(De Rubén Bianchi)
No sé por qué, un día se me ocurrió empezar a “juntar estampillas”,
tal como se decía en el barrio en lugar de filatelia,
palabra que muchos asociábamos con una enfermedad incurable. En aquellos años
siempre había alguna fábrica cercana que recibía correspondencia de diversos países,
y a veces era posible conseguir los sobres o directamente rescatarlos de la
basura. Así empezaba la tarea artesanal y delicada de despegar la estampilla
con el vapor de la pava cuidando que no se rompiera ningún dientecito.
Cada ejemplar era una conquista valiosa, un asombro por su
diseño, un aprendizaje por su procedencia: Magyar Posta, Deutsches Reich o
Republique Française eran nombres de difícil lectura pero llenos de
fantasía para mi mirada infantil. También eran muchas las familias del barrio
que recibían cartas de afuera: generalmente venían de España, Italia o Polonia,
pero no siempre me querían dar los sobres y entonces perdía la posibilidad de
agregar al álbum aquella estampilla con la cara de Franco, la italiana con la
flor brotando entre ruinas de guerra, o la del pescador polaco sosteniendo un
enorme pez. El destino de esos sobres era el de inaccesibles cajones, a veces húmedos
por lágrimas que en aquel entonces no estaba en condiciones de entender.
La adolescencia llegaba cuando empecé a interesarme por
otras cosas: pasar a la escuela secundaria, o ir a explorar el Centro. Descubrí
los cines de Lavalle, vi músicos de traje rojo tocando en confiterías a la hora
del té, me asombré ante una máquina de profilácticos en el baño de un café, y
de pronto, allá en la otra cuadra, la
inesperada revelación: en vitrinas iluminadas, prolijamente alineadas o
ensobradas por país, se ofrecían raudales de estampillas impecables. Allí
estaban, multiplicadas en distintos valores, las mismas estampillas que tanto
me había costado conseguir. ¿Entonces se podía comprar de inmediato aquella
noruega y esta cubana, por unas monedas?... ¿Había sido inútil tanto afán y
ansiedad para atesorarlas una por una?... Este y otros interrogantes me hice no
sin cierta decepción, en aquellos días en que mi álbum infantil se cerró para
siempre.
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Imagen: Estampillas de diversos países.
Tomado del libro: Afectos
especiales de R. B. (Ediciones Papeles de Boedo, Bs, As., 2004).