoy presenta.
Desde mis primeras visitas vi en el lugar el dibujo de un barco. La nao dispone de tres mástiles ubicados sobre la barra, mástiles que llegan hasta su cielo. Digo que la nao está siempre en viaje, en tránsito, y habitada por fantasmas de buena gente, gente de trabajo: una razón más, ahora que sé la historia, para caminar unas cuadras hasta el café y encontrarme con mi mesa, sobre Matheu, cerca de la ochava, para sencillamente sentarme a trabajar, tratando, ante todo, de encontrar cada vez la felicidad por la tarea realizada.
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Nota:
(1) Del acto participaron el diputado Julián D’Angelo –impulsor de la iniciativa–, Leonardo Busquet –autor del proyecto y coordinador cultural del grupo “Los Notables” –, Laura Carro y Pablo Durán –responsables del establecimiento–,  Horacio Spinetto –en nombre de la Comisión de Cafés Notables–, la cantante Marikena Monti –madrina del café “La Poesía”–  el bandoneonista Mariano Dubiansky.

Imagen: Bar de Cao, acrílico de Rolando Lois.
Nota e ilustración fueron tomadas del periódico Desde Boedo, junio de 2012.