(De Silvia Long-Ohni)
Justo
en el límite entre los barrios de Parque de los Patricios y Constitución, a la
altura de Entre Ríos y Brasil, aparecen dos cortadas cortas que se cortan y… una
cabeza cortada: Antequera y Mompox.
Antequera
remata en Solís y sale a Entre Ríos. Mompox remate en Brasil y sale a Juan de
Garay y las dos tienen apenas dos cuadras de extensión, cuadras cortitas,
empedradas, escasamente transitadas, como lo delatan los mojones de yuyitos que
brotan verdes entre las juntas. Casa bajas, viejas, alguna empalizada que
augura una cercana demolición, una entrada o salida de albergue transitorio y,
por ahí, como extranjero, algún edificio de propiedad horizontal, pero más allá
de esto, podría decirse que la soledad, el silencio y la oscuridad son sus
habitantes.
Pocos
son los tacheros que conocen estos nombres y sus extrañas referencias y pocos
los valientes que se atreven a meterse a altas horas de la noche aun cuando
peligro, no hay ninguno. Sólo se trata de un par de cuadritas donde van los
perritos que tienen perdida la fe.
Nada
grave, salvo la historia. En 1717, la población asunceña se convierte en la
primera colonia en reclamar por la ilegalidad del mandato del gobernador Diego
de los Reyes Balmaceda, quien, amparado en la anormalidad, comete todo tipo de
abusos. Los maltratos, que estaban dirigidos principalmente a la comunidad de
indios payaguáes, llegaron a oídos de la Audiencia de Charcas, la que le ordena a Reyes
Balmaceda la renuncia al cargo y la libertad de los apresados, pero como Reyes
Balmaceda no claudica, la
Audiencia envía, como jurisconsulto, a José de Antequera y
Castro, quien prueba los cargos contra el gobernador.
José
de Antequera y Castro, de ilustre linaje, nació en Panamá el 1º de enero de
1689. Estudió jurisprudencia en la Universidad de San Javier, en Panamá y residió en
España por varios años. En 1721 lo encontramos ya como juez pesquisidor en Paraguay y, casi de
inmediato, como gobernador de Asunción luego de la destitución de Reyes
Balmaceda.
Con
Antequera a la cabeza, los asunceños formularon graves cargos contra los
jesuitas quienes recurrieron al virrey del Perú, que los amparaba en tanto que la Audiencia de Charcas
operaba a favor de Antequera y los comuneros. Pero el virrey del Perú depone a
Antequera y esto genera un levantamiento de los asunceños al mando de
Antequera y Juan de Mena, entre otros.
El resultado fue la expulsión de los jesuitas del Paraguay. Pero el triunfo
duraría poco.
El
nuevo virrey del Perú, Marqués de Castelfuerte envía al Paraguay a Mauricio de
Zavala con la consigna de apresar a Antequera y nombrar nuevo gobernador. Pero
Antequera logra escapar, llega hasta la Audiencia de Charcas y luego es derivado al Perú,
donde se le inició un proceso que duró seis años. Allí, en prisión, conoció a
Fernando de Mompox y Zayas, abogado, supuestamente nacido en Asunción, a quien
convenció de sus ideales.
Mompox logró escapar de la cárcel en
1730, se dirigió al Paraguay, donde se unió a los comuneros y logró con ellos
imponer el “poder común”, pero fue apresado en 1731 y enviado a Buenos Aires
con el objetivo de devolverlo a Lima, ciudad a la que nunca llegó porque, desde
Cuyo, logró fugarse y recalar en Brasil, donde se le perdió el rastro.
Entre tanto, el juicio contra Antequera y
Juan de Mena concluyó con una sentencia a muerte que se ejecutó en 1731. Así
fue como a Antequera le cortaron la cabeza en la Plaza de Armas de Lima, en
medio de una trifulca en la que también fallecieron dos religiosos franciscanos.
Su principal premisa había sido que el pueblo tenía derecho a elegir a sus
gobernantes en el caso de que el gobernador no cumpliera correctamente con sus
funciones.
Sólo queda por decir que Mompox, mientras
estuvo preso, escribió con su sangre en las paredes de su celda la ya
legendaria frase: “El pueblo unido jamás será vencido”.
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Imagen:"El pueblo unido jamás será vencido", frase de Fernando de Mompox y Zayas.