(De Osvaldo Guercio)
Como recuerdodependiente y por haber nacido en Boedo, aquí va una pequeña historia que pretende rescatar del olvido a un inmigrante, uno más de los tantos que hasta aquí llegaron.
A los seis años pisó la Argentina y a las tres horas de su arribo conoció Boedo. Quintino Bocayuva al 700 lo vio crecer y de a poco se fue convirtiendo en un pibe más del barrio. Con el tiempo se le abrieron las puertas del café "Dante", de los "20 Billares", del "Trianón" y otras yerbas. Boedo era por ese entonces reunión de amigos, truco y codillo mediante, y dos pasiones devoraban a los muchachos de la barra: el fútbol y los burros. Y en ellas se anotó el piamontés. San Lorenzo y Palermo pasaron a formar parte activa de su vida... Tanto lo aporteñó Boedo que de italiano sólo le quedó el apellido y el recuerdo de su Moncalieri natal.
No es nuevo, pero es cierto que los veintitantos fueron difíciles y duros, y la orden del día era arreglárselas de cualquier forma, pero por derecha. En cuanto a moda masculina fueron tiempos en que la ecuación era muy simple: un hombre = un sombrero, y como el gringo venía de familia de sombrereros, no le fue imposible entrar como aprendiz en los grandes talleres de don Lagomarsino. Después de dos años de trabajar duramente, al cumplir los 18 lo llamó el capataz. Con una mano en el hombre le espectó: "Desde mañana usted es primer oficial". Por fin, Pedrito podía pensar en grande.
Y los años pasaron y entre ellos apareció María Brígida; asomó el amor. La familia se fue agrandando, la pieza quedaba chica y él era un buen sombrerero. Había llegado la hora, tenía que independizarse. Lagomarsino le quedaba chico, pensaba. Del brazo de su esposa (mi madre tiempo después) recorrieron Boedo buscando local con vivienda. Lo encontraron justo antes de la curva que pega Carlos Carlo para llegar a Boedo. Y en el 3651 de mi tan querida calle (porque allí nací), Pedro Guercio, el sombrerero, levantó a fines del 29, por primera vez, las persianas de su negocio.
Los sombreros se siguieron usando y "Sombreros Guercio" vió crecer su fama y los clientes. Los avisos rígidos de las pantalla y en el telón del viejo "Los Andes" anunciaban la presencia del Rey del sombrero en el barrio. Con su peculiar "mano" para elegir el modelo adecuado a cada persona y la impecable terminación del fieltro, don Pedro continuó adornando cabezas. Por el negocio desfilaron boedistas de ley. Los chambergos, ranchos y panamás (auténticos) lucían en las cabezas del comisario Díaz, titular de la 10ª en los 30, y vecinos al igual que don Pedro Bidegain. También vivían en Carlos Calvo entre Boedo y Colombres, frecuentando la sombrerería, los médicos Juan y Ángel Bracco, el doctor Morana, Bautista Rubillo que en la misma cuadra elaboraba artesanalmente sus famosos higos secos, apetitosos dulces y aceitunas; Matías García, que estaba al frente de la GDA ("Grandes Despensas Argentinas"); Alfredo Lamachia, un capo de los recorridos de diarios y el peluquero de hombres César Leyende, que tenía su local cerquita del bar-rotisería "Río de Oro".
A la pensión de los artistas (ubicada al lado de "Pinín", el restaurante de los pisos de largos tablones de pinotea, al que solíamos ir cuando el final de bandera verde favorecía a Pedrito) que regenteaba doña Rosita Serrano (La Serranita), la frecuentaban el recordado Federico Striano que integró junto a Buono el famoso dúo cómico, y los personajes que conformaban los elencos que desfilaban por las tablas del teatro "Boedo".
Y me tocó a mí crecer en Boedo, me fue fácil, claro, era el hijo de Guercio. Si me perdía, algún cabo de parada se encargaba de restituirme a casa. Visitaba la bombonerìa de Salemi (aún hoy anclada en el ayer), elegía caramelos, bombones y me iba sin pagar..., me veía las películas en el "Alegría" sin comprar entrada..., el quiosco de la esquina supo también de mis mangazos. Mi viejo era pa mí, Aladino. Lo nombraba y ¡zas!, tenía lo que quería. Tardé un tiempo en enterarme de que luego de mis paseos de compra, don Pedro reconstruía el itinerario y pagaba puntualmente cada uno de mis gastos.
Una anécdota que vale la pena contar, nos habilita una vez más para volver a decir "todo tiempo pasado fue mejor". Los hechos sucedieron así: una mañana como tantas otras, don Pedro salió a la calle para levantar las persianas. Enseguida notó que la vidriera derecha, donde exhibía sombreros, también camisas y algunos casimires que le habían dejado en consignación, estaba mal cerrada, sin los candados que siempre ponía. "¡Qué b...!, me olvidé de cerrarla bien", pensó. La levantó con aquellos largos fierros que se usaban para subir o bajar las cortinas. No hizo falta llegar hasta arriba para darse cuenta de que los "amigos de lo ajeno" lo habían visitado fuera de horario. No dejaron nada. Después de mucho tiempo en la Argentina se acordó de que era piamontés. De la bronca no abrio la sombrerería; esperó la noche, llegado el momento tenía que hacer algo. El momento llegó. Caminó hasta Boedo, dobló la esquina hacia la izquierda y presuroso entró en el "Dante". Con una rápida mirada los ubicó; eran los de "la suave" y jamás "trabajaban" en el barrio. Fue hasta ellos. "¡Por Dios c..., ya no se puede creer en nadie!", les dijo y relató lo sucedido. "Pero, Pedrito... cómo vas a pensar que fuimos nosotros. Vos sabés muy bien quienes somos y que para nosotros el barrio es sagrado". A los pocos días, dos personas desconocidas para mi padre entraron en el negocio.Traían unos bultos. Tímida y respetuosamente preguntaron: "¿El señor Guercio?". "El mismo", respondió mi padre. "Esto es suyo, nos equivocamos". "Entonces todo está bien", contestó don Pedro. Al retirarse dejaron unos pesos sobre el mostrador: "Es por el vidrio, ¿sabe?, don...". Se fueron; nunca más los vio... Eran otros tiempos aquéllos.
Mientras, una pasión se sobreponía a la otra: San Lorenzo ganaba por varios cuerpos sobre Palermo. Pedro Guercio ya formaba parte del club. Integraba la Subcomisión de Fútbol y una idea lo perseguía día y noche. Con esa idea fija prosiguió adornando cabezas; yo lo acompañaba silencioso, sentado en el umbral del negocio, tratando de descifrar el destino del 26 o del 48, que traqueteando por las vías buscaban superar la curva para alcanzar los "nueve puntos", oyendo el monótono pacarite pa'polenta, lupine fresco, de los tanos que llevaban su mercadería en dos grandes canastas unidas por una vara que colgaba de un hombro; compadeciendo al ver el esfuerzo que hacían por viejos y cansados a aquellos caballos que arrastraban cansinamente, con sus gorritos en la cabeza para mitigar parte del bochorno del verano, los carros del canastero, del carbonero, los majestuosos y lúgubres fúnebres o los malolientes y grises de la Municipalidad. Me imaginaba que sólo se alegraban cuando olfateaban el agua de algún bebedero cercano, como aquellos que lucían su reluciente bronce en alguna esquina.
Cuando llegaban los sábados y las doce se clavaban en el reloj, mi papá cumplía invariablemente con un rito: cerraba el negocio, me tomaba de la mano y cruzando la calle, por la vereda de la gran fábrica de fideos "Tampieri" me llevaba hasta el bar-almacén de Carlos Calvo y Colombres. Los vasos con Cinzano y Hesperidina sobre las ya viejas mesas de madera, unían a los buenos amigos. Yo compartía mi Naranjín con el hijo del gallego.
El negocio iba bien, los sombreros se vendían. Pero don Pedro estaba decidido. Boca, River y hasta Huracán tenían sus revistas partidarias, San Lorenzo, no. Y ésa era precisamente la idea: los de Boedo también la tendrían. Sólo necesitaba un consejo, un empujón. Para ello recurrió a un hombre que había sido fundamental para la existencia de los Gauchos De Boedo. Un enfervorizado don Pedro lo fue a ver y un más enfervorizado padre Lorenzo Massa aplaudió la idea.
Así empezó el gran cambio: de sombrerero a periodista. Con unos pesos ahorrados, cambió el taller. Unas máquinas de escribir, unos escritorios, anaqueles y una mesa de dibujo dieron forma a la redacción. Allí surgio El Ciclón ("Una auténtica voz sanlorencista", como bajada de título). Hasta Carlos Calvo 3651 comenzaron a llegar otros personajes. No querían sombreros, buscaban plasmar el perfil periodístico que tendrían las páginas azulgrana. Para ello Enrique Torrado, Mora y Araujo, redactores; Sergio Pintos, diagramador y Ángel Tuma, fotógrafo, junto a don Pedro trabajaron incansablemente. Por fin, en agosto de 1943 desde Boedo salía el primer número de El Ciclón. A partir de ese día, el 45-8928 recibió otros llamados: felicitaciones, críticas, sugerencias, y la ex sombrerería fue la cita para el reportaje. Isidro Lángara, Ángel Zubieta, los vascos de San Lorenzo, porque allá en su tierra los aires franquistas no les sentaban; Reinaldo "Mamucho" Martino, Borgnia, Crespi, Oscar Basso, Colombo, Blazina y tantos otros pasaron por la redacción de la revista que, por aquel entonces, les hacía saber a sus lectores que, en el 44, Basso y Zubieta eran los mejores pagos del plantel azulgrana con 671 y 651 pesos, respectivamente.
Pero el gran cambio no significó la muerte súbita de "Sombreros Guercio", las vidrieras de "Casa Armiño", en Boedo 881, fueron por un tiempo su nueva casa.
Desde los editoriales de El Ciclón, Pedro Guercio desnudó su apasionado fervor sanlorencista. No importaba tanto el último resultado, sino la marcha institucional del club. Claro que el resultado adverso le dolía, y cómo. Los domingos por la noche, cuando San Lorenzo se retiraba perdedor de la cancha, además de aguantar la luna del papi, nos quedábamos sin la bandeja de sfogliatella y napolitanos de la pizzería de don Tranquilo.
No le fue fácil el comienzo ni tampoco la continuidad de la revista. Hubo tiempo de privaciones para la familia, pero era prioritario que El Ciclón estuviera en los quioscos los miércoles, y en la cancha los domingos, ése había sido el compromiso contraído. Era una forma de agradecimiento del piamontés hacia el barrio que lo cobijo no bien llegó de su Italia, que lo moldeó, que le presentó a una argentina, y donde vió crecer a sus hijos. El 25 de agosto de 1946, el último número de la revista languidecía en los quioscos. El Ciclón había perdido fuerzas, pero los 310 números que conformaron sus seis años de vida guardan celosamente las utopías e ilusiones de un hombre apasionado en todo lo que emprendió.
No sé si puedo afirmar si Pedro Guercio ha sido un vecino notable. De lo que sí estoy seguro es de que, sin duda, ha sido un personaje rescatable y al que me hubiese encantado presentar ante ustedes para que él mismo contara el Boedo de ayer..., pero no es posible porque el sombrerero-periodista de Carlos Calvo y la curva, bajó para siempre las persianas de su vida un caluroso y lluvioso febrero de 1988.
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Imagen: Revista El Ciclón, ejemplar Nº 137.
Tomado de la obra conjunta Pasión de Boedo Aires (Poemas y prosas), Ediciones Boedo 21, Bs. As., 2000.