26 may 2014

Los mojones de la avenida General Paz



(De Susana Boragno)

ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Recorriendo la colectora de la avenida General Paz, en el límite con la Provincia, se pueden observar unos objetos de hierro fundido, instalados algunos en las veredas, en las esquinas o empotrados en la pared. Son mojones que tienen una gran importancia histórica, a pesar de que ahora pasan inadvertidos, o son observados con   indiferencia por los transeúntes.
La Argentina, que carecía de ciudad capital, buscaba concretarla en Buenos Aires, que era la capital histórica de la provincia. Luego de la cruenta revolución de junio de 1880 entre porteños y nacionales, el Gobierno Nacional presidido por el doctor Nicolás Avellaneda logra su objetivo y deja de sentirse “huésped” en la capital provincial. Se declara a Buenos Aires capital de la República Argentina y las autoridades provinciales fundan la ciudad de La Plata, como nueva sede.
En 1887, después de trabajosas negociaciones, la Provincia cede a la capital los Partidos de San José de Flores y Belgrano. Una de las condiciones indispensables de esta anexión, era que la Nación construyera a su costa un boulevard de cien metros de ancho, en el mismo límite del territorio cedido. En 1888, los ingenieros Pablo Blot y Luis Silveyra, nombrados por los Gobiernos Nacional y Provincial respectivamente, fueron los encargados para trazar la línea de deslinde en el territorio cedido.
El Presidente de la República Dr. Miguel Juárez Celman aprueba el informe y el plano adjunto, remitido al Ministerio del Interior de la Nación por los mencionados ingenieros en cumplimiento de la ley 
N° 2089, del 20 de septiembre de 1887. Por su parte, el gobernador de la Provincia Máximo Paz, también aprueba el nuevo trazado.
La toma de posesión de los partidos de Flores y Belgrano se hizo por decreto en el año 1888. Era por entonces Intendente Municipal el Dr. Antonio F. Crespo. Las actas se labraron el 11 y el 14 de febrero de ese año con los Intendentes don Florencio Núñez por Belgrano y don Enrique Quintana por Flores. Justamente, fue entonces que para delimitar ese boulevard, se colocaron esos mojones de hierro fundido.

MOJONES DE LA GENERAL PAZ
La palabra deriva del hispano-latín Mutulus, cabeza sobresaliente de una viga. Voz, quizás tomada del etrusco y probablemente con parentela en vasco: muturr, hocico, morro. El amojonamiento es el acto de colocar hitos, mojones o cualquier señal que indique los términos, límites o líneas divisorias de un territorio. En 1824 se especificó que se debía utilizar para amojonar la piedra sillar, pero como este material era escaso en el país, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se adoptó el hierro.
La avenida General Paz tiene una forma poligonal, que está delimitada por los mojones A, B, C, D, E que se colocaron en los puntos de quiebre de la línea de circunvalación. El A es el punto de arranque, el más próximo al Río de la Plata, hoy enterrado 80 cm. en un predio que ocupa un club policial. El B estaba en el cruce con la avenida Republiquetas; el C a la altura de la avenida Francisco Beiró; el D coincidió con el Km 16, calle Tonelero en sesgo con la avenida Díaz Vélez y el E, se colocó en el Km 23, un  meandro del Riachuelo, antes de su rectificación.
Los restantes mojones se ubicaron a la distancia de un kilómetro entre sí, sumando un total de 23. Cada mojón tiene una altura aproximada de 80 cm. y un ancho de 32 cm. por lado. De una parte muestran la inscripción “Capital Federal” y de la opuesta “Provincia de Buenos Ayres”. Un tercer lado indica el kilometraje y el restante, el número de mojón. El límite exacto entre la Provincia y la Capital pasa por el centro del mojón. La avenida General Paz pertenece toda a la Ciudad Autónoma, mientras la Provincia empieza en el borde externo de la avenida. 
Del total de mojones colocados, sobreviven hoy tan sólo 10. Subsisten dos que tienen la rareza de estar empotrados en la pared. Como dato curioso se puede decir que el vecino duerme y vive en la provincia, pero cuando sale de su casa ya está pisando en territorio capitalino.
Cuando se colocaron estos mojones, todo era campo, chacras y quintas; quedaban perdidos en la inmensidad de la pampa. El nuevo camino, que dividió campos sembrados, arboledas y cercos, fue transitado por carretas, jinetes, diligencias y carros. Hoy, son mudos testigos del intenso tránsito que circula por la colectora de la avenida. Es importante, en primer lugar, conocer estos curiosos hitos y luego preservarlos como patrimonio de nuestra ciudad, fundamentalmente por su significativo valor histórico.
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Ilustración: Uno de los mojones de la avenida General Paz del lado de la Capital Federal.


22 may 2014

Porteño, gaucho y popular



(De Haydée Breslav)

Se cumplieron 180 años del nacimiento en Buenos Aires del poeta Estanislao del Campo. Político y militar hondamente comprometido con la causa porteña, su obra forma parte de la mejor poesía gauchesca anterior al Martín Fierro.
Estanislao del Campo era, como lo elogió Borges, de buena tradición unitaria: su padre fue jefe del estado mayor de Lavalle y había acompañado los restos del general hasta Potosí.
Estudió en la Academia Porteño-Federal y fue dependiente de tienda; posteriormente formó parte del primer regimiento de los Guardias Nacionales, donde conoció a Adolfo Alsina, bajo cuyas órdenes combatió en Cepeda y en Pavón. Borges rescata una tradición según la cual el joven oficial salía al campo de batalla luciendo el uniforme de ceremonia y saludaba militarmente la primera bala.
Designado secretario de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires en 1863, al año siguiente se casó con Carolina Lavalle, sobrina del general.
Militó con los “crudos” de Alsina contra los “cocidos” de Mitre; en 1867, un año después de que su jefe político resultara electo gobernador de la provincia, renunció a la secretaría de la Cámara por haber sido elegido a su vez diputado nacional. Meses más tarde dejó su banca para fundar el periódico Porvenir Argentino.
En la campaña electoral por la presidencia, apoyó la fórmula Sarmiento-Alsina. Antes de dejar la gobernación, este último lo designó oficial mayor del Ministerio de Gobierno de la provincia. En 1874 fue ascendido a teniente coronel de los Guardias Nacionales; ese mismo año luchó contra la revolución mitrista en el combate de La Verde.
En abril de 1880 obtuvo la jubilación, que poco pudo disfrutar; el 8 de noviembre murió en su casa de la porteñísima esquina de Lavalle y Esmeralda. Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta; José Hernández y Carlos Guido y Spano hablaron en su homenaje.

LA OBRA
Desde muy joven, “el más querido de los poetas argentinos”, como lo llamó Borges, había compuesto versos románticos, algunos de los cuales aparecieron en publicaciones de la época. El primer abordaje del lenguaje gauchesco que se le conoce data de 1857, cuando pudieron leerse en el diario Los Debates, fundado por Mitre, unos versos firmados por Anastasio el Pollo.
En 1859 fue retratado por León Pallière como uno de los personajes de su cuadro Interior de una pulpería, donde aparece, vestido de gaucho y descalzo, sentado en el mostrador.
Composiciones gauchescas y no gauchescas fueron reunidas en un volumen prologado por José Mármol que, con el título Poesías, el autor publicó en 1870. Allí figura “Gobierno gaucho” que, para Calixto Oyuela, “es una expresión inicial de las ideas y sentimientos de reforma y de justicia para el gaucho”.
En este breve poema, Del Campo aborda directamente la crítica política y social, como lo hicieron antes Hidalgo y Ascasubi y lo haría después Hernández. Pero mientras que, para denunciar los males de su época, el oriental se inclinó por el lamento (por una patria que pudo haber sido y no fue), Hernández se elevó hasta la epopeya y Ascasubi no desdeñó recurrir a la atrocidad, Del Campo optó por la sátira. 
El argumento, expuesto en diez décimas, es tan simple como eficaz: un paisano borracho emula al gobernante de turno. De ahí su frescura, su vigencia, su permanente adecuación a diversas circunstancias de nuestro país: Eduardo Stilman cuenta que el 21 de diciembre de 1936 Lisandro de la Torre citó esas décimas en el Senado, durante el debate de una ley anticomunista.

VIGENCIA DEL "FAUSTO"
El 13 de agosto de1857 Del Campo publicó en Los Debates una Carta de Anastasio el Pollo sobre el beneficio de la Sra. La Grua, que anticipa el Fausto. Por esa época se vinculó con Hilario Ascasubi, a quien admiraba tanto que eligió su seudónimo como muestra de reconocimiento y respeto al otro, uno de cuyos apelativos era Aniceto el Gallo. Entre ambos poetas pronto se anudó una sólida amistad.
Se cuenta que en 1866 asistió a una representación del Fausto de Gounod en el viejo teatro “Colón”, ubicado donde hoy está el Banco Nación de Plaza de Mayo. Según Borges, esa misma noche trazó el primer manuscrito de su obra; otros dicen que necesitó cuatro días más para completarla.
Del Campo dio a su Fausto la forma de un diálogo en verso gauchesco entre los paisanos Anastasio el Pollo y don Laguna; el primero refiere al otro las “impresiones” que le ha causado la representación de la ópera homónima, cuyas incidencias y personajes ha tomado por cosas y seres de la realidad.
Una primera versión se publicó en El Correo del Domingo y posteriormente en La Tribuna; la versión definitiva, corregida y aumentada, apareció como folleto el 8 de noviembre de ese año; la ilustraba una litografía de Meyer, quien prestó a Anastasio el Pollo los rasgos de Estanislao del Campo, y a don Laguna los de Adolfo Alsina; el producto de la venta se destinó a los hospitales de la guerra del Paraguay.
El poema fue criticado severamente por Rafael Hernández (hermano de José), quien cuestionó el empleo incorrecto de ciertos términos gauchescos, que probablemente hoy estarían olvidados si Del Campo no los hubiese asentado en su obra.
Lugones objetó después la poca credibilidad del argumento, que Borges habría de defender observando simplemente que todo arte es convencional. Por nuestra parte, recordamos que Niní Marshall empleó la idea de Del Campo en un desopilante episodio en el que su personaje Catita contaba la película Hamlet de Laurence Olivier.
Lo cierto es que, desde su aparición, el poema gozó de gran popularidad. Refiere Stilman: “Hizo furor en la campaña. Circulaba en el ‘Colón’, entre los asistentes a la representación de la ópera. La fama de su autor jamás dejó de crecer, y ninguna crítica disminuyó nunca su prestigio. Aprendían sus versos los cantores de pulpería y los sabían de memoria los próceres de la Legislatura. Muy a menudo, en mitad de una charla o un debate, alguien citaba un verso suyo, con jerarquía de refrán”.
En su prólogo a la edición de Eudeba de 1963, ilustrada con chispeantes dibujos de Oski, León Benarós se pregunta “por qué nos sigue gustando el Fausto”. En el párrafo final enumera: “El idioma limpito y justo, el diálogo vivaz, la sensible pero varonil poesía…”.
Muchos elogian las bellas descripciones del mar, de la noche y del amanecer, las referencias a la fugacidad de las flores, la sentida expresión de las tristezas del amor, la admisión del penoso destino que entonces se imponía a las mujeres. Benarós advierte que se trata de digresiones, sin criticarlas por ello; después de todo, no sería la primera vez que las digresiones constituyen lo mejor de una obra.
Borges, en cambio, reivindica la amistad que une a los dos paisanos, que califica de “clara y resplandeciente” y que se extiende a los caballos, como hace notar Benarós, quien menciona “el conversado encuentro sin tiempo y sin apuro”; en ese sentido, Horacio Jorge Becco destaca “el deseo ferviente de comunicarse y hacer de esos instantes […] algo detenido y perdurable”.
A su vez, Raúl González Tuñón hace hincapié en los valores poéticos de la obra. En sus palabras, “el Fausto de Del Campo es un modelo en su género, es una sátira llena de chispazos líricos, rica en metáforas. Recuérdense ciertos momentos de la obra, cuando el relato trasciende bellamente el paisaje”.
Por nuestra parte, señalamos la luminosa sonoridad de décimas y redondillas, “que tienen fragancias de un tiempo gaucho [demasiado] olvidado”. Y nos conmueve el candor de ese paisano, que bien podría representar a un pueblo al que tantas veces, y sin mediar justificaciones artísticas, se lo ha inducido a confundir la realidad con juegos de engañosos artificios.
En cuanto a la amistad que alabó Borges, distinguimos en ella el gesto que el gaucho acomodado tiene para con el pobre, esa gauchada, elegida por el autor para cierre del poema, que preanuncia actitudes de Gardel, Magaldi, Troilo y otros grandes del tiempo que estaba por venir: “Cuando los dos acabaron / de ensillar sus parejeros / como güenos compañeros / juntos al trote agarraron, / en una fonda se apiaron / y pidieron de cenar. / Cuando ya iban a acabar, / Don Laguna sacó un rollo / diciendo: ‘El gasto del Pollo / de aquí se lo han de cobrar’”.
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Imagen: Estanislao Del Campo.
Nota y foto tomadas del periódico barrial “Tras Cartón”. 

17 may 2014

La represión de Plaza Lorea del 1º de Mayo de 1909



(De Miguel Eugenio Germino)

Esta es la historia de un policía bravo, Ramón, orgulloso de reprimir a sangre y fuego toda manifestación popular, especialmente las de los anarquistas, a quienes odiaba con personal saña.
También la de un joven anarquista, Simón, que ajustició a Ramón para desagraviar la sangre de sus compañeros asesinados por éste.
Ramón y Simón vivieron la virulenta época de fines del siglo XIX y principios de XX, cuando la Revolución Industrial recién llegaba a nuestras costas. Con más de cien años de atraso, nacían las primeras fábricas y la explotación obrera, mientras brotaba la resistencia y la represión patronal y policial del régimen.
Esto ocurría en un contexto de la historia que no puede ni debe ignorarse, para analizar y sacar conclusiones.

ANTECEDENTES
El proceso de cambios técnicos y económicos destinados a aumentar y mejorar la producción minera y la manufactura y multiplicar la productividad, aminoró los costos e incrementó las ganancias y la competitividad. La Revolución Industrial, como se llamó a este proceso, comenzó en Europa en los años de 1770. De su mano llegó también la explotación obrera.
Las nuevas relaciones de trabajo fueron tomando diversas formas, que conllevaban siempre novedosas modalidades de expoliación, y en consecuencia de conflictos.
Los antiguos talleres fueron reemplazados por una nueva unidad de producción: la fábrica, que no eran más que grandes galpones en los que se concentraban la materia prima, los medios de producción y la energía humana, a donde confluían miles de trabajadores, en extensas e intensas jornadas de 14 horas diarias, con magros salarios, sin seguridad ni higiene adecuadas y un sinfín de calamidades.
Este proceso se fue dando paulatinamente en las distintas regiones del mundo occidental hasta llegar a la Argentina con más de cien años de atraso, junto con la gran inmigración y las ideas imperantes en Europa. Paralelamente surgía en nuestro territorio la expansión económica de la llamada Generación del 80, de base agroexportadora, por lo que en principio pocas fueron las industrias que se establecieron, por lo general eran fábricas destinadas a abastecer el mercado interno, en la mayoría de los casos de alimentos. 
La industrialización generó una nueva y dinámica estructura social. Surgieron así nuevas categorías sociales: los empresarios (dueños de las fábricas), una burguesía rica, culta y emprendedora (que acumulaba grandes fortunas) y los obreros asalariados, que constituyeron el proletariado industrial y conformaban la escala más baja de la sociedad. Con ello se generará un gran enfrentamiento entre el capital y el trabajo, por un lado con reacciones obreras que luchaban por mejores condiciones de trabajo, y por el otro lado, la resistencia del capital a sacrificar ganancias.
En este contexto internacional y nacional se desarrollaron grandes concentraciones y huelgas, que eran reprimidas violentamente por los regímenes. En el ámbito local, Ramón Falcón fue llamado a ser la punta de lanza de ese tipo de represión, cuando gobernaba José Figueroa Alcorta y el conservadorismo más pertinaz.

LA REPRESIÓN DE PLAZA LOREA
El 1º de mayo de 1909, socialistas y anarquistas conmemoraban desde sus gremios en reuniones separadas el día de lucha de los trabajadores. Los socialistas hicieron lo suyo en Constitución, y los anarquistas en la Plaza Lorea, frente al actual teatro “Liceo”, a pocos metros del Congreso.
Desde temprano comenzaron a llegar las familias anarquistas obreras con sus banderas rojinegras, todos ellos sin otra intención que homenajear a “Los mártires de Chicago”. En el transcurso del acto se sucedieron en el uso de la palabra encendidos oradores, que invitaban a luchar y organizarse para cambiar la sociedad. Mientras tanto, el coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, observaba a la multitud desde su auto. Pronto algunos manifestantes descubrieron su provocadora presencia, entonces lo insultaron y volaron algunas piedras, nada grave si se lo compara con lo que siguió después.
Ramón Falcón dirigió personalmente la represión del acto. Dio la orden a la policía montada, al mando del comisario Jolly Medrano, de dispersar la manifestación a sablazos y balazos. Y así cargó el escuadrón de caballería a machetazos y descargas contra la multitud desarmada.
Un cronista del diario “La Prensa” contó 36 charcos de sangre; una vez concluida la refriega, el saldo era de 12 trabajadores muertos y 105 heridos, incluido niños. El mismo reportero contó que Falcón dijo: “Hay que concluir, de una vez por todas, con los anarquistas en Buenos Aires”, y recurriendo a la obediencia debida, agregó que respondía a instrucciones del Ministerio del Interior.
Tres días más tarde de tan feroz represión, más de 60.000 personas se agolparon frente a la morgue reclamando los cadáveres de sus familiares para poder conducirlos al cementerio. Pero una vez más, en un acto de barbarie sin precedentes hasta el momento, pero que se tornará una práctica de ahí en adelante, la policía le arrebató los féretros a las familias a fin de impedir que se concretara el multitudinario cortejo fúnebre. Los “cosacos” dispersaron a la mayoría, sin embargo, unos 4.000 aguerridos militantes lograron llegar hasta el cementerio. A la salida, integrantes de la comisaría 21 volvieron a balear a los obreros.
Mientras tanto, en la Casa Rosada, el “heroico” coronel Falcón era felicitado por el presidente José Figueroa Alcorta.
Inmediatamente las dos centrales sindicales, la UGT socialista y la FORA anarquista, convocaron a huelga general y exigieron justicia, así como la expulsión de Falcón de la jefatura de Policía. La respuesta del gobierno fue la confirmación de Falcón con todos los honores. Durante toda esta Semana Roja, como se la conoció, la huelga fue total.
Entre los presentes en el acto de Plaza Lorea se encontraba un muchachito llamado Simón Radowitzky, protagonista a partir de ese momento de uno de los capítulos más representativos de la lucha obrera y por los derechos de los trabajadores en nuestro país.

SIMÓN MATA A RAMÓN
Tras varios meses de preparativos, todo estaba listo. En la mañana del 14 de noviembre de 1909, el joven Simón Radowitzky salió poco antes de las once de su casa de la calle Andes 394, tomó el tranvía 17 y bajó en la esquina de Callao y Quintana. Caminó por Quintana hacia el cementerio de la Recoleta y esperó unos minutos, hasta que vio salir el Milord, el coche en el que viajaba Ramón Falcón. El feroz represor departía con su secretario, Juan Lartigau. La conversación lo tenía tan ensimismado que no advirtió la extrema cercanía de aquel joven vestido de negro, que sin mediar palabras le arrojó el paquete que llevaba consigo. Este fue a dar al piso del coche entre las piernas de Ramón.
Falcón no tuvo tiempo de reaccionar; un terrible estruendo partió el auto y lo despidió junto a su acompañante sobre el empedrado. Las piernas le quedaron destrozadas, lo mismo le ocurrió a Lartigau. Para cuando llegó el auxilio ambos ya estaban prácticamente desangrados. Se los trasladó al Hospital Fernández, pero ya era tarde, murieron unas horas después.
Luego de arrojar la bomba, Simón corrió por Callao hacia el Bajo, pero fue perseguido por policías y civiles que lo arrinconaron contra una obra en construcción. Al verse acorralado, extrajo un revólver y tras gritar con un inconfundible acento ruso “viva la anarquía”, se disparó un tiro sobre la tetilla izquierda. Los nervios le jugaron una buena pasada y solo se produjo heridas leves. Tras el disparo, se arrojaron sobre él y lo condujeron a la rastra hasta la comisaría 15, donde fue salvajemente torturado en sucesivos interrogatorios, que no consiguieron sacarle el nombre de sus cómplices. Radowitzky únicamente decía: “Tengo una bomba para cada uno de ustedes” y “Viva la anarquía”; con el tiempo se supo que habían sido al menos cuatro los que ayudaron a preparar la ejecución de Falcón.
Cuando todo indicaba que iba a ser condenado a muerte, un rabino, tío de Simón, Moisés Radowitzky, dio a publicidad su partida de nacimiento que determinaba que era menor de edad, lo que evitó el fusilamiento. Se sustanció un proceso de una rapidez inusitada para los tiempos de la justicia argentina y se dictó una sentencia que no registraba antecedentes: se lo condenó a prisión por tiempo indeterminado y a sobrevivir a pan y agua durante veinte días cada año al cumplirse los aniversarios del atentado.
Tras una breve estadía en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, y tras un intento de fuga, fue trasladado al penal de Ushuaia, donde permaneció hasta 1930, durante 21 años. Simón Radowitzky se transformaba así en un símbolo del movimiento obrero anarquista que no dejó jamás de luchar por su libertad.
En el año 2013 el documental cinematográfico  “Simón, el hijo del pueblo” lo recuerda. Fue dirigido por Rolando Goldman y Julián Troksberg y en el elenco figuran Osvaldo Bayer y Julián Goldman.


BREVES BIOGRAFÍAS
Ramón Lorenzo Falcón
Había nacido en Buenos Aires el 30 de agosto de 1855. Fue un político, militar y policía que se destacó por la dureza que ejerció al mando de la Policía de la Capital (actual Policía Federal Argentina), al reprimir con mano de hierro las manifestaciones obreras de la época. Falcón fue el primer cadete del Colegio Militar, al que ingresó en 1870, cuando era presidente Domingo Faustino Sarmiento. Egresado con honores en 1873, combatió en la Campaña del Desierto; a su regreso, en 1898, se retiró con el grado de coronel. También resultó electo diputado nacional.
En 1906 recibió el nombramiento de Jefe de Policía de la Capital Federal. En ese cargo creó en 1905 la escuela de policía, ubicada en Rosario y José María Moreno, que llevó su nombre hasta el año 2011. El mismo año de la creación de la Escuela, José Figueroa Alcorta había decretado el estado de sitio como consecuencia de la revolución radical.
En 1907, durante la Huelga de Inquilinos, fue el encargado de desalojar a las familias obreras que se negaban a acatar el aumento unilateral de precios aplicado por su arrendadores. Descontentos con la falta de intervención del gobierno en la regulación de la vivienda y de las condiciones de vida en los inquilinatos, en estado lamentable en su mayoría, mujeres y niños obreros tomaron las calles con escobas, bajo el lema de “barrer la injusticia”. En julio de ese año, en pleno invierno, con la ayuda del cuerpo de bomberos de la ciudad de Buenos Aires, redujo los conatos de protesta arrojando a las familias agua helada con mangueras de alta presión. Falcón llevó adelante los desalojos masivos y los ex inquilinos debieron quedarse en los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas.
La represión del 1º de mayo de 1909 en la conmemoración obrera de los caídos en Chicago fue tal vez el punto culminante de su carrera, el que lo llevaría a la muerte. Murió asesinado el 14 de noviembre, bajo la mano de un joven anarquista.

Simón Radowitzky
Había nacido en Ucrania, el 10 de septiembre o 10 de noviembre de 1891. Creció en la ciudad de Ekaterinoslav, donde la familia, de origen judío, se había trasladado para que los niños pudieran ir a la escuela, pero abandonó los estudios a los 10 años para iniciar su aprendizaje como herrero. Fue la hija de su maestro quien lo inició en el anarquismo. Cuatro años más tarde, ingresó como jornalero en una metalúrgica. Justamente en una manifestación reclamando la reducción en la jornada laboral, fue herido por un sable cosaco que lo confinó en cama durante seis meses. Tras la convalecencia, se lo sentenció a cuatro meses de prisión por repartir prensa obrerista. Fue segundo secretario del sóviet de la fábrica en la que trabajaba cuando los eventos de la revolución rusa de 1905. Tras la represión zarista, debió exiliarse para no ser condenado a prisión en Siberia. Irónicamente, en su destino elegido, Argentina, acabaría condenado al penal “Del Fin del Mundo”, en Tierra del Fuego.
Llegó a la Argentina en marzo de 1908; se afincó en Campana, donde trabajó como obrero mecánico en los talleres del Ferrocarril Central Argentino. Mantuvo estrechos contactos con la creciente comunidad anarquista local, inclusive se relacionó con un grupo de intelectuales anarcosindicalistas de origen ruso. Se trasladó a Buenos Aires, donde trabajó como herrero y mecánico. Comentaba que la policía montada argentina le recordaba a los cosacos zaristas que con sus sables dejaban un tendal de obreros muertos en las concentraciones anarquistas de Rusia.
Este militante obrero anarquista se convirtió en uno de los más célebres presos del penal de Ushuaia, donde permaneció 21 años de su vida. Después de recibir el indulto, partió de la Argentina para luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Murió en México, donde trabajaba en una fábrica de juguetes, a los 65 años de edad.
Así lo recordaba el escritor Osvaldo Bayer: “Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba ‘Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?’, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el ‘mártir de Ushuaia’, fueron los payadores criollos en versos como estos:

Traigo aquí para Simón
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido.

A más de un siglo de aquel magnicidio de Plaza Lorea, aún queda en la ciudad una calle que reivindica el nombre de Ramón Falcón, y la escuela oficial Nº15 DE 6º de Rioja 660, en Balvanera. La “historia oficial” continúa reivindicándolo como héroe y mostrando a Radowistky como villano.
Tristes son los conceptos cuando no son respaldados por el esclarecimiento de las verdades y las mentiras históricas.
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Fuentes
-http://www.elortiba.org/simon.html
-http://www.lamalatesta.net/product_info.php/products_id/4000
-http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/2450784/Anarquistas-simon- radowitsky.html
-http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/mundo/revolucion_industrial.php
-http://www.todo-argentina.net/biografias/Personajes1/ramon_l_falcon.php
-Pigna Felipe: Los mitos, tomo 2, Editorial Planeta 2005

Imagen: Un aspecto de la llegada de familias anarquistas a la Plaza Lorea  para el acto del 1º de Mayo del año 1909, antes de la represión.
Nota y fotografía tomados del periódico barrial Primera Página, mayo de 2014.

14 may 2014

Tiresias y los orígenes del tango



(De Rodolfo Jorge Rossi)

Tiresias fue el más famoso adivino de la Grecia clásica, circa 800 años antes de Cristo.
Nació hombre.
Una tarde en que caminaba por el monte Cilene, fue sorprendido por el intenso coito de dos serpientes entrelazadas. Estas, molestas por su presencia, lo atacaron.
Tiresias las golpeó con su bastón, dando muerte a la hembra.
La reacción de Tiresias enojó sobremanera a los dioses del Olimpo, que lo transformaron en mujer.
Años más tarde vio la misma escena, otra vez fue sorprendido por el coito intenso de dos serpientes. Esta vez mató, de un certero bastonazo, a la serpiente macho. Entonces, los dioses le devolvieron la virilidad.
En una ocasión Zeus discutía con Hera, su esposa. Ésta le reprochaba sus frecuentes infidelidades. Zeus argumentaba que el hombre podía ser adúltero porque la mujer disfrutaba más el sexo. Hera, fuera de sí, convocó a Tiresias, que como había tenido los dos sexos podía dirimir la cuestión.
Tiresias sentenció: Si el placer del amor en diez partes dividía,/ Tres por tres a las mujeres, una a los hombres daría.
Enfurecida, Hera cegó a Tiresias para siempre. El hecho conmovió a Zeus; lo compensó con la predicción del futuro, además le concedió vida eterna.
Y echó a rodar por el mundo hasta que fue convocado por Edipo, necesitaba consultarlo con urgencia. Acompañado por su hija Dafne se estableció en Tebas. Se le preguntó acerca de las causas de la feroz epidemia que asolaba a esa ciudad desde hacía muchos años.
Luego de estudiar la situación dijo Tiresias: Jefe, la peste la genera una persona que ha matado a su padre y ha hecho vida con su madre. No sé si me explico.
Señala Sófocles que cuando trascendió el episodio Yocasta se ahorcó y Edipo se arrancó los ojos.
Tiresias, asustado por las trágicas consecuencias de sus predicciones, se refugió en el Hades, el mundo de los muertos, lugar donde nadie lo iría a buscar.
Pasaron algunos siglos hasta que Ulises, en su frustrada y sangrienta vuelta a casa luego de la guerra de Troya, descendió al inframundo. Necesitaba consultarlo, saber cómo regresar a Ítaca.
Recorriendo el Hades, tuvo una ingrata sorpresa; se encontró con su madre Anticlea que había muerto, y él sin saberlo.
Los hombres sabios del café sostienen que éste momento es de gran importancia en la historia del tango, porque Ulises susurra en el oído de su madre palabras que podrían traducirse de la siguiente manera: Vieja,/ una duda cruel me aqueja.
Ulises no puede controlar el llanto. Anticlea lo tranquiliza, le comunica que debe despedirse, que confíe en Tiresias, que éste le señalará el camino correcto para volver al hogar. Y desaparece lentamente en la oscuridad.
En un pasaje conmovedor de La Odisea, Ulises, con el rostro bañado en lágrimas, canta: Quiero madre que me diga si la infame,/ abusando de mi viaje me ha engañado.
La cátedra del café cree que estos versos fueron dichos bajo la influencia de Tiresias, o directamente dictados por él, motivo por el cual el vidente se convierte en el primer tanguero de la historia universal.
Deberán transcurrir muchos años hasta su reaparición.
Dante Alighieri lo sitúa en el Infierno, en el Canto XX, en el Octavo Círculo donde están fraudulentos y adivinos: Vedi Tiresias, che mutó sembiante/ Quando di maschio fémmina divenne,/ Cangiandosi le membra tutte quante.
El Infierno de la “Divina Comedia” fue escrito entre 1306 y 1308. A partir de esa fecha el ciego vuelve a desaparecer, hasta que asoma en estas tierras en los finales del siglo XIX.
En el café aseguran que se conoce la presencia de Tiresias en el Río de la Plata desde 1870.
Señalan que en la revolución mitrista de 1874, las tropas de José Miguel Arredondo entraron en la ciudad de San Luis comandadas por un ciego. Cantaban “El Queco”, denominación popular del quilombo. El capitanejo no sería otro que el finado Tiresias.
Cabe destacar que “El Queco” es uno de los primeros tangos conocidos.
Además dan como prueba irrefutable la cantidad de tangos cuyo tema es la ceguera: “Viejo ciego”, “Charlemos”, “La cieguita”, “Gallo Ciego”, para citar solo a los más conocidos.
Los profesores del café afirman hasta la insolencia que el famoso ciego inconsolable del verso de Carriego, el que fuma como un poseso sentado en el umbral, no es otro que el desdichado Tiresias.
Como tenía antepasados ilustres que se destacaron en la guerra de Troya, de los cuales dan cuenta Chaucer y Shakespeare, se consultó al bandoneonista Aníbal Carmelo Troilo.
Le preguntaron si la cantidad de ciegos que había en el tango podría tener alguna relación con la presencia de Tiresias en mi Buenos Aires querido.
Troilo dijo que no existía esa relación, que solamente era casualidad.
Agregó suspirando: Ésta es una ciudad de abombados, nunca falta un otario que me pregunta por Crésida. Hablan de la madre de Ulises y se quejan porque hay muchas madres en el tango. Díganme ustedes que son sabios, ¿dónde quieren que estén las madres?
Pero sabihondos y suicidas todavía dudaban.
Entonces se interrogó a Jorge Luis Borges.
Muy sorprendido contestó que no sabía, para entregarse de inmediato a la suspicacia.
Después, visiblemente irritado balbuceó: ¡Yo no soy Tiresias!
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Ilustración: Tiresias matando la serpiente.

12 may 2014

La "Spica", chiquitita pero cumplidora



(De Orlando Rígoli)

La aparición de un pequeño adminículo, el transistor, modificó los hábitos de toda una generación, que lejos estaba de suponer lo que sus ojos alcanzarían a ver en materia de cibernética.
Pero junto con él o mejor, merced a él, llegó a nuestras manos la radio portátil y el símbolo por excelencia de esa revolución se llamó Spika, la contracara exacta del burrito Platero, que "era tan suave y blanco como el algodón". La Spika en cambio, era retacona y morocha, venía abrigada por una funda de cuero y con el tiempo demostró ser más aguantadora que un laburante de Singapur.
Hasta su arribo, escuchar radio implicaba una compleja negociación familiar para lograr la mejor ubicación frente al voluminoso aparato. Pero a partir de la introducción de la Spika se hizo posible hasta escuchar el programa favorito mientras se sellaban facturas proforma en la Aduana -lo que dio origen a contrabandos en escala mayorista- y aún llevarse la pequeña a la cama.
Los fanas futboleros que otrora estaban obligados a permanecer paralizados en la cocina comprimiendo la vejiga hasta que terminara el primer tiempo para no perder detalle de los avatares de su equipo relatados por Fioravanti, podían satisfacer sus necesidades fisiológicas sabedores de que si ganaban uno a cero y tenían un corner en contra a los 44 minutos nada les impedía irse al baño con todos los defensores juntos.
Nuestra heroína fue también la responsable de la desaparición en las canchas del famoso tablero de la revista Alumni, que informaba de los resultados que se registraban en los demás estadios. Así, el propietario de la portátil pasó a ser el referente obligado a la hora de las consultas. "Che negro, cómo van los bosteros" o "ya terminó Lanús", se conviertieron en requisitorias habituales. Los más perjudicados fueron los comentaristas, quienes dejaron de gozar impunidad. Si alguno se animaba, por ejemplo, a decir que el triunfo visitante por 6 a 0 había sido justo, los plateístas locales se amontonaban frente a la cabina y Spika en mano lo miraban con el mismo cariño que un militante del IRA al primer ministro inglés.
El aparatejo incrementó además el nivel de puteadas contra los relatores deportivos, ya que permitía comparar lo que se escuchaba con lo que se veía. Se advertía entonces que la velocidad de la transmisión no condecía con el ritmo de siesta santiagueña que tenía el partido. A su modesta manera se constituyó en la antecesora del telebeam -al alcahuete futbolístico de los 90- con la ventaja de que cada uno la manejaba a su antojo.
Luego se fueron agregando nuevos servicios: fue accesorio obligado del 2CV -que venía más desnudo que la Maja de Goya- amenizó la hora de química en la secundaria y permitió que prestigiosos profesionales que asistían a la función de abono del Colón con su legítima esposa para deleitarse con la Quinta de Beethoven, pudieran enterarse -audífono mediante y con cara de circunstancias- de cómo le iba a Estudiantes en la Libertadores.
Sin embargo no faltaron los escépticos, aquellos que ateniéndose a una lógica inobjetable descreían de su seriedad. ¿Cómo se puede confiar -pensaban- en la información que pueda proporcionar un artefacto tan pequeño e inexperto?
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Ilustración: La  radio portátil "Spica."
Material tomado de la revista “Los ‘70”, número 4.


7 may 2014

Raza de tango



(De Norma Pérez Martín)

A los poetas que integrábamos el Grupo de los 7

¿Dormirá la pena
bajo su propia rabia?
Rubén Chihade

Ni coraje orillero
fraguado
en marchitas borracheras
de suburbio.
Ni cortes y quebradas
y amores y desdenes
y minas sin destino.
Nuestra raza de tango
nuevo siglo
se martiriza
cuchilladas de bronca.
Intemperies mal habidas.
Nuestra raza
que Piazzolla hizo inmortal
alejó las viejas arrogancias.
Hoy avanza
el dos por cuatro
aplaudido por el mundo
donde vuela Julio Bocca
como pájaro infinito
sobre pueblos diferentes
amarrados con su danza.
Se borró el malevaje
pero
Uno y Cambalache
le sacan viruta al piso
como entonces
más que entonces.
En el cuartito azul
se encerró la nostalgia.
Entre paredes
oscuras de oscuridades
y silencios clandestinos
yira-yira la sombra.
Los fantasmas
milonguean firuletes.
Bajo la ventanita de arrabal
caen las hojas
y esta porteña garúa
que susurra
veinte años no es nada.
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Imagen: Tapa de una de las entregas poéticas periódicas del Grupo de los 7.

Dónde encontrar a Buenos Aires




 (De Pablo Babini)

En la década del sesenta Buenos Aires estaba -además de en los barrios- en el circuito que iba desde Callao y Corrientes, pasando por los teatros, los cines y las librerías, cruzaba el Obelisco y llegaba por Corrientes hasta Florida y derecho por allí hasta Plaza San Martín. Si uno tenía suerte podía ser testigo de la "precuela" de la Feria del Libro, con la salida a la calle peatonal de las mesas con las novedades literarias entre las que había más ficción que autoayuda y más autores que productos de marketing. El fin del recorrido era el Di Tella, aunque un buen caminador podía volver por la avenida Santa Fe con altas probabilidades de cruzarse con Ernesto Sábato en pleno chamuyo platónico.
Después Buenos Aires creció y se puso seria, como esos chicos creativos y espontáneos a los que la educación formal trata de convertir en estereotipos hasta que maduran y recuperan, si pueden, su naturalidad. La globalización rebotó contra la personalidad de la ciudad sin dejar un tendal. McDonald's tuvo que hacer McCafés y Starbucks rendirse ante las tacitas de loza.
El progreso, la evolución o como se llame, sí hizo mella. Los bodegones con parrilla y las increíbles pizzerías de barrio se transformaron en "restobares", aunque en realidad sus sabores se replegaron a los hogares porteños y suburbanos, donde hoy se practica (con entusiasmo no siempre justificado por los resultados) la gastronomía hecha en casa.
Si bien las amistades son hoy tecnológicamente más virtuales, la ciudad sigue cultivando el amor por los gomías del mismo palo y el temor al sexo opuesto que dieron letra a tantos tangos.
Buenos Aires, la auténtica, está hoy más desparramada, ¿democratizada?, que antes. Abarcarla es una utopía y atravesarla en cualquier tipo de transporte es un suplicio. Dado que cunde el trabajo -precario- a distancia, se ha descentralizado en comunas administrativas pero sobre todo geográficas, cada una con sus cafés, sus calles arboladas y su cultura vecinal, imponiéndose sobre ellas la identidad sentimental de la ciudad, esa que se llevan los que se van.
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Imagen: Corrientes y Obelisco vista nocturna.
Texto y fotografía tomados de la página http://www.buenosairessos.com.ar

4 may 2014

El Museo de la Ciudad de Buenos Aires



(De María Clara Rosselli)

El Museo de La Ciudad tiene, desde hace varios años, su ubicación neurálgica: Defensa 219, donde se expone la historia de la ciudad contada en objetos cotidianos que la gente dona. Pero también se extiende por toda la zona histórica. Una de las premisas del museo siempre ha sido la de asumir una actitud activa frente al patrimonio ya sea impulsando ferias y encuentros al aire libre como incentivando la refuncionalización de los edificios antiguos. La farmacia “La Estrella”, instalada en la esquina de Defensa y Alsina desde el año 1885, es parte del museo pero sigue funcionando como farmacia. La misma intención está puesta en la próxima inauguración de las salas y locales comerciales ubicados en dos de las casas más antiguas del casco histórico: La casa de Josefa Ezcurra y Los Altos de Elorriaga, frente a la farmacia.
 “El Museo de la Ciudad se creó con el objeto de preservar para la historia de la ciudad la forma de vida de los porteños, desde cómo funciona la ciudad, o sea desde cómo se armó la ciudad y se sigue armando a través de su arquitectura, su patrimonio arquitectónico y los usos y costumbres de la gente que vive en la ciudad. La forma de hacerlo es a través de la investigación y de la recopilación de objetos que forman parte de su patrimonio”. Así resume el actual director del Museo de La Ciudad, Eduardo Vázquez (1), el espíritu de uno de los museos de Buenos Aires que atesora, desde 1968, los modos de vida porteños.
Hace años ya que se ha instalado la costumbre entre los porteños, de donar aquellos objetos cotidianos que consideran importantes de su casa o de algún familiar y que relatan los hábitos de la vida en Buenos Aires. De esta manera son los mismos habitantes los que cuentan lo que es y ha sido la ciudad a través de los años. “El museo tiene en este momento catalogadas como unas setenta y cinco mil piezas, la mayoría de las cuales vinieron de esa forma”, comenta Vázquez.
A fines de los 60, cuando el arquitecto José María Peña, el primer director del museo, propuso su creación, el barrio se perdía en los trágicos artículos de una ordenanza que disponía su demolición total. Sumado a eso, existía cierto desconocimiento y desinterés por el patrimonio como se lo entiende actualmente. “El patrimonio es todo aquello que muestre fehacientemente el proceso, en este caso, de la ciudad y de la vida de los habitantes. Por eso para nosotros no tiene tanto valor material el objeto sino lo que representa en sí mismo. El patrimonio es lo que nos dejaron nuestros padres y nuestros padres son nuestro pasado. Todo lo que ellos crearon, toda esa historia que armaron consciente o inconscientemente hoy está en el Museo de La Ciudad”, precisa  Vázquez.
El objetivo que proponía el museo desde sus inicios era el de movilizar a la gente para que entendiese el valor que tenía el casco histórico tanto para sus vecinos como para la gente de otros barrios. Esto se logró por un lado mediante las ferias que aún hoy siguen en actividad. “La de los domingos, que se creó por tres razones: la primera, porque curiosamente nunca ha habido en Buenos Aires una feria así, que era común en Europa, en Montevideo, en Chile, por ejemplo. El segundo motivo fue que todo lo que se iba a vender en la feria había estado dentro de las casas de Buenos Aires con lo cual era como si fuera una sala al aire libre del museo. Cosa que no era nada habitual, los objetos estaban dentro de casas. La tercera razón, no menos importante, era la aspiración de que por ir a la feria, la gente empezara a reconocer uno de los barrios más viejos”, nos aclara el arquitecto Peña. Además de esa, se crearon otras ferias más: la Feria de las Artes frente a la Iglesia de San Francisco, la Feria de los Libros, la Feria de los Metales, la Feria de la Ropa y hay una feria los cuatro sábados de abril a la cual puede anotarse cualquier persona. Además, las ferias, con la venta de objetos viejos, impulsaron también el surgimiento de los anticuarios en el barrio, ya que hasta ese momento había pocos locales de venta de antigüedades.
Por otro lado, se organizaron los “Encuentros porteños en Plaza Dorrego” un sábado de por medio. De tres a seis había juegos que la gente proponía, había un coro para cantar tangos, se hacían tapices colectivos en un gran bastidor y donde todo el mundo hacía algo,  había concursos de pintura, visitas guiadas por las calles del barrio, se jugaba a “Embocar a la tetera” en reemplazo de “El sapo”, donde las fichas eran las monedas devaluadas de principios de los 80. A las seis tocaba una orquesta de San Telmo que estaba suspendida en el tiempo. “Tanto que un día terminan de tocar una melodía, que bailaba el público, y Teófilo Ibáñez, quien dirigía la orquesta y cantaba, se dirige al público y dice: “Estimado público, damas y caballeros, para que muevan esos cuerpos arrogantes interpretaremos ahora un bonito Foxtrox”,¡que era música que se bailaba en los años 40!” nos cuenta aún asombrado el arquitecto Peña. También se armó el encuentro entre “Los porteños y sus máquinas sonoras” donde asistieron vecinos que tenían organitos, valijas fonógrafos, cajas de música. Estaba también el “Encuentro entre los porteños y sus mascotas vivas” donde se elegían  entre el público el jurado para votar a la mascota más linda, a la mascota más rara, a la mascota más simpática y a la mascota más parecida a su dueño y se les daban diplomas.
Cerca de 1970 el museo adquirió las casas de Josefa Ezcurra y  Los altos de Elorriaga para que fueran parte de sus salas. “El museo no tiene una sala donde se pueda recorrer toda una muestra de la historia de la ciudad con todo un desarrollo de Buenos Aires desde fines del siglo XVIII hasta 1880 que fue el gran cambio de la ciudad” comenta Vázquez. El dinero para la restauración de ambas casas llegó recién veintiséis años más tarde, momento en el cual se comenzó el rescate de lo más grueso. En 2010 finalizó la primera etapa de trabajos que involucró la restauración de las fachadas y ya se comenzará toda una etapa de recuperación de la casa de Elorriaga, la de la esquina, cuya estructura e instalaciones ya están totalmente consolidadas. Restan dos etapas más de trabajo: una es la planta baja, y la segunda es la planta alta. La recuperación de la planta baja, donde habrá locales más una sala muy grande para museo, comenzará cuanto antes aunque el proceso es lamentablemente largo.
De la trayectoria del Museo de La Ciudad debemos aprender dos cuestiones: por un lado el valor de lo que significa la historia común de una sociedad y su difusión, y por otro el ejemplo de conservar sin frenar, manteniendo una actitud de preservación pero al mismo tiempo permitiendo el crecimiento de la ciudad y más que nada, dándole vida al patrimonio apropiándonos de él, usándolo, recordándolo y viviéndolo.
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Nota:
(1) Según nos informa la lectora María Eugenia Lisio, el actual director del Museo de la Ciudad es el licenciado Ricardo Pinal Villanueva. La presente nota, fechada en el año 2011 y publicada en "El Sol de San Telmo",  fue "levantada" del blog al que se hace referencia, cuando aún era su director Eduardo Vázquez, y  "subida" a este blog recientemente por considerar que el trabajo tiene una mirada bastante abarcativa con respecto a la evolución del Museo de La Ciudad.  
  
Imagen: Una de las salas del Museo de La Ciudad (Foto tomada de miraargentina.com)
Nota tomada del blog “Crónicas porteñas”.